Te comparto este blog que fue realizado cuando conducía el programa "Fenómenos del Espíritu"
martes, 31 de marzo de 2009
Obispos de EEUU advierten que terapias Reiki no tienen lugar en instituciones católicas
Los obispos estadounidenses publicaron unas directrices en las que consideran que las llamadas terapias Reiki, "medicina alternativa" originaria de Japón, no son científicas y resultan inapropiadas para las instituciones católicas.
La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB por sus siglas en inglés) publicó el documento "Lineamientos para Evaluar el Reiki como una Terapia Alternativa" desarrollado por su comité de doctrina.
El texto describe el Reiki como una técnica de sanación "inventada en Japón a finales del siglo 19 por Mikao Usui, quien estudiaba textos budistas".
El documento precisa el "Reiki carece de credibilidad científica" y "aún no ha sido aceptado por las comunidades científica y médica como una terapia efectiva".
"Faltan estudios científicos sobre la eficacia del Reiki, así como una explicación científica plausible de cómo podría ser eficaz", sostiene el documento.
Asimismo, precisa que el "Reiki es descrito frecuentemente como un tipo de curación ‘espiritual’ opuesto a los procedimientos médicos comunes para curar usando medios físicos".
El texto también destaca la diferencia radical entre la terapia Reiki y la curación a través del poder divino en la que creen los cristianos. "Para los cristianos el acceso a la curación divina es a través de la oración a Cristo como Señor y Salvador, mientras que la esencia del Reiki no es una oración sino una técnica que pasa del ‘maestro Reiki’ al discípulo".
En conclusión, sostiene el documento, la terapia Reiki "no encuentra soporte ni en los hallazgos de la ciencia natural ni en la creencia cristiana" y por ello "para un católico, creer en la terapia Reiki presenta problemas insolubles".
Además de explicar que "no es prudente emplear una técnica que no tiene soporte científico", el documento sostiene que el Reiki implica "importantes peligros" para la salud espiritual.
"Para utilizar el Reiki se tendría que aceptar, al menos de manera implícita elementos centrales de la visión del mundo que subyacen en la teoría Reiki, elementos que no pertenecen ni a la fe cristiana ni a las ciencias naturales. Sin justificación de la fe cristiana o de las ciencias naturales, un católico que pone su confianza en el Reiki caería en el ámbito de la superstición, la tierra de nadie que no es fe ni ciencia", precisa el documento.
Los obispos agregan que "superstición corrompe la adoración de Dios al conducir el sentimiento religioso y la práctica hacia una falsa dirección" y "aunque a veces la gente cae en la superstición por ignorancia, es responsabilidad de todos los que enseñan en nombre de la Iglesia de eliminar esa ignorancia tanto como sea posible".
"Dado que la terapia Reiki no es compatible con la enseñanza cristiana ni la evidencia científica, no sería apropiado para las instituciones católicas, como centros de salud y casas de retiro, o para las personas que representan a la Iglesia, como los capellanes, promover o apoyar la terapia Reiki", señalan.
Copyright @ ACI Prensa
(http://www.aciprensa.com)
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jueves, 26 de marzo de 2009
Es pecado grave dar culto a la Santa Muerte, advierte Arzobispo mexicano
MÉXICO D.F., 26 Mar. 09 / 04:43 pm (ACI)El Arzobispo de Tijuana, Mons. Rafael Romo Muñoz, advirtió que los católicos que dan culto a la Santa Muerte caen en pecado grave, a la vez que señaló que personas interesadas en generarse ingresos económicos han inventado y promovido esta creencia.
El Prelado dio estas declaraciones al referirse al reciente ataque a un lugar de culto a la Santa Muerte. Indicó que aunque la Iglesia no comparte este tipo de creencias, "no son los modos" de proceder cuando no se está de acuerdo.
Asimismo, advirtió la contradicción de usar el término "santa", pues se llama santo a una imagen personal, no un hecho en sí. "Nosotros alabamos y nos encomendamos a seres personales, dioses, los santos; pero la muerte no es una persona por eso no se le puede llamar santa porque no es una persona", explicó.
Mons. Romo Muñoz también lamentó "todo este impulso a la llamada Santa Muerte que yo desde mi punto de vista lo interpreto como una especie de comercialización, que no tienen ningunos fundamentos, pero hay quien con intenciones de mercadotecnia se lanza a promover eso, y naturalmente hay gente ingenua que se deja llevar".
El Prelado también se refirió a la cartomancia y advirtió que quienes "leen las cartas y todo esto, abusan de los signos de la fe". "La Iglesia de ninguna manera tiene que ver con todo esto, por más que el que esté echando las cartas detrás de la imagen de un San Judas Tadeo o una Virgen de Guadalupe, es un abuso", señaló.
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lunes, 23 de marzo de 2009
Carta de los Obispos de México a S. S. Benedicto XVI
“Anunciar la buena noticia no es para mí motivo de orgullo, sino una obligación a la que no puedo renunciar” (1Cor 9,16)
SANTO PADRE:
Los Obispos de México hemos recibido con aprecio e interés su carta en relación a la remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre.
Lamentamos con tristeza y dolor las injustas y desproporcionadas reacciones ante el gesto de misericordia de Su Santidad en aras de la reconciliación, mostrado a estos hermanos nuestros.
Reconocemos en su decisión de elaborar la carta del pasado 12 de marzo y enviarla a todos los Obispos, un gesto de gran valentía que expresa su sinceridad, honestidad y franqueza en la forma de conducirse como Sucesor de Pedro. Al mismo tiempo su sensibilidad y delicadeza, propias de una espiritualidad madura y una sabiduría manifesta para comprender las diversas situaciones que se presentan en la vida de la Iglesia, para actuar con espíritu evangélico, y para explicar con claridad y verdad las motivaciones y razones en la toma de decisiones.
Por ello, nos ha parecido oportuno manifestarle nuestra oración por Su Santidad y por la Iglesia, y expresarle en nombre de los Obispos de México nuestra fidelidad y comunión. Confirmamos nuestra adhesión filial al Sucesor del Apóstol Pedro, apreciamos el valor de su magisterio, y agradecemos el testimonio tan ejemplar de mostrarnos el corazón de un buen pastor.
Por los Obispos de México.
+ Carlos Aguiar Retes + José Leopoldo González González
Arzobispo Electo de Tlalnepantla Obispo Auxiliar de Guadalajara
Presidente de la CEM Secretario General de la CEM
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jueves, 12 de marzo de 2009
CARTA SOBRE REMISIÓN EXCOMUNION OBISPOS DE LEFEBVRE
CIUDAD DEL VATICANO, 12 MAR 2009 (VIS).-Hoy se hizo pública una carta de Benedicto XVI a los obispos de la Iglesia católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro Obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre.
Ofrecemos el texto completo del documento, fechado el 10 de marzo y que se ha publicado en inglés, francés, español, italiano, alemán y portugués:
"Queridos Hermanos en el ministerio episcopal
La remisión de la excomunión a los cuatro Obispos consagrados en el año 1988 por el Arzobispo Lefebvre sin mandato de la Santa Sede, ha suscitado por múltiples razones dentro y fuera de la Iglesia católica una discusión de una vehemencia como no se había visto desde hace mucho tiempo. Muchos Obispos se han sentido perplejos ante un acontecimiento sucedido inesperadamente y difícil de encuadrar positivamente en las cuestiones y tareas de la Iglesia de hoy. A pesar de que muchos Obispos y fieles estaban dispuestos en principio a considerar favorablemente la disposición del Papa a la reconciliación, a ello se contraponía sin embargo la cuestión sobre la conveniencia de dicho gesto ante las verdaderas urgencias de una vida de fe en nuestro tiempo. Algunos grupos, en cambio, acusaban abiertamente al Papa de querer volver atrás, hasta antes del Concilio. Se desencadenó así una avalancha de protestas, cuya amargura mostraba heridas que se remontaban más allá de este momento. Por eso, me siento impulsado a dirigiros a vosotros, queridos Hermanos, una palabra clarificadora, que debe ayudar a comprender las intenciones que me han guiado en esta iniciativa, a mí y a los organismos competentes de la Santa Sede. Espero contribuir de este modo a la paz en la Iglesia.
Una contrariedad para mí imprevisible fue el hecho de que el caso Williamson se sobrepusiera a la remisión de la excomunión. El gesto discreto de misericordia hacia los cuatro Obispos, ordenados válidamente pero no legítimamente, apareció de manera inesperada como algo totalmente diverso: como la negación de la reconciliación entre cristianos y judíos y, por tanto, como la revocación de lo que en esta materia el Concilio había aclarado para el camino de la Iglesia. Una invitación a la reconciliación con un grupo eclesial implicado en un proceso de separación, se transformó así en su contrario: un aparente volver atrás respecto a todos los pasos de reconciliación entre los cristianos y judíos que se han dado a partir del Concilio, pasos compartidos y promovidos desde el inicio como un objetivo de mi trabajo personal teológico. Que esta superposición de dos procesos contrapuestos haya sucedido y, durante un tiempo haya enturbiado la paz entre cristianos y judíos, así como también la paz dentro de la Iglesia, es algo que sólo puedo lamentar profundamente. Me han dicho que seguir con atención las noticias accesibles por Internet habría dado la posibilidad de conocer tempestivamente el problema. De ello saco la lección de que, en el futuro, en la Santa Sede deberemos prestar más atención a esta fuente de noticias. Me ha entristecido el hecho de que también los católicos, que en el fondo hubieran podido saber mejor cómo están las cosas, hayan pensado deberme herir con una hostilidad dispuesta al ataque. Justamente por esto doy gracias a los amigos judíos que han ayudado a deshacer rápidamente el malentendido y a restablecer la atmósfera de amistad y confianza que, como en el tiempo del Papa Juan Pablo II, también ha habido durante todo el período de mi Pontificado y, gracias a Dios, sigue habiendo.
Otro desacierto, del cual me lamento sinceramente, consiste en el hecho de que el alcance y los límites de la iniciativa del 21 de enero de 2009 no se hayan ilustrado de modo suficientemente claro en el momento de su publicación. La excomunión afecta a las personas, no a las instituciones. Una ordenación episcopal sin el mandato pontificio significa el peligro de un cisma, porque cuestiona la unidad del colegio episcopal con el Papa. Por esto, la Iglesia debe reaccionar con la sanción más dura, la excomunión, con el fin de llamar a las personas sancionadas de este modo al arrepentimiento y a la vuelta a la unidad. Por desgracia, veinte años después de la ordenación, este objetivo no se ha alcanzado todavía. La remisión de la excomunión tiende al mismo fin al que sirve la sanción: invitar una vez más a los cuatro Obispos al retorno. Este gesto era posible después de que los interesados reconocieran en línea de principio al Papa y su potestad de Pastor, a pesar de las reservas sobre la obediencia a su autoridad doctrinal y a la del Concilio. Con esto vuelvo a la distinción entre persona e institución. La remisión de la excomunión ha sido un procedimiento en el ámbito de la disciplina eclesiástica: las personas venían liberadas del peso de conciencia provocado por la sanción eclesiástica más grave. Hay que distinguir este ámbito disciplinar del ámbito doctrinal. El hecho de que la Fraternidad San Pío X no posea una posición canónica en la Iglesia, no se basa al fin y al cabo en razones disciplinares sino doctrinales. Hasta que la Fraternidad non tenga una posición canónica en la Iglesia, tampoco sus ministros ejercen ministerios legítimos en la Iglesia. Por tanto, es preciso distinguir entre el plano disciplinar, que concierne a las personas en cuanto tales, y el plano doctrinal, en el que entran en juego el ministerio y la institución. Para precisarlo una vez más: hasta que las cuestiones relativas a la doctrina no se aclaren, la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia.
A la luz de esta situación, tengo la intención de asociar próximamente la Pontificia Comisión "Ecclesia Dei", institución competente desde 1988 para esas comunidades y personas que, proviniendo de la Fraternidad San Pío X o de agrupaciones similares, quieren regresar a la plena comunión con el Papa, con la Congregación para la Doctrina de la Fe. Con esto se aclara que los problemas que deben ser tratados ahora son de naturaleza esencialmente doctrinal, y se refieren sobre todo a la aceptación del Concilio Vaticano II y del magisterio postconciliar de los Papas. Los organismos colegiales con los cuales la Congregación estudia las cuestiones que se presentan (especialmente la habitual reunión de los Cardenales el miércoles y la Plenaria anual o bienal) garantizan la implicación de los Prefectos de varias Congregaciones romanas y de los representantes del Episcopado mundial en las decisiones que se hayan de tomar. No se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia al año 1962, lo cual debe quedar bien claro a la Fraternidad. Pero a algunos de los que se muestran como grandes defensores del Concilio se les debe recordar también que el Vaticano II lleva consigo toda la historia doctrinal de la Iglesia. Quien quiere ser obediente al Concilio, debe aceptar la fe profesada en el curso de los siglos y no puede cortar las raíces de las que el árbol vive.
Espero, queridos Hermanos, que con esto quede claro el significado positivo, como también sus límites, de la iniciativa del 21 de enero de 2009. Sin embargo, queda ahora la cuestión: ¿Era necesaria tal iniciativa? ¿Constituía realmente una prioridad? ¿No hay cosas mucho más importantes? Ciertamente hay cosas más importantes y urgentes. Creo haber señalado las prioridades de mi Pontificado en los discursos que pronuncié en sus comienzos. Lo que dije entonces sigue siendo de manera inalterable mi línea directiva. La primera prioridad para el Sucesor de Pedro fue fijada por el Señor en el Cenáculo de manera inequívoca: "Tú... confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). El mismo Pedro formuló de modo nuevo esta prioridad en su primera Carta: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1 Pe 3,15). En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto.
Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo. De esto se deriva, como consecuencia lógica, que debemos tener muy presente la unidad de los creyentes. En efecto, su discordia, su contraposición interna, pone en duda la credibilidad de su hablar de Dios. Por eso, el esfuerzo con miras al testimonio común de fe de los cristianos -al ecumenismo- está incluido en la prioridad suprema. A esto se añade la necesidad de que todos los que creen en Dios busquen juntos la paz, intenten acercarse unos a otros, para caminar juntos, incluso en la diversidad de su imagen de Dios, hacia la fuente de la Luz. En esto consiste el diálogo interreligioso. Quien anuncia a Dios como Amor "hasta el extremo" debe dar testimonio del amor. Dedicarse con amor a los que sufren, rechazar el odio y la enemistad, es la dimensión social de la fe cristiana, de la que hablé en la Encíclica Deus caritas est.
Por tanto, si el compromiso laborioso por la fe, por la esperanza y el amor en el mundo es en estos momentos (y, de modos diversos, siempre) la auténtica prioridad para la Iglesia, entonces también forman parte de ella las reconciliaciones pequeñas y medianas. Que el humilde gesto de una mano tendida haya dado lugar a un revuelo tan grande, convirtiéndose precisamente así en lo contrario de una reconciliación, es un hecho del que debemos tomar nota. Pero ahora me pregunto: ¿Era y es realmente una equivocación, también en este caso, salir al encuentro del hermano que "tiene quejas contra ti" (cf. Mt 5,23s) y buscar la reconciliación? ¿Acaso la sociedad civil no debe intentar también prevenir las radicalizaciones y reintegrar a sus eventuales partidarios -en la medida de lo posible- en las grandes fuerzas que plasman la vida social, para evitar su segregación con todas sus consecuencias? ¿Puede ser totalmente desacertado el comprometerse en la disolución de las rigideces y restricciones, para dar espacio a lo que haya de positivo y recuperable para el conjunto? Yo mismo he visto en los años posteriores a 1988 cómo, mediante el regreso de comunidades separadas anteriormente de Roma, ha cambiado su clima interior; cómo el regreso a la gran y amplia Iglesia común ha hecho superar posiciones unilaterales y ablandado rigideces, de modo que luego han surgido fuerzas positivas para el conjunto. ¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? Pienso por ejemplo en los 491 sacerdotes. No podemos conocer la trama de sus motivaciones. Sin embargo, creo que no se hubieran decidido por el sacerdocio si, junto a varios elementos distorsionados y enfermos, no existiera el amor por Cristo y la voluntad de anunciarlo y, con Él, al Dios vivo. ¿Podemos simplemente excluirlos, como representantes de un grupo marginal radical, de la búsqueda de la reconciliación y de la unidad? ¿Qué será de ellos luego?
Ciertamente, desde hace mucho tiempo y después una y otra vez, en esta ocasión concreta hemos escuchado de representantes de esa comunidad muchas cosas fuera de tono: soberbia y presunción, obcecaciones sobre unilateralismos, etc. Por amor a la verdad, debo añadir que he recibido también una serie de impresionantes testimonios de gratitud, en los cuales se percibía una apertura de los corazones. ¿Acaso no debe la gran Iglesia permitirse ser también generosa, siendo consciente de la envergadura que posee; en la certeza de la promesa que le ha sido confiada? ¿No debemos como buenos educadores ser capaces también de dejar de fijarnos en diversas cosas no buenas y apresurarnos a salir fuera de las estrecheces? ¿Y acaso no debemos admitir que también en el ámbito eclesial se ha dado alguna salida de tono? A veces se tiene la impresión de que nuestra sociedad tenga necesidad de un grupo al menos con el cual no tener tolerancia alguna; contra el cual pueda tranquilamente arremeter con odio. Y si alguno intenta acercársele -en este caso el Papa- también él pierde el derecho a la tolerancia y puede también ser tratado con odio, sin temor ni reservas.
Queridos Hermanos, por circunstancias fortuitas, en los días en que me vino a la mente escribir esta carta, tuve que interpretar y comentar en el Seminario Romano el texto de Ga 5,13-15. Percibí con sorpresa la inmediatez con que estas frases nos hablan del momento actual: "No una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: "Amarás al prójimo como a ti mismo". Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente". Siempre fui propenso a considerar esta frase como una de las exageraciones retóricas que a menudo se encuentran en San Pablo. Bajo ciertos aspectos puede ser también así. Pero desgraciadamente este "morder y devorar" existe también hoy en la Iglesia como expresión de una libertad mal interpretada. ¿Sorprende acaso que tampoco nosotros seamos mejores que los Gálatas? Que ¿quizás estemos amenazados por las mismas tentaciones? ¿Que debamos aprender nuevamente el justo uso de la libertad? ¿Y que una y otra vez debamos aprender la prioridad suprema: el amor? En el día en que hablé de esto en el Seminario Mayor, en Roma se celebraba la fiesta de la Virgen de la Confianza. En efecto, María nos enseña la confianza. Ella nos conduce al Hijo, del cual todos nosotros podemos fiarnos. Él nos guiará, incluso en tiempos turbulentos. De este modo, quisiera dar las gracias de corazón a todos los numerosos Obispos que en este tiempo me han dado pruebas conmovedoras de confianza y de afecto y, sobre todo, me han asegurado sus oraciones. Este agradecimiento sirve también para todos los fieles que en este tiempo me han dado prueba de su fidelidad intacta al Sucesor de San Pedro. El Señor nos proteja a todos nosotros y nos conduzca por la vía de la paz. Es un deseo que me brota espontáneo del corazón al comienzo de esta Cuaresma, que es un tiempo litúrgico particularmente favorable a la purificación interior y que nos invita a todos a mirar con esperanza renovada al horizonte luminoso de la Pascua.
Con una especial bendición apostólica me confirmo".
BXVI-CARTA/EXCOMUNION OBISPOS LEFEBVRE/... VIS 090312 (2500)
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Carta del Papa es "texto apasionado y sin precedentes" para la paz de la Iglesia, dice LOR
"Un texto apasionado y sin precedentes surgido del corazón de Benedicto XVI para contribuir a la paz en la Iglesia. Eso es la carta del Papa a los Obispos católicos sobre la remisión de la excomunión a los prelados consagrados en 1988". Así comienza el editorial de hoy del diario oficioso del Vaticano, L'Osservatore Romano (LOR).
En la nota, escrita por el Director de LOR, Giovanni Maria Vian, se explica además que la misiva del Papa no tiene "precedentes porque no hay precedentes para la tormenta desencadenada luego de la publicación de la remisión (de la excomunión) el pasado 24 de enero".
No por gusto, precisa Vian, este anuncio se hizo en la la víspera del 50º aniversario del anuncio del Concilio Vaticano II "porque la intención del Obispo de Roma –entonces confirmada pero ya de por sí evidente, como el mismo día subrayó nuestro diario– era evitar el peligro de un cisma. Con un inicial gesto de misericordia, perfectamente en línea con el Concilio y con la tradición de la Iglesia".
El editorial comenta luego cómo entre los muchos ataques que recibió el Papa Benedicto, se llegó incluso "a una deshonesta e increíble inversión del gesto papal, favorito en la difusión mediática, en una coincidencia de tiempos que ciertamente no era casual, con las afirmaciones negacionistas de la Shoah de uno de los prelados a quien el Papa ha remitido la excomunión. Afirmaciones inaceptables –y esto fue rápidamente subrayado por el diario del Papa– como inaceptables y vergonzosas son las actitudes hacia el judaísmo de algunos miembros de los grupos a los que Benedicto XVI ha tendido la mano".
La lucidez del análisis papal, prosigue Vian, "no evita cuestiones abiertas y difíciles, como la necesidad de una atención y de una comunicación más preparada y oportuna en un contexto global en el que la información, omnipresente y sobreabundante, y continuamente expuesta a manipulaciones e instrumentalizaciones, entre las que se encuentran las llamadas filtraciones de noticias".
El Papa en la carta, precisa el editorial, afronta el corazón del asunto, es decir, el problema de los lefebvristas "con la distinción de los niveles disciplinar y doctrinal. En otras palabras, sobre el plano disciplinar Benedicto XVI ha revocado la excomunión pero sobre el doctrinal es necesario que los tradicionalistas –a quienes el Papa no les ahorra tonos severos pero confiando en la reconciliación– no congelen el magisterio de la Iglesia al de 1962", es decir, hasta antes del Concilio Vaticano II.
Finalmente, Vian explica que el Papa considera que este gesto de misericordia para con los obispos lefebvristas era una prioridad "porque en un mundo en el que la flama de la fe está en riesgo de extinguirse la prioridad es la de conducir a los hombres hacia el Dios que ha hablado en el Sinaí y se ha manifestado en Jesús. Un Dios que parece desaparecer del horizonte humano y que solo el testimonio de unidad de los creyentes hace creíble".
En la nota, escrita por el Director de LOR, Giovanni Maria Vian, se explica además que la misiva del Papa no tiene "precedentes porque no hay precedentes para la tormenta desencadenada luego de la publicación de la remisión (de la excomunión) el pasado 24 de enero".
No por gusto, precisa Vian, este anuncio se hizo en la la víspera del 50º aniversario del anuncio del Concilio Vaticano II "porque la intención del Obispo de Roma –entonces confirmada pero ya de por sí evidente, como el mismo día subrayó nuestro diario– era evitar el peligro de un cisma. Con un inicial gesto de misericordia, perfectamente en línea con el Concilio y con la tradición de la Iglesia".
El editorial comenta luego cómo entre los muchos ataques que recibió el Papa Benedicto, se llegó incluso "a una deshonesta e increíble inversión del gesto papal, favorito en la difusión mediática, en una coincidencia de tiempos que ciertamente no era casual, con las afirmaciones negacionistas de la Shoah de uno de los prelados a quien el Papa ha remitido la excomunión. Afirmaciones inaceptables –y esto fue rápidamente subrayado por el diario del Papa– como inaceptables y vergonzosas son las actitudes hacia el judaísmo de algunos miembros de los grupos a los que Benedicto XVI ha tendido la mano".
La lucidez del análisis papal, prosigue Vian, "no evita cuestiones abiertas y difíciles, como la necesidad de una atención y de una comunicación más preparada y oportuna en un contexto global en el que la información, omnipresente y sobreabundante, y continuamente expuesta a manipulaciones e instrumentalizaciones, entre las que se encuentran las llamadas filtraciones de noticias".
El Papa en la carta, precisa el editorial, afronta el corazón del asunto, es decir, el problema de los lefebvristas "con la distinción de los niveles disciplinar y doctrinal. En otras palabras, sobre el plano disciplinar Benedicto XVI ha revocado la excomunión pero sobre el doctrinal es necesario que los tradicionalistas –a quienes el Papa no les ahorra tonos severos pero confiando en la reconciliación– no congelen el magisterio de la Iglesia al de 1962", es decir, hasta antes del Concilio Vaticano II.
Finalmente, Vian explica que el Papa considera que este gesto de misericordia para con los obispos lefebvristas era una prioridad "porque en un mundo en el que la flama de la fe está en riesgo de extinguirse la prioridad es la de conducir a los hombres hacia el Dios que ha hablado en el Sinaí y se ha manifestado en Jesús. Un Dios que parece desaparecer del horizonte humano y que solo el testimonio de unidad de los creyentes hace creíble".
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PADRE LOMBARDI: PAPA SE SIENTE INTERPELADO COMO PASTOR
CIUDAD DEL VATICANO, 12 MAR 2009 (VIS).-En una nota explicativa de la Carta del Santo Padre a los obispos de la Iglesia católica sobre la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el arzobispo Lefebvre, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, padre Federico Lombardi, S.I., escribe que se trata de "un documento poco habitual y digno de la máxima atención" porque "nunca antes durante su pontificado Benedicto XVI se había expresado de una forma tan personal e intensa sobre un argumento discutido".
"El Papa ha vivido el caso del gesto de remisión de la excomunión y de las reacciones que ha suscitado con evidente participación y sufrimiento" y se ha sentido "en la obligación de intervenir para "contribuir a la paz de la Iglesia" que ve turbada".
"Con la lucidez y la humildad que le son propias reconoce los límites y los errores que han influido negativamente en el caso y con gran nobleza no descarga la responsabilidad sobre los demás, manifestándose solidario con sus colaboradores. Habla de información insuficiente a propósito del caso Williamson y de escasa claridad en la presentación del procedimiento de remisión de la excomunión y de su significado".
El caso Williamson, "afortunadamente ya superado, ofrece al Papa la ocasión de recordar con orgullo que compartir y promover todos los pasos" para la reconciliación con los judíos "a partir del Concilio fueron desde el principio un objetivo personal de su labor teológica".
Pero ante todo, el Santo Padre quiere "aclarar la naturaleza, el significado, las intenciones del procedimiento de remisión de la excomunión y explica que si la excomunión era un castigo para las personas que habían llevado a cabo una acción que ponía en peligro la unidad de la Iglesia al no reconocer la autoridad del Papa, ahora, después de que esas personas la habían reconocido, la remisión es una cálida invitación a su regreso a la unidad".
"Benedicto XVI se siente interpelado profundamente en su responsabilidad de pastor de la Iglesia universal y cree que tiene que aclarar sin incertidumbre a sus hermanos en el episcopado (...) las prioridades y el espíritu con que desempeña su servicio: (...) Llevar a los seres humanos a Dios, Dios revelado en la Biblia y en Cristo; la unidad de los cristianos; el diálogo entre los creyentes en Dios al servicio de la paz; el testimonio de la caridad en la dimensión social de la vida cristiana".
"El Papa (...) invita a sus interlocutores a una reflexión personal y eclesial comprometida: la paradoja de que de un gesto que quería ser de misericordia y reconciliación haya nacido una situación de tensiones agudas obliga a interrogarse para apurar qué actitud espiritual se ha manifestado en este caso".
Animado por "una vivísima preocupación por la unidad", Benedicto XVI "no pierde el realismo crítico porque recuerda los graves defectos de tantas expresiones de los tradicionalistas, pero reserva el mismo realismo crítico a los miembros de la Iglesia y de la sociedad que parecen oponerse con intransigencia a cualquier esfuerzo de reconciliación o incluso de mero reconocimiento de elementos positivos en el otro".
La carta termina "con una invitación apasionada al amor como prioridad absoluta para el cristiano y con un deseo profundo de paz para la comunidad de la Iglesia".
OP/CARTA OBISPOS/LOMBARDI VIS 090312 (560)
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lunes, 9 de marzo de 2009
Oración por la Mujer
Gracias, Dios Padre Bueno, por el amor que nos tienes;
porque nos has creado a tu imagen y semejanza
en la condición de varón y mujer;
para que, reconociéndonos diferentes,
busquemos complementarnos:
el varón como apoyo de la mujer
y la mujer como apoyo del varón.
Gracias, Padre Bueno, por la mujer y su misión en la comunidad humana.
Te pedimos por la mujer que es hija:
que sea acogida y amada por sus padres,
tratada con ternura y delicadeza.
Te pedimos por la mujer que es hermana:
que sea respetada y defendida por sus hermanos.
Te pedimos por la mujer que es esposa:
que sea reconocida, valorada y ayudada por su esposo,
compañero fiel en la vida conyugal;
que ella se respete y se dé a respetar,
para vivir ambos la comunión de corazones y anhelos
que se prolongan en la fecundidad de una nueva vida humana,
participando así en la máxima obra de la creación: el ser humano.
Te pedimos por la mujer que es madre:
que reconozca en la maternidad el florecimiento de su feminidad.
Creada para la relación,
sea sensible, tierna y abnegada en la educación de cada hijo;
con la dulzura y la fortaleza,
la serenidad y la valentía,
la fe y la esperanza
que van forjando la persona, el ciudadano, el hijo de Dios.
Te pedimos por las mujeres buenas y generosas
que han entregado su vida para realizar la nuestra.
Te pedimos por las mujeres que se sienten solas,
por las que no encuentran sentido a su vida;
por las marginadas y usadas como objeto de placer y de consumo;
por las que han sido maltratadas y asesinadas.
Te pedimos, Padre Bueno, por todos nosotros,
varones o mujeres;
que nos sepamos comprender, valorar y ayudar mutuamente,
para que en la relación, amable y positiva,
colaboremos juntos al servicio de la familia y de la vida.
Te lo pedimos por intercesión de la siempre Virgen María de Guadalupe,
Mujer, Esposa y Madre Buena,
llena de fe humilde y valiente,
que nos acompaña, sostiene y conduce
a tu Hijo Cristo Jesús,
el cual vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Autor:
+ Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de Matehuala, Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Familiar
porque nos has creado a tu imagen y semejanza
en la condición de varón y mujer;
para que, reconociéndonos diferentes,
busquemos complementarnos:
el varón como apoyo de la mujer
y la mujer como apoyo del varón.
Gracias, Padre Bueno, por la mujer y su misión en la comunidad humana.
Te pedimos por la mujer que es hija:
que sea acogida y amada por sus padres,
tratada con ternura y delicadeza.
Te pedimos por la mujer que es hermana:
que sea respetada y defendida por sus hermanos.
Te pedimos por la mujer que es esposa:
que sea reconocida, valorada y ayudada por su esposo,
compañero fiel en la vida conyugal;
que ella se respete y se dé a respetar,
para vivir ambos la comunión de corazones y anhelos
que se prolongan en la fecundidad de una nueva vida humana,
participando así en la máxima obra de la creación: el ser humano.
Te pedimos por la mujer que es madre:
que reconozca en la maternidad el florecimiento de su feminidad.
Creada para la relación,
sea sensible, tierna y abnegada en la educación de cada hijo;
con la dulzura y la fortaleza,
la serenidad y la valentía,
la fe y la esperanza
que van forjando la persona, el ciudadano, el hijo de Dios.
Te pedimos por las mujeres buenas y generosas
que han entregado su vida para realizar la nuestra.
Te pedimos por las mujeres que se sienten solas,
por las que no encuentran sentido a su vida;
por las marginadas y usadas como objeto de placer y de consumo;
por las que han sido maltratadas y asesinadas.
Te pedimos, Padre Bueno, por todos nosotros,
varones o mujeres;
que nos sepamos comprender, valorar y ayudar mutuamente,
para que en la relación, amable y positiva,
colaboremos juntos al servicio de la familia y de la vida.
Te lo pedimos por intercesión de la siempre Virgen María de Guadalupe,
Mujer, Esposa y Madre Buena,
llena de fe humilde y valiente,
que nos acompaña, sostiene y conduce
a tu Hijo Cristo Jesús,
el cual vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Autor:
+ Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de Matehuala, Presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Familiar
Etiquetas:
Mons. Rodrigo Aguilar Martínez,
Obispo de Matehuala
Carta a las mujeres. Carta del Papa Juan Pablo II , 1995, con motivo de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Pekín
A vosotras, mujeres del mundo entero, os doy mi más cordial saludo:
1. A cada una de vosotras dirijo esta carta con el objeto de compartir y manifestar gratitud, en la proximidad de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, que tendrá lugar en Pekín el próximo mes de septiembre.
La Iglesia quiere ofrecer también su contribución en defensa de la dignidad, papel y derechos de las mujeres, no sólo a través de la aportación específica de la Delegación oficial de la Santa Sede a los trabajos de Pekín, sino también hablando directamente al corazón y a la mente de todas las mujeres. Ante todo deseo expresar mi vivo reconocimiento a la Organización de las Naciones Unidas, que ha promovido tan importante iniciativa. La Iglesia quiere ofrecer también su contribución en defensa de la dignidad, papel y derechos de las mujeres, no sólo a través de la aportación específica de la Delegación oficial de la Santa Sede a los trabajos de Pekín, sino también hablando directamente al corazón y a la mente de todas las mujeres. Recientemente, con ocasión de la visita que la Señora Gertrudis Mongella, Secretaria General de la Conferencia, me ha hecho precisamente con vistas a este importante encuentro, le he entregado un Mensaje en el que se recogen algunos puntos fundamentales de la enseñanza de la Iglesia al respecto. Es un mensaje que, más allá de la circunstancia específica que lo ha inspirado, se abre a la perspectiva más general de la realidad y de los problemas de las mujeres en su conjunto, poniéndose al servicio de su causa en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Por lo cual he dispuesto que se enviara a todas las Conferencias Episcopales, para asegurar su máxima difusión.
Refiriéndome a lo expuesto en dicho documento,
quiero ahora dirigirme directamente a cada mujer, para reflexionar con ella sobre sus problemas y las perspectivas de la condición femenina en nuestro tiempo, deteniéndome en particular sobre el tema esencial de la dignidad y de los derechos de las mujeres, considerados a la luz de la Palabra de Dios.
El punto de partida de este diálogo ideal no es otro que dar gracias. "La Iglesia -- escribía en la Carta apostólica Mulieris dignitatem -- desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el ‘misterio de la mujer´ y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las ‘maravillas de Dios´, que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella" (n. 31).
2. Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad.
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del "misterio", a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta "esponsal", que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
3. Pero dar gracias no basta, lo sé.
Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud.
Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. No sería ciertamente fácil señalar responsabilidades precisas, considerando la fuerza de las sedimentaciones culturales que, a lo largo de los siglos, han plasmado mentalidades e instituciones. Pero si en esto no han faltado, especialmente en determinados contextos históricos, responsabilidades objetivas incluso en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento sinceramente. Que este sentimiento se convierta para toda la Iglesia en un compromiso de renovada fidelidad a la inspiración evangélica, que precisamente sobre el tema de la liberación de la mujer de toda forma de abuso y de dominio tiene un mensaje de perenne actualidad, el cual brota de la actitud misma de Cristo. El, superando las normas vigentes en la cultura de su tiempo, tuvo en relación con las mujeres una actitud de apertura, de respeto, de acogida y de ternura. De este modo honraba en la mujer la dignidad que tiene desde siempre, en el proyecto y en el amor de Dios. Mirando hacia El, al final de este segundo milenio, resulta espontáneo preguntarse: ¿qué parte de su mensaje ha sido comprendido y llevado a término?
Ciertamente, es la hora de mirar con la valentía de la memoria, y reconociendo sinceramente las responsabilidades, la larga historia de la humanidad, a la que las mujeres han contribuido no menos que los hombres, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante más adversas. Pienso, en particular, en las mujeres que han amado la cultura y el arte, y se han dedicado a ello partiendo con desventaja, excluidas a menudo de una educación igual, expuestas a la infravaloración, al desconocimiento e incluso al despojo de su aportación intelectual. Por desgracia, de la múltiple actividad de las mujeres en la historia ha quedado muy poco que se pueda recuperar con los instrumentos de la historiografía científica. Por suerte, aunque el tiempo haya enterrado sus huellas documentales, sin embargo se percibe su influjo benéfico en la linfa vital que conforma el ser de las generaciones que se han sucedido hasta nosotros. Respecto a esta grande e inmensa " tradición " femenina, la humanidad tiene una deuda incalculable.
¡Cuántas mujeres han sido y son todavía más tenidas en cuenta por su aspecto físico que por su competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, riqueza de su sensibilidad y en definitiva por la dignidad misma de su ser!
4. ¿Y qué decir también de los obstáculos que, en tantas partes del mundo, impiden aún a las mujeres su plena inserción en la vida social, política y económica? Baste pensar en cómo a menudo es penalizado, más que gratificado, el don de la maternidad, al que la humanidad debe también su misma supervivencia. Ciertamente, aún queda mucho por hacer para que el ser mujer y madre no comporte una discriminación. Es urgente alcanzar en todas partes la efectiva igualdad de los derechos de la persona y por tanto igualdad de salario respecto a igualdad de trabajo, tutela de la trabajadora-madre, justas promociones en la carrera, igualdad de los esposos en el derecho de familia, reconocimiento de todo lo que va unido a los derechos y deberes del ciudadano en un régimen democrático.
Se trata de un acto de justicia, pero también de una necesidad. Los graves problemas sobre la mesa, en la política del futuro, verán a la mujer comprometida cada vez más: tiempo libre, calidad de la vida, migraciones, servicios sociales, eutanasia, droga, sanidad y asistencia, ecología, etc. Para todos estos campos será preciosa una mayor presencia social de la mujer, porque contribuirá a manifestar las contradicciones de una sociedad organizada sobre puros criterios de eficiencia y productividad, y obligará a replantear los sistemas en favor de los procesos de humanización que configuran la "civilización del amor".
5. Mirando también uno de los aspectos más delicados de la situación femenina en el mundo, ¿cómo no recordar la larga y humillante historia -- a menudo "subterránea" -- de abusos cometidos contra las mujeres en el campo de la sexualidad? A las puertas del tercer milenio no podemos permanecer impasibles y resignados ante este fenómeno. Es hora de condenar con determinación, empleando los medios legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia sexual que con frecuencia tienen por objeto a las mujeres. En nombre del respeto de la persona no podemos además no denunciar la difundida cultura hedonística y comercial que promueve la explotación sistemática de la sexualidad, induciendo a chicas incluso de muy joven edad a caer en los ambientes de la corrupción y hacer un uso mercenario de su cuerpo.
Ante estas perversiones, cuánto reconocimiento merecen en cambio las mujeres que, con amor heroico por su criatura, llevan a término un embarazo derivado de la injusticia de relaciones sexuales impuestas con la fuerza; y esto no sólo en el conjunto de las atrocidades que por desgracia tienen lugar en contextos de guerra todavía tan frecuentes en el mundo, sino también en situaciones de bienestar y de paz, viciadas a menudo por una cultura de permisivismo hedonístico, en que prosperan también más fácilmente tendencias de machismo agresivo. En semejantes condiciones, la opción del aborto, que es siempre un pecado grave, antes de ser una responsabilidad de las mujeres, es un crimen imputable al hombre y a la complicidad del ambiente que lo rodea.
6. Mi "gratitud" a las mujeres se convierte pues en una llamada apremiante, a fin de que por parte de todos, y en particular por parte de los Estados y de las instituciones internacionales, se haga lo necesario para devolver a las mujeres el pleno respeto de su dignidad y de su papel.
A este propósito expreso mi admiración hacia las mujeres de buena voluntad que se han dedicado a defender la dignidad de su condición femenina mediante la conquista de fundamentales derechos sociales, económicos y políticos, y han tomado esta valiente iniciativa en tiempos en que este compromiso suyo era considerado un acto de transgresión, un signo de falta de femineidad, una manifestación de exhibicionismo, y tal vez un pecado.
Como expuse en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, mirando este gran proceso de liberación de la mujer, se puede decir que "ha sido un camino difícil y complicado y, alguna vez, no exento de errores, aunque sustancialmente positivo, incluso estando todavía incompleto por tantos obstáculos que, en varias partes del mundo, se interponen a que la mujer sea reconocida, respetada y valorada en su peculiar dignidad" (n. 4).
¡Es necesario continuar en este camino! Sin embargo estoy convencido de que el secreto para recorrer libremente el camino del pleno respeto de la identidad femenina no está solamente en la denuncia, aunque necesaria, de las discriminaciones y de las injusticias, sino también y sobre todo en un eficaz e ilustrado proyecto de promoción, que contemple todos los ámbitos de la vida femenina, a partir de una renovada y universal toma de conciencia de la dignidad de la mujer. A su reconocimiento, no obstante los múltiples condicionamientos históricos, nos lleva la razón misma, que siente la Ley de Dios inscrita en el corazón de cada hombre. Pero es sobre todo la Palabra de Dios la que nos permite descubrir con claridad el radical fundamento antropológico de la dignidad de la mujer, indicándonoslo en el designio de Dios sobre la humanidad.
7. Permitidme pues, queridas hermanas, que medite de nuevo con vosotras sobre la maravillosa página bíblica que presenta la creación del ser humano, y que dice tanto sobre vuestra dignidad y misión en el mundo.
El Libro del Génesis habla de la creación de modo sintético y con lenguaje poético y simbólico, pero profundamente verdadero: "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó: varón y mujer los creó" (Gn 1, 27). La acción creadora de Dios se desarrolla según un proyecto preciso. Ante todo, se dice que el ser humano es creado "a imagen y semejanza de Dios" (cf. Gn 1, 26), expresión que aclara en seguida el carácter peculiar del ser humano en el conjunto de la obra de la creación.
Se dice además que el ser humano, desde el principio, es creado como "varón y mujer" (Gn 1, 27). La Escritura misma da la interpretación de este dato: el hombre, aun encontrándose rodeado de las innumerables criaturas del mundo visible, ve que está solo (cf. Gn 2, 20). Dios interviene para hacerlo salir de tal situación de soledad: "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada" (Gn 2, 18). En la creación de la mujer está inscrito, pues, desde el inicio el principio de la ayuda: ayuda —mírese bien— no unilateral, sino recíproca. La mujer es el complemento del hombre, como el hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí complementarios. La femineidad realiza lo "humano" tanto como la masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria.
Cuando el Génesis habla de "ayuda", no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser. Femineidad y masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo "masculino" y de lo "femenino" lo "humano" se realiza plenamente.
8. Después de crear al ser humano varón y mujer, Dios dice a ambos: "Llenad la tierra y sometedla" (Gn 1, 28). No les da sólo el poder de procrear para perpetuar en el tiempo el género humano, sino que les entrega también la tierra como tarea, comprometiéndolos a administrar sus recursos con responsabilidad. El ser humano, ser racional y libre, está llamado a transformar la faz de la tierra. En este encargo, que esencialmente es obra de cultura, tanto el hombre como la mujer tienen desde el principio igual responsabilidad. En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la "unidad de los dos", o sea una "unidualidad" relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante.
A esta "unidad de los dos" confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la historia.
Si durante el Año internacional de la Familia, celebrado en 1994, se puso la atención sobre la mujer como madre, la Conferencia de Pekín es la ocasión propicia para una nueva toma de conciencia de la múltiple aportación que la mujer ofrece a la vida de todas las sociedades y naciones. Es una aportación, ante todo, de naturaleza espiritual y cultural, pero también socio-política y económica. ¡Es mucho verdaderamente lo que deben a la aportación de la mujer los diversos sectores de la sociedad, los Estados, las culturas nacionales y, en definitiva, el progreso de todo el genero humano
9. Normalmente el progreso se valora según categorías científicas y técnicas, y también desde este punto de vista no falta la aportación de la mujer. Sin embargo, no es ésta la única dimensión del progreso, es más, ni siquiera es la principal. Más importante es la dimensión ética y social, que afecta a las relaciones humanas y a los valores del espíritu: en esta dimensión, desarrollada a menudo sin clamor, a partir de las relaciones cotidianas entre las personas, especialmente dentro de la familia, la sociedad es en gran parte deudora precisamente al "genio de la mujer".
A este respecto, quiero manifestar una particular gratitud a las mujeres comprometidas en los más diversos sectores de la actividad educativa, fuera de la familia: asilos, escuelas, universidades, instituciones asistenciales, parroquias, asociaciones y movimientos. Donde se da la exigencia de un trabajo formativo se puede constatar la inmensa disponibilidad de las mujeres a dedicarse a las relaciones humanas, especialmente en favor de los más débiles e indefensos. En este cometido manifiestan una forma de maternidad afectiva, cultural y espiritual, de un valor verdaderamente inestimable, por la influencia que tiene en el desarrollo de la persona y en el futuro de la sociedad.
¿Cómo no recordar aquí el testimonio de tantas mujeres católicas y de tantas Congregaciones religiosas femeninas que, en los diversos continentes, han hecho de la educación, especialmente de los niños y de las niñas, su principal servicio? ¿Cómo no mirar con gratitud a todas las mujeres que han trabajado y siguen trabajando en el campo de la salud, no sólo en el ámbito de las instituciones sanitarias mejor organizadas, sino a menudo en circunstancias muy precarias, en los Países más pobres del mundo, dando un testimonio de disponibilidad que a veces roza el martirio?
10. Deseo pues, queridas hermanas, que se reflexione con mucha atención sobre el tema del "genio de la mujer", no sólo para reconocer los caracteres que en el mismo hay de un preciso proyecto de Dios que ha de ser acogido y respetado, sino también para darle un mayor espacio en el conjunto de la vida social así como en la eclesial. Precisamente sobre este tema, ya tratado con ocasión del Año Mariano, tuve oportunidad de ocuparme ampliamente en la citada Carta apostólica Mulieris dignitatem, publicada en 1988. Este año, además, con ocasión del Jueves Santo, a la tradicional Carta que envío a los sacerdotes he querido agregar idealmente la Mulieris dignitatem, invitándoles a reflexionar sobre el significativo papel que la mujer tiene en sus vidas como madre, como hermana y como colaboradora en las obras apostólicas. Es ésta otra dimensión, —diversa de la conyugal, pero asimismo importante— de aquella "ayuda" que la mujer, según el Génesis, está llamada a ofrecer al hombre.
La Iglesia ve en María la máxima expresión del "genio femenino" y encuentra en Ella una fuente de continua inspiración.
María se ha autodefinido "esclava del Señor" (Lc 1, 38). Por su obediencia a la Palabra de Dios Ella ha acogido su vocación privilegiada, nada fácil, de esposa y de madre en la familia de Nazaret. Poniéndose al servicio de Dios, ha estado también al servicio de los hombres: un servicio de amor. Precisamente este servicio le ha permitido realizar en su vida la experiencia de un misterioso, pero auténtico "reinar". No es por casualidad que se la invoca como "Reina del cielo y de la tierra". Con este título la invoca toda la comunidad de los creyentes, la invocan como "Reina" muchos pueblos y naciones. ¡Su "reinar" es servir! ¡Su servir es "reinar"!
De este modo debería entenderse la autoridad, tanto en la familia como en la sociedad y en la Iglesia. El "reinar" es la revelación de la vocación fundamental del ser humano, creado a "imagen" de Aquel que es el Señor del cielo y de la tierra, llamado a ser en Cristo su hijo adoptivo. El hombre es la única criatura sobre la tierra que "Dios ha amado por sí misma", como enseña el Concilio Vaticano II, el cual añade significativamente que el hombre "no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo" (Gaudium et spes, 24).
En esto consiste el "reinar" materno de María. Siendo, con todo su ser, un don para el Hijo, es un don también para los hijos e hijas de todo el género humano, suscitando profunda confianza en quien se dirige a Ella para ser guiado por los difíciles caminos de la vida al propio y definitivo destino trascendente. A esta meta final llega cada uno a través de las etapas de la propia vocación, una meta que orienta el compromiso en el tiempo tanto del hombre como de la mujer.
11. En este horizonte de "servicio" -- que, si se realiza con libertad, reciprocidad y amor, expresa la verdadera "realeza" del ser humano -- es posible acoger también, sin desventajas para la mujer, una cierta diversidad de papeles, en la medida en que tal diversidad no es fruto de imposición arbitraria, sino que mana del carácter peculiar del ser masculino y femenino.
Es un tema que tiene su aplicación específica incluso dentro de la Iglesia. Si Cristo -- con una elección libre y soberana, atestiguada por el Evangelio y la constante tradición eclesial -- ha confiado solamente a los varones la tarea de ser "icono" de su rostro de "pastor" y de "esposo" de la Iglesia a través del ejercicio del sacerdocio ministerial, esto no quita nada al papel de la mujer, así como al de los demás miembros de la Iglesia que no han recibido el orden sagrado, siendo por lo demás todos igualmente dotados de la dignidad propia del "sacerdocio común", fundamentado en el Bautismo. En efecto, estas distinciones de papel no deben interpretarse a la luz de los cánones de funcionamiento propios de las sociedades humanas, sino con los criterios específicos de la economía sacramental, o sea, la economía de "signos" elegidos libremente por Dios para hacerse presente en medio de los hombres.
Por otra parte, precisamente en la línea de esta economía de signos, incluso fuera del ámbito sacramental, hay que tener en cuenta la "femineidad" vivida según el modelo sublime de María. En efecto, en la "femineidad" de la mujer creyente, y particularmente en el de la "consagrada", se da una especie de "profecía" inmanente (cf. Mulieris dignitatem, 29), un simbolismo muy evocador, podría decirse un fecundo "carácter de icono", que se realiza plenamente en María y expresa muy bien el ser mismo de la Iglesia como comunidad consagrada totalmente con corazón "virgen", para ser "esposa" de Cristo y "madre" de los creyentes. En esta perspectiva de complementariedad "icónica" de los papeles masculino y femenino se ponen mejor de relieve las dos dimensiones imprescindibles de la Iglesia: el principio "mariano" y el "apostólico-petrino" (cf. ibid., 27).
Por otra parte -- lo recordaba a los sacerdotes en la citada Carta del Jueves Santo de este año -- el sacerdocio ministerial, en el plan de Cristo "no es expresión de dominio, sino de servicio" (n. 7). Es deber urgente de la Iglesia, en su renovación diaria a la luz de la Palabra de Dios, evidenciar esto cada vez más, tanto en el desarrollo del espíritu de comunión y en la atenta promoción de todos los medios típicamente eclesiales de participación, como a través del respeto y valoración de los innumerables carismas personales y comunitarios que el Espíritu de Dios suscita para la edificación de la comunidad cristiana y el servicio a los hombres.
En este amplio ámbito de servicio, la historia de la Iglesia en estos dos milenios, a pesar de tantos condicionamientos, ha conocido verdaderamente el "genio de la mujer", habiendo visto surgir en su seno mujeres de gran talla que han dejado amplia y beneficiosa huella de sí mismas en el tiempo. Pienso en la larga serie de mártires, de santas, de místicas insignes. Pienso de modo especial en santa Catalina de Siena y en santa Teresa de Jesús, a las que el Papa Pablo VI concedió el título de Doctoras de la Iglesia. Y ¿cómo no recordar además a tantas mujeres que, movidas por la fe, han emprendido iniciativas de extraordinaria importancia social especialmente al servicio de los más pobres? En el futuro de la Iglesia en el tercer milenio no dejarán de darse ciertamente nuevas y admirables manifestaciones del "genio femenino".
12. Vosotras veis, pues, queridas hermanas, cuántos motivos tiene la Iglesia para desear que, en la próxima Conferencia, promovida por las Naciones Unidas en Pekín, se clarifique la plena verdad sobre la mujer. Que se dé verdaderamente su debido relieve al "genio de la mujer", teniendo en cuenta no sólo a las mujeres importantes y famosas del pasado o las contemporáneas, sino también a las sencillas, que expresan su talento femenino en el servicio de los demás en lo ordinario de cada día. En efecto, es dándose a los otros en la vida diaria como la mujer descubre la vocación profunda de su vida; ella que quizá más aún que el hombre ve al hombre, porque lo ve con el corazón. Lo ve independientemente de los diversos sistemas ideológicos y políticos. Lo ve en su grandeza y en sus límites, y trata de acercarse a él y serle de ayuda. De este modo, se realiza en la historia de la humanidad el plan fundamental del Creador e incesantemente viene a la luz, en la variedad de vocaciones, la belleza -- no solamente física, sino sobre todo espiritual -- con que Dios ha dotado desde el principio a la criatura humana y especialmente a la mujer.
Mientras confío al Señor en la oración el buen resultado de la importante reunión de Pekín, invito a las comunidades eclesiales a hacer del presente año una ocasión para una sentida acción de gracias al Creador y al Redentor del mundo precisamente por el don de un bien tan grande como es el de la femineidad: ésta, en sus múltiples expresiones, pertenece al patrimonio constitutivo de la humanidad y de la misma Iglesia.
Que María, Reina del amor, vele sobre las mujeres y sobre su misión al servicio de la humanidad, de la paz y de la extensión del Reino de Dios.
Con mi Bendición. Vaticano, 29 de junio, solemnidad de los santos Pedro y Pablo, del año 1995.
1. A cada una de vosotras dirijo esta carta con el objeto de compartir y manifestar gratitud, en la proximidad de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, que tendrá lugar en Pekín el próximo mes de septiembre.
La Iglesia quiere ofrecer también su contribución en defensa de la dignidad, papel y derechos de las mujeres, no sólo a través de la aportación específica de la Delegación oficial de la Santa Sede a los trabajos de Pekín, sino también hablando directamente al corazón y a la mente de todas las mujeres. Ante todo deseo expresar mi vivo reconocimiento a la Organización de las Naciones Unidas, que ha promovido tan importante iniciativa. La Iglesia quiere ofrecer también su contribución en defensa de la dignidad, papel y derechos de las mujeres, no sólo a través de la aportación específica de la Delegación oficial de la Santa Sede a los trabajos de Pekín, sino también hablando directamente al corazón y a la mente de todas las mujeres. Recientemente, con ocasión de la visita que la Señora Gertrudis Mongella, Secretaria General de la Conferencia, me ha hecho precisamente con vistas a este importante encuentro, le he entregado un Mensaje en el que se recogen algunos puntos fundamentales de la enseñanza de la Iglesia al respecto. Es un mensaje que, más allá de la circunstancia específica que lo ha inspirado, se abre a la perspectiva más general de la realidad y de los problemas de las mujeres en su conjunto, poniéndose al servicio de su causa en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Por lo cual he dispuesto que se enviara a todas las Conferencias Episcopales, para asegurar su máxima difusión.
Refiriéndome a lo expuesto en dicho documento,
quiero ahora dirigirme directamente a cada mujer, para reflexionar con ella sobre sus problemas y las perspectivas de la condición femenina en nuestro tiempo, deteniéndome en particular sobre el tema esencial de la dignidad y de los derechos de las mujeres, considerados a la luz de la Palabra de Dios.
El punto de partida de este diálogo ideal no es otro que dar gracias. "La Iglesia -- escribía en la Carta apostólica Mulieris dignitatem -- desea dar gracias a la Santísima Trinidad por el ‘misterio de la mujer´ y por cada mujer, por lo que constituye la medida eterna de su dignidad femenina, por las ‘maravillas de Dios´, que en la historia de la humanidad se han realizado en ella y por ella" (n. 31).
2. Dar gracias al Señor por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer en el mundo se convierte en un agradecimiento concreto y directo a las mujeres, a cada mujer, por lo que representan en la vida de la humanidad.
Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del "misterio", a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta "esponsal", que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas.
3. Pero dar gracias no basta, lo sé.
Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud.
Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. No sería ciertamente fácil señalar responsabilidades precisas, considerando la fuerza de las sedimentaciones culturales que, a lo largo de los siglos, han plasmado mentalidades e instituciones. Pero si en esto no han faltado, especialmente en determinados contextos históricos, responsabilidades objetivas incluso en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento sinceramente. Que este sentimiento se convierta para toda la Iglesia en un compromiso de renovada fidelidad a la inspiración evangélica, que precisamente sobre el tema de la liberación de la mujer de toda forma de abuso y de dominio tiene un mensaje de perenne actualidad, el cual brota de la actitud misma de Cristo. El, superando las normas vigentes en la cultura de su tiempo, tuvo en relación con las mujeres una actitud de apertura, de respeto, de acogida y de ternura. De este modo honraba en la mujer la dignidad que tiene desde siempre, en el proyecto y en el amor de Dios. Mirando hacia El, al final de este segundo milenio, resulta espontáneo preguntarse: ¿qué parte de su mensaje ha sido comprendido y llevado a término?
Ciertamente, es la hora de mirar con la valentía de la memoria, y reconociendo sinceramente las responsabilidades, la larga historia de la humanidad, a la que las mujeres han contribuido no menos que los hombres, y la mayor parte de las veces en condiciones bastante más adversas. Pienso, en particular, en las mujeres que han amado la cultura y el arte, y se han dedicado a ello partiendo con desventaja, excluidas a menudo de una educación igual, expuestas a la infravaloración, al desconocimiento e incluso al despojo de su aportación intelectual. Por desgracia, de la múltiple actividad de las mujeres en la historia ha quedado muy poco que se pueda recuperar con los instrumentos de la historiografía científica. Por suerte, aunque el tiempo haya enterrado sus huellas documentales, sin embargo se percibe su influjo benéfico en la linfa vital que conforma el ser de las generaciones que se han sucedido hasta nosotros. Respecto a esta grande e inmensa " tradición " femenina, la humanidad tiene una deuda incalculable.
¡Cuántas mujeres han sido y son todavía más tenidas en cuenta por su aspecto físico que por su competencia, profesionalidad, capacidad intelectual, riqueza de su sensibilidad y en definitiva por la dignidad misma de su ser!
4. ¿Y qué decir también de los obstáculos que, en tantas partes del mundo, impiden aún a las mujeres su plena inserción en la vida social, política y económica? Baste pensar en cómo a menudo es penalizado, más que gratificado, el don de la maternidad, al que la humanidad debe también su misma supervivencia. Ciertamente, aún queda mucho por hacer para que el ser mujer y madre no comporte una discriminación. Es urgente alcanzar en todas partes la efectiva igualdad de los derechos de la persona y por tanto igualdad de salario respecto a igualdad de trabajo, tutela de la trabajadora-madre, justas promociones en la carrera, igualdad de los esposos en el derecho de familia, reconocimiento de todo lo que va unido a los derechos y deberes del ciudadano en un régimen democrático.
Se trata de un acto de justicia, pero también de una necesidad. Los graves problemas sobre la mesa, en la política del futuro, verán a la mujer comprometida cada vez más: tiempo libre, calidad de la vida, migraciones, servicios sociales, eutanasia, droga, sanidad y asistencia, ecología, etc. Para todos estos campos será preciosa una mayor presencia social de la mujer, porque contribuirá a manifestar las contradicciones de una sociedad organizada sobre puros criterios de eficiencia y productividad, y obligará a replantear los sistemas en favor de los procesos de humanización que configuran la "civilización del amor".
5. Mirando también uno de los aspectos más delicados de la situación femenina en el mundo, ¿cómo no recordar la larga y humillante historia -- a menudo "subterránea" -- de abusos cometidos contra las mujeres en el campo de la sexualidad? A las puertas del tercer milenio no podemos permanecer impasibles y resignados ante este fenómeno. Es hora de condenar con determinación, empleando los medios legislativos apropiados de defensa, las formas de violencia sexual que con frecuencia tienen por objeto a las mujeres. En nombre del respeto de la persona no podemos además no denunciar la difundida cultura hedonística y comercial que promueve la explotación sistemática de la sexualidad, induciendo a chicas incluso de muy joven edad a caer en los ambientes de la corrupción y hacer un uso mercenario de su cuerpo.
Ante estas perversiones, cuánto reconocimiento merecen en cambio las mujeres que, con amor heroico por su criatura, llevan a término un embarazo derivado de la injusticia de relaciones sexuales impuestas con la fuerza; y esto no sólo en el conjunto de las atrocidades que por desgracia tienen lugar en contextos de guerra todavía tan frecuentes en el mundo, sino también en situaciones de bienestar y de paz, viciadas a menudo por una cultura de permisivismo hedonístico, en que prosperan también más fácilmente tendencias de machismo agresivo. En semejantes condiciones, la opción del aborto, que es siempre un pecado grave, antes de ser una responsabilidad de las mujeres, es un crimen imputable al hombre y a la complicidad del ambiente que lo rodea.
6. Mi "gratitud" a las mujeres se convierte pues en una llamada apremiante, a fin de que por parte de todos, y en particular por parte de los Estados y de las instituciones internacionales, se haga lo necesario para devolver a las mujeres el pleno respeto de su dignidad y de su papel.
A este propósito expreso mi admiración hacia las mujeres de buena voluntad que se han dedicado a defender la dignidad de su condición femenina mediante la conquista de fundamentales derechos sociales, económicos y políticos, y han tomado esta valiente iniciativa en tiempos en que este compromiso suyo era considerado un acto de transgresión, un signo de falta de femineidad, una manifestación de exhibicionismo, y tal vez un pecado.
Como expuse en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, mirando este gran proceso de liberación de la mujer, se puede decir que "ha sido un camino difícil y complicado y, alguna vez, no exento de errores, aunque sustancialmente positivo, incluso estando todavía incompleto por tantos obstáculos que, en varias partes del mundo, se interponen a que la mujer sea reconocida, respetada y valorada en su peculiar dignidad" (n. 4).
¡Es necesario continuar en este camino! Sin embargo estoy convencido de que el secreto para recorrer libremente el camino del pleno respeto de la identidad femenina no está solamente en la denuncia, aunque necesaria, de las discriminaciones y de las injusticias, sino también y sobre todo en un eficaz e ilustrado proyecto de promoción, que contemple todos los ámbitos de la vida femenina, a partir de una renovada y universal toma de conciencia de la dignidad de la mujer. A su reconocimiento, no obstante los múltiples condicionamientos históricos, nos lleva la razón misma, que siente la Ley de Dios inscrita en el corazón de cada hombre. Pero es sobre todo la Palabra de Dios la que nos permite descubrir con claridad el radical fundamento antropológico de la dignidad de la mujer, indicándonoslo en el designio de Dios sobre la humanidad.
7. Permitidme pues, queridas hermanas, que medite de nuevo con vosotras sobre la maravillosa página bíblica que presenta la creación del ser humano, y que dice tanto sobre vuestra dignidad y misión en el mundo.
El Libro del Génesis habla de la creación de modo sintético y con lenguaje poético y simbólico, pero profundamente verdadero: "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó: varón y mujer los creó" (Gn 1, 27). La acción creadora de Dios se desarrolla según un proyecto preciso. Ante todo, se dice que el ser humano es creado "a imagen y semejanza de Dios" (cf. Gn 1, 26), expresión que aclara en seguida el carácter peculiar del ser humano en el conjunto de la obra de la creación.
Se dice además que el ser humano, desde el principio, es creado como "varón y mujer" (Gn 1, 27). La Escritura misma da la interpretación de este dato: el hombre, aun encontrándose rodeado de las innumerables criaturas del mundo visible, ve que está solo (cf. Gn 2, 20). Dios interviene para hacerlo salir de tal situación de soledad: "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada" (Gn 2, 18). En la creación de la mujer está inscrito, pues, desde el inicio el principio de la ayuda: ayuda —mírese bien— no unilateral, sino recíproca. La mujer es el complemento del hombre, como el hombre es el complemento de la mujer: mujer y hombre son entre sí complementarios. La femineidad realiza lo "humano" tanto como la masculinidad, pero con una modulación diversa y complementaria.
Cuando el Génesis habla de "ayuda", no se refiere solamente al ámbito del obrar, sino también al del ser. Femineidad y masculinidad son entre sí complementarias no sólo desde el punto de vista físico y psíquico, sino ontológico. Sólo gracias a la dualidad de lo "masculino" y de lo "femenino" lo "humano" se realiza plenamente.
8. Después de crear al ser humano varón y mujer, Dios dice a ambos: "Llenad la tierra y sometedla" (Gn 1, 28). No les da sólo el poder de procrear para perpetuar en el tiempo el género humano, sino que les entrega también la tierra como tarea, comprometiéndolos a administrar sus recursos con responsabilidad. El ser humano, ser racional y libre, está llamado a transformar la faz de la tierra. En este encargo, que esencialmente es obra de cultura, tanto el hombre como la mujer tienen desde el principio igual responsabilidad. En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la "unidad de los dos", o sea una "unidualidad" relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante.
A esta "unidad de los dos" confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la historia.
Si durante el Año internacional de la Familia, celebrado en 1994, se puso la atención sobre la mujer como madre, la Conferencia de Pekín es la ocasión propicia para una nueva toma de conciencia de la múltiple aportación que la mujer ofrece a la vida de todas las sociedades y naciones. Es una aportación, ante todo, de naturaleza espiritual y cultural, pero también socio-política y económica. ¡Es mucho verdaderamente lo que deben a la aportación de la mujer los diversos sectores de la sociedad, los Estados, las culturas nacionales y, en definitiva, el progreso de todo el genero humano
9. Normalmente el progreso se valora según categorías científicas y técnicas, y también desde este punto de vista no falta la aportación de la mujer. Sin embargo, no es ésta la única dimensión del progreso, es más, ni siquiera es la principal. Más importante es la dimensión ética y social, que afecta a las relaciones humanas y a los valores del espíritu: en esta dimensión, desarrollada a menudo sin clamor, a partir de las relaciones cotidianas entre las personas, especialmente dentro de la familia, la sociedad es en gran parte deudora precisamente al "genio de la mujer".
A este respecto, quiero manifestar una particular gratitud a las mujeres comprometidas en los más diversos sectores de la actividad educativa, fuera de la familia: asilos, escuelas, universidades, instituciones asistenciales, parroquias, asociaciones y movimientos. Donde se da la exigencia de un trabajo formativo se puede constatar la inmensa disponibilidad de las mujeres a dedicarse a las relaciones humanas, especialmente en favor de los más débiles e indefensos. En este cometido manifiestan una forma de maternidad afectiva, cultural y espiritual, de un valor verdaderamente inestimable, por la influencia que tiene en el desarrollo de la persona y en el futuro de la sociedad.
¿Cómo no recordar aquí el testimonio de tantas mujeres católicas y de tantas Congregaciones religiosas femeninas que, en los diversos continentes, han hecho de la educación, especialmente de los niños y de las niñas, su principal servicio? ¿Cómo no mirar con gratitud a todas las mujeres que han trabajado y siguen trabajando en el campo de la salud, no sólo en el ámbito de las instituciones sanitarias mejor organizadas, sino a menudo en circunstancias muy precarias, en los Países más pobres del mundo, dando un testimonio de disponibilidad que a veces roza el martirio?
10. Deseo pues, queridas hermanas, que se reflexione con mucha atención sobre el tema del "genio de la mujer", no sólo para reconocer los caracteres que en el mismo hay de un preciso proyecto de Dios que ha de ser acogido y respetado, sino también para darle un mayor espacio en el conjunto de la vida social así como en la eclesial. Precisamente sobre este tema, ya tratado con ocasión del Año Mariano, tuve oportunidad de ocuparme ampliamente en la citada Carta apostólica Mulieris dignitatem, publicada en 1988. Este año, además, con ocasión del Jueves Santo, a la tradicional Carta que envío a los sacerdotes he querido agregar idealmente la Mulieris dignitatem, invitándoles a reflexionar sobre el significativo papel que la mujer tiene en sus vidas como madre, como hermana y como colaboradora en las obras apostólicas. Es ésta otra dimensión, —diversa de la conyugal, pero asimismo importante— de aquella "ayuda" que la mujer, según el Génesis, está llamada a ofrecer al hombre.
La Iglesia ve en María la máxima expresión del "genio femenino" y encuentra en Ella una fuente de continua inspiración.
María se ha autodefinido "esclava del Señor" (Lc 1, 38). Por su obediencia a la Palabra de Dios Ella ha acogido su vocación privilegiada, nada fácil, de esposa y de madre en la familia de Nazaret. Poniéndose al servicio de Dios, ha estado también al servicio de los hombres: un servicio de amor. Precisamente este servicio le ha permitido realizar en su vida la experiencia de un misterioso, pero auténtico "reinar". No es por casualidad que se la invoca como "Reina del cielo y de la tierra". Con este título la invoca toda la comunidad de los creyentes, la invocan como "Reina" muchos pueblos y naciones. ¡Su "reinar" es servir! ¡Su servir es "reinar"!
De este modo debería entenderse la autoridad, tanto en la familia como en la sociedad y en la Iglesia. El "reinar" es la revelación de la vocación fundamental del ser humano, creado a "imagen" de Aquel que es el Señor del cielo y de la tierra, llamado a ser en Cristo su hijo adoptivo. El hombre es la única criatura sobre la tierra que "Dios ha amado por sí misma", como enseña el Concilio Vaticano II, el cual añade significativamente que el hombre "no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino en la entrega sincera de sí mismo" (Gaudium et spes, 24).
En esto consiste el "reinar" materno de María. Siendo, con todo su ser, un don para el Hijo, es un don también para los hijos e hijas de todo el género humano, suscitando profunda confianza en quien se dirige a Ella para ser guiado por los difíciles caminos de la vida al propio y definitivo destino trascendente. A esta meta final llega cada uno a través de las etapas de la propia vocación, una meta que orienta el compromiso en el tiempo tanto del hombre como de la mujer.
11. En este horizonte de "servicio" -- que, si se realiza con libertad, reciprocidad y amor, expresa la verdadera "realeza" del ser humano -- es posible acoger también, sin desventajas para la mujer, una cierta diversidad de papeles, en la medida en que tal diversidad no es fruto de imposición arbitraria, sino que mana del carácter peculiar del ser masculino y femenino.
Es un tema que tiene su aplicación específica incluso dentro de la Iglesia. Si Cristo -- con una elección libre y soberana, atestiguada por el Evangelio y la constante tradición eclesial -- ha confiado solamente a los varones la tarea de ser "icono" de su rostro de "pastor" y de "esposo" de la Iglesia a través del ejercicio del sacerdocio ministerial, esto no quita nada al papel de la mujer, así como al de los demás miembros de la Iglesia que no han recibido el orden sagrado, siendo por lo demás todos igualmente dotados de la dignidad propia del "sacerdocio común", fundamentado en el Bautismo. En efecto, estas distinciones de papel no deben interpretarse a la luz de los cánones de funcionamiento propios de las sociedades humanas, sino con los criterios específicos de la economía sacramental, o sea, la economía de "signos" elegidos libremente por Dios para hacerse presente en medio de los hombres.
Por otra parte, precisamente en la línea de esta economía de signos, incluso fuera del ámbito sacramental, hay que tener en cuenta la "femineidad" vivida según el modelo sublime de María. En efecto, en la "femineidad" de la mujer creyente, y particularmente en el de la "consagrada", se da una especie de "profecía" inmanente (cf. Mulieris dignitatem, 29), un simbolismo muy evocador, podría decirse un fecundo "carácter de icono", que se realiza plenamente en María y expresa muy bien el ser mismo de la Iglesia como comunidad consagrada totalmente con corazón "virgen", para ser "esposa" de Cristo y "madre" de los creyentes. En esta perspectiva de complementariedad "icónica" de los papeles masculino y femenino se ponen mejor de relieve las dos dimensiones imprescindibles de la Iglesia: el principio "mariano" y el "apostólico-petrino" (cf. ibid., 27).
Por otra parte -- lo recordaba a los sacerdotes en la citada Carta del Jueves Santo de este año -- el sacerdocio ministerial, en el plan de Cristo "no es expresión de dominio, sino de servicio" (n. 7). Es deber urgente de la Iglesia, en su renovación diaria a la luz de la Palabra de Dios, evidenciar esto cada vez más, tanto en el desarrollo del espíritu de comunión y en la atenta promoción de todos los medios típicamente eclesiales de participación, como a través del respeto y valoración de los innumerables carismas personales y comunitarios que el Espíritu de Dios suscita para la edificación de la comunidad cristiana y el servicio a los hombres.
En este amplio ámbito de servicio, la historia de la Iglesia en estos dos milenios, a pesar de tantos condicionamientos, ha conocido verdaderamente el "genio de la mujer", habiendo visto surgir en su seno mujeres de gran talla que han dejado amplia y beneficiosa huella de sí mismas en el tiempo. Pienso en la larga serie de mártires, de santas, de místicas insignes. Pienso de modo especial en santa Catalina de Siena y en santa Teresa de Jesús, a las que el Papa Pablo VI concedió el título de Doctoras de la Iglesia. Y ¿cómo no recordar además a tantas mujeres que, movidas por la fe, han emprendido iniciativas de extraordinaria importancia social especialmente al servicio de los más pobres? En el futuro de la Iglesia en el tercer milenio no dejarán de darse ciertamente nuevas y admirables manifestaciones del "genio femenino".
12. Vosotras veis, pues, queridas hermanas, cuántos motivos tiene la Iglesia para desear que, en la próxima Conferencia, promovida por las Naciones Unidas en Pekín, se clarifique la plena verdad sobre la mujer. Que se dé verdaderamente su debido relieve al "genio de la mujer", teniendo en cuenta no sólo a las mujeres importantes y famosas del pasado o las contemporáneas, sino también a las sencillas, que expresan su talento femenino en el servicio de los demás en lo ordinario de cada día. En efecto, es dándose a los otros en la vida diaria como la mujer descubre la vocación profunda de su vida; ella que quizá más aún que el hombre ve al hombre, porque lo ve con el corazón. Lo ve independientemente de los diversos sistemas ideológicos y políticos. Lo ve en su grandeza y en sus límites, y trata de acercarse a él y serle de ayuda. De este modo, se realiza en la historia de la humanidad el plan fundamental del Creador e incesantemente viene a la luz, en la variedad de vocaciones, la belleza -- no solamente física, sino sobre todo espiritual -- con que Dios ha dotado desde el principio a la criatura humana y especialmente a la mujer.
Mientras confío al Señor en la oración el buen resultado de la importante reunión de Pekín, invito a las comunidades eclesiales a hacer del presente año una ocasión para una sentida acción de gracias al Creador y al Redentor del mundo precisamente por el don de un bien tan grande como es el de la femineidad: ésta, en sus múltiples expresiones, pertenece al patrimonio constitutivo de la humanidad y de la misma Iglesia.
Que María, Reina del amor, vele sobre las mujeres y sobre su misión al servicio de la humanidad, de la paz y de la extensión del Reino de Dios.
Con mi Bendición. Vaticano, 29 de junio, solemnidad de los santos Pedro y Pablo, del año 1995.
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Pio XII reza el Padre Nuestro (en latín)
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Mensaje de Pio XII
Escucha uno de los mensajes de Pio XII.
Texto Original en Italiano:
Da', o Signore, a coloro che soffrono persecuzione per la fede il Tuo spirito di Fortezza per unirlo indissolubilmente a Cristo e alla Sua Chiesa.
Desta nelle anime di coloro che Ti chiamano Padre la fame e la sete della giustizia sociale della carità fraterna nelle opere e nella verità.
Da' , o Signore, la pace ai nostri giorni:pace alle anime pace alle famiglie, pace alla patria, pace fra le nazioni.
Escucha el audio original
Traducción al Español:
Da oh Señor a aquellos que sufren persecución por la fe, tu espíritu de Fortaleza para unirlo indisuloblemente a Cristo y a su Iglesia.
Despierta en las almas de aquellos que te llaman Padre el hambre y la sed de la justicia social, de la caridad fraterna en los hechos y en la verdad.
Da oh Señor, la paz a nuestros días, paz a las almas, paz a las familias, paz a la patria, paz entre las naciones.
miércoles, 4 de marzo de 2009
A 70 años de la Elección de Pio XII
El 2 de Marzo de 1939 el Cardenal Camilo Caccia Dominioni anunció la elección del Cardenal Eugenio Pacelli como Pio XII. Escucha el audio original
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lunes, 2 de marzo de 2009
Estadísticas de la Iglesia. Presentado al Papa Benedicto XVI el Anuario Pontificio 2009
VATICANO, 28 Feb. 09 / 07:11 am (ACI)
Esta mañana en el Vaticano, el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Tarcisio Bertone, y el Sustituto de la Secretaría de Estado para los Asuntos Generales, Mons. Fernando Filoni, presentaron al Papa Benedicto XVI el Anuario Pontificio 2009, documento en el que se registran los números oficiales de obispos, sacerdotes, diácono y fieles, entre otras informaciones, que hacen parte de las estadísticas generales de la Iglesia en las 2 936 circunscripciones eclesiásticas del planeta.
En 2008, 169 obispos fueron nombrados por el Santo Padre. En este anuario se precisa además que la población católica en el mundo llega en los últimos dos años al 17,3 por ciento de la población total; lo que equivale a un crecimiento de 1,4 por ciento anual. En 2007 los católicos llegaban a 1 141 millones, mientras que en 2006 el número era de 1 131 millones.
El número total de obispos pasó, de 2006 a 2007, de 4 898 a 4 946, con un aumento del 1 por ciento. El continente con mayor incremento ha sido el de Oceanía (4,7 por ciento), seguido de África (3 por ciento) y Asia (1,7 por ciento), mientras que en Europa el crecimiento episcopal llegó a 0,8 por ciento. Mientras que en América la tasa fue negativa: -0,1 por ciento.
Asimismo, el Anuario precisa que el número de sacerdotes continúa en un moderado ascenso que se iniciara en el año 2000. En estos últimos 8 años, los sacerdotes pasaron de 405 178 en el año 2000 a 407 262 en 2006, y luego a 408 024 en 2007. Del mismo modo, el número de diáconos permanentes creció ligeramente de 34 520 en 2006 a 35 942 en 2007.
A nivel global, el número de candidatos al sacerdocio ha aumentado ligeramente, pasando de 115 480 en 2006 a 115 919 en 2007, con un incremento de 0,4 por ciento. Mientras que África y Asia han registrado un crecimiento interesante, Europa y América han registrado una disminución de 2,1 y 1 por ciento, respectivamente.
La redacción de este Anuario estuvo supervisada por Mons. Vittorio Formenti, encargado de la Oficina Central de Estadísticas de la Iglesia, por el profesor Enrico Nenna y otros colaboradores de la misma oficina. Asimismo, el trabajo de imprenta estuvo supervisado por el P. Pietro Migliasso, Antonio Maggiotto y Giuseppe Canesso, respectivamente Director General, Director Comercial y Director Técnico de la Tipografía Vaticana. Este volumen estará próximamente a la venta en las librerías.
Esta mañana en el Vaticano, el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Tarcisio Bertone, y el Sustituto de la Secretaría de Estado para los Asuntos Generales, Mons. Fernando Filoni, presentaron al Papa Benedicto XVI el Anuario Pontificio 2009, documento en el que se registran los números oficiales de obispos, sacerdotes, diácono y fieles, entre otras informaciones, que hacen parte de las estadísticas generales de la Iglesia en las 2 936 circunscripciones eclesiásticas del planeta.
En 2008, 169 obispos fueron nombrados por el Santo Padre. En este anuario se precisa además que la población católica en el mundo llega en los últimos dos años al 17,3 por ciento de la población total; lo que equivale a un crecimiento de 1,4 por ciento anual. En 2007 los católicos llegaban a 1 141 millones, mientras que en 2006 el número era de 1 131 millones.
El número total de obispos pasó, de 2006 a 2007, de 4 898 a 4 946, con un aumento del 1 por ciento. El continente con mayor incremento ha sido el de Oceanía (4,7 por ciento), seguido de África (3 por ciento) y Asia (1,7 por ciento), mientras que en Europa el crecimiento episcopal llegó a 0,8 por ciento. Mientras que en América la tasa fue negativa: -0,1 por ciento.
Asimismo, el Anuario precisa que el número de sacerdotes continúa en un moderado ascenso que se iniciara en el año 2000. En estos últimos 8 años, los sacerdotes pasaron de 405 178 en el año 2000 a 407 262 en 2006, y luego a 408 024 en 2007. Del mismo modo, el número de diáconos permanentes creció ligeramente de 34 520 en 2006 a 35 942 en 2007.
A nivel global, el número de candidatos al sacerdocio ha aumentado ligeramente, pasando de 115 480 en 2006 a 115 919 en 2007, con un incremento de 0,4 por ciento. Mientras que África y Asia han registrado un crecimiento interesante, Europa y América han registrado una disminución de 2,1 y 1 por ciento, respectivamente.
La redacción de este Anuario estuvo supervisada por Mons. Vittorio Formenti, encargado de la Oficina Central de Estadísticas de la Iglesia, por el profesor Enrico Nenna y otros colaboradores de la misma oficina. Asimismo, el trabajo de imprenta estuvo supervisado por el P. Pietro Migliasso, Antonio Maggiotto y Giuseppe Canesso, respectivamente Director General, Director Comercial y Director Técnico de la Tipografía Vaticana. Este volumen estará próximamente a la venta en las librerías.
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