Concédeme, oh Reina del Cielo, que nunca se aparten de mi corazón el temor y el amor de tu Hijo Santísimo; que por tantos beneficios recibidos, no por mis méritos, sino por la largueza de su piedad, no cese de alabarle con humildes acciones de gracias; que a las innumerables culpas cometidas suceda una leal y sincera confesión y un firmísimo y doloroso arrepentimiento y finalmente, que logre merecer su gracia y su misericordia.
Suplico también, oh puerta del cielo y abogada de pecadores, no consientas que jamás se aparte y desvíe este siervo tuyo de la fe, pero particularmente que, en la hora postrera, me mantenga con ella abrazado; si el enemigo esforzare sus astucias, no me abandone tu misericordia y tu gran piedad.
Por la confianza que tengo en ti puesta, alcánzame de tu Santísimo Hijo el perdón de todos mis pecados y que viva y muera gustando las delicias de tu santo amor.
Amén.