Mons. Mario Lusek |
ROMA, Miércoles 25 julio 2012 (ZENIT.org).- En el mundo del deporte la superstición está muy arraigada, por lo que la presencia de un capellán intenta evitar esta dimensión. Y los atletas acaban entendiendo que el sacerdote no es un amuleto sino una presencia amiga. El deporte favorece mucho la relación con la fe, porque es una metáfora de la misma existencia.
Y la ciudad olímpica se transforma para el capellán en un espacio parroquial, donde la figura del sacerdote es apreciada y en la que la variedad de las situaciones lleva a entablar relaciones personalizadas. Publicamos a continuación la entrevista que el capellán del equipo italiano, padre Mario Lusek --ahora en Londres--, concedió a ZENIT.
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¿Cómo nace esta iniciativa de enviar un capellán a los juegos olímpicos?– P. Lusek: El comité italiano decidió llevar por primera vez a un capellán cuando fueron las olimpiadas de Seúl, por lo tanto hace varios años atrás y fue el primer país a introducir esta figura. Una presencia significativa desde el punto de vista del acompañamiento, cercanía, atención de la Iglesia hacia el mundo de los atletas. Mi predecesor, el padre Carlo, participó de cinco olimpiadas y esta es la tercera que me toca a mi.