miércoles, 20 de junio de 2012

Oración por los migrantes y refugiados


Señor Jesús, cuando multiplicaste los panes y los peces, diste más que alimento para el cuerpo: nos ofreciste el don de ti mismo, ¡el don que satisface cada hambre y calma cada sed! Tus discípulos estaban llenos de temor y duda, pero tú derramaste tu amor y compasión sobre la multitud de migrantes, acogiéndolos como hermanos y hermanas.

Señor Jesús, hoy nos llamas a acoger a los miembros de la familia de Dios que llegan a nuestra tierra escapando de opresión, pobreza, persecución, violencia y guerra. Como tus discípulos, también nosotros estamos llenos de temor y duda, e incluso sospecha. Construimos barreras en nuestros corazones y en nuestras mentes.

Señor Jesús, ayúdanos con tu gracia:
  • A desterrar el temor de nuestros corazones, y que podamos abrazar a cada uno de tus hijos como a nuestro propio hermano y hermana;
  • A acoger a los migrantes y refugiados con alegría y generosidad, y a la vez respondiendo a sus muchas necesidades;
  • A darnos cuenta de que tú llamas a toda la gente a tu santa montaña para conocer los caminos de la paz y la justicia;
  • A compartir nuestra abundancia como tú extiendes un banquete ante nosotros;
  • A dar testimonio de tu amor a todas las personas, mientras celebramos los muchos dones que ellas traen.

Te alabamos y te damos las gracias por la familia que has reunido formada con tanta gente. Vemos en esta familia humana un reflejo de la divina unidad de la Santísima Trinidad en que hacemos nuestra oración: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.

Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos.

Oración al Cristo de los refugiados

Jesús, nuestro Señor y Hermano, presta tus oídos a nuestra pobre oración:

Somos nosotros, tus amigos, tus hermanos y hermanas, compañeros de camino de tus refugiados. Recordamos hoy a otro de tus amigos, que pasó su vida buscando tu rostro: tu siervo Pedro Arrupe, ‘un fuego que encendió muchos fuegos.’ Fue él quien nos enseñó que a ti te gusta esconderte allí precisamente donde a la humanidad se le niega su increíble y más espontánea belleza.

La verdadera humanidad y el canon de su verdad no están a la venta en el centro de nuestras ciudades, sino en los barrios abandonados a su mala suerte, en los campos de refugiados, en los rincones del mundo donde la humanidad sufre y es oprimida o excluida. Allí es donde te podemos encontrar a ti y donde podemos redescubrir nuestro propio corazón. Cuando nos acercamos al borde, al límite de lo humano, es cuando descubrimos el centro, tu centro y nuestro centro.

Tus caminos no son nuestros caminos, ni tus modos de hacer son como los nuestros.