Cada semana, en la Eucaristía dominical profesamos, proclamamos, celebramos y vivimos que, “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Además, esta historia de amor es recordada y actualizada de modo singular en la Pascua anual. “Cuando se avecinan estos días –comenta san León Magno–, consagrados más especialmente a los misterios de la redención de la humanidad… se nos exige, con más urgencia, una preparación y una purificación del espíritu”[1].
Precisamente, con la imposición de la Ceniza hemos comenzado este camino de conversión, que este año se ve especialmente bendecido con la visita del Santo Padre Benedicto XVI a nuestra patria ¡Cómo debemos agradecer al Señor y a su Vicario en la tierra este gran don! El Papa viene a nosotros, como él mismo señaló, “para proclamar la Palabra de Cristo y se afiance la convicción de que éste es un tiempo precioso para evangelizar”[2].
En su Mensaje para la Cuaresma de este 2012, el Sucesor de San Pedro, recordando que este tiempo “nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad”, nos invita a meditar “sobre un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24)”.
“El fruto de unirnos a Cristo –comenta el Papa– es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: acercarse al Señor «llenos de fe» (v. 22), mantenernos firmes «en la esperanza que profesamos» (v. 23), y realizar «la caridad y las buenas obras» (v. 24). “La caridad exige «fijarse», darse cuenta de la realidad, estar atentos los unos a los otros. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual”.
“Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cfr. Hb 6,10)”. Estas palabras del Santo Padre, que con tanto amor viene a México a confirmarnos en la fe, a alentarnos en la esperanza y a fortalecernos en el amor, deben impulsarnos a seguir adelante, con renovado entusiasmo, en la misión continental, en la que nuestra Arquidiócesis de Puebla se ha empeñado.
Que estos días de preparación para la Pascua lo sean también para disponernos a recibir al Vicario de Cristo, de modo que su visita produzca los frutos que Dios espera en cada uno de nosotros, en la Iglesia que peregrina en México y en toda nuestra Nación.
Para esto, procuremos un mayor acercamiento a la Palabra de Dios, a los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía; Intensifiquemos la oración y la penitencia; y seamos generosos en el compartir con los más necesitados. Ayudémonos también del rezo del Via Crucis y participemos en las pláticas Cuaresmales. Así, purificados, podremos unirnos al Señor para celebrar con júbilo y esperanza la Pascua, y seremos capaces de vivir en la dinámica del amor al prójimo; de ese a mor que es el único camino del verdadero desarrollo integral y de la paz.
Que Santa María de Guadalupe, san Juan Diego, san José María de Yermo, el beato Juan de Palafox y el beato Sebastián de Aparicio intercedan por nosotros para que podamos vivir intensamente la Cuaresma y resucitar con Cristo a una vida plena y eternamente feliz.
+ Víctor Sánchez Espinosa
Arzobispo de Puebla
+ Dagoberto Sosa Arriaga + Eugenio Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar y Vicario General Obispo Auxiliar y Vicario General