viernes, 1 de enero de 2010

El Año Nuevo 2010. Mensaje de Mons. Carlos Quintero Arce Arzobispo Emérito de Hermosillo

“Todo tiene su momento y todo cuanto se hace debajo del sol tiene su tiempo. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado” Eclesiástico 3,1-8

Quiero repetir la frase tan usada que tiene gran sentido: FELIZ Y PROSPERO AÑO 2010. A todos les deseo la felicidad, la alegría y la prosperidad durante todos los días de éste año 2010 que vamos a comenzar. Y espero que Dios nos colme de bendiciones durante todos los días de este año nuevo.


Sabemos que las ideologías políticas que caracterizaron la época precedente, parece que ha perdido su virulación, reemplazadas sin embargo, por la nueva ideología de la técnica como una separación entre las capacidades operativas y las preocupaciones más vivas de la comunidad de hoy.

Un segunda elemento que distingue la época actual, es el fenómeno de la globalización que nos hace pensar hoy más en la economía y las finanzas, en el deterioro del ambiente y en la familia, en el aumento de migrantes y en la protección de los derechos de los trabajadores, todas estas cosas que están influenciadas por el fenómeno de la globalización.

Un tercer elemento de cambio que tenemos en este Año Nuevo es lo que respecta a la Religión. De hecho las Religiones han vuelto al escenario de la Política Mundial. A este fenómeno sin embargo se contrapone el Laicismo militante y a veces exasperado que pretende eliminar la Religión de la esfera pública.

Un cuarto elemento que se presenta, es el resurgimiento en algunos países de una situación de franco retraso, que está cambiando notablemente los equilibrios geopolíticos Mundiales. Tenemos el problema de la terminación de los recursos energéticos como el petróleo, las nuevas formas de colonialismo y de explotación; así como la creciente violencia generada por la lucha de poder entre delincuentes. Todo lo cual necesita ser orientado bien.

Por eso para terminar el Año 2009 y empezar el Año 2010, tengamos más que nunca nuestra vista puesta en Jesús, quien ya desde el establo de Belén nos muestra el rostro lleno de ternura de nuestro Padre Dios, y nos ayudará a resolver todos los problemas que se nos presentan en este año que comienza.

Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre, nace y crece en el seno de una Familia como las nuestras. Recordemos por tanto, y encomendémonos en todo este año a ésta familia de Nazaret, formada por Jesús, María y José, para que esté presente y nos ayude en los problemas que hoy recordamos y así nos enseñe el verdadero camino de Dios que se abrirá paso en medio de nuestra condición humana y ante nuestra situación actual.

Dios ha querido que fuéramos familia suya, por eso deseamos que en este nuevo año lleguemos a ser todos una sola familia, y que Dios conserve en este año 2010 la paz y la verdadera concordia.

Que los jóvenes novios que se preparan para el Matrimonio experimenten el Amor de Dios en su amor que crece y, que podamos todos resolver todos los problemas que se nos presenten en este año, y que las familias que pasan dificultades o viven la desunión y la ruptura, rehagan con la fuerza de Dios el camino de la unidad.

Deseo ardientemente que este año, para que sea verdaderamente feliz, encontremos la comprensión y la verdadera caridad en nuestras relaciones con los demás.

FELIZ AÑO NUEVO, lleno de las Bendiciones Divinas.


+ Mons. Carlos Quintero Arce
Arzobispo Emérito de Hermosillo

Un Año termina… un Año comienza… Mensaje de Año Nuevo de Mons. Ramón Castro Castro Obispo de Campeche


Muy queridos hermanos y hermanas:

Termina un año y comienza otro. Como cristianos, como hombres y mujeres de fe, todos queremos agradecer a nuestro buen Padre Dios todos los bienes y las gracias que nos ha dado este año 2009 que termina y también queremos pedirle perdón por los errores cometidos, por las oportunidades para crecer en la fe que hemos desaprovechado.

Termina un año y comienza otro. Como cristianos, también queremos consagrarle el nuevo año 2010 que estamos iniciando y queremos pedirle su ayuda para que podamos vivirlo con esperanza, con fortaleza, con alegría y en paz.

Termina un año y comienza otro. Al finalizar el año 2009 podemos dar una mirada retrospectiva para descubrir todos los acontecimientos que vivimos y para descubrir la presencia de Dios, de ese Dios-con-nosotros, de ese Dios cercano, de ese Dios de corazón tierno y lleno de misericordia, de ese Dios que en Belén se hace nuestro compañero de camino, que con su Gracia nos ha acompañado y ha llevado adelante su obra de salvación en nosotros.

Termina un año y comienza otro. Luces y sombras, alegrías y tristezas, satisfacciones y desilusiones, salud y enfermedad, gracia y pecado… Así es la vida de todos. Pero los cristianos tenemos una esperanza firme porque nuestra vida la vivimos junto a Jesús y a María, Madre de Dios y madre nuestra.

Es el momento de mirar con esperanza el año 2010 que comienza. Nos aguardan grandes e importantes acontecimientos. A nivel eclesial nos espera la celebración de la Pre-Pascua Juvenil, casi en los albores del nuevo año, y la Celebración de clausura del Año Sacerdotal de la Provincia Eclesiástica de Yucatán, en mayo próximo.

Mirar el año 2010 que inicia nos ayuda a renovar la esperanza, pues «estoy convencido de que Dios que comenzó en ustedes una obra tan buena, la llevará a feliz término para el día en que Cristo Jesús se manifieste» (Flp 1,6).

Al inicio de este Año 2010, pido a nuestro Señor Jesucristo, el Príncipe de la Paz, nos conceda a todos un Nuevo Año lleno de paz, de alegría, pero sobre todo de esperanza. Paz, alegría y esperanza que nos da el saber que cumplimos la voluntad de Dios.

A todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, a todas las familias de nuestra Diócesis, a los niños, a los jóvenes, a los hombres y mujeres de la tercera edad, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, les deseo un Feliz Año Nuevo. Que sus deseos, anhelos y proyectos puedan realizarlos en este año 2010 que estamos iniciando.

Con san Pablo, de corazón les digo que están siempre presentes en mis oraciones y que «cuando ruego por ustedes lo hago siempre con alegría, porque han colaborado en el anuncio del Evangelio desde el primer día hasta hoy» (Flp 1,4-5). Dios les bendiga abundantemente. ¡Feliz Año Nuevo!

San Francisco de Campeche, Cam., 31 de Diciembre de 2009.

+ Mons. Ramón Castro Castro
XIII Obispo de Campeche

Mensaje de Año Nuevo de la Diócesis de Matamoros

A TODO EL PUEBLO DE DIOS QUE PEREGRINA EN LA DIÓCESIS DE MATAMOROS

«Reciban gracia y paz de Dios nuestro Padre y de Cristo Jesús nuestro Señor» (Gal 1, 13).

Aun con el gozo de haber contemplado «la Palabra de Dios hecha carne» (Jn 1, 14), hoy tenemos la gracia de recibir un año nuevo, y con el, un cumulo de bendiciones provenientes del Padre que en el Hijo y por gracia del Espíritu plenifica el tiempo. Se abre un horizonte inédito para proseguir reescribiendo la historia de nuestra propia salvación. El año concluido nos ha dejado la grata satisfacción de haber celebrado la fiesta aurea de nuestra querida Diócesis y de nuestro Seminario, no podemos negar que realmente «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres» (Sal 126, 3). En gratitud por semejantes dones, les exhorto al inicio de este año a seguir caminando con actitudes de gran esperanza que reflejen y den testimonio del credo cristiano que profesamos.

¡Caminemos con un espíritu de certeza!
Un nuevo año se abre ante nosotros y ello, es ya signo real de bendición. Caminemos con la certeza de sabernos acompañados por el Hijo de Dios, que se encarnó hace dos milenios por amor a los hombres y continúa haciéndose presente en medio de nuestras realidades temporales imbuidas de incertidumbre. Indudablemente que en Jesucristo el hombre ha encontrado respuesta a las interrogantes mas acuciantes, incluida la muerte. Los discípulos que hemos conocido a Jesucristo camino, verdad y vida, no podemos ni debemos caminar en la zozobra y desacierto de ideologías parcas y efímeras que proliferan en nuestros entornos.

¡Caminemos con un espíritu de esperanza!
Hoy somos testigos de una vertiginosidad social que ha generado no pocos desequilibrios de orden económico, ecológico y moral, tales desordenes, en consecuencia, han engendrado una desesperanza y desencanto que con facilidad se puede percibir. Ante este panorama, los discípulos que han depositado su confianza en Jesucristo han de mantenerse firmes, más aun, en un espíritu de solidaridad, tal y como lo señala la Constitución conciliar: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (GS 1).

¡Caminemos con un espíritu de identidad!
Es importante que todo aquello que nos propongamos realizar, esté cimentado en el espíritu de Jesucristo, fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral. La realidad contemporánea es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo converge en un acrecentado activismo, corremos el tremendo riesgo de quedarnos en el «hacer» y olvidarnos de nuestro «ser». Somos cristianos y como tales llamados a ser luz y fermento en nuestra historia circundante, tarea nada fácil, pero posible en Aquel que todo lo puede y nos ha llamado a prolongar su Reino en el devenir de la humanidad y concretamente, como misioneros valientes en esta tierra tamaulipeca.

¡Caminemos con un espíritu de oración!
Uno de los propósitos que podemos implementar o afianzar, a nivel personal, familiar y parroquial, es la oración. No habrá poder alguno, que destruya los vínculos que los discípulos estrechen con su Padre Dios. Oremos: por el bienestar de nuestro País que se encuentra asediado por la violencia y desempleo; por nuestros Gobernantes para que no desistan de promover la justicia y la paz; por nuestras familias que gradualmente se ven amenazadas por la desintegración y carencia de auténticos valores humanos y cristianos; por nuestros hermanos más vulnerables que son victimas de atropellos en su dignidad. A ejemplo de Jesucristo que no vino a condenar sino a perdonar, también, oremos por quienes inconscientemente están propiciando un desorden estructural. Les exhorto a seguir orando unos por otros, y especialmente tengo esperanzas que la oración ante el Sagrario se acreciente en nuestras comunidades. Continuemos orando por la santificación de nuestros sacerdotes en este año sacerdotal.

¡Caminemos con un espíritu misionero!
Que el 2010 –año de la renovación parroquial en nuestra Diócesis–, mantenga el acento de que nuestras comunidades se constituyan afectiva y efectivamente en «casa y escuela de comunión» en donde no dejen de seguir formándose discípulos y misioneros de Jesucristo (Cf. DA 170). Que en esta renovación se retomen e integren las acciones de los años precedentes, que las pastorales: Profética, Litúrgica, Social, aunado, al año de la Palabra de Dios, vengan a dinamizar con creces la misión continental desde nuestras parroquias, que la impronta de todo discípulo en este año, sea la misión. Les recuerdo que «la misión forma al discípulo y el discípulo se forma en la misión».

¡Caminemos con un espíritu Mariano!
Nos acompaña en este camino la Santísima Virgen, primera discípula y misionera, «Estrella de la nueva evangelización». Ella que ha querido quedarse estampada en la tilma del Tepeyac guie nuestros pasos misioneros por sendas de concordia y paz; ¡proteja nuestra Patria y conserve nuestra fe!

Finalmente, pido a todos los Sacerdotes que durante las celebraciones del día primero de enero, se lea este mensaje a todo el Pueblo de Dios. De antemano, agradezco a mis Presbíteros y a todos los Agentes de pastoral, su espíritu de participación y corresponsabilidad mostrado en todos los proyectos evangelizadores, los cuales, han redundado en frutos para nuestra querida Diócesis de Matamoros.

Reciban con afecto un abrazo y mi bendición de Pastor. ¡Feliz Año nuevo para todas las comunidades y familias de nuestra Diócesis!

Dado en la Sede Episcopal de H. Matamoros de Nuestra Señora del Refugio de Pecadores, Tamaulipas, a los veintinueve días del mes de diciembre, del dos mil nueve, año de la Palabra de Dios.


+ Faustino Armendáriz Jiménez
IV Obispo de Matamoros

Mesaje de Año Nuevo de Mons. Rodrigo Aguilar Martínez Obispo de Tehuacán


Muchas personas y familias acostumbran acudir a la iglesia a dar gracias a Dios por el año que termina. Es importante involucrar activamente a los niños y jóvenes en este gesto; es parte de la educación cristiana, en el reconocimiento de que la vida es don de Dios y hay que vivirla con gratitud y responsabilidad.

Hay esquemas de oraciones propias para este día; yo sugiero, como lo he hecho en otros momentos, tres aspectos a tener en cuenta:


• Primero: Dar gracias a Dios por los beneficios que nos ha concedido. Desgraciadamente con frecuencia nuestra oración es para pedir. Ante todo hay que ser agradecidos. Hay mucho de qué darle gracias a Dios. Bien se puede reunir la familia un rato y compartir libremente entre todos de qué dar gracias a Dios. Los adultos ayudan a los pequeños a participar; pero también los adultos podemos quedar sorprendidos de la agudeza y profundidad de los pequeños.
• Segundo: Pedir a Dios perdón por el mal que hemos hecho y por el bien que hemos dejado de hacer, sea por descuido o por flojera. Es muy saludable reconocernos pecadores, especialmente ante un Dios que es rico en misericordia.
• Tercero: Renovar nuestra fe y esperanza en Dios, que no nos abandona, sino que nos ama aun siendo nosotros pecadores, y quiere seguir derramando su amor en nosotros en el año que estamos por iniciar.

Por otro lado, el Año Nuevo nos hace felicitarnos y desearnos que sea próspero para todos. El primer día del año celebramos litúrgicamente -a los ocho días de la Navidad- a la Virgen María, gracias a la cual el Hijo de Dios se ha hecho hombre; por lo mismo, la celebramos con el máximo título: “Madre de Dios”.

También el primer día del año celebramos la Jornada Mundial de la Paz, que el Papa Benedicto XVI nos invita a vivir con el tema “Si quieres promover la paz, protege la creación”. El tema es apremiante, dado el descuido y el abuso de los bienes naturales que Dios nos ha dado y que ha llevado a una “crisis ecológica”. El Papa menciona algunos fenómenos, por ejemplo “el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales, el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en que viven a causa de su deterioro” (el texto en cursiva es parte del Mensaje del Papa)

La crisis ecológica viene acompañada de una profunda crisis cultural y moral.

Desde la vida familiar y en todos los programas de desarrollo, es importante revisar a fondo qué tipo de desarrollo estamos implementando; “el uso de los recursos naturales debería hacerse de modo que las ventajas inmediatas no tengan consecuencias negativas para los seres vivientes, humanos o no, del presente y del futuro.”

“Todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación… Es importante que todos nos comprometamos en el ámbito que nos corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses particulares.

“Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del Creador…Al cuidar la creación, vemos que Dios, a través de ella, cuida de nosotros. Por otro lado, una correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma. La Iglesia invita en cambio a plantear la cuestión de manera equilibrada, respetando la «gramática» que el Creador ha inscrito en su obra, confiando al hombre el papel de guardián y administrador responsable de la creación, papel del que ciertamente no debe abusar, pero del cual tampoco puede abdicar”

Será bueno que en este año que termina y el que estamos por iniciar, al dar gracias a Dios, pedirle perdón y renovar nuestra fe y esperanza en Él, nos propongamos promover la paz, protegiendo la creación, porque la paz significa armonía en la relación con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza.


+ Rodrigo Aguilar Martínez
Obispo de Tehuacán

MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI PARA LA CELEBRACIÓN DE LA XLIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ


MENSAJE DE SU SANTIDAD
BENEDICTO XVI
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 DE ENERO DE 2010



SI QUIERES PROMOVER LA PAZ, PROTEGE LA CREACIÓN



1. Con ocasión del comienzo del Año Nuevo, quisiera dirigir mis más fervientes deseos de paz a todas las comunidades cristianas, a los responsables de las Naciones, a los hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo. El tema que he elegido para esta XLIII Jornada Mundial de la Paz es: Si quieres promover la paz, protege la creación. El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios»[1], y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. En efecto, aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral —guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos—, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos»[2].

2. En la Encíclica Caritas in veritate he subrayado que el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras. He señalado, además, que cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad[3]. En cambio, valorar la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación y el valor del hombre. En efecto, podemos proclamar llenos de asombro con el Salmista: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal 8,4-5). Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del Creador, ese amor que «mueve el sol y las demás estrellas»[4].

3. Hace veinte años, al dedicar el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz al tema Paz con Dios creador, paz con toda la creación, el Papa Juan Pablo II llamó la atención sobre la relación que nosotros, como criaturas de Dios, tenemos con el universo que nos circunda. «En nuestros días aumenta cada vez más la convicción —escribía— de que la paz mundial está amenazada, también [...] por la falta del debido respeto a la naturaleza», añadiendo que la conciencia ecológica «no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas»[5]. También otros Predecesores míos habían hecho referencia anteriormente a la relación entre el hombre y el medio ambiente. Pablo VI, por ejemplo, con ocasión del octogésimo aniversario de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, en 1971, señaló que «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Y añadió también que, en este caso, «no sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera»[6].

4. Sin entrar en la cuestión de soluciones técnicas específicas, la Iglesia, «experta en humanidad», se preocupa de llamar la atención con energía sobre la relación entre el Creador, el ser humano y la creación. En 1990, Juan Pablo II habló de «crisis ecológica» y, destacando que ésta tiene un carácter predominantemente ético, hizo notar «la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad»[7]. Este llamamiento se hace hoy todavía más apremiante ante las crecientes manifestaciones de una crisis, que sería irresponsable no tomar en seria consideración. ¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en que viven —y con frecuencia también sus bienes— a causa de su deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales? Todas éstas son cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y al desarrollo.

5. No obstante, se ha de tener en cuenta que no se puede valorar la crisis ecológica separándola de las cuestiones ligadas a ella, ya que está estrechamente vinculada al concepto mismo de desarrollo y a la visión del hombre y su relación con sus semejantes y la creación. Por tanto, resulta sensato hacer una revisión profunda y con visión de futuro del modelo de desarrollo, reflexionando además sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo requiere también, y sobre todo, la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son patentes desde hace tiempo en todas las partes del mundo.[8] La humanidad necesita una profunda renovación cultural; necesita redescubrir esos valores que constituyen el fundamento sólido sobre el cual construir un futuro mejor para todos. Las situaciones de crisis por las que está actualmente atravesando —ya sean de carácter económico, alimentario, ambiental o social— son también, en el fondo, crisis morales relacionadas entre sí. Éstas obligan a replantear el camino común de los hombres. Obligan, en particular, a un modo de vivir caracterizado por la sobriedad y la solidaridad, con nuevas reglas y formas de compromiso, apoyándose con confianza y valentía en las experiencias positivas que ya se han realizado y rechazando con decisión las negativas. Sólo de este modo la crisis actual se convierte en ocasión de discernimiento y de nuevas proyecciones.

6. ¿Acaso no es cierto que en el origen de lo que, en sentido cósmico, llamamos «naturaleza», hay «un designio de amor y de verdad»? El mundo «no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar [...]. Procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad»[9]. El Libro del Génesis nos remite en sus primeras páginas al proyecto sapiente del cosmos, fruto del pensamiento de Dios, en cuya cima se sitúan el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza del Creador para «llenar la tierra» y «dominarla» como «administradores» de Dios mismo (cf. Gn 1,28). La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación que describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del hombre y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios, negándose a reconocerse criaturas suyas. La consecuencia es que se ha distorsionado también el encargo de «dominar» la tierra, de «cultivarla y guardarla», y así surgió un conflicto entre ellos y el resto de la creación (cf. Gn 3,17-19). El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto. Pero el verdadero sentido del mandato original de Dios, perfectamente claro en el Libro del Génesis, no consistía en una simple concesión de autoridad, sino más bien en una llamada a la responsabilidad. Por lo demás, la sabiduría de los antiguos reconocía que la naturaleza no está a nuestra disposición como si fuera un «montón de desechos esparcidos al azar»[10], mientras que la Revelación bíblica nos ha hecho comprender que la naturaleza es un don del Creador, el cual ha inscrito en ella su orden intrínseco para que el hombre pueda descubrir en él las orientaciones necesarias para «cultivarla y guardarla» (cf. Gn 2,15)[11]. Todo lo que existe pertenece a Dios, que lo ha confiado a los hombres, pero no para que dispongan arbitrariamente de ello. Por el contrario, cuando el hombre, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios, lo suplanta, termina provocando la rebelión de la naturaleza, «más bien tiranizada que gobernada por él»[12]. Así, pues, el hombre tiene el deber de ejercer un gobierno responsable sobre la creación, protegiéndola y cultivándola[13].

7. Se ha de constatar por desgracia que numerosas personas, en muchos países y regiones del planeta, sufren crecientes dificultades a causa de la negligencia o el rechazo por parte de tantos a ejercer un gobierno responsable respecto al medio ambiente. El Concilio Ecuménico Vaticano II ha recordado que «Dios ha destinado la tierra y todo cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos»[14]. Por tanto, la herencia de la creación pertenece a la humanidad entera. En cambio, el ritmo actual de explotación pone en serio peligro la disponibilidad de algunos recursos naturales, no sólo para la presente generación, sino sobre todo para las futuras[15]. Así, pues, se puede comprobar fácilmente que el deterioro ambiental es frecuentemente el resultado de la falta de proyectos políticos de altas miras o de la búsqueda de intereses económicos miopes, que se transforman lamentablemente en una seria amenaza para la creación. Para contrarrestar este fenómeno, teniendo en cuenta que «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral»[16], es también necesario que la actividad económica respete más el medio ambiente. Cuando se utilizan los recursos naturales, hay que preocuparse de su salvaguardia, previendo también sus costes —en términos ambientales y sociales—, que han de ser considerados como un capítulo esencial del costo de la misma actividad económica. Compete a la comunidad internacional y a los gobiernos nacionales dar las indicaciones oportunas para contrarrestar de manera eficaz una utilización del medio ambiente que lo perjudique. Para proteger el ambiente, para tutelar los recursos y el clima, es preciso, por un lado, actuar respetando unas normas bien definidas incluso desde el punto de vista jurídico y económico y, por otro, tener en cuenta la solidaridad debida a quienes habitan las regiones más pobres de la tierra y a las futuras generaciones.

8. En efecto, parece urgente lograr una leal solidaridad intergeneracional. Los costes que se derivan de la utilización de los recursos ambientales comunes no pueden dejarse a cargo de las generaciones futuras: «Herederos de generaciones pasadas y beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, estamos obligados para con todos y no podemos desinteresarnos de los que vendrán a aumentar todavía más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho y beneficio para todos, es también un deber. Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto a las futuras, una responsabilidad que incumbe también a cada Estado y a la Comunidad internacional»[17]. El uso de los recursos naturales debería hacerse de modo que las ventajas inmediatas no tengan consecuencias negativas para los seres vivientes, humanos o no, del presente y del futuro; que la tutela de la propiedad privada no entorpezca el destino universal de los bienes[18]; que la intervención del hombre no comprometa la fecundidad de la tierra, para ahora y para el mañana. Además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional, especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y aquellos altamente industrializados: «la comunidad internacional tiene el deber imprescindible de encontrar los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro»[19]. La crisis ecológica muestra la urgencia de una solidaridad que se proyecte en el espacio y el tiempo. En efecto, entre las causas de la crisis ecológica actual, es importante reconocer la responsabilidad histórica de los países industrializados. No obstante, tampoco los países menos industrializados, particularmente aquellos emergentes, están eximidos de la propia responsabilidad respecto a la creación, porque el deber de adoptar gradualmente medidas y políticas ambientales eficaces incumbe a todos. Esto podría lograrse más fácilmente si no hubiera tantos cálculos interesados en la asistencia y la transferencia de conocimientos y tecnologías más limpias.

9. Es indudable que uno de los principales problemas que ha de afrontar la comunidad internacional es el de los recursos energéticos, buscando estrategias compartidas y sostenibles para satisfacer las necesidades de energía de esta generación y de las futuras. Para ello, es necesario que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso. Al mismo tiempo, se ha de promover la búsqueda y las aplicaciones de energías con menor impacto ambiental, así como la «redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que también los países que no los tienen puedan acceder a ellos»[20]. La crisis ecológica, pues, brinda una oportunidad histórica para elaborar una respuesta colectiva orientada a cambiar el modelo de desarrollo global siguiendo una dirección más respetuosa con la creación y de un desarrollo humano integral, inspirado en los valores propios de la caridad en la verdad. Por tanto, desearía que se adoptara un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida y en la prudencia, virtud que indica lo que se ha de hacer hoy, en previsión de lo que puede ocurrir mañana[21].

10. Para llevar a la humanidad hacia una gestión del medio ambiente y los recursos del planeta que sea sostenible en su conjunto, el hombre está llamado a emplear su inteligencia en el campo de la investigación científica y tecnológica y en la aplicación de los descubrimientos que se derivan de ella. La «nueva solidaridad» propuesta por Juan Pablo II en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990 [22], y la «solidaridad global», que he mencionado en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2009 [23], son actitudes esenciales para orientar el compromiso de tutelar la creación, mediante un sistema de gestión de los recursos de la tierra mejor coordinado en el ámbito internacional, sobre todo en un momento en el que va apareciendo cada vez de manera más clara la estrecha interrelación que hay entre la lucha contra el deterioro ambiental y la promoción del desarrollo humano integral. Se trata de una dinámica imprescindible, en cuanto «el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad»[24]. Hoy son muchas las oportunidades científicas y las potenciales vías innovadoras, gracias a las cuales se pueden obtener soluciones satisfactorias y armoniosas para la relación entre el hombre y el medio ambiente. Por ejemplo, es preciso favorecer la investigación orientada a determinar el modo más eficaz para aprovechar la gran potencialidad de la energía solar. También merece atención la cuestión, que se ha hecho planetaria, del agua y el sistema hidrogeológico global, cuyo ciclo tiene una importancia de primer orden para la vida en la tierra, y cuya estabilidad puede verse amenazada gravemente por los cambios climáticos. Se han de explorar, además, estrategias apropiadas de desarrollo rural centradas en los pequeños agricultores y sus familias, así como es preciso preparar políticas idóneas para la gestión de los bosques, para el tratamiento de los desperdicios y para la valorización de las sinergias que se dan entre los intentos de contrarrestar los cambios climáticos y la lucha contra la pobreza. Hacen falta políticas nacionales ambiciosas, completadas por un necesario compromiso internacional que aporte beneficios importantes, sobre todo a medio y largo plazo. En definitiva, es necesario superar la lógica del mero consumo para promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. La cuestión ecológica no se ha de afrontar sólo por las perspectivas escalofriantes que se perfilan en el horizonte a causa del deterioro ambiental; el motivo ha de ser sobre todo la búsqueda de una auténtica solidaridad de alcance mundial, inspirada en los valores de la caridad, la justicia y el bien común. Por otro lado, como ya he tenido ocasión de recordar, «la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hombre y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo, expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales. La técnica, por lo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y guardar la tierra (cf. Gn 2,15), que Dios ha confiado al hombre, y se orienta a reforzar esa alianza entre ser humano y medio ambiente que debe reflejar el amor creador de Dios»[25].

11. Cada vez se ve con mayor claridad que el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros, los estilos de vida y los modelos de consumo y producción actualmente dominantes, con frecuencia insostenibles desde el punto de vista social, ambiental e incluso económico. Ha llegado el momento en que resulta indispensable un cambio de mentalidad efectivo, que lleve a todos a adoptar nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales, la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones»[26]. Se ha de educar cada vez más para construir la paz a partir de opciones de gran calado en el ámbito personal, familiar, comunitario y político. Todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Según el principio de subsidiaridad, es importante que todos se comprometan en el ámbito que les corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses particulares. Un papel de sensibilización y formación corresponde particularmente a los diversos sujetos de la sociedad civil y las Organizaciones no gubernativas, que se mueven con generosidad y determinación en favor de una responsabilidad ecológica, que debería estar cada vez más enraizada en el respeto de la «ecología humana». Además, se ha de requerir la responsabilidad de los medios de comunicación social en este campo, con el fin de proponer modelos positivos en los que inspirarse. Por tanto, ocuparse del medio ambiente exige una visión amplia y global del mundo; un esfuerzo común y responsable para pasar de una lógica centrada en el interés nacionalista egoísta a una perspectiva que abarque siempre las necesidades de todos los pueblos. No se puede permanecer indiferentes ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación de cualquier parte del planeta afectaría a todos. Las relaciones entre las personas, los grupos sociales y los Estados, al igual que los lazos entre el hombre y el medio ambiente, están llamadas a asumir el estilo del respeto y de la «caridad en la verdad». En este contexto tan amplio, es deseable más que nunca que los esfuerzos de la comunidad internacional por lograr un desarme progresivo y un mundo sin armas nucleares, que sólo con su mera existencia amenazan la vida del planeta, así como por un proceso de desarrollo integral de la humanidad de hoy y del mañana, sean de verdad eficaces y correspondidos adecuadamente.

12. La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente relacionada con la cultura que modela la convivencia humana, por lo que «cuando se respeta la “ecología humana” en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia»[27]. No se puede pedir a los jóvenes que respeten el medio ambiente, si no se les ayuda en la familia y en la sociedad a respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto en lo que concierne al ambiente como a la ética personal, familiar y social[28]. Los deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás. Por eso, aliento de buen grado la educación de una responsabilidad ecológica que, como he dicho en la Encíclica Caritas in veritate, salvaguarde una auténtica «ecología humana» y, por tanto, afirme con renovada convicción la inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases, y en cualquier condición en que se encuentre, la dignidad de la persona y la insustituible misión de la familia, en la cual se educa en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza.[29] Es preciso salvaguardar el patrimonio humano de la sociedad. Este patrimonio de valores tiene su origen y está inscrito en la ley moral natural, que fundamenta el respeto de la persona humana y de la creación.

13. Tampoco se ha de olvidar el hecho, sumamente elocuente, de que muchos encuentran tranquilidad y paz, se sienten renovados y fortalecidos, al estar en contacto con la belleza y la armonía de la naturaleza. Así, pues, hay una cierta forma de reciprocidad: al cuidar la creación, vemos que Dios, a través de ella, cuida de nosotros. Por otro lado, una correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma. El Magisterio de la Iglesia manifiesta reservas ante una concepción del mundo que nos rodea inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, porque dicha concepción elimina la diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivientes. De este modo, se anula en la práctica la identidad y el papel superior del hombre, favoreciendo una visión igualitarista de la «dignidad» de todos los seres vivientes. Se abre así paso a un nuevo panteísmo con acentos neopaganos, que hace derivar la salvación del hombre exclusivamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. La Iglesia invita en cambio a plantear la cuestión de manera equilibrada, respetando la «gramática» que el Creador ha inscrito en su obra, confiando al hombre el papel de guardián y administrador responsable de la creación, papel del que ciertamente no debe abusar, pero del cual tampoco puede abdicar. En efecto, también la posición contraria de absolutizar la técnica y el poder humano termina por atentar gravemente, no sólo contra la naturaleza, sino también contra la misma dignidad humana[30].

14. Si quieres promover la paz, protege la creación. La búsqueda de la paz por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada sin duda por el reconocimiento común de la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación. Los cristianos ofrecen su propia aportación, iluminados por la divina Revelación y siguiendo la Tradición de la Iglesia. Consideran el cosmos y sus maravillas a la luz de la obra creadora del Padre y de la redención de Cristo, que, con su muerte y resurrección, ha reconciliado con Dios «todos los seres: los del cielo y los de la tierra» (Col 1,20). Cristo, crucificado y resucitado, ha entregado a la humanidad su Espíritu santificador, que guía el camino de la historia, en espera del día en que, con la vuelta gloriosa del Señor, serán inaugurados «un cielo nuevo y una tierra nueva» (2 P 3,13), en los que habitarán por siempre la justicia y la paz. Por tanto, proteger el entorno natural para construir un mundo de paz es un deber de cada persona. He aquí un desafío urgente que se ha de afrontar de modo unánime con un renovado empeño; he aquí una oportunidad providencial para legar a las nuevas generaciones la perspectiva de un futuro mejor para todos. Que los responsables de las naciones sean conscientes de ello, así como los que, en todos los ámbitos, se interesan por el destino de la humanidad: la salvaguardia de la creación y la consecución de la paz son realidades íntimamente relacionadas entre sí. Por eso, invito a todos los creyentes a elevar una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y Padre de misericordia, para que en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuene, se acoja y se viva el apremiante llamamiento: Si quieres promover la paz, protege la creación.

Vaticano, 8 de diciembre de 2009


BENEDICTUS PP. XVI




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[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 198.
[2] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7.

[3] Cf. n. 48.

[4] Dante Alighieri, Divina Comedia, Paraíso, XXXIII,145.

[5] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1.

[6] Carta ap. Octogesima adveniens, 21.

[7] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990 1990, 10.

[8] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 32.

[9] Catecismo de la Iglesia Católica, 295.

[10] Heráclito de Éfeso (535 a.C. ca. – 475 a.C. ca.), Fragmento 22B124, en H. Diels-W. Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Berlín19526.

[11] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 48.

[12] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 37.

[13] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 50.

[14] Const. past. Gaudium et spes, 69.

[15] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 34.

[16] Carta enc. Caritas in veritate, 37.

[17] Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, 467;cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 17.

[18] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 30-31. 43.

[19] Carta enc. Caritas in veritate, 49.

[20] Ibíd.

[21] Cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 49, 5.

[22] Cf. n. 9.

[23] Cf .n. 8.

[24] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 43.

[25] Carta enc. Caritas in veritate, 69.

[26] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 36.

[27] Carta enc. Caritas in veritate, 51.

[28] Cf. ibíd., 15. 51.

[29] Cf. ibíd., 28. 51. 61; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 38.39.

[30] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 70.


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