lunes, 26 de marzo de 2012

Palabras improvisadas por el Santo Padre Benedicto XVI el domingo en la noche delante del Colegio Miraflores

Queridos amigos, muchísimas gracias por este entusiasmo. Estoy muy feliz de estar con vosotros. He hecho muchos viajes, pero nunca he sido recibido con tanto entusiasmo. Llevaré conmigo, en mi corazón, la impresión de estos días. México estará siempre en mi corazón. Puedo decir que desde hace años rezo cada día por México, pero en el futuro rezaré todavía muchos más. Ahora entiendo por qué el Papa Juan Pablo II dijo: «Yo me siento un Papa mexicano».
Queridos amigos, aunque estoy contentísimo de este encuentro, perdonarme si me retiro, porque mañana será un día exigente. Termino esta jornada con mi bendición: Que os bendiga Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Buenas noches.

Homilía del Santo Padre Benedicto XVI en la Santa Misa en la Plaza Antonio Maceo en el 400 Aniversario del Hallazgo de la Imagen de Ntra. Sra. de la Caridad del Cobre

Queridos hermanos y hermanas:

Doy gracias a Dios que me ha permitido venir hasta ustedes y realizar este tan deseado viaje. Saludo a Monseñor Dionisio García Ibáñez, Arzobispo de Santiago de Cuba, agradeciéndole sus amables palabras de acogida en nombre de todos; saludo asimismo a los obispos cubanos y a los venidos de otros lugares, así como a los sacerdotes, religiosos, seminaristas y fieles laicos presentes en esta celebración. No puedo olvidar a los que por enfermedad, avanzada edad u otros motivos, no han podido estar aquí con nosotros. Saludo también a las autoridades que han querido gentilmente acompañarnos.

Esta santa Misa, que tengo la alegría de presidir por primera vez en mi visita pastoral a este país, se inserta en el contexto del Año Jubilar mariano, convocado para honrar y venerar a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba, en el cuatrocientos aniversario del hallazgo y presencia de su venerada imagen en estas tierras benditas. No ignoro el sacrificio y dedicación con que se ha preparado este jubileo, especialmente en lo espiritual. Me ha llenado de emoción conocer el fervor con el que María ha sido saludada e invocada por tantos cubanos, en su peregrinación por todos los rincones y lugares de la Isla.

Estos acontecimientos importantes de la Iglesia en Cuba se ven iluminados con inusitado resplandor por la fiesta que hoy celebra la Iglesia universal: la anunciación del Señor a la Virgen María. En efecto, la encarnación del Hijo de Dios es el misterio central de la fe cristiana, y en él, María ocupa un puesto de primer orden. Pero, ¿cuál es el significado de este misterio? Y, ¿cuál es la importancia que tiene para nuestra vida concreta?

Veamos ante todo qué significa la encarnación. En el evangelio de san Lucas hemos escuchado las palabras del ángel a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios» (Lc 1,35). En María, el Hijo de Dios se hace hombre, cumpliéndose así la profecía de Isaías: «Mirad, la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros"» (Is 7,14). Sí, Jesús, el Verbo hecho carne, es el Dios-con-nosotros, que ha venido a habitar entre nosotros y a compartir nuestra misma condición humana. El apóstol san Juan lo expresa de la siguiente manera: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). La expresión «se hizo carne» apunta a la realidad humana más concreta y tangible. En Cristo, Dios ha venido realmente al mundo, ha entrado en nuestra historia, ha puesto su morada entre nosotros, cumpliéndose así la íntima aspiración del ser humano de que el mundo sea realmente un hogar para el hombre. En cambio, cuando Dios es arrojado fuera, el mundo se convierte en un lugar inhóspito para el hombre, frustrando al mismo tiempo la verdadera vocación de la creación de ser espacio para la alianza, para el «sí» del amor entre Dios y la humanidad que le responde. Y así hizo María como primicia de los creyentes con su «sí» al Señor sin reservas.

Por eso, al contemplar el misterio de la encarnación no podemos dejar de dirigir a ella nuestros ojos, para llenarnos de asombro, de gratitud y amor al ver cómo nuestro Dios, al entrar en el mundo, ha querido contar con el consentimiento libre de una criatura suya. Sólo cuando la Virgen respondió al ángel, «aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), a partir de ese momento el Verbo eterno del Padre comenzó su existencia humana en el tiempo. Resulta conmovedor ver cómo Dios no sólo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla. Y vemos también cómo el comienzo de la existencia terrena del Hijo de Dios está marcado por un doble «sí» a la voluntad salvífica del Padre, el de Cristo y el de María. Esta obediencia a Dios es la que abre las puertas del mundo a la verdad, a la salvación. En efecto, Dios nos ha creado como fruto de su amor infinito, por eso vivir conforme a su voluntad es el camino para encontrar nuestra genuina identidad, la verdad de nuestro ser, mientras que apartarse de Dios nos aleja de nosotros mismos y nos precipita en el vacío. La obediencia en la fe es la verdadera libertad, la auténtica redención, que nos permite unirnos al amor de Jesús en su esfuerzo por conformarse a la voluntad del Padre. La redención es siempre este proceso de llevar la voluntad humana a la plena comunión con la voluntad divina (cf. Lectio divina con el clero de Roma, 18 febrero 2010).

Queridos hermanos, hoy alabamos a la Virgen Santísima por su fe y con santa Isabel le decimos también nosotros: «Bienaventurada la que ha creído» (Lc 1,45). Como dice san Agustín, María concibió antes a Cristo por la fe en su corazón que físicamente en su vientre; María creyó y se cumplió en ella lo que creía (cf. Sermón 215, 4: PL 38,1074). Pidamos nosotros al Señor que nos aumente la fe, que la haga activa y fecunda en el amor. Pidámosle que sepamos como ella acoger en nuestro corazón la palabra de Dios y llevarla a la práctica con docilidad y constancia.

La Virgen María, por su papel insustituible en el misterio de Cristo, representa la imagen y el modelo de la Iglesia. También la Iglesia, al igual que hizo la Madre de Cristo, está llamada a acoger en sí el misterio de Dios que viene a habitar en ella. Queridos hermanos, sé con cuánto esfuerzo, audacia y abnegación trabajan cada día para que, en las circunstancias concretas de su País, y en este tiempo de la historia, la Iglesia refleje cada vez más su verdadero rostro como lugar en el que Dios se acerca y encuentra con los hombres. La Iglesia, cuerpo vivo de Cristo, tiene la misión de prolongar en la tierra la presencia salvífica de Dios, de abrir el mundo a algo más grande que sí mismo, al amor y la luz de Dios. Vale la pena, queridos hermanos, dedicar toda la vida a Cristo, crecer cada día en su amistad y sentirse llamado a anunciar la belleza y bondad de su vida a todos los hombres, nuestros hermanos. Les aliento en su tarea de sembrar el mundo con la Palabra de Dios y de ofrecer a todos el alimento verdadero del cuerpo de Cristo. Cercana ya la Pascua, decidámonos sin miedos ni complejos a seguir a Jesús en su camino hacia la cruz. Aceptemos con paciencia y fe cualquier contrariedad o aflicción, con la convicción de que, en su resurrección, él ha derrotado el poder del mal que todo lo oscurece, y ha hecho amanecer un mundo nuevo, el mundo de Dios, de la luz, de la verdad y la alegría. El Señor no dejará de bendecir con frutos abundantes la generosidad de su entrega.

El misterio de la encarnación, en el que Dios se hace cercano a nosotros, nos muestra también la dignidad incomparable de toda vida humana. Por eso, en su proyecto de amor, desde la creación, Dios ha encomendado a la familia fundada en el matrimonio la altísima misión de ser célula fundamental de la sociedad y verdadera Iglesia doméstica. Con esta certeza, ustedes, queridos esposos, han de ser, de modo especial para sus hijos, signo real y visible del amor de Cristo por la Iglesia. Cuba tiene necesidad del testimonio de su fidelidad, de su unidad, de su capacidad de acoger la vida humana, especialmente la más indefensa y necesitada.

Queridos hermanos, ante la mirada de la Virgen de la Caridad del Cobre, deseo hacer un llamado para que den nuevo vigor a su fe, para que vivan de Cristo y para Cristo, y con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre, que refleje más la bondad de Dios.

Amén.

Discurso del Presidente Raul Castro al Papa Benedicto XVI en el Aeropuerto Antonio Maceo de Cuba

Santidad:
Cuba lo recibe con afecto y respeto y se siente honrada con su presencia. Encontrará aquí a un pueblo solidario e instruido que se ha propuesto alcanzar toda la justicia y ha hecho grandes sacrificios.
De Martí aprendimos a rendir culto a la dignidad plena del hombre y heredamos la fraterna fórmula que seguimos hasta hoy: “con todos y para el bien de todos”.
Cintio Vitier, insigne intelectual y cristiano, escribió que “el verdadero rostro de la Patria… es el rostro de la justicia y de la libertad” y que “la Nación no tiene otra alternativa: o es independiente o deja de ser en absoluto”.
La potencia más poderosa que ha conocido la Historia ha intentado despojarnos, infructuosamente, del derecho a la libertad, a la paz y a la justicia. Con virtud patriótica y principios éticos el pueblo cubano ha hecho tenaz resistencia, sabiendo que ejercemos también un derecho legítimo cuando seguimos nuestro propio camino, defendemos nuestra cultura y la enriquecemos con el aporte de las ideas más avanzadas.
Sin razón, a Cuba se le calumnia, pero nosotros confiamos en que la verdad, de la que jamás nos apartamos, siempre se abre paso.
Catorce años después que el Papa Juan Pablo II nos visitara, el bloqueo económico, político y mediático contra Cuba persiste e, incluso, se ha endurecido en el sector financiero. Como aparece en el memorando norteamericano del 6 de abril de 1960, desclasificado décadas después, su objetivo sigue siendo (cito) “… causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
Sin embargo, la Nación ha seguido, invariablemente, cambiando todo lo que deba ser cambiado, conforme a las más altas aspiraciones del pueblo cubano y con la libre participación de este en las decisiones trascendentales de nuestra sociedad, incluidas las económicas y sociales que en casi todo el mundo son patrimonio de estrechas élites políticas y financieras.
Varias generaciones de compatriotas se han unido en la lucha por elevados ideales y nobles objetivos. Hemos enfrentado carencias, pero nunca faltado al deber de compartir con los que tienen menos.
Sólo como demostración de cuánto se podría hacer si prevaleciera la solidaridad, menciono que en la última década, con la ayuda de Cuba se han preparado decenas de miles de médicos de otros países, se ha devuelto o mejorado la visión a 2,2 millones de personas de bajos ingresos y se ha contribuido a enseñar a leer y escribir a 5,8 millones de analfabetos. Puedo asegurarle que, dentro de las modestas posibilidades de que disponemos, nuestra cooperación internacional continuará.
Santidad:
Conmemoramos el IV Centenario del hallazgo y la presencia de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, que lleva bordado en su manto el escudo nacional.
La reciente peregrinación de la Virgen por todo el país, unió a nuestro pueblo, creyentes y no creyentes, en un acontecimiento de gran significado.
Le aguardan Santiago de Cuba, que ha sido protagonista de gloriosos episodios en la historia de luchas de los cubanos por su definitiva independencia y también el poblado del Cobre, donde la Corona española tuvo que conceder la libertad a los esclavos sublevados en las minas, ochenta años antes de la abolición de tan infame institución en nuestro país.
Nos satisfacen las estrechas relaciones entre la Santa Sede y Cuba, que se han desarrollado sin interrupción durante setenta y seis años, siempre basadas en el respeto mutuo y en la coincidencia en asuntos vitales para la Humanidad.
Nuestro gobierno y la Iglesia Católica, Apostólica y Romana en Cuba mantenemos buenas relaciones.
La Constitución cubana consagra y garantiza la plena libertad religiosa de todos los ciudadanos y, sobre esa base, el gobierno guarda buenas relaciones con todas las religiones e instituciones religiosas en nuestro país.
Santidad:
Hace casi veinte años que Fidel sorprendió a muchos al proclamar que “una importante especie biológica está en riesgo de desaparecer por la rápida y progresiva liquidación de sus condiciones naturales de vida: el hombre” concluyó.
Hay crecientes amenazas a la paz y la existencia de enormes arsenales nucleares es otro grave peligro para el ser humano. El agua o los alimentos serán, después de los hidrocarburos, la causa de las próximas guerras de despojo. Con los recursos que se dedican a producir mortíferas armas, podría eliminarse la pobreza. El desarrollo vertiginoso de la ciencia y la tecnología no se encuentra al servicio de la solución de los grandes problemas que aquejan a los seres humanos. Frecuentemente sirven para crear reflejos condicionados o para manipular a la opinión pública. Las finanzas son un poder opresivo.
En vez de la solidaridad, se generaliza una crisis sistémica, provocada por el consumo irracional en las sociedades opulentas. Una ínfima parte de la población acumula enormes riquezas mientras crecen los pobres, los hambrientos, los enfermos sin atención y los desamparados.
En el mundo industrializado, los “indignados” no soportan más la injusticia y, especialmente entre los jóvenes, crece la desconfianza en modelos sociales e ideologías que destruyen los valores espirituales y producen exclusión y egoísmo.
Es cierto que la crisis global tiene también una dimensión moral y que prevalece la falta de conexión entre los gobiernos y los ciudadanos a los que dicen servir. La corrupción de la política y la falta de verdadera democracia son males de nuestro tiempo.
En estos y otros temas apreciamos coincidencia con sus ideas.
Frente a tantos desafíos, Nuestra América se une en su soberanía e intenta una integración más solidaria para hacer realidad el sueño bicentenario de sus Próceres.
Su Santidad podrá dirigirse a un pueblo de convicciones profundas que le escuchará atento y respetuoso.
En nombre de la Nación, le doy la más calurosa bienvenida.
Muchas gracias.

Discurso del Santo Padre Benedicto XVI en el Aeropuerto Antonio Maceo de Santiago de Cuba

Señor Presidente,
Señores Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
Miembros del Cuerpo Diplomático,
Señores y señoras,
Queridos amigos cubanos:

Le agradezco, Señor Presidente, su acogida y sus corteses palabras de bienvenida, con las que ha querido transmitir también los sentimientos de respeto de parte del gobierno y el pueblo cubano hacia el Sucesor de Pedro. Saludo a las Autoridades que nos acompañan, así como a los miembros del Cuerpo Diplomático aquí presentes. Dirijo un caluroso saludo al Señor Arzobispo de Santiago de Cuba y Presidente de la Conferencia Episcopal, Monseñor Dionisio Guillermo García Ibáñez, al Señor Arzobispo de La Habana, Cardenal Jaime Ortega y Alamino, y a los demás hermanos Obispos de Cuba, a los que manifiesto toda mi cercanía espiritual. Saludo en fin con todo el afecto de mi corazón a los fieles de la Iglesia católica en Cuba, a los queridos habitantes de esta hermosa isla y a todos los cubanos, allá donde se encuentren. Los tengo siempre muy presentes en mi corazón y en mi oración, y más aún en los días en que se acercaba el momento tan deseado de visitarles, y que gracias a la bondad divina he podido realizar.

Al hallarme entre ustedes, no puedo dejar de recordar la histórica visita a Cuba de mi Predecesor, el Beato Juan Pablo II, que ha dejado una huella imborrable en el alma de los cubanos. Para muchos, creyentes o no, su ejemplo y sus enseñanzas constituyen una guía luminosa que les orienta tanto en la vida personal como en la actuación pública al servicio del bien común de la Nación. En efecto, su paso por la isla fue como una suave brisa de aire fresco que dio nuevo vigor a la Iglesia en Cuba, despertando en muchos una renovada conciencia de la importancia de la fe, alentando a abrir los corazones a Cristo, al mismo tiempo que alumbró la esperanza e impulsó el deseo de trabajar audazmente por un futuro mejor. Uno de los frutos importantes de aquella visita fue la inauguración de una nueva etapa en las relaciones entre la Iglesia y el Estado cubano, con un espíritu de mayor colaboración y confianza, si bien todavía quedan muchos aspectos en los que se puede y debe avanzar, especialmente por cuanto se refiere a la aportación imprescindible que la religión está llamada a desempeñar en el ámbito público de la sociedad.

Me complace vivamente unirme a vuestra alegría con motivo de la celebración del cuatrocientos aniversario del hallazgo de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. Su entrañable figura ha estado desde el principio muy presente tanto en la vida personal de los cubanos como en los grandes acontecimientos del País, de modo muy particular durante su independencia, siendo venerada por todos como verdadera madre del pueblo cubano. La devoción a «la Virgen Mambisa» ha sostenido la fe y ha alentado la defensa y promoción de cuanto dignifica la condición humana y sus derechos fundamentales; y continúa haciéndolo aún hoy con más fuerza, dando así testimonio visible de la fecundidad de la predicación del evangelio en estas tierras, y de las profundas raíces cristianas que conforman la identidad más honda del alma cubana. Siguiendo la estela de tantos peregrinos a lo largo de estos siglos, también yo deseo ir a El Cobre a postrarme a los pies de la Madre de Dios, para agradecerle sus desvelos por todos sus hijos cubanos y pedirle su intercesión para que guíe los destinos de esta amada Nación por los caminos de la justicia, la paz, la libertad y la reconciliación.

Vengo a Cuba como peregrino de la caridad, para confirmar a mis hermanos en la fe y alentarles en la esperanza, que nace de la presencia del amor de Dios en nuestras vidas. Llevo en mi corazón las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos, dondequiera que se encuentren, sus sufrimientos y alegrías, sus preocupaciones y anhelos más nobles, y de modo especial de los jóvenes y los ancianos, de los adolescentes y los niños, de los enfermos y los trabajadores, de los presos y sus familiares, así como de los pobres y necesitados.

Muchas partes del mundo viven hoy un momento de especial dificultad económica, que no pocos concuerdan en situar en una profunda crisis de tipo espiritual y moral, que ha dejado al hombre vacío de valores y desprotegido frente a la ambición y el egoísmo de ciertos poderes que no tienen en cuenta el bien auténtico de las personas y las familias. No se puede seguir por más tiempo en la misma dirección cultural y moral que ha causado la dolorosa situación que tantos experimentan. En cambio, el progreso verdadero tiene necesidad de una ética que coloque en el centro a la persona humana y tenga en cuenta sus exigencias más auténticas, de modo especial su dimensión espiritual y religiosa. Por eso, en el corazón y el pensamiento de muchos, se abre paso cada vez más la certeza de que la regeneración de las sociedades y del mundo requiere hombres rectos, de firmes convicciones morales y altos valores de fondo que no sean manipulables por estrechos intereses, y que respondan a la naturaleza inmutable y trascendente del ser humano.

Queridos amigos, estoy convencido de que Cuba, en este momento especialmente importante de su historia, está mirando ya al mañana, y para ello se esfuerza por renovar y ensanchar sus horizontes, a lo que cooperará ese inmenso patrimonio de valores espirituales y morales que han ido conformando su identidad más genuina, y que se encuentran esculpidos en la obra y la vida de muchos insignes padres de la patria, como el Beato José Olallo y Valdés, el Siervo de Dios Félix Varela o el prócer José Martí. La Iglesia, por su parte, ha sabido contribuir diligentemente al cultivo de esos valores mediante su generosa y abnegada misión pastoral, y renueva sus propósitos de seguir trabajando sin descanso por servir mejor a todos los cubanos.

Ruego al Señor que bendiga copiosamente a esta tierra y a sus hijos, en particular a los que se sienten desfavorecidos, a los marginados y a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu, al mismo tiempo que, por intercesión de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, conceda a todos un futuro lleno de esperanza, solidaridad y concordia. Muchas gracias.

Palabras de despedida del Presidente Felipe Calderón Hinojosa al Santo Padre Benedicto XVI en el Aeropuerto de León

Su Santidad Benedicto XVI.

Muy honorables integrantes de la Comitiva que le acompaña.

Señores representantes de los Poderes de la Unión.

Señor Licenciado Juan Manuel Oliva, Gobernador del Estado de Guanajuato.

Señores Gobernadores.

Estimados colaboradores del Gobierno Federal.

Señores Cardenales.

Señores Arzobispos.

Señores Obispos.

Muy queridas niñas, muy queridos niños, muy queridos jóvenes mexicanos.

Mexicanas y mexicanos:

En nombre del pueblo y del Gobierno de México, agradezco enormemente a Su Santidad Benedicto XVI la visita que ha llevado a cabo en nuestro país.

Han sido tres días de intensa emoción, en los que se han encontrado el profundo pensamiento y el afecto de un líder espiritual, con la entrega de un pueblo que expresa su fe en plena libertad.

Al recibir a Su Santidad, las mexicanas y los mexicanos lo hemos hecho con profunda alegría y con lo mejor de nuestra hospitalidad.

Ha sido memorable la manera en que cientos de miles de personas, especialmente jóvenes, han manifestado su júbilo en las calles, en las plazas, tanto de León, como de Guanajuato, como de esta Ciudad de Silao; ciudades que han mostrado lo mejor de su rostro para recibirlo.

México nunca olvidará a Su Santidad. México lo llevará a usted siempre, en el alma.

Su Santidad:

Llévese para siempre las sonrisas de nuestros niños, las porras de nuestros jóvenes, las innumerables muestras de afecto, de respeto y de gratitud de las que fue objeto a lo largo de sus recorridos, y en cada uno de sus encuentros.

Esperemos que se lleve por siempre este recuerdo, de un México que lo quiere y que siempre lo recibirá con cariño y con los brazos abiertos.

Lleve, también, consigo, las lágrimas de las personas a quienes usted ha consolado, las preocupaciones cotidianas de quienes padecen pobreza, marginación o violencia.

Tenga siempre presente a México y abogue por él.

La visita de Su Santidad ha colmado a los mexicanos en muchas formas: de emoción, al vivir inolvidables momentos; de esperanza, al escuchar sus mensajes. Pero, sobre todo, ha tocado usted el corazón de los mexicanos con su cercanía y con su afecto.

Los millones de mexicanas y mexicanos que se alegran con su presencia, conservan, desde ahora, el eco de sus palabras con las que ha sembrado una semilla de paz y de esperanza.

Estoy seguro que su visita hará que el alma de muchos compatriotas pueda superar, como usted lo ha buscado, el cansancio, recuperar la alegría y la felicidad interior.

Sé que ahora millones de familias en México redoblarán su esfuerzo para vivir de acuerdo a los más altos valores que muchos mexicanos compartimos con usted, para vivir en paz y armonía, para ver con confianza el porvenir y con esperanza, como usted nos lo ha pedido.

Coincidimos con usted en el anhelo de que en cada hogar se fortalezcan los valores de familia, de respeto a la libertad y a la dignidad de la persona, de justicia. Valores sin los cuales no es posible el bien común.

Ha quedado, también, claro su mensaje de que esos valores pueden evitar que los jóvenes caigan en la ambición del dinero fácil e ilimitado, a través de caminos falsos de violencia o de delincuencia.

Esperamos, sinceramente, que los mexicanos trabajaremos unidos para legar, como herencia, un mundo mejor, sin envidias, ni divisiones, como usted lo ha señalado.

Paz, concordia, justicia y solidaridad, son principios que usted ha enfatizado, y que tendremos siempre muy presentes.

Le agradecemos sus oraciones por los mexicanos y, en especial, por nuestros niños, sus gestos de consuelo para los que sufren. Sus palabras que han reencendido el aliento de muchas de las almas que lo han visto y lo han oído.

Su Santidad nos ha recordado que el objetivo de nuestro esfuerzo debe ser la edificación de una sociedad más justa, en la que cada mexicana y cada mexicano disfrute de todos lo derechos que corresponden a la eminente dignidad de la persona y, en especial, nos ha recordado la importancia de cuidar y proteger a nuestros niños y jóvenes.

Sin duda, estos encuentros con usted nos han dejado en una mejor actitud para vivir de acuerdo a principios y valores, y de conformidad con las exigencias de la ley y el respeto a los derechos humanos. Valores y principios compartidos por la inmensa mayoría de los mexicanos, unos desde la fe profesada, no sólo en la Iglesia Católica, sino en múltiples credos, otros desde los principios filosóficos y éticos del humanismo vivido con rectitud.

Espero que durante estos días Su Santidad haya constatado que el pueblo mexicano, a pesar de las difíciles circunstancias que ha vivido, no está, ni estará desesperanzado; que el pueblo mexicano tiene una gran riqueza espiritual y cultural, que le da vigor y alegría cada día, que le da confianza en sus grandes capacidades y entusiasmo en sus tareas. En fin. Que somos un pueblo fuerte y vigoroso, que abre sus puertas con alegría, con mucha alegría, a todo aquél al que llama amigo y, en especial, al Obispo de Roma.

Su Santidad:

A nombre de millones de mexicanas y mexicanos, muchas gracias por esta visita que nunca olvidaremos.

Gracias por fortalecer la concordia y el amor entre nosotros.

Gracias por dejarnos el espíritu lleno de esperanza y el ánimo fortalecido para seguir luchando por un México justo, seguro y próspero al que aspiramos.

Gracias, también, por la extraordinaria experiencia de estos días, y por la riqueza y profundidad de sus palabras.

Tenga la seguridad de que a partir de hoy, México lo llevará siempre en su recuerdo. Y también, estoy seguro, se lleva usted el corazón de muchos mexicanos.

Deseamos muy pronto poder volver a contar con su presencia en nuestro país.

Los mexicanos le deseamos una exitosa estadía en La Habana, y un buen viaje de regreso al Vaticano.

Su Santidad Benedicto XVI:

México es, y será siempre, su casa.

Gracias, nuevamente.

Discurso de Despedida del Santo Padre Benedicto XVI en el Aeropuerto de León Guanajuato

Señor Presidente,
Distinguidas autoridades,
Señores Cardenales,
Queridos hermanos en el episcopado,
Amigos mexicanos:

Mi breve pero intensa visita a México llega ahora a su fin. Pero no es el fin de mi afecto y cercanía a un país que llevo muy dentro de mí. Me voy colmado de experiencias inolvidables, como inolvidables son tantas atenciones y muestras de afecto recibidas. Agradezco las amables palabras que me ha dirigido el Señor Presidente, así como lo mucho que las autoridades han hecho por este entrañable viaje. Y doy las gracias de todo corazón a cuantos han facilitado o colaborado para que, tanto en los aspectos destacados como en los más pequeños detalles, los actos de estas jornadas se hayan desarrollado felizmente. Pido al Señor que tantos esfuerzos no hayan sido vanos, y que con su ayuda produzcan frutos abundantes y duraderos en la vida de fe, esperanza y caridad de León y Guanajuato, de México y de los países hermanos de Latinoamérica y el Caribe.

Ante la fe en Jesucristo que he sentido vibrar en los corazones, y la devoción entrañable a su Madre, invocada aquí con títulos tan hermosos como el de Guadalupe y la Luz, que he visto reflejada en los rostros, deseo reiterar con energía y claridad un llamado al pueblo mexicano a ser fiel a sí mismo y a no dejarse amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valiente y trabajar para que la savia de sus propias raíces cristianas haga florecer su presente y su futuro.

También he sido testigo de gestos de preocupación por diversos aspectos de la vida en este amado país, unos de más reciente relieve y otros que provienen de más atrás, y que tantos desgarros siguen causando. Los llevo igualmente conmigo, compartiendo tanto las alegrías como el dolor de mis hermanos mexicanos, para ponerlos en oración al pie de la cruz, en el corazón de Cristo, del que mana el agua y la sangre redentora.

En estas circunstancias, aliento ardientemente a los católicos mexicanos, y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a no ceder a la mentalidad utilitarista, que termina siempre sacrificando a los más débiles e indefensos. Los invito a un esfuerzo solidario, que permita a la sociedad renovarse desde sus fundamentos para alcanzar una vida digna, justa y en paz para todos. Para los católicos, esta contribución al bien común es también una exigencia de esa dimensión esencial del evangelio que es la promoción humana, y una expresión altísima de la caridad. Por eso, la Iglesia exhorta a todos sus fieles a ser también buenos ciudadanos, conscientes de su responsabilidad de preocuparse por el bien de los demás, de todos, tanto en la esfera personal como en los diversos sectores de la sociedad.

Queridos amigos mexicanos, les digo ¡adiós!, en el sentido de la bella expresión tradicional hispánica: ¡Queden con Dios! Sí, adiós; hasta siempre en el amor de Cristo, en el que todos nos encontramos y nos encontraremos. Que el Señor les bendiga y María Santísima les proteja. Muchas gracias.

Palabras del Cardenal Secretario de Estado en la cena con los Obispos de México y América Latina

León, Patio de la Catedral
Domingo 25 de marzo de 2012

Señor Presidente,
Distinguidas Autoridades, 
Señores Cardenales,
Señor Arzobispo de León,
Señor Arzobispo de Tlalnepantla y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano 
y del Consejo Episcopal Latinoamericano,
Queridos Hermanos en el Episcopado,


Doy gracias a Dios que nos ha reunido en torno a esta mesa, para compartir en la cena un momento de amistad. Agradezco vivamente a quienes lo han hecho posible, así como los nobles sentimientos que lo han motivado.

La visita de Su Santidad Benedicto XVI a México es una ocasión de profunda alegría al ver cómo esta querida Nación ha abierto una vez más de par en par sus puertas al Sucesor de Pedro, manifestando así la grandeza de espíritu de sus hijos, su fina hospitalidad y la recia fe católica arraigada en ellos.

Al conmemorarse este año el vigésimo aniversario del establecimiento de Relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede, la presencia de las distinguidas Autoridades que nos honran con su grata compañía pone de relieve que tanto la Iglesia como el Estado tienen la común tarea, cada uno desde su misión específica, de salvaguardar y tutelar los derechos fundamentales de las personas. Entre ellos, destaca la libertad del hombre para buscar la verdad y profesar las propias convicciones religiosas, tanto en privado como en público, lo cual ha de ser reconocido y garantizado por el ordenamiento jurídico. Y es de desear que en México este derecho fundamental se afiance cada vez más, conscientes de que este derecho va mucho más allá de la mera libertad de culto. En efecto, impregna todas las dimensiones de la persona humana, llamada a dar razón de su propia fe, y anunciarla y compartirla con otros, sin imponerla, como el don más preciado recibido de Dios.

También las funciones diplomáticas deben radicarse en la promoción de esa gran causa común, a la que el cristianismo puede ofrecer una contribución válida, porque es “una religión de libertad y de paz, y está al servicio del auténtico bien de la humanidad” (Benedicto XVI,Discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede, 8 enero 2009). Por ello, la Iglesia no cesa de exhortar a todos, para que la actividad política sea una labor encomiable y abnegada en favor de los ciudadanos y no se convierta en una lucha de poder o una imposición de sistemas ideológicos rígidos, que tantas veces dan como resultado la radicalización de amplios sectores de la población.

En este sentido, los Obispos aquí presentes son exponentes del compromiso de la Iglesia católica en la hermosa labor de trabajar por el hombre, por quien Jesucristo dio la vida. En cada generación, ella ha escrito una página de esta historia de servicio a la humanidad. Unas líneas son obra de los santos, otras de los mártires. No han faltado en esta historia pastores audaces, religiosos ejemplares, jóvenes de voz profética, valerosos testigos de la caridad y fieles laicos que, a veces con gran sencillez, han tendido la mano y abierto su casa al hermano en necesidad. A través de múltiples expresiones, se ha querido desplegar la belleza del cristianismo para abrazar a todo hombre o mujer, sin mirar raza, lengua o clase social. A ello ha concurrido tanto la dimensión de fe hondamente profesada y celebrada, como se percibe en México y en toda Latinoamérica, como los más variados proyectos de solidaridad que han alentado a tantos a salir del egoísmo para ayudar en las necesidades sociales más básicas y urgentes. No podemos olvidar las iniciativas dirigidas a la promoción de los derechos de cada hombre y cada pueblo, la defensa de su libertad y el cultivo del arte y la cultura.

Si en esta misión ha habido alguna sombra, eso no empaña el esplendor del evangelio, siempre presente para purificar y alumbrar nuestro camino, que hoy pasa por esa revitalización de la fe a la que Su Santidad Benedicto XVI no se cansa de invitar.

Con estos deseos, alzo mi copa, y los invito a ustedes a hacer lo mismo, para brindar por el Santo Padre, a quien Dios conserve y proteja siempre. Brindo asimismo por México, tierra bendecida por Nuestra Señora de Guadalupe, y por sus hijos e hijas, que han sabido ganarse el afecto de Benedicto XVI. Brindo por todos los queridos países hermanos de América Latina y el Caribe. Reitero mi gratitud por las continuas y delicadas atenciones recibidas en estos días y expreso a todos ustedes mi cercanía y reconocimiento por esta espléndida velada.

Muchas gracias.