Estimado Padre:
Hombre Nuevo, el Programa de Radio “Fenómenos del Espíritu” y los Caballeros de Colón Consejo 13413 “San Juan Diego”, con el respaldo del Venerable Cabildo Metropolitano estamos promoviendo en la Catedral Metropolitana de México un “Maratón de Confesiones” que se llevará a cabo el próximo sábado 28 de noviembre, de las 8 de la mañana a las 9 de la noche.
El objetivo principal es ofrecer una oportunidad de preparación al Adviento con el sacramento de la penitencia a tantos hombres y mujeres, que necesitados de la reconciliación, no han podido acercarse a él por diversos motivos. La centralidad y la importancia de la Catedral Metropolitana, su capacidad de convocatoria y su importancia litúrgica e histórica, nos llevaron a proponer este lugar, por lo que queremos cubrir el mayor número de confesionarios disponibles al mismo tiempo.
Es por eso que le pedimos que pueda apoyar este “Maratón de Confesiones” con un poco de su tiempo (sería muy recomendable 2 horas). Esta actividad se está promocionando en el Periódico “Desde la Fe”, y en los programas de Radio “Fenómenos del Espíritu” (Radio Centro 1030AM, Lunes a Domingo 9:30 a 10:30 de la noche), “Santa María de Guadalupe Siempre con Nosotros” (ABC Radio 760AM, Domingos 7 am), “Encuentro con tu Angel” (Radio Fórmula 1470AM, Lunes a Domingo 6 a 9 de la mañana) y “Resonancias de Fe” (Reporte 98.5FM, Domingos 9 de la mañana). Esta iniciativa se enmarca también en el Plan Pastoral de la Cuarta Vicaría que busca establecer acciones y signos concretos para la comunión y unidad en la evangelización de la Ciudad de México.
Le suplicamos nos tenga en cuenta y participe en este “Maratón de Confesiones”.
Para mayor información, comunicarse con Alfredo Martínez al 5741-1032 o al 04455-1210-0912
Tenga en cuenta lo siguiente:
- Lleve solamente su alba, en la Catedral se facilitarán estolas moradas.
- Habrá comedor abierto a lo largo del día; no se preocupe por los alimentos.
- El Señor Cardenal otorgará licencias especiales para todos los confesores en este evento particular.
- Contaremos con una sala de descanso y recreación para que pueda aprovecharla en cualquier momento del día (periódico y servicio de café).
Te comparto este blog que fue realizado cuando conducía el programa "Fenómenos del Espíritu"
lunes, 23 de noviembre de 2009
Carta invitación a los Sacerdotes para el Maratón de Confesiones
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Maratón de confesiones en la Catedral
• Se realizará dos veces al año, previo al Adviento y a la Cuaresma.
/DESDE LA FE/ Carlos Villa Roiz
La Iglesia es consciente y ve con preocupación y tristeza que muchos bautizados no acuden a los sacramentos como deberían o lo hacen de manera esporádica. Por ello, la Arquidiócesis de México ha organizado un “Maratón de confesiones” que busca dar mayores facilidades a todas las personas que desean reconciliarse con Dios a través del sacramento de la Penitencia.
El “Maratón de confesiones” pretende abrir espacios y días específicos con el suficiente número de sacerdotes, para que todas las personas que lo deseen puedan recibir este sacramento, que es íntimo y privado.
La promoción de este Maratón se realiza bajo el lema “Reconcíliate contigo y con Dios”, y tendrá lugar el próximo sábado 28 de noviembre de 2009, que es el anterior al inicio al 1er Domingo de Adviento, tiempo de preparación a la Navidad. También se llevará a cabo el sábado anterior al 1er Domingo de Cuaresma, es decir, el 21 de febrero de 2010.
Para ello se habilitarán todos los confesionarios de la Catedral de México en un horario sin interrupciones, desde las 8:00 hasta las 21:00 horas. Los sacerdotes participantes recibirán del cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México, la facultad de perdonar todos los pecados, aún los que están reservados conforme lo marca el Código de Derecho Canónica a los obispos y sacerdotes penitenciarios, como es el caso del aborto.
En los confesionarios habrá obispos y miembros de los cabildos Metropolitano y Guadalupano; esta será la primera vez en México que se realizará un evento de tal magnitud.
El sacramento de la Penitencia es un requisito indispensable para acceder a la Sagrada Eucaristía si la persona se encuentra en pecado mortal. La Iglesia pide a todos los fieles confesarse al menos una vez al año.
Los sacerdotes que deseen ofrecer este servicio –por un lapso mínimo de dos horas- favor de comunicarse con los organizadores al teléfono: 044551-210-0912, para conocer la dinámica .
/DESDE LA FE/ Carlos Villa Roiz
La Iglesia es consciente y ve con preocupación y tristeza que muchos bautizados no acuden a los sacramentos como deberían o lo hacen de manera esporádica. Por ello, la Arquidiócesis de México ha organizado un “Maratón de confesiones” que busca dar mayores facilidades a todas las personas que desean reconciliarse con Dios a través del sacramento de la Penitencia.
El “Maratón de confesiones” pretende abrir espacios y días específicos con el suficiente número de sacerdotes, para que todas las personas que lo deseen puedan recibir este sacramento, que es íntimo y privado.
La promoción de este Maratón se realiza bajo el lema “Reconcíliate contigo y con Dios”, y tendrá lugar el próximo sábado 28 de noviembre de 2009, que es el anterior al inicio al 1er Domingo de Adviento, tiempo de preparación a la Navidad. También se llevará a cabo el sábado anterior al 1er Domingo de Cuaresma, es decir, el 21 de febrero de 2010.
Para ello se habilitarán todos los confesionarios de la Catedral de México en un horario sin interrupciones, desde las 8:00 hasta las 21:00 horas. Los sacerdotes participantes recibirán del cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México, la facultad de perdonar todos los pecados, aún los que están reservados conforme lo marca el Código de Derecho Canónica a los obispos y sacerdotes penitenciarios, como es el caso del aborto.
En los confesionarios habrá obispos y miembros de los cabildos Metropolitano y Guadalupano; esta será la primera vez en México que se realizará un evento de tal magnitud.
El sacramento de la Penitencia es un requisito indispensable para acceder a la Sagrada Eucaristía si la persona se encuentra en pecado mortal. La Iglesia pide a todos los fieles confesarse al menos una vez al año.
Los sacerdotes que deseen ofrecer este servicio –por un lapso mínimo de dos horas- favor de comunicarse con los organizadores al teléfono: 044551-210-0912, para conocer la dinámica .
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P. Álvaro Corcuera, L.C.: En la Iglesia y para la Iglesia
El P. Álvaro Corcuera, L.C., director general de la Legión de Cristo y del Regnum Christi, nos presenta la siguiente carta con motivo de la solemnidad litúrgica de Cristo Rey, fecha en que el Movimiento celebra también el día del Regnum Christi.
¡Venga tu Reino!
Roma, 20 de noviembre de 2009
A los miembros y a los amigos del Regnum Christi
con ocasión de la solemnidad de Cristo Rey
Muy estimados en Jesucristo:
Como ya es tradición en el Regnum Christi, aprovecho esta oportunidad para hacerme presente en medio de ustedes y sus familias en esta solemnidad, en la que buscamos proclamar que Cristo es verdaderamente rey de nuestras vidas y de nuestros hogares. Es hermoso ver en cada lugar con cuánta generosidad cada uno de ustedes se entrega a la misión de hacer crecer este reino de Cristo.
Frecuentemente repetimos a Dios, desde el fondo de nuestro corazón, la invocación «¡Venga tu Reino!» Lo pedimos porque sabemos que es un don de Dios, más que un objetivo que podamos alcanzar por nuestras propias fuerzas. Es algo que nos supera, pero también somos conscientes de que Él ha querido contar con nuestra colaboración y ha formado su Iglesia, germen y comienzo de su Reino en la tierra, como instrumento y camino para lograr este anhelo de su amor (cf. Lumen gentium, n. 5; Catecismo de la Iglesia católica, nn. 768-769). Es en este marco donde tiene sentido nuestra existencia y nuestra misión como miembros del Regnum Christi.
El reinado de Cristo no es una realidad abstracta o que se quede en las nubes. Decía Juan Pablo II que «la Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino. Lo está, ante todo, mediante el anuncio que llama a la conversión; éste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en las personas y en la sociedad humana» (Redemptoris missio, n. 20). Si Cristo nos está llamando a instaurar su Reino en esta tierra, podemos preguntarnos dónde y cómo tenemos que hacerlo. Ya sabemos que el lugar por el cual debemos comenzar es por nuestra propia vida: lograr que Cristo reine en nuestro corazón. A fin de cuentas, este Reino es Cristo mismo que se hace presente en medio de los hombres. No es algo que nosotros hacemos sino una realidad ya presente a la cual nos abrimos.
Pero el señorío de Cristo no debe quedar reducido a nuestro corazón. Los cristianos estamos llamados a ser verdaderas antorchas del amor de Cristo que transmitan a cada ser humano la luz de la fe y de la esperanza que Él nos ha regalado. «Instaurar el Reino de Cristo», por tanto, debe significar para cada uno de nosotros ayudar a quienes están a nuestro lado a que se abran a Cristo y dejen obrar a su gracia. El mejor apostolado consistirá en imitarlo a Él y permitir que tome posesión de nuestros pensamientos, palabras y obras. Necesitamos pedir el don de ver todos los acontecimientos desde Él y de hablar siempre con sus palabras, como nos enseña san Pablo: «lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno» (Ef 4, 29); que todas nuestras obras sean gotas de amor que llenen de paz al prójimo: «sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo» (Ef 4, 32); que seamos instrumentos del amor de Dios a los hombres, porque «Dios es amor» (1Jn 4, 8).
Queremos vivir esta fecha con espíritu de reparación y de humildad, unidos a Cristo Rey, que es rico en misericordia. Quiero aprovechar esta carta para pedir nuevamente sincero perdón a todas las personas que hayan sufrido o estén sufriendo por los hechos tan dolorosos que hemos vivido. Dios nos invita a vivir este período intensificando la vida de oración, los actos de caridad y el espíritu de penitencia, para unirnos más a Jesucristo y a nuestros hermanos los hombres.
Nos dice el Manual del Miembro del Regnum Christi que la única razón de ser del Movimiento «estriba en servir a la Iglesia y a sus Pastores, y, desde la Iglesia y a partir de la misión sobrenatural y humana de la Iglesia, servir a los hombres» (n. 11). Y más adelante nos recuerda: «Nuestro servicio a la Iglesia y a la sociedad consiste en formar apóstoles que construyan la civilización de la justicia y el amor cristianos» (n. 42). Todos nuestros apostolados, todas nuestras actividades, toda nuestra vida debe estar orientada a este servicio. Si perdemos de vista este aspecto, estaríamos perdiendo la orientación fundamental que debe tener el Movimiento Regnum Christi. Queremos continuar y contemplar agradecidos la acción de Cristo en la Iglesia. San Juan Eudes escribía: «Por esto San Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud» (Del tratado de San Juan Eudes, sobre el reino de Jesús. Parte 3,4: Opera omnia 1). De esta manera vamos completando en nuestra carne lo que le falta a la Pasión de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia.
La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es uno de los amores fundamentales del miembro del Movimiento (cf. MMRC nn. 79-87). Este amor deriva de nuestro amor a Cristo. San Pablo nos enseña que «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 26). Del mismo modo nosotros estamos llamados a profesar y testimoniar con nuestro actuar un amor semejante por ella. Gracias a Dios, la Legión de Cristo y el Regnum Christi pueden ofrecer ya muchas actividades y apostolados que buscan servir a nuestra Madre, pero sobre todo sus miembros se esfuerzan por servirla con su propio testimonio, su tiempo y sus talentos, de forma desinteresada. Sabemos que en todo momento somos instrumentos, canales, puentes para que los demás lleguen a Él. Dios nos invita a seguirlo por el camino de la humildad y de la pureza de intención, imitando con su gracia el testimonio de San Juan Bautista: «conviene que Él crezca, y yo disminuya» (Jn 3, 30).
Los invito a que en este año sacerdotal, cada miembro del Regnum Christi destaque por su sentido de Iglesia. Se puede decir que aquí encontramos nuestra definición como cristianos comprometidos al servicio de Cristo. Cuánto bien podemos realizar poniendo todo nuestro empeño e iniciativa apostólica al servicio de la comunidad eclesial local, de acuerdo con las directrices de los obispos y párrocos (cf. MMRC nn. 83 y 443).
Que todos nuestros esfuerzos estén orientados a la transformación de los corazones; a que las almas vuelvan a Cristo y a su Cuerpo Místico por medio de los sacramentos. El miembro del Movimiento se debe a la Iglesia y su apostolado debe consistir en edificarla para que pueda abrazar a más personas: «Por la Iglesia y en la Iglesia recibimos la fe en Cristo, los sacramentos que nos comunican la gracia, y la plena verdad sobre Dios y sobre sus designios de salvación. Cristo mismo se nos da por medio de la Iglesia» (MMRC n. 152).
Lo fundamental es, como seguramente hemos hablado con Jesucristo en el Sagrario, adquirir una confianza ilimitada en Dios ante una misión tan grande y tan hermosa. No estamos solos. Nos llena de esperanza leer las palabras que Dios dirigió a muchos de sus elegidos y enviados para preparar su Reino; saber que Dios está con nosotros, como estuvo con Abraham (cf. Gn 21, 22), con Isaac (cf. Gn 26, 24), con Jacob (cf. Gn 28, 15), con Moisés (cf. Ex 3, 12), con Josué (cf. Jos 1, 5), con Gedeón (cf. Jc 6, 16). Así se lo aseguró también al rey David (cf. 1R 11, 38), al profeta Isaías (cf. Is 41, 10), a Jeremías (cf. Jr 1, 8). Todos ellos eran hombres, conscientes de sus propias limitaciones y de su condición humana. Sin embargo, supieron abrir su corazón a la acción de Dios. Recibieron una vocación que humanamente hablando los superaba, y procedieron siempre con la seguridad de que todo provenía de Dios. Así también nosotros descubrimos que Cristo es el Amigo fiel de nuestras almas. Nos acompaña siempre y nos dirige como palabra viva la promesa que hizo a sus apóstoles tras su Resurrección: «Yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Cristo siempre nos sorprenderá con su bondad infinita, y ahí, en nuestra condición humana, Él realizará los milagros de su amor.
No estamos solos porque Él nunca nos deja. No estamos solos porque el Regnum Christi no es una realidad aislada. Somos parte de la gran familia de Dios en la que la variedad y belleza de estos caminos nos enriquece y nos alienta a todos. Nuestro movimiento es sólo una de tantas realidades que Dios ha suscitado en la Iglesia, como camino que nos ayuda a vivir nuestro compromiso bautismal. Y así como valoramos mucho y agradecemos a Dios la riqueza del carisma que nos ha regalado para ponerlo al servicio de la Iglesia, apreciamos también como un don de Dios a las demás fuerzas vivas de la Iglesia, en las que contemplamos tan claramente la acción continua del Espíritu Santo. No estamos solos porque contamos con la guía de nuestros pastores, los obispos, que son verdaderos padres que Cristo nos da, como sucesores de sus Apóstoles, para enseñarnos, gobernarnos y santificarnos. Nos sostiene el ejemplo y la ayuda de muchos sacerdotes santos y el testimonio de muchos hermanos en la fe, con quienes formamos la comunidad de los creyentes.
Sigamos rezando unos por otros para que vivamos cada día amando más a nuestra Iglesia Católica y a todas las personas que constituyen su cuerpo. Gracias de corazón por su entrega generosa y desinteresada al servicio del Reino de Cristo; estoy seguro de que Dios no es indiferente a lo que todos ustedes hacen cada día por anunciar el Evangelio. En este día de Cristo Rey nos encomendamos también de modo especial a María, espejo de la Iglesia, para que contemplándola a ella, comprendamos la grandeza de nuestra vocación. Que, como en Caná, nuestra vida consista en «hacer lo que Él nos diga» (cf. Jn 2, 5).
Quedo de ustedes, afmo. en Cristo,
Álvaro Corcuera, L.C.
¡Venga tu Reino!
Roma, 20 de noviembre de 2009
A los miembros y a los amigos del Regnum Christi
con ocasión de la solemnidad de Cristo Rey
Muy estimados en Jesucristo:
Como ya es tradición en el Regnum Christi, aprovecho esta oportunidad para hacerme presente en medio de ustedes y sus familias en esta solemnidad, en la que buscamos proclamar que Cristo es verdaderamente rey de nuestras vidas y de nuestros hogares. Es hermoso ver en cada lugar con cuánta generosidad cada uno de ustedes se entrega a la misión de hacer crecer este reino de Cristo.
Frecuentemente repetimos a Dios, desde el fondo de nuestro corazón, la invocación «¡Venga tu Reino!» Lo pedimos porque sabemos que es un don de Dios, más que un objetivo que podamos alcanzar por nuestras propias fuerzas. Es algo que nos supera, pero también somos conscientes de que Él ha querido contar con nuestra colaboración y ha formado su Iglesia, germen y comienzo de su Reino en la tierra, como instrumento y camino para lograr este anhelo de su amor (cf. Lumen gentium, n. 5; Catecismo de la Iglesia católica, nn. 768-769). Es en este marco donde tiene sentido nuestra existencia y nuestra misión como miembros del Regnum Christi.
El reinado de Cristo no es una realidad abstracta o que se quede en las nubes. Decía Juan Pablo II que «la Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino. Lo está, ante todo, mediante el anuncio que llama a la conversión; éste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en las personas y en la sociedad humana» (Redemptoris missio, n. 20). Si Cristo nos está llamando a instaurar su Reino en esta tierra, podemos preguntarnos dónde y cómo tenemos que hacerlo. Ya sabemos que el lugar por el cual debemos comenzar es por nuestra propia vida: lograr que Cristo reine en nuestro corazón. A fin de cuentas, este Reino es Cristo mismo que se hace presente en medio de los hombres. No es algo que nosotros hacemos sino una realidad ya presente a la cual nos abrimos.
Pero el señorío de Cristo no debe quedar reducido a nuestro corazón. Los cristianos estamos llamados a ser verdaderas antorchas del amor de Cristo que transmitan a cada ser humano la luz de la fe y de la esperanza que Él nos ha regalado. «Instaurar el Reino de Cristo», por tanto, debe significar para cada uno de nosotros ayudar a quienes están a nuestro lado a que se abran a Cristo y dejen obrar a su gracia. El mejor apostolado consistirá en imitarlo a Él y permitir que tome posesión de nuestros pensamientos, palabras y obras. Necesitamos pedir el don de ver todos los acontecimientos desde Él y de hablar siempre con sus palabras, como nos enseña san Pablo: «lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno» (Ef 4, 29); que todas nuestras obras sean gotas de amor que llenen de paz al prójimo: «sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo» (Ef 4, 32); que seamos instrumentos del amor de Dios a los hombres, porque «Dios es amor» (1Jn 4, 8).
Queremos vivir esta fecha con espíritu de reparación y de humildad, unidos a Cristo Rey, que es rico en misericordia. Quiero aprovechar esta carta para pedir nuevamente sincero perdón a todas las personas que hayan sufrido o estén sufriendo por los hechos tan dolorosos que hemos vivido. Dios nos invita a vivir este período intensificando la vida de oración, los actos de caridad y el espíritu de penitencia, para unirnos más a Jesucristo y a nuestros hermanos los hombres.
Nos dice el Manual del Miembro del Regnum Christi que la única razón de ser del Movimiento «estriba en servir a la Iglesia y a sus Pastores, y, desde la Iglesia y a partir de la misión sobrenatural y humana de la Iglesia, servir a los hombres» (n. 11). Y más adelante nos recuerda: «Nuestro servicio a la Iglesia y a la sociedad consiste en formar apóstoles que construyan la civilización de la justicia y el amor cristianos» (n. 42). Todos nuestros apostolados, todas nuestras actividades, toda nuestra vida debe estar orientada a este servicio. Si perdemos de vista este aspecto, estaríamos perdiendo la orientación fundamental que debe tener el Movimiento Regnum Christi. Queremos continuar y contemplar agradecidos la acción de Cristo en la Iglesia. San Juan Eudes escribía: «Por esto San Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud» (Del tratado de San Juan Eudes, sobre el reino de Jesús. Parte 3,4: Opera omnia 1). De esta manera vamos completando en nuestra carne lo que le falta a la Pasión de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia.
La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es uno de los amores fundamentales del miembro del Movimiento (cf. MMRC nn. 79-87). Este amor deriva de nuestro amor a Cristo. San Pablo nos enseña que «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 26). Del mismo modo nosotros estamos llamados a profesar y testimoniar con nuestro actuar un amor semejante por ella. Gracias a Dios, la Legión de Cristo y el Regnum Christi pueden ofrecer ya muchas actividades y apostolados que buscan servir a nuestra Madre, pero sobre todo sus miembros se esfuerzan por servirla con su propio testimonio, su tiempo y sus talentos, de forma desinteresada. Sabemos que en todo momento somos instrumentos, canales, puentes para que los demás lleguen a Él. Dios nos invita a seguirlo por el camino de la humildad y de la pureza de intención, imitando con su gracia el testimonio de San Juan Bautista: «conviene que Él crezca, y yo disminuya» (Jn 3, 30).
Los invito a que en este año sacerdotal, cada miembro del Regnum Christi destaque por su sentido de Iglesia. Se puede decir que aquí encontramos nuestra definición como cristianos comprometidos al servicio de Cristo. Cuánto bien podemos realizar poniendo todo nuestro empeño e iniciativa apostólica al servicio de la comunidad eclesial local, de acuerdo con las directrices de los obispos y párrocos (cf. MMRC nn. 83 y 443).
Que todos nuestros esfuerzos estén orientados a la transformación de los corazones; a que las almas vuelvan a Cristo y a su Cuerpo Místico por medio de los sacramentos. El miembro del Movimiento se debe a la Iglesia y su apostolado debe consistir en edificarla para que pueda abrazar a más personas: «Por la Iglesia y en la Iglesia recibimos la fe en Cristo, los sacramentos que nos comunican la gracia, y la plena verdad sobre Dios y sobre sus designios de salvación. Cristo mismo se nos da por medio de la Iglesia» (MMRC n. 152).
Lo fundamental es, como seguramente hemos hablado con Jesucristo en el Sagrario, adquirir una confianza ilimitada en Dios ante una misión tan grande y tan hermosa. No estamos solos. Nos llena de esperanza leer las palabras que Dios dirigió a muchos de sus elegidos y enviados para preparar su Reino; saber que Dios está con nosotros, como estuvo con Abraham (cf. Gn 21, 22), con Isaac (cf. Gn 26, 24), con Jacob (cf. Gn 28, 15), con Moisés (cf. Ex 3, 12), con Josué (cf. Jos 1, 5), con Gedeón (cf. Jc 6, 16). Así se lo aseguró también al rey David (cf. 1R 11, 38), al profeta Isaías (cf. Is 41, 10), a Jeremías (cf. Jr 1, 8). Todos ellos eran hombres, conscientes de sus propias limitaciones y de su condición humana. Sin embargo, supieron abrir su corazón a la acción de Dios. Recibieron una vocación que humanamente hablando los superaba, y procedieron siempre con la seguridad de que todo provenía de Dios. Así también nosotros descubrimos que Cristo es el Amigo fiel de nuestras almas. Nos acompaña siempre y nos dirige como palabra viva la promesa que hizo a sus apóstoles tras su Resurrección: «Yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Cristo siempre nos sorprenderá con su bondad infinita, y ahí, en nuestra condición humana, Él realizará los milagros de su amor.
No estamos solos porque Él nunca nos deja. No estamos solos porque el Regnum Christi no es una realidad aislada. Somos parte de la gran familia de Dios en la que la variedad y belleza de estos caminos nos enriquece y nos alienta a todos. Nuestro movimiento es sólo una de tantas realidades que Dios ha suscitado en la Iglesia, como camino que nos ayuda a vivir nuestro compromiso bautismal. Y así como valoramos mucho y agradecemos a Dios la riqueza del carisma que nos ha regalado para ponerlo al servicio de la Iglesia, apreciamos también como un don de Dios a las demás fuerzas vivas de la Iglesia, en las que contemplamos tan claramente la acción continua del Espíritu Santo. No estamos solos porque contamos con la guía de nuestros pastores, los obispos, que son verdaderos padres que Cristo nos da, como sucesores de sus Apóstoles, para enseñarnos, gobernarnos y santificarnos. Nos sostiene el ejemplo y la ayuda de muchos sacerdotes santos y el testimonio de muchos hermanos en la fe, con quienes formamos la comunidad de los creyentes.
Sigamos rezando unos por otros para que vivamos cada día amando más a nuestra Iglesia Católica y a todas las personas que constituyen su cuerpo. Gracias de corazón por su entrega generosa y desinteresada al servicio del Reino de Cristo; estoy seguro de que Dios no es indiferente a lo que todos ustedes hacen cada día por anunciar el Evangelio. En este día de Cristo Rey nos encomendamos también de modo especial a María, espejo de la Iglesia, para que contemplándola a ella, comprendamos la grandeza de nuestra vocación. Que, como en Caná, nuestra vida consista en «hacer lo que Él nos diga» (cf. Jn 2, 5).
Quedo de ustedes, afmo. en Cristo,
Álvaro Corcuera, L.C.
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Solemnidad de Cristo Rey
Reflexiones del Arzobispo Secretario. Congregación para el Clero
¿Prometes a mi y a mis Sucesores filial respeto y obediencia?
(Pontificale Romanum. De Ordinatione Episcopi, presbyterorum et diaconorum,
editio typica altera , Typis Polyglottis Vaticanis 1990)
Queridos hermanos en el Sacerdocio:
Sin la fuerza del vínculo del Solemne Voto de obediencia, quienes van a recibir el Sacramento del Orden pronuncian la “promesa” de “filial respeto y obediencia” hacia el propio Ordinario y sus Sucesores. Aunque sea diferente el estatuto teológico entre un Voto y una promesa, es idéntico el compromiso moral totalizador y definitivo, e idéntico el ofrecimiento de la propia voluntad a la voluntad de Otro, a la voluntad Divina, eclesialmente mediata.
En nuestro tiempo, entretejido de relativismo y de modelos democráticos, de autonomismos y liberalismos, parece que sea siempre más incomprensible – cada vez más – una tal promesa de obediencia. Tantas veces se la concibe como una diminutio de la dignidad y de la libertad humana, o como una perseverancia arcaica de formas obsoletas, típicas de una sociedad incapaz de una auténtica emancipación.
Nosotros, que vivimos la obediencia auténtica, sabemos muy bien que no es así. Nunca la obediencia en la Iglesia ha sido contraria a la dignidad y al respeto de la persona y nunca debe concebirse como una substracción de la responsabilidad o como fruto de una alienación.
El Rito utiliza un adjetivo fundamental para la justa comprensión de tal promesa; define la obediencia sólo después de haber añadido el “respeto” y ese adjetivado como “filial”. He aquí la nomenclatura: “Hijo” es un nombre relativo en cualquier expresión idiomática, que implica la relación entre padre y el mismo hijo. Propiamente en este contexto relacional debe entenderse la obediencia, que hemos prometido. Un contexto en el que el padre ha sido llamado a ser verdaderamente padre, y el hijo a reconocer la propia filiación y la belleza de la paternidad, que le ha sido dada. Como ocurre en la misma ley de la naturaleza, nadie elige su propio padre y, por ende, nadie elige sus propios hijos. Así pues, todos hemos sido llamados, padres e hijos, a tener una mirada sobrenatural los unos por los otros, de gran misericordia recíproca y de gran respeto, esto es, capacidad de mirar al otro, teniendo siempre presente el Misterio bueno, que lo ha generado y que siempre últimamente lo constituye. En definitiva, el respeto es simplemente esto: Mirar a alguien teniendo presente a Otro.
Sólo en un concepto de “filial respeto” es posible una auténtica obediencia, que no sea apenas formal o una mera ejecución de las órdenes, sino que sea apasionada, entera, atenta y que pueda producir en sí frutos de conversión e de “vida nueva” en quien la vive.
La promesa es en favor del Ordinario en el momento de la Ordenación y de sus “Sucesores”, porque la Iglesia huye siempre de excesivos personalismos. Tiene como centro la persona, pero no los subjetivismos, que la desatan de la fuerza y de la belleza histórica y teológica de la Institución. También en la Institución, que es de origen divina, permanece el Espíritu. Por su propia naturaleza, la Institución es carismática y lógicamente debe unirnos libremente a ella; en el tiempo (Sucesores) significa poder “permanecer en la verdad”, permanecer en El, presente y operante en su cuerpo vivo que es la Iglesia, en la belleza de la continuidad del tiempo y de los siglos, que nos une sin rupturas a Cristo e a los Apóstoles.
Pidamos a la Esclava del Señor –obediente por excelencia, a Ella que en el cansancio ha cantado su “heme aquí, se cumpla según tu palabra”– la gracia de una obediencia filial, llena, alegre y pronta; una obediencia que nos libre de todo protagonismo y pueda mostrar al mundo que es verdaderamente posible darse totalmente a Cristo y realizarse plenamente como auténticos hombres.
Mauro Piacenza
Arz. Titular de Vittoriana
Secretario
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