lunes, 18 de febrero de 2013

CARTA ABIERTA AL PAPA BENEDICTO XVI. P. Pedro Jaramillo Rivas.- Párroco de San Juan de la Cruz.- Guatemala

Guatemala, 17 de febrero de 2013

Santidad!

Soy un sacerdote de a pie; español y manchego, para más señas; y, durante todo su pontificado, caminando con la Iglesia de Guatemala, en un enorme barrio periférico de la ciudad. Una zona, declarada “roja”, a causa de la violencia. Y, enrojecida ella misma, por culpa de la pobreza, del desempleo, de la desesperanza. Como resultado, un deterioro personal y familiar alarmante. Su población es muy joven: de cada 100 feligreses de esta enorme parroquia (unos 100.000 habitantes), 70 son menores de 30 años. Alguien podría pensar: ¡qué esperanza! Pero, visto desde aquí, uno tiene que confesar: ¡qué problema! Un grupo de afortunados han logrado su trabajo y sobreviven; pero, la inmensa mayoría malviven. Y la mal-vivencia, en la carencia de todo, es la madre de todos los vicios. Muchas veces, Santidad, he pensado: es que, si no tienen vicios, estos jóvenes no tienen nada!!!. Así de dura es su vida… ¡No vaya a pensar que nos les ayudo con todas mis fuerzas a superarlos positivamente! Ésa es una de las razones de mi camino guatemalteco.

Me salió un párrafo de ambientación. En el momento de su renuncia, lo que quiero decirle, ante todo, es que la he percibido como un acto de amor a la Iglesia, de humildad personal y de coherencia profética. Y por esa “lección magistral”, le digo de corazón: “Muchas gracias, Santidad”. Le confieso que, cuando escuchaba la noticia, en la madrugada del lunes aquí, no daba crédito a mis oídos… Me convencí de que era cierto, cuando, desde la misma radio, conectaban con la sala de prensa del Vaticano, en la que el P. Lombardi estaba explicando la noticia, dando lectura al texto latino que usted mismo, Santo Padre, había comunicado en la ceremonia de canonización ¡Era verdad!

Repuesto del impacto de la primera reacción, no tuve más remedio que dar gracias a Dios por la humilde valentía que supone su renuncia. Al día siguiente, leí que el cardenal Maradiaga, aquí cerquita, en Honduras, había declarado que si el aceptar es un gran acto de valentía, mucho más lo es el renunciar. Me identificaba totalmente con su autorizada opinión. Romper tantos siglos de historia de la Iglesia con una renuncia papal significa para usted, Santo Padre, entrar a nuestra historia eclesial por la puerta grande.

He visto luego la enorme variedad de interpretaciones. Sesgadas algunas, malintencionadas otras… Unas llenas de respeto, otras de admiración, otras de menosprecio hacia usted, Santo Padre, y hacia quienes con usted, y bajo su ministerio de sucesor de Pedro, formamos la Iglesia católica. Vivo mi ministerio en una tierra bendita y hermosa, pero plagada de sectas. Aquí “desembarcaron”, como fruto de una estrategia política del Norte: era preciso dividir una Iglesia que había tomado una decidida opción por los pobres y que se convertía en conciencia crítica, en pleno conflicto armado. Y lo consiguieron. En la mayoría de estas sectas se cultiva el “odio” hacia la Iglesia católica. Un contexto en el que la renuncia de Su Santidad está sirviendo para ataques furibundos contra la Iglesia católica. Objetivamente, su gesto, de una humildad de quilates, debería servir para acallar los gritos. Pero, créame, Santidad, a veces uno se siente, con el salmista, “en una soledad, poblada de aullidos”. Y no puedes reaccionar con la “racionalidad” que encierra su admirable gesto. El fundamentalismo no entiende de racionalidades. Más bien, las ve como el mayor enemigo. ¡Qué bien lo expresa Su Santidad en una frase rotunda de su Mensaje de Cuaresma: “para una vida espiritual sana, es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista”! Glosándolo, me atrevería a extenderlo y decir: “rehuir tanto el fideísmo como el racionalismo”.

Todos hemos percibido, en su fecundo pontificado, una gran preocupación por el racionalismo y el relativismo imperantes, sobre todo, en las sociedades europeas. Nos hemos identificado con su clamor de dejar espacio a un Dios que no es enemigo del hombre, sino la posibilidad de su existencia y plenitud. Usted, Santo Padre, ha puesto en la palestra la cuestión de Dios, con la honestidad del intelectual, con la convicción del teólogo y con la pasión del creyente ¡Gracias por esta mediación profética! Nos da a los creyentes la convicción de que, en nuestro amor por el hombre, no nos subimos a las nubes cuando nos presentamos y actuamos como testigos del Dios de la vida y de la pasión por lo humano. Nos ha hecho descubrir, Santidad, que no sólo moralmente, sino teológicamente, “nada humano nos es ajeno”. Por eso, en el mismo Mensaje de cuaresma, nos repite: “nunca podemos separar o, incluso, oponer fe y caridad”.

Nuestro contexto, sin embargo, en su generalidad, no es racionalista, sino fideísta. Sobre todo, en los estratos más populares, que son los más. Por eso, ni imaginarse puede, Santidad, las “barbaridades bíblicas” que están manejando quienes miran su renuncia desde fuera de la Iglesia, pero desde dentro de “la sola Escritura”. Los argumentos típicos de un fundamentalismo radical campan por sus respetos. Y nuestros sencillos creyentes no saben qué responder. Meterse en la lógica fundamentalista es el camino más fácil…, y algunos lo toman. Pero, es un camino que no lleva a ninguna parte. Los desatinos de las reacciones fundamentalistas de estos días, me han llevado a pensar en el juicio tan severo que la Pontificia Comisión Bíblica, en su documento sobre “La Interpretación de la Biblia en la Iglesia”, daba sobre el mismo, cuando decía de él que es “un suicidio del pensamiento”.

Por estas tierras, Santidad, el problema de “la cuestión de Dios” no tiene la relevancia que ha adquirido en Europa. Nuestro problema no es tanto la “cuestión de Dios”, sino la “cuestión del Dios, revelado en Jesús de Nazaret”. Tenemos una fe en Dios, que, en mucha de la gente, también de nuestra Iglesia, no ha pasado por la Encarnación. Y, al no hacerlo, le falta la “densidad humana” que dio Jesús al acto de fe e, incluso, a los contenidos de la fe. Muchos tenemos claro que “creer no es comprometerse”, pero también nos parece que el compromiso es como el sacramento de la fe. Usted, Santidad, nos lo dice muy claro cuando, en su Mensaje de cuaresma, endosa un “no” rotundo a la que llama “dialéctica” entre fe y caridad. Llama “limitada” a “la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando, y casi despreciando, las obras concretas de caridad, y reduciéndolas a un humanitarismo genérico”. El otro extremo- nos recuerda también - sería pensar “que las obras pueden sustituir a la fe”.

Santidad, como malos hermeneutas, nos quedamos siempre con lo que nos conviene, que no es precisamente lo que demandan los signos de los tiempos concretos en los que trabajamos pastoralmente. Por lógica, en nuestro caso, deberíamos acentuar su advertencia de que no vale una fe que subestima y desprecia las obras de caridad, pero nos gusta más acentuar su otra advertencia: “que las obras no sustituyan la fe”… Y, aquí nos tiene, teóricamente cada vez más lejanos de los hermanos separados, pero prácticamente más cercanos a su “eje fundamental”: que la sola fe es la que nos salva.

No se puede imaginar hasta qué grado de “esperanza pasiva” lleva esta convicción religiosa. En la última campaña electoral, entre las numerosas pancartas que vieron la luz, había una que prácticamente, pedía el voto para Dios. Decía así: “Sólo Dios puede salvar a Guatemala”. Recuerdo que, comentándolo con las gentes de mi parroquia, yo les decía: “he visto un cartel, que me parece que está equivocado. Creo que le falta algo”. Hubiera sido, en efecto, un mensaje cabal, si hubiera dicho: “No sólo Dios puede salvar a Guatemala”. Me ha dado mucha alegría pensar que ante esa pancarta, usted, Santidad, hubiera reaccionado del mismo modo. Porque, así nos comunica en su Mensaje de Cuaresma: la iniciativa de Dios, que acogemos en la fe, “lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de caridad”. Nos invitan sus palabras a una “esperanza activa” de la que ya habló el Concilio y de la que tanto carecemos por estas tierras.

Sobre el eco pastoral de sus encíclicas – esas que, ahora, algunos, con desdeño, dicen que nadie las ha leído -, le quiero compartir tres cosas que, personal y pastoralmente, me han servido mucho (son muchas las que se quedan en el tintero, o en la computadora, para ser más exactos). Una se refiere al impacto pastoral, entre gente muy sencilla, que ha tenido el fuerte y decidido arraigo de la promoción de la justicia y del ejercicio de la caridad que usted, Santidad, les ha dado tanto en “Deus Caritas est” como en “Caritas in Veritate”. Han descubierto que no es simplemente por ser humanamente generosos y abiertos, sino principalmente por ser creyentes, por lo que se han de preocupar por los demás. Que su fe no es “cabal” (como se dice por aquí), si no entraña, en el mismo acto de creer, y no como un mandamiento posterior para quien ya es creyente, la entrega efectiva y concreta a los demás.

La segunda, es la recepción de un punto muy candente por estas tierras. El contacto con el complejísimo mundo de las sectas, a mucha de nuestra gente les hace pensar si será verdad que “ya están salvos” ellos y nosotros lo tenemos difícil o imposible. En “Spe salvi”, da usted, Santidad, un criterio que, explicado, lo entienden y, créame, se les nota una cara de felicidad esperanzada: habla usted de que, con relación a la salvación, tenemos una “esperanza confiable”. El secreto está en el “confiable”. Yo les digo: “les hago una promesa: después de esta reunión, vamos a ir en una nave espacial, a danos un paseo por la luna. ¿Creen que lo vamos a hacer? La respuesta es, evidentemente negativa. “¿Lo ven?, les digo, ésa es una esperanza “no confiable”. “Bien –continúo-, ahora piensen en ustedes. Ustedes son papás. Tienen una casita, un terrenito, un televisor, una cocina -y no muchas cosas más -, pero esas las tienen. Ustedes les dicen a sus hijos: - cuando muramos, todo esto va a ser para ustedes. ¿Cómo es la esperanza de sus hijos?” Viera también la respuesta unánime: CONFIABLE. Y desde ahí, resulta fácíl hacer entender el YA, pero TODAVIA NO. Y comprenden mucho mejor lo de “herederos de Dios, coherederos con Cristo”.

La tercera cosa se refiere a la “imagen de Dios”. Mire, Santidad, también por el ambiente religioso, tan extendido por estas tierras, nuestra gente tiene una imagen de Dios que, con frecuencia, no ha pasado por Jesús de Nazaret. La insistencia de muchos grupos religiosos en la imagen del Dios del Antiguo Testamento entra con fuerza en el “imaginario religioso” de todos. Después de la tormenta Stan, recién llegado a Guatemala, recuerdo a un furibundo pastor que, por televisión, con el dedo acusador, amedrentaba a la gente: “por sus pecados, por sus pecados, Dios los ha castigado…”. Usted, Santidad, con su palabra y ejemplo, nos ha transmitido la imagen del Dios de Jesús (incluso nos ha regalado con tres tomos sobre su “historia”): el Dios del amor y de la respuesta en la sencilla obediencia de la fe. La imagen del perdón, que no es “licencia para pecar”, sino descubrimiento de la obediencia del amor.

No me importa que esta carta vaya ya siendo larga. El acontecimiento de una renuncia papal, bien merece el desahogo de un hijo con su padre, que se retira al silencio de la oración. Será, sin duda, un silencio elocuente. Sin embargo, usted, Santidad, ha hablado con frecuencia de otro tipo de silencio: “el silencio de Dios”. Esos momentos duros en los que parece que Dios no responde. La gente suele creer que un Papa tiene “hilo directo con Dios”, que se lo da todo solucionado, cuando se levanta cada mañana. Quizás usted, Santidad, mucho mejor que nadie, nos podría contar cómo y cuánto pesa ese silencio de Dios. Pero, lo mismo que hay tantas cosas “sub secreto pontificio”, ésta quedará para siempre “sub Pontificis secreto”, en la recíproca intimidad con el Dios de Jesús en quien usted, Santidad, ha confiado y se ha confiado.

Pensando y rezando por su Santidad, me ha venido a la mente la figura de un profeta: Jeremías. A un hombre de exquisita sensibilidad humana y religiosa, como era el profeta, le tocó denunciar con valentía los pecados de su propio pueblo. Su sensibilidad humana y religiosa, Santidad, la “delata” su propio porte externo y la ternura y delicadeza de su trato, de su mirada, de su tímida sonrisa. Lo mismo que Jeremías se sintió profundamente herido por dentro hasta honduras insospechadas (los de su propio pueblo lo llamaron traidor), imagino que también sus heridas han sido muy dolorosas. Se las hemos causado entre todos, cada quien según sus responsabilidades. Usted, Santidad, nos pedía perdón por sus defectos. Nosotros, al menos yo, le queremos pedir perdón por el sufrimiento que, entre todos, le hemos podido causar. Como buen padre, nos había soñado usted de otra manera…, pero ha tenido que sufrir actitudes muy distantes al mensaje de Jesús. Y usted mismo, Santidad, ha tenido que advertir con severidad sobre el afán de poder, de prestigio, de fama…, muy lejos de la actitud de Jesús “que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos”.

En la antigua ceremonia de lo que entonces se llamaba “entronización del Sumo Pontífice” había un momento simbólico, que no dejaba de impactar. Era como una advertencia al nuevo Papa: “Pater sancte, sic transit gloria mundi” (“Santo Padre, así pasa la gloria del mundo”). Se cantaba, mientras eran quemadas estopas que pronto se consumían. Aquellas glorias de antaño no son las que ahora le esperan a un Papa. Pero sí que es verdad que lo que en el papado pueda quedar de “gloria mundi”, usted, Santidad, lo va a experimentar ahora en situación de renuncia. No puedo leer su corazón, pero estoy seguro de que por él ha pasado el “exinanivit semetipsum”, “se rebajó a sí mismo”. Todo acto de humildad, y el suyo lo es de manera extraordinaria, existencialmente acerca al misterio de la Encarnación. En el silencio monacal, va a esperar ahora el cumplimiento de la sola “gloria Dei”, que ha sido un eje fundamental de su pontificado.

Al contemplarlo, retirándose a un lugar solitario para orar, solamente un ruego: que no se “cansen” sus brazos, alzados para la súplica. En ellos, queremos vernos todos levantados hacia el Señor, en los duros trabajos del Evangelio. En el silencio de la oración, los seguirá compartiendo con todos nosotros.

Con todo el afecto y admiración por el gesto profético de su renuncia, ¡gracias, Santidad!

P. Pedro Jaramillo Rivas.- Párroco de San Juan de la Cruz.- Guatemala

La Conferencia Boliviana de Religiosas y Religiosos de Bolivia envía carta de agradecimiento al Papa Benedicto XVI

La Paz, 16 de febrero de 2013 
13 / 02
A Su Santidad
BENEDICTO XVI
Ciudad del Vaticano.-


Santo Padre,

A nombre de la Conferencia Boliviana de Religiosas y Religiosos, queremos expresarle nuestro más profundo sentimiento de admiración y respeto, delante de la decisión que usted ha tomado, y que es de gran importancia para la vida de la Iglesia.

Queremos transmitirle también nuestra profunda gratitud por todo el cariño, apoyo e inspiración, que ha constituido su Pontificado para toda la vida religiosa.

Pedimos la luz del Espíritu Santo y la intercesión de María, para que el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice, responda a “un mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe”, como usted lo ha señalado.

Cuente siempre con la oración de la vida religiosa en Bolivia.

Unidos en el servicio a la misión de Dios y de los más pobres y diferentes,

René Cardozo, SI.
Presidente de la Junta Directiva Nacional

CARTA DE LA CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO AL PAPA

México, D.F., 12 de febrero del 2013
SEGE 6/13

Su Santidad Benedicto XVI

Beatísimo Padre:

Con estupor, pero también con espíritu de fe, los Obispos de México y los fieles que peregrinan en esta noble nación, hemos recibido la noticia de que Su Santidad, después de haber examinado reiteradamente ante Dios su conciencia, ha decidido renunciar, con plena libertad, al ministerio de Obispo de Roma, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

La Conferencia del Episcopado Mexicano agradece a Dios, rico en misericordia, el luminoso pontificado de Su Santidad, y expresa a usted, Santo Padre, su gratitud por haberse propuesto, como programa de gobierno, escuchar la palabra y la voluntad del Señor, y recordarnos que la Iglesia ha de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios (cfr. Homilía en la Inauguración solemne del Pontificado, 24 de abril de 2005).

Gracias, Santidad, por testimoniar que Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn 4, 16); que es en la cruz donde se debe definir qué es el amor, y que la unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega (cfr. Deus Caritas est, nn. 1, 12,14). Gracias por recordarnos que la esperanza es distintivo de los cristianos; que llegar a conocer a Dios es lo que significa recibir esperanza (cfr. Spe salvi, nn. 1,3). Gracias por ayudarnos a tomar conciencia que, siendo destinatarios del amor divino debemos convertirnos en instrumentos de su caridad, asumiendo solidariamente nuestras responsabilidades para favorecer un desarrollo integral, del que nadie quede excluido (cfr. Caritas in veritate, nn. 5 y 10).

Gracias Santo Padre por enseñarnos que quien conoce la Palabra divina conoce plenamente el sentido de cada criatura y es capaz de edificar la propia vida, entablando relaciones animadas por la rectitud y la justicia, empeñándose en la nueva evangelización (cfr. Verbum Domini, n. 6, 100 y 122). Gracias por hacernos ver que en la Santísima Eucaristía, Jesucristo viene a nuestro encuentro; nos acompaña y nos enseña la verdad del amor, que es la esencia misma de Dios, que nos impulsa a transformar las estructuras injustas para restablecer el respeto de la dignidad humana (cfr. Sacramentum Caritatis, nn. 1,2, 72 y 89).

Gracias Santidad por servir fiel y generosamente a la Iglesia y al mundo con obras, palabras, oración y sufrimiento. México siempre guardará el recuerdo de su amorosa solicitud, manifestada en su inolvidable Visita Pastoral, en la que nos animó a no dejarnos amedrentar por las fuerzas del mal, a ser valientes y trabajar para que la savia de nuestras raíces cristianas haga florecer nuestro presente y nuestro futuro, y así, mediante un esfuerzo solidario, renovar a la sociedad desde sus fundamentos para alcanzar una vida digna, justa y en paz para todos (cfr. Discurso de despedida, aeropuerto de León, 26 de marzo de 2012).

Sepa usted, Santo Padre, que nuestra gratitud se expresará de forma concreta, orando por usted para que Dios recompense su incondicional entrega, y procurando hacer vida las enseñanzas que por su medio nos ha dado, las cuales nos impulsan, particularmente en este Año de la Fe, a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo, y a la fidelidad a su Iglesia (cfr. Porta Fide, n. 6.).

Que Santa María de Guadalupe le acompañe en esta nueva etapa de su vida, e interceda por toda la Iglesia para que el Señor le conceda un Sucesor de Pedro según su santa voluntad.

Por los Obispos de México.

+ José Francisco, Card. Robles Ortega
Arzobispo de Guadalajara
Presidente de la CEM

+ Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla
Secretario General de la CEM

A Su Santidad Benedicto XVI

Morelia, a 12 de febrero de 2013

A SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
Ciudad del Vaticano.


Santo Padre,

Nos ha estremecido el anuncio que Su Santidad ha dado personalmente de su renuncia voluntaria al ministerio de Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal a partir del día 28 de este mes de febrero.

Ante todo quiero manifestarle a nombre de toda la Arquidiócesis, Obispos Auxiliares, Presbiterio, Comunidades Religiosas y Fieles Laicos, nuestra profunda y sincera gratitud por su entrega sin reservas al Señor en el servicio de su Pueblo y en intrépido testimonio de la Verdad ante el mundo.

Admiramos su sabiduría y prudencia en su Magisterio y especialmente en decisiones de gran trascendencia. Ahora vemos la humildad al reconocer las propias limitaciones y la valentía al tomar esta decisión.

En el Año de la Fe nos da una gran lección, al recordarnos que Jesús Resucitado es el Supremo Pastor que seguirá guiando amorosamente a la Iglesia y que todos debemos ser instrumentos dóciles al Espíritu buscando y cumpliendo cada día la voluntad del Padre.

Deseamos de corazón que el Señor le conceda muchos años de una vida serena, gozando de salud y contemplando desde ahora la verdad y la belleza que un día se nos mostrarán con todo esplendor. Confiamos que con su oración y su amor de padre Su Santidad seguirá ayudándonos desde su retiro.

Lo amamos con afecto filial y pedimos su bendición apostólica,

+ Alberto Suárez Inda
Arzobispo de Morelia

Benedicto XVI: un testimonio ejemplar

+Carlos Aguiar Retes
Arzobispo de Tlalnepantla
Presidente del CELAM


La importante y sorprendente decisión de S.S. Benedicto XVI, de renunciar a su Ministerio como Sucesor de Pedro, y por tanto, como Cabeza visible de la Iglesia Católica, refleja la personalidad el Papa Benedicto XVI como un hombre de fe, que tiene una gran confianza en la presencia del Espíritu Santo que conduce la Iglesia, conforme la promesa de Jesucristo a sus Apóstoles, y permite también que descubramos su profundo amor a la Iglesia.

El Papa ha explicado claramente que su decisión la ha discernido en oración y teniendo en cuenta las exigencias del Ministerio Petrino, y al mismo tiempo con gran realismo, consciente de la constante disminución de sus fuerzas físicas debida a su avanzada edad, y al natural y comprensible desgaste que implica su cotidiana tarea como Papa.

Veo al Papa Benedicto XVI en esta decisión: a un hombre de fe, de amor a la Iglesia, valiente, firme, decidido, que corre los riesgos de interpretaciones erróneas y quizá incomprendidas, incluso por los mismos fieles. Sin embargo hacer uso de un derecho que ningún Papa en casi seis siglos había ejercitado es una gran lección espiritual y eclesial para todos los creyentes y especialmente para tantos que nos sentimos indispensables en las funciones y tareas que recibimos en el nombre de Dios, Nuestro Padre.

Es muy loable reconocer y agradecer que a lo largo de su fructífero Pontificado, el Papa mostró: cómo se deben afrontar los problemas de la Iglesia a través del diálogo constructivo y permanente con todas las corrientes del pensamiento, con todas las naciones, con todas las Iglesias y confesiones religiosas.

A casi un año de su visita a México, queda el recuerdo que dirigió a los infantes: “Ustedes, mis pequeños amigos, no están solos; cuentan con la ayuda de Cristo y de su Iglesia”, y el ánimo que generó en todos los mexicanos, insistiendo que el mal no puede tanto, y que siempre la victoria del bien está garantizada en el proyecto salvífico de Jesucristo, consumado en la cruz y en la resurrección.

Su exquisita y delicada bondad la llevaremos en nuestros corazones, confiando que Dios Nuestro Señor lo acompañara en esta etapa final de su vida, dedicada al silencio, la meditación y la oración.

Hoy, el Papa Benedicto XVI lanza a la feligresía católica y a los hombres de buena voluntad un claro ejemplo de fortaleza y dignidad, de honestidad y clarividencia, al asumir la decisión de su retiro. Por ello, ha señalado al final de su anuncio que orará y pedirá a Jesucristo, Nuestro Señor y a la Virgen María, Madre de la Iglesia su intervención para que los Cardenales electores elijan a quien pueda afrontar, de la mejor manera, los grandes desafíos del tiempo actual y conducir a la Iglesia Católica con la sabiduría del Espíritu conforme a la Voluntad de Dios, Nuestro Padre.

La Iglesia Católica, con esta decisión del Papa Benedicto XVI se fortalecerá en la Fe, en la Esperanza y la infinita confianza del Amor de Dios.

Tlalnepantla – México, febrero 12 de 2013.

Comunicado de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco, con motivo del anuncio de la renuncia de Su Santidad Benedicto XVI

11 de febrero de 2013

El día de hoy 11 de febrero cuando la Iglesia recuerda a la Santísima Virgen de Lourdes patrona de los enfermos, el Santo Padre Benedicto XVI decidió informarnos acerca de su renuncia al gobierno de la Iglesia Universal, que será efectiva el próximo 28 de febrero de 2013 a las 8 de la noche, hora de Roma.

La Iglesia Universal aunque ha recibido con inmensa sorpresa dicho anuncio, se ha unido con un sólo corazón y una sola alma en la oración y agradecimiento a Dios por habernos concedido durante estos años, un Padre y un Pastor lleno de sabiduría y humildad en la persona del Papa Benedicto XVI.

Nos conmueve descubrir que el Santo Padre realizó este anuncio en el día en que la Iglesia pone sus ojos en los enfermos y en los que sufren, pues él reconoce que está ya casi formando parte de ese gran universo del dolor y de la enfermedad, de esa manera, su vida, testimonio y ministerio cobran un valor excepcional y nos deja una gran enseñanza sobre el valor de la humildad, del desprendimiento interior y de la confianza en que la vida de la Iglesia descansa sobre los hombros del único gran Pastor de las ovejas, Jesucristo, nuestro Señor.

Como Iglesia diocesana felicitamos al Santo Padre, y hoy, como siempre, nos sentimos orgullosos de ser Iglesia Católica y descubrimos que el Espíritu Santo nunca abandona a su Iglesia.

Pidiéndoles oraciones más que fervorosas por su digna persona, que tomó tal decisión en los momentos de mayor serenidad personal y de la Iglesia; por el próximo sucesor suyo y por todos los fieles de la Iglesia Católica y del mundo, yo también les bendigo con mi oración.
Soy su Servidor y Obispo,

+ Juan Manuel Mancilla Sánchez
Obispo de Texcoco

Ejemplar renuncia del Papa

SITUACIONES
A todos nos causó sorpresa el anuncio de Benedicto XVI de renunciar a su ministerio como Sucesor de Pedro. Las reacciones han sido variadas. En vez de admirar y valorar su profunda madurez humana y cristiana, su clarividencia evangélica para decidir el momento oportuno, su generosidad espiritual al no estar aferrado a un puesto, su gran libertad para tomar decisiones tan trascendentes, y sobre todo su arraigado y sacrificado amor a la Iglesia, de inmediato se suscitan elucubraciones sobre quién podría ser elegido nuevo Papa, o sobre si hay otras razones para su renuncia. Unos que se consideran especialistas en asuntos religiosos, de inmediato expresan opiniones que nos confirman lo que ya había dicho Jesús, que quien tiene los ojos manchados, todo lo ve sucio… Unos fieles se sienten un poco desconcertados.


ILUMINACION
Lo más indicado es analizar el texto de su renuncia:
“Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando. Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice. 

Os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mí respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria”.

Esta decisión no es una total sorpresa, pues hace poco más de dos años, cuando el periodista alemán Peter Seewald le preguntó al respecto, dijo: “Si el papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su servicio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar” (Libro Luz del Mundo, pág. 43).

Y el Código de Derecho Canónico, que norma la vida de la Iglesia, con toda claridad indica: “Si el Romano Pontífice renunciase a su oficio, se requiere para la validez que la renuncia sea libre y se manifieste formalmente, pero no que sea aceptada por nadie” (canon 332,2). 

COMPROMISOS
Sirva este signo profético del Papa como una invitación a no aferrarnos al ejercicio de una autoridad. Un padre de familia, a tiempo distribuya las herencias y no retenga su poder sobre los bienes que pueda dejar a los hijos. Un catequista, un servidor de la Iglesia, presente su renuncia periódicamente, para que la comunidad crezca. Un líder sindical, un gobernante, no se empecine en su cargo como si nadie más fuera capaz de ejercerlo. Los obispos presentamos al Papa nuestra renuncia, al cumplir 75 años, o cuando la salud u otras causas nos impiden presidir la diócesis. Esto es lo más sano para la Iglesia, a la que el Espíritu Santo no deja de asistir. La fe asegura que Jesús es el Supremo Pastor. Oremos por que se elija un buen sucesor y no nos impresionemos por opiniones sin fundamento real.

+ Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de Las Casas