viernes, 18 de noviembre de 2011

¿Quien fue el Cardenal Bernardin Gantin?

Fuente : ACIPRENSA


Bernardin GANTIN
Prefecto emérito de la Congregación para los Obispos y Decano emérito del Colegio de Cardenales
Nacimiento: Nació el 8 de mayo de 1922, Toffo, arquidiócesis de Cotonou, en Benin (luego Dahomey).
Educación: Estudió en el Seminario de Ouidah; y en la Pontificia Universidad Urbaniana, en Roma.
Sacerdocio: Ordenado el 14 de enero de 1951, en Cotonou. Fue miembro de la facultad del Seminario de Quidah y trabajó pastoralmente en la Arquidiócesis de Cotonou, de 1951 a 1953. Continuó sus estudios de 1953 a 1956, en Roma.
Episcopado: Elegido Obispo titular de Tipasa di Mauritania y nombrado auxiliar de Cotonou, el 11 de diciembre de 1956. Consagrado, el 3 de febrero de 1957, en Ciudad del Vaticano, por el Cardenal Eugène Tisserant, Obispo de Ostia y Porto e Santa Rufina, decano del Sacro Colegio de Cardenales, Prefecto de S.C. para Ceremonial y Bibliotecario y Archivero de la Iglesia Santa Romana. Promovido a la sede metropolitana de Cotonou, el 5 de enero de 1960. Asistió al Concilio Vaticano II, de 1962 a 1965. Asistió a la I Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 29 de septiembre al 29 de octubre de 1967; a la I Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 11 al 28 de octubre de 1969. Fue nombrado secretario adjunto de la S.C. para la Evangelización de los Pueblos, el 5 de marzo de 1971. Renunció al gobierno pastoral de la arquidiócesis, el 28 de junio de 1971. Fue nombrado secretario de la S.C. para Evangelización de los Pueblos, el 26 de febrero de 1973. Vicepresidente de la Pontificia Comisión Iustitia et Pax, el 19 de diciembre de 1975; fue nombrado pro-presidente de la misma, el 16 de diciembre de 1976.
Cardenalato: Creado Cardenal diácono, el 27 de junio de 1977; recibió la birreta roja y la diaconía del Sacro Cuore di Cristo Re, el 27 de junio de 1977. Presidente de la Pontificia Comisión Iustitia et Pax, el 29 de junio de 1977. Asistió a la IV Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Ciudad del Vaticano, del 30 de septiembre al 29 de octubre de 1977. Presidente del Pontificio Consejo Cor Unum, el 4 de septiembre de 1978. Participó en el cónclave del 25 al 26 de agosto de 1978. Participó en el cónclave del 14 al 16 de octubre de 1978. Enviado especial del Papa a la celebración del centenario del nacimiento de San Pedro Claver, en Cartagena, Colombia, el 24 de junio de 1980. Asistió a la V Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Ciudad del Vaticano, del 26 de septiembre al 25 de octubre de 1980; fue uno de los tres presidentes delegados. Legado pontificio al XLII Congreso Eucarístico Internacional, del 16 al 23 de julio de 1981, en Lourdes, Francia. Asistió a la VI Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 29 de septiembre al 28 de octubre de 1983. Renunció a las presidencias de la comisión y del consejo, el 8 de abril de 1984. Fue nombrado prefecto de la S.C. para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, el 8 de abril de 1984. Optó por el orden de los cardenales presbíteros y su diaconía fue elevada, pro illa vice, a título, el 25 de junio de 1984. Enviado especial del Papa a las celebraciones del 150º aniversario del comienzo de la evangelización en la Arquidiócesis de Papetee, Tahiti, en la Polynesia Francesa, el 10 de agosto de 1984. Asistió a la II Asamblea Extraordinaria del Sínodo Mundial de los Obispos, Ciudad del Vaticano, del 24 de noviembre al 8 de diciembre 1985. Nombrado Obispo titular de la sede suburbicaria de Palestrina, el 29 de septiembre de 1986. Enviado especial del Papa a la celebración del I centenario de la evangelización, Port-Vila, en la República de Vanuatu, el 8 de septiembre, 1987. Asistió a la VII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 1 al 30 de octubre de 1987; a la VIII Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 30 de septiembre al 28 de octubre de 1990; a la I Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 28 de noviembre al 14 de diciembre de 1991; a la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Santo Domingo, República Dominicana, del 12 al 28 de octubre de 1992. Decano del Colegio de Cardenales y Obispo del título de la sede suburbicaria de Ostia, el 5 de junio de 1993. Enviado especial del Papa a la inauguración del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, en Campinas, Brasil, el 12 de diciembre de 1993. Asistió a la Asamblea Especial para Africa del Sínodo de los Obispos, Ciudad del Vaticano, del 10 de abril al 8 de mayo de 1994; a la IX Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, en la Ciudad Vaticana, del 2 al 29 de octubre de 1994. Enviado especial del Papa al entierro de Pierre Lucien Claverie, Obispo de Oran, en Algiers, muerto en la explosión de una bomba, en Oran, Argelia, el 5 de agosto de 1996. Asistió a la Asamblea Especial para América del Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997; a la Asamblea Especial para Asia del Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 19 de abril al 18 de mayo de 1998. Renunció a la prefectura y a la presidencia, el 25 de junio de 1998. Asistió a la Asamblea Especial para Oceanía de Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 22 de noviembre al 12 de diciembre de 1998. Representante especial del Papa en el entierro del Rey Hassan II de Marruecos, en Rabat, el 25 de julio de 1999. Asistió a la II Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos, en Ciudad del Vaticano, del 1 al 23 de octubre de 1999. Enviado especial del Papa para el Congreso Eucarístico Nacional de Haití, Puerto Príncipe, 1-3 de diciembre de 2000. Enviado especial del Papa para la clausura de las celebraciones de la evangelización de Burkina Faso, Ouagadougou, 21 de enero de 2001. Asistió a la X Asamblea Ordinaria del Sínodo Mundial de Obispos, Ciudad del Vaticano, 30 de septiembre a 27 de octubre de 2001. Perdió el derecho a participar en el cónclave cuando alcanzó los 80 años de edad, 8 de mayo de 2002. Renunció al decanato del Colegio de Cardenales y al título de de la suburbicariana sede de Ostia, y pasó a ser decano emérito el 30 de noviembre de 2002. Retornó a Benin, 4 de diciembre de 2002.

El Cardenal Bernardin Gantin fue llamado a la casa del Padre el 13 de mayo de 2008.

Visita a la Catedral de Cotonou

Señores Cardenales,
Señor Arzobispo y queridos hermanos en el Episcopado,
Señor Rector de la catedral,
Queridos hermanos y hermanas

El antiguo himno del Te Deum que acabamos de cantar, expresa nuestra alabanza a Dios tres veces santo, que nos reúne en esta hermosa catedral de Nuestra Señora de la Misericordia. Rendimos homenaje con reconocimiento a los arzobispos precedentes que aquí reposan: Monseñor Christophe Adimou y Monseñor Isidore de Sousa. Fueron valerosos trabajadores en la viña del Señor, y su recuerdo sigue vivo en el corazón de los católicos y de numerosos Benineses. Estos dos prelados, cada uno a su manera, fueron pastores llenos de celo y caridad. Se entregaron sin reservas al servicio del Evangelio y del Pueblo de Dios, especialmente de los más desvalidos. Todos ustedes saben que Monseñor de Sousa era un amigo de la verdad y que desempeñó un papel determinante en la transición a la democracia de vuestro país.
Mientras alabamos a Dios por las maravillas con las que sigue colmando a la humanidad, les invito a meditar por un momento en su infinita misericordia. Esta catedral se presta providencialmente a ello. La historia de la salvación, que culmina en la encarnación de Jesús y tiene su pleno cumplimiento en el misterio pascual, es una revelación conmovedora de la misericordia de Dios. En el Hijo se hace visible el «Padre de las misericordias» (2 Co 1,3) que, siempre fiel a su paternidad, «es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado» (Juan Pablo II,
Dives in misericordia, 6). La misericordia divina no consiste sólo en la remisión de nuestros pecados; consiste también en que Dios, nuestro Padre, a veces con dolor, tristeza o miedo por nuestra parte, nos devuelve al camino de la verdad y de la luz, porque no quiere que nos perdamos (cf. Mt 18,14; Jn 3,16). Esta doble manifestación de la misericordia de Dios muestra lo fiel que es Dios a la alianza sellada con todo cristiano en el bautismo. Al releer la historia personal de cada uno y la de la evangelización de nuestros países, podemos decir con el salmista: «Cantaré eternamente las misericordias del Señor» (Sal 88,2).
La Virgen María experimentó el misterio del amor divino en su más alto grado: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (Lc 1,50), exclama en su Magnificat. Por su «sí» a la llamada de Dios, ha contribuido a la manifestación del amor divino entre los hombres. En este sentido, ella es Madre de la Misericordia por su participación en la misión de su Hijo; y ha recibido el privilegio de socorrernos siempre y en todo lugar. «Por su múltiple intercesión, continúa alcanzándonos los dones de la eterna salvación. Por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz» (Lumen gentium, 62). Bajo el amparo de su misericordia, sanan los corazones quebrantados, se vencen las acechanzas del Maligno y los enemigos se reconcilian. En María, no sólo tenemos un modelo de perfección, sino también una ayuda para lograr la comunión con Dios y con nuestros hermanos y hermanas. La Madre de la Misericordia es una guía segura para los discípulos de su Hijo, que quieren servir a la justicia, la reconciliación y la paz. Ella nos indica con sencillez y corazón de madre la única Luz y la única Verdad: su Hijo, Jesucristo, que lleva a la humanidad hacia su plena realización en el Padre. No tengamos miedo de invocar confiadamente a aquella que no cesa de dispensar a sus hijos las gracias divinas:
Madre de la Misericordia,
Salve, Madre del Redentor;
Dios te salve, Virgen gloriosa;
Salve, Reina nuestra.
Reina de la Esperanza,
muéstranos el rostro de tu divino Hijo;
guíanos por el camino de la santidad;
danos la alegría de los que saben decir «sí» a Dios.
Reina de la paz,
colma las más nobles aspiraciones de los jóvenes de África;
sacia los corazones sedientos de justicia, paz y reconciliación;
corona las esperanzas de los niños que sufren el hambre y la guerra.
Reina de la justicia,
alcánzanos el amor filial y fraterno;
haz que seamos amigos de los pobres y pequeños;
consigue para los pueblos de la tierra el espíritu de hermandad.
Nuestra Señora de África,
implora a tu divino Hijo la curación de los enfermos,
el consuelo de los afligidos,
el perdón de los pecadores.
Intercede por África ante tu Hijo,
y consigue para toda la humanidad la salvación y la paz.
Amén

Palabras del Papa Benedicto XVI en la Ceremonia de Bienvenida en el Aeropuerto Internacional “Cardenal Bernardin Gantin” de Cotonou – Benin


Señor Presidente de la República,
Señores Cardenales,
Señor Presidente de la Conferencia Episcopal de Benin,
Autoridades civiles, eclesiásticas y religiosas,
Queridos amigos

Le agradezco, Señor Presidente, sus cálidas palabras de bienvenida. Usted sabe el afecto que siento por su continente y su país. Quería volver a África, y son tres los motivos que me han inducido a emprender este viaje apostólico. En primer lugar, Señor Presidente, su amable invitación a visitar el país. Una iniciativa que ha ido a la par con la de la Conferencia Episcopal de Benin. Son iniciativas felices, pues se enmarcan en el año en que Benín celebra el 40 aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas con la Santa Sede y el 150 aniversario de su evangelización. Al estar entre ustedes, tendré ocasión de participar en numerosos encuentros. Me alegro por ello. Todos serán diferentes y culminarán en la Eucaristía que celebraré antes de despedirme.
También se cumple mi deseo de entregar en suelo africano la Exhortación apostólica postsinodal Africae munus. Sus reflexiones guiarán la acción pastoral de numerosas comunidades cristianas en los próximos años. Este documento podrá germinar, crecer y dar fruto, produciendo «el ciento o sesenta o treinta por uno», como dijo Jesucristo (Mt 13,23).
Hay, en fin, un tercer motivo más personal o de sentimiento. Siempre he tenido en alta estima a un hijo de este país, el cardenal Bernardin Gantin. Los dos hemos trabajado durante muchos años, cada uno según sus propias competencias, al servicio de la misma viña. Hemos ayudado lo mejor posible a mi Predecesor, el beato Juan Pablo II, a ejercer su ministerio petrino. Tuvimos ocasión de encontrarnos muchas veces, de conversar en profundidad y de orar juntos. El cardenal Gantin se había ganado el respeto y el afecto de muchos. Por eso me ha parecido justo venir a su país natal, para rezar ante su tumba y para agradecer a Benin el haber dado a la Iglesia a este hijo eminente.
Benin es un país de antiguas y nobles tradiciones. Su historia es reconocida. Quisiera aprovechar esta oportunidad para saludar a los jefes tradicionales. Su contribución es importante para construir el futuro de este país. Quiero animarlos a contribuir con su sabiduría y comprensión de las costumbres a la delicada transición que se está produciendo actualmente de la tradición a la modernidad.
No se ha de temer a la modernidad, pero tampoco se puede construir olvidando el pasado. Debe ir acompañada de la prudencia para el bien de todos, evitando los escollos que hay en África, lo mismo que en otras partes, como la sumisión incondicional a las fuerzas del mercado o las finanzas, el nacionalismo o tribalismo exacerbado y estéril, que puede llegar a ser funesto, la politización extrema de las tensiones interreligiosas en detrimento del bien común o, finalmente, la erosión de los valores humanos, culturales, éticos y religiosos. La transición a la modernidad debe estar guiada por criterios seguros basados en las virtudes reconocidas, como las citadas en vuestro lema nacional, pero también aquellas enraizadas en la dignidad, la grandeza de la familia y el respeto de la vida. Todos estos valores son para el bien común, el único que debe primar, y el único que debe ser la mayor preocupación de todo sujeto responsable. Dios confía en el hombre y desea su bien. Nos atañe a nosotros corresponder con una honestidad y justicia que esté a la altura de su confianza.
La Iglesia, por su parte, ofrece su contribución específica. Con su presencia, su oración y sus diversas obras de misericordia, especialmente en el campo de la educación y la sanidad, desea dar lo mejor que tiene. Desea mostrarse cercana de quien está en necesidad, de quien busca a Dios. Quiere hacer comprender que Dios no está ausente, ni es inútil, como se trata de hacer creer, sino que es amigo del hombre. Señor Presidente, vengo a vuestro país con este espíritu de amistad y hermandad.
(En fon)¡Dios bendiga a Benin!