El P. Álvaro Corcuera, L.C., director general de la Legión de Cristo y del Regnum Christi, nos presenta la siguiente carta con motivo de la solemnidad litúrgica de Cristo Rey, fecha en que el Movimiento celebra también el día del Regnum Christi.
¡Venga tu Reino!
Roma, 20 de noviembre de 2009
A los miembros y a los amigos del Regnum Christi
con ocasión de la solemnidad de Cristo Rey
Muy estimados en Jesucristo:
Como ya es tradición en el Regnum Christi, aprovecho esta oportunidad para hacerme presente en medio de ustedes y sus familias en esta solemnidad, en la que buscamos proclamar que Cristo es verdaderamente rey de nuestras vidas y de nuestros hogares. Es hermoso ver en cada lugar con cuánta generosidad cada uno de ustedes se entrega a la misión de hacer crecer este reino de Cristo.
Frecuentemente repetimos a Dios, desde el fondo de nuestro corazón, la invocación «¡Venga tu Reino!» Lo pedimos porque sabemos que es un don de Dios, más que un objetivo que podamos alcanzar por nuestras propias fuerzas. Es algo que nos supera, pero también somos conscientes de que Él ha querido contar con nuestra colaboración y ha formado su Iglesia, germen y comienzo de su Reino en la tierra, como instrumento y camino para lograr este anhelo de su amor (cf. Lumen gentium, n. 5; Catecismo de la Iglesia católica, nn. 768-769). Es en este marco donde tiene sentido nuestra existencia y nuestra misión como miembros del Regnum Christi.
El reinado de Cristo no es una realidad abstracta o que se quede en las nubes. Decía Juan Pablo II que «la Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino. Lo está, ante todo, mediante el anuncio que llama a la conversión; éste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en las personas y en la sociedad humana» (Redemptoris missio, n. 20). Si Cristo nos está llamando a instaurar su Reino en esta tierra, podemos preguntarnos dónde y cómo tenemos que hacerlo. Ya sabemos que el lugar por el cual debemos comenzar es por nuestra propia vida: lograr que Cristo reine en nuestro corazón. A fin de cuentas, este Reino es Cristo mismo que se hace presente en medio de los hombres. No es algo que nosotros hacemos sino una realidad ya presente a la cual nos abrimos.
Pero el señorío de Cristo no debe quedar reducido a nuestro corazón. Los cristianos estamos llamados a ser verdaderas antorchas del amor de Cristo que transmitan a cada ser humano la luz de la fe y de la esperanza que Él nos ha regalado. «Instaurar el Reino de Cristo», por tanto, debe significar para cada uno de nosotros ayudar a quienes están a nuestro lado a que se abran a Cristo y dejen obrar a su gracia. El mejor apostolado consistirá en imitarlo a Él y permitir que tome posesión de nuestros pensamientos, palabras y obras. Necesitamos pedir el don de ver todos los acontecimientos desde Él y de hablar siempre con sus palabras, como nos enseña san Pablo: «lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno» (Ef 4, 29); que todas nuestras obras sean gotas de amor que llenen de paz al prójimo: «sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo» (Ef 4, 32); que seamos instrumentos del amor de Dios a los hombres, porque «Dios es amor» (1Jn 4, 8).
Queremos vivir esta fecha con espíritu de reparación y de humildad, unidos a Cristo Rey, que es rico en misericordia. Quiero aprovechar esta carta para pedir nuevamente sincero perdón a todas las personas que hayan sufrido o estén sufriendo por los hechos tan dolorosos que hemos vivido. Dios nos invita a vivir este período intensificando la vida de oración, los actos de caridad y el espíritu de penitencia, para unirnos más a Jesucristo y a nuestros hermanos los hombres.
Nos dice el Manual del Miembro del Regnum Christi que la única razón de ser del Movimiento «estriba en servir a la Iglesia y a sus Pastores, y, desde la Iglesia y a partir de la misión sobrenatural y humana de la Iglesia, servir a los hombres» (n. 11). Y más adelante nos recuerda: «Nuestro servicio a la Iglesia y a la sociedad consiste en formar apóstoles que construyan la civilización de la justicia y el amor cristianos» (n. 42). Todos nuestros apostolados, todas nuestras actividades, toda nuestra vida debe estar orientada a este servicio. Si perdemos de vista este aspecto, estaríamos perdiendo la orientación fundamental que debe tener el Movimiento Regnum Christi. Queremos continuar y contemplar agradecidos la acción de Cristo en la Iglesia. San Juan Eudes escribía: «Por esto San Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud» (Del tratado de San Juan Eudes, sobre el reino de Jesús. Parte 3,4: Opera omnia 1). De esta manera vamos completando en nuestra carne lo que le falta a la Pasión de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia.
La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es uno de los amores fundamentales del miembro del Movimiento (cf. MMRC nn. 79-87). Este amor deriva de nuestro amor a Cristo. San Pablo nos enseña que «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 26). Del mismo modo nosotros estamos llamados a profesar y testimoniar con nuestro actuar un amor semejante por ella. Gracias a Dios, la Legión de Cristo y el Regnum Christi pueden ofrecer ya muchas actividades y apostolados que buscan servir a nuestra Madre, pero sobre todo sus miembros se esfuerzan por servirla con su propio testimonio, su tiempo y sus talentos, de forma desinteresada. Sabemos que en todo momento somos instrumentos, canales, puentes para que los demás lleguen a Él. Dios nos invita a seguirlo por el camino de la humildad y de la pureza de intención, imitando con su gracia el testimonio de San Juan Bautista: «conviene que Él crezca, y yo disminuya» (Jn 3, 30).
Los invito a que en este año sacerdotal, cada miembro del Regnum Christi destaque por su sentido de Iglesia. Se puede decir que aquí encontramos nuestra definición como cristianos comprometidos al servicio de Cristo. Cuánto bien podemos realizar poniendo todo nuestro empeño e iniciativa apostólica al servicio de la comunidad eclesial local, de acuerdo con las directrices de los obispos y párrocos (cf. MMRC nn. 83 y 443).
Que todos nuestros esfuerzos estén orientados a la transformación de los corazones; a que las almas vuelvan a Cristo y a su Cuerpo Místico por medio de los sacramentos. El miembro del Movimiento se debe a la Iglesia y su apostolado debe consistir en edificarla para que pueda abrazar a más personas: «Por la Iglesia y en la Iglesia recibimos la fe en Cristo, los sacramentos que nos comunican la gracia, y la plena verdad sobre Dios y sobre sus designios de salvación. Cristo mismo se nos da por medio de la Iglesia» (MMRC n. 152).
Lo fundamental es, como seguramente hemos hablado con Jesucristo en el Sagrario, adquirir una confianza ilimitada en Dios ante una misión tan grande y tan hermosa. No estamos solos. Nos llena de esperanza leer las palabras que Dios dirigió a muchos de sus elegidos y enviados para preparar su Reino; saber que Dios está con nosotros, como estuvo con Abraham (cf. Gn 21, 22), con Isaac (cf. Gn 26, 24), con Jacob (cf. Gn 28, 15), con Moisés (cf. Ex 3, 12), con Josué (cf. Jos 1, 5), con Gedeón (cf. Jc 6, 16). Así se lo aseguró también al rey David (cf. 1R 11, 38), al profeta Isaías (cf. Is 41, 10), a Jeremías (cf. Jr 1, 8). Todos ellos eran hombres, conscientes de sus propias limitaciones y de su condición humana. Sin embargo, supieron abrir su corazón a la acción de Dios. Recibieron una vocación que humanamente hablando los superaba, y procedieron siempre con la seguridad de que todo provenía de Dios. Así también nosotros descubrimos que Cristo es el Amigo fiel de nuestras almas. Nos acompaña siempre y nos dirige como palabra viva la promesa que hizo a sus apóstoles tras su Resurrección: «Yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Cristo siempre nos sorprenderá con su bondad infinita, y ahí, en nuestra condición humana, Él realizará los milagros de su amor.
No estamos solos porque Él nunca nos deja. No estamos solos porque el Regnum Christi no es una realidad aislada. Somos parte de la gran familia de Dios en la que la variedad y belleza de estos caminos nos enriquece y nos alienta a todos. Nuestro movimiento es sólo una de tantas realidades que Dios ha suscitado en la Iglesia, como camino que nos ayuda a vivir nuestro compromiso bautismal. Y así como valoramos mucho y agradecemos a Dios la riqueza del carisma que nos ha regalado para ponerlo al servicio de la Iglesia, apreciamos también como un don de Dios a las demás fuerzas vivas de la Iglesia, en las que contemplamos tan claramente la acción continua del Espíritu Santo. No estamos solos porque contamos con la guía de nuestros pastores, los obispos, que son verdaderos padres que Cristo nos da, como sucesores de sus Apóstoles, para enseñarnos, gobernarnos y santificarnos. Nos sostiene el ejemplo y la ayuda de muchos sacerdotes santos y el testimonio de muchos hermanos en la fe, con quienes formamos la comunidad de los creyentes.
Sigamos rezando unos por otros para que vivamos cada día amando más a nuestra Iglesia Católica y a todas las personas que constituyen su cuerpo. Gracias de corazón por su entrega generosa y desinteresada al servicio del Reino de Cristo; estoy seguro de que Dios no es indiferente a lo que todos ustedes hacen cada día por anunciar el Evangelio. En este día de Cristo Rey nos encomendamos también de modo especial a María, espejo de la Iglesia, para que contemplándola a ella, comprendamos la grandeza de nuestra vocación. Que, como en Caná, nuestra vida consista en «hacer lo que Él nos diga» (cf. Jn 2, 5).
Quedo de ustedes, afmo. en Cristo,
Álvaro Corcuera, L.C.
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