Te comparto este blog que fue realizado cuando conducía el programa "Fenómenos del Espíritu"
martes, 30 de junio de 2009
Oración a San Pedro
Príncipe de los Apóstoles y de la Iglesia Católica: por aquella obediencia con que a la primera voz dejaste cuanto tenías en el mundo para seguir a Cristo; por aquella fe con que creíste y confesaste por Hijo de Dios a tu Maestro; por aquella humildad con que, viéndole a tus pies, rehusaste que te los lavase;
por aquellas lágrimas con que amargamente lloraste tus negaciones; por aquella vigilancia con que cuidaste como pastor universal del rebaño que se te había encomendado; finalmente, por aquella imponderable fortaleza con que diste por tu Redentor la vida crucificado, te suplico, Apóstol glorioso, por tu actual sucesor el Vicario de Cristo. Alcánzame que imite del Señor esas virtudes tuyas con la victoria de todas mis pasiones; y concédeme especialmente el don del arrepentimiento para que, purificado de toda culpa, goce de tu amable compañía en la gloria. Amen.
Oración a San Pablo
Glorioso apóstol San Pablo, vaso escogido del Señor para llevar su santo nombre por toda la tierra; por tu celo apostólico y por tu abrasada caridad con que sentías los trabajos de tus prójimos como si fueran tuyos propios;
por la inalterable paciencia con que sufriste persecuciones, cárceles, azotes, cadenas, tentaciones, naufragios y hasta la misma muerte; por aquel celo que te estimulaba a trabajar día y noche en beneficio de las almas y, sobre todo, por aquella prontitud con que a la primera voz de Cristo en el camino de Damasco te rendiste enteramente a la gracia, te ruego, por todos los apóstoles de hoy, y que me consigas del Señor que imite tus ejemplos oyendo prontamente la voz de sus inspiraciones y peleando contra mis pasiones sin apego ninguno a las cosas temporales y con aprecio de las eternas, para gloria de Dios Padre, que con el Hijo y el Espíritu Santo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.
Homilía de Benedicto XVI al clausurar el Año Paulino
Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
ilustres miembros de la delegación del patriarcado ecuménico,
queridos hermanos y hermanas:
Dirijo a cada uno mi saludo cordial. En particular, saludo al cardenal arcipreste de esta basílica y a sus colaboradores, saludo al abad de la comunidad monástica benedictina; saludo también a la delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla. Esta tarde se concluye el año conmemorativo del nacimiento de san Pablo.
Nos encontramos recogidos ante la tumba del apóstol, cuyo sarcófago, conservado bajo el altar papal, recientemente ha sido objeto de un atento análisis científico: en el sarcófago, que no había sido abierto nunca en tantos siglos, se hizo una pequeñísima perforación para introducir una sonda especial, mediante la cual se han encontrado restos de un precioso tejido de lino de color púrpura, bañado en oro, y de un tejido de color azul con filamentos de lino. Se encontraron también granos de incienso rojo y de sustancias proteicas calcáreas. Además, se han descubierto pequeñísimos fragmentos óseos, sometidos al examen del carbono 14 por parte de expertos que, sin saber la procedencia,pertenecían a una persona que vivió entre los siglos I y II. Esto parece confirmar la unánime e incontrovertida tradición de que se tratan de los restos mortales del apóstol Pablo. Todo esto llena nuestro ánimo de profunda emoción. Durante estos meses muchas personas han seguido los caminos del apóstol, los exteriores y más aún los interiores que él recorrió durante su vida: el camino de Damasco hacia el encuentro con el Resucitado; los caminos en el mundo mediterráneo que él atravesó con la llama del Evangelio, encontrando contradicciones y adhesiones, hasta el martirio, por el cual pertenece para siempre a la Iglesia de Roma. A ella dirigió también su Carta más g rande e importante. El Año Paulino se concluye, pero estar en camino junto a Pablo -con él y gracias a él venir a conocer a Jesús y, como él, ser iluminados y transformados por el Evangelio- formará siempre parte de la existencia cristiana. Y siempre, yendo más allá del ámbito de los creyentes, sigue siendo el "maestro de las gentes", que quiere llevar el mensaje del Resucitado a todos los hombres, porque Cristo los ha conocido y amado a todos; y murió y resucitó por todos ellos. Queremos, por tanto, escucharlo también en esta hora en la que iniciamos solemnemente la fiesta de los dos apóstoles unidos entre sí por un estrecho lazo.
Como parte constitutiva de su estructura, las cartas de Pablo -haciendo referencia al lugar y a la situación particular- explican ante todo el misterio de Cristo, nos enseñan la fe. En una segunda parte, sigue la aplicaci&o acute;n a nuestra vida: ¿qué se deriva de fe? ¿Cómo se plasma nuestra existencia día a día? En la Carta a los Romanos, esta segunda parte comienza con el capítulo XII, en cuyos dos primeros versículos el apóstol resume rápidamente el núcleo esencial de la existencia cristiana. ¿Qué nos dice san Pablo en ese pasaje? Ante todo afirma, como algo fundamental, que con Cristo se inició una nueva manera de venerar a Dios, un nuevo culto, que consiste en el hecho de que el hombre viviente se transforma él mismo en adoración, "sacrificio" hasta en el propio cuerpo. Ya no se ofrecen cosas a Dios. Nuestra propia existencia debe convertirse en alabanza de Dios. ¿Pero cómo sucede esto? En el segundo versículo se nos da la respuesta: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de f orma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios..." (12, 2). Las dos palabras decisivas de este versículo son: "transformar" y "renovar". Debemos convertirnos en hombres nuevos, transformados en un nuevo modo de existencia. El mundo siempre está a la búsqueda de la novedad, porque con razón está siempre descontento de la realidad concreta. Pablo nos dice: el mundo no puede ser renovado sin hombres nuevos. Sólo si hay hombres nuevos, habrá también un mundo nuevo, un mundo renovado y mejor. En el inicio está la renovación del hombre. Esto vale después para cada uno. Sólo si nos convertimos en hombres nuevos, el mundo se convertirá en nuevo. Esto significa también que no basta adaptarse a la situación actual. El apóstol nos exhorta a no ser conformistas. En nuestra Carta se dice: no hay que someterse al esquema de la époc a actual. Tendremos que volver a hablar de este punto al reflexionar sobre el segundo texto en el que en esta tarde quiero meditar. El "no" del apóstol es claro y también convincente para quien observa el "esquema" de nuestro mundo. Pero llegar a ser nuevos, ¿cómo se puede conseguir? ¿Somos de verdad capaces? Al explicar cómo convertirse en hombres nuevos, Pablo alude a la propia conversión: a su encuentro con Cristo resucitado, encuentro del que la Segunda Carta a los Corintios dice: "El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo" (5,17). Era tan convulsionante para él este encuentro con Cristo que dice: "Estoy muerto" (Gálatas 2, 19; Cf. Romanos 6). Él se convirtió en nuevo, en otro, porque ya no vive para sí en virtud de sí mismo, sino por Cristo que está en él. En el curso de los años, sin embargo, pudo ver que este proceso de renovación y de transformación continúa durante toda la vida. Nos convertimos en nuevos, si nos dejamos conquistar y plasmar por el Hombre nuevo, Jesucristo. Él es el Hombre nuevo por excelencia. En Él la nueva existencia humana se convierte en realidad, y nosotros podemos verdaderamente convertirnos en nuevos si nos ponemos en sus manos y nos dejamos plasmar por Él.
Pablo hace aún más claro este proceso de "refundición" diciendo que nos convertimos en nuevos si transformamos nuestro modo de pensar. Esto que aquí ha sido traducido como "modo de pensar", es el término griego "nous". Es una palabra compleja. Puede ser traducida como "espíritu", "sentimiento", "razón" y, también, como "modo de pensar". Nuestra razón debe convertirse en nueva . Esto nos sorprende. Tal vez habríamos esperado que tuviera que ver con alguna actitud: aquello que en nuestra acción debemos cambiar. Pero no: la renovación debe ser completa. Nuestro modo de ver el mundo, de comprender la realidad, todo nuestro pensar, debe cambiar a partir de su fundamento. El pensamiento del hombre viejo, el modo de pensar común está dirigido en general hacia la posesión, el bienestar, la influencia, el éxito, y la fama. Pero de esta manera tiene un alcance muy limitado. Así, en último análisis, queda el propio "yo" en el centro del mundo. Debemos aprender a pensar de manera profunda. Qué significa eso. Lo dice san Pablo en la segunda parte de la frase: es necesario aprender a comprender la voluntad de Dios, de modo que plasme nuestra voluntad, para que nosotros queramos lo que Dios quiere, porque reconocemos que aquello que Dios quiere es lo bello y lo bueno. Se trata, por t anto, de un viraje de fondo en nuestra orientación espiritual. Dios debe entrar en el horizonte de nuestro pensamiento: aquello que Dios quiere y el modo según el cual Él ha ideado al mundo y me ha ideado. Debemos aprender a participar en la manera de pensar y querer de Jesucristo. Entonces seremos hombres nuevos en los que emerge un mundo nuevo.
Este mismo pensamiento sobre la necesaria renovación de nuestro ser como persona humana, Pablo lo ilustró ulteriormente en dos párrafos de la Carta a los Efesios, sobre los cuales queremos reflexionar ahora brevemente. En el cuarto capítulo de la Carta, el apóstol nos dice que con Cristo tenemos que alcanzar la edad adulta, una humanidad madura. No podemos seguir siendo "niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina" (4, 14). Pablo desea que los cristianos tengamos una fe "responsable", una fe "adulta". La p alabra "fe adulta" en los últimos decenios se ha transformado en un eslogan difundido. Con frecuencia se entiende como la actitud de quien no escucha a la Iglesia y a sus pastores, sino que elige de forma autónoma lo que quiere creer y no creer, es decir, una fe "hecha por uno mismo". Esto se interpreta como "valentía" para expresarse en contra de Magisterio de la Iglesia. En realidad para esto no es necesaria la valentía, porque se puede siempre estar seguro del aplauso público. En cambio la valentía es necesaria para unirse a la fe de la Iglesia, incluso si ésta contradice al "esquema" del mundo contemporáneo. A esta falta de conformismo de la fe Pablo llama una "fe adulta". Califica en cambio como infantil el hecho de correr detrás de los vientos y de las corrientes del tiempo. De este modo forma parte de la fe adulta, por ejemplo, comprometerse con la inviolabilidad d e la vida humana desde el primer momento de su concepción, oponiéndose con ello de forma radical al principio de la violencia, precisamente en defensa de las criaturas humanas más vulnerables. Forma parte de la fe adulta reconocer el matrimonio entre un hombre y una mujer para toda la vida como ordenado por el Creador, reestablecido nuevamente por Cristo. La fe adulta no se deja transportar de un lado a otro por cualquier corriente. Se opone a los vientos de la moda. Sabe que estos vientos no son el soplo del Espíritu Santo; sabe que el Espíritu de Dios se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesucristo. Pero Pablo no se detiene en la negación, sino que nos lleva hacia el gran "sí". Describe la fe madura, realmente adulta de forma positiva con la expresión: "actuar según la verdad en la caridad" (cfr Efesios 4, 15). El nuevo modo de pensar, que nos ofrece la fe, se desarrolla primero h acia la verdad. El poder del mal es la mentira. El poder de la fe, el poder de Dios, es la verdad. La verdad sobre el mundo y sobre nosotros mismos se hace visible cuando miramos a Dios. Y Dios se nos hace visible en el rostro de Jesucristo. Al contemplar a Cristo reconocemos algo más: verdad y caridad son inseparables. En Dios, ambas son una sola cosa: es precisamente ésta la esencia de Dios. Por este motivo, para los cristianos verdad y caridad van unidas. La caridad es la prueba de la verdad. Siempre seremos constantemente medidos según este criterio: que la verdad se transforme en caridad para ser verdaderos.
Otro pensamiento importante aparece en el versículo de san Pablo. El apóstol nos dice que, actuando según la verdad en la caridad, contribuimos a hacer que el todo -el universo- crezca hacia Cristo. Pablo, en virtud de su fe, no se interesa sólo por nuestra personal rectitud o por el crecimiento de la Iglesia. &Eac ute;l se interesa por el universo: "ta pánta". La finalidad última de la obra de Cristo es el universo -la transformación del universo, de todo el mundo humano, de la entera creación. Quien junto con Cristo sirve a la verdad en la caridad, contribuye al verdadero progreso del mundo. Sí, es completamente claro que Pablo conoce la idea del progreso. Cristo, su vivir, sufrir y resucitar, ha sido el verdadero gran salto del progreso para la humanidad, para el mundo. Ahora, en cambio, el universo tiene que crecer hacia Él. Donde aumenta la presencia de Cristo, allí está el verdadero progreso del mundo. Allí el hombre se hace nuevo y así se transforma en nuevo mundo.
Esto mismo Pablo hace que sea evidente desde otro punto de vista. En el tercer capítulo de la Carta a los Efesios, habla de la necesidad de ser "fortalecidos en el hombre interior" (3, 16). Con esto retoma un argumento que anteriormente, en una situación de tribulación, había tratado en la Segunda Carta a los Corintios: "Aún cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día" (4,16). El hombre interior tiene que reforzarse -es un imperativo muy apropiado para nuestro tiempo en el que los hombres a menudo permanecen interiormente vacíos y por lo tanto tienen que aferrarse a promesas y narcóticos, que después tienen como consecuencia un ulterior crecimiento del sentido de vacío en su interior. El vacío interior -la debilidad del hombre interior- es uno de los más grandes problemas de nuestro tiempo. Tiene que reforzarse la interioridad -la perspectiva del corazón; la capacidad de ver y comprender el mundo y el hombre desde dentro, con el corazón. Tenemos necesidad de una razón iluminada desde el corazón, para aprender a actuar según la verdad en la caridad. Pero esto no se realiza sin una íntima relación con Dios, sin la vida de oración. Tenemos necesidad del encuentro con Dios, que se nos ofrece en los sacramentos. Y no podemos hablar a Dios en la oración, sino le dejamos que hable antes Él mismo, si no le escuchamos en la palabra que Él nos ha donado. Sobre esto, Pablo nos dice: "que Cristo habite por la fe en sus corazones, para que arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos los Santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento" (Ef 3,17). El amor ve más allá de la simple razón, esto es lo que Pablo nos dice con sus palabras. Y nos dice además que sólo en la comunión con todos los santos, es decir en la gran comunidad de todos los creyentes -y no en contra o en ausencia de ella- podemos conoc er la enormidad del misterio de Cristo. Esta enormidad la describe con palabras que quieren expresar la dimensión del cosmos: anchura, longitud, altura y profundidad. El misterio de Cristo es una enormidad cósmica: Él no pertenece sólo a un determinado grupo. El Cristo crucificado abraza el entero universo en todas sus dimensiones. Toma el mundo en sus manos y lo eleva hacia Dios. Empezando por san Ireneo de Lyon -es decir, desde el siglo II- los Padres han visto en esta anchura, longitud, altura y profundidad del amor de Cristo una alusión a la Cruz. El amor de Cristo ha abrazado en la Cruz la profundidad más honda, la noche de la muerte, y la altura suprema, la elevación del mismo Dios. Y ha tomado entre sus brazos la amplitud y la enormidad de la humanidad y del mundo en todas sus distancias. Él abraza siempre al universo, a todos nosotros.
Oremos al Señor para que nos ayude a reconocer algo de la enormidad de su amor. Oremos para que su amor y su verdad toquen nuestro corazón. Pidamos que Cristo viva en nuestros corazones y nos haga ser hombres nuevos, que actúan según la verdad en la caridad. Amen.
Tomado de ZENIT
[Traducción del original italiano por Jesús Colina © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
ilustres miembros de la delegación del patriarcado ecuménico,
queridos hermanos y hermanas:
Dirijo a cada uno mi saludo cordial. En particular, saludo al cardenal arcipreste de esta basílica y a sus colaboradores, saludo al abad de la comunidad monástica benedictina; saludo también a la delegación del patriarcado ecuménico de Constantinopla. Esta tarde se concluye el año conmemorativo del nacimiento de san Pablo.
Nos encontramos recogidos ante la tumba del apóstol, cuyo sarcófago, conservado bajo el altar papal, recientemente ha sido objeto de un atento análisis científico: en el sarcófago, que no había sido abierto nunca en tantos siglos, se hizo una pequeñísima perforación para introducir una sonda especial, mediante la cual se han encontrado restos de un precioso tejido de lino de color púrpura, bañado en oro, y de un tejido de color azul con filamentos de lino. Se encontraron también granos de incienso rojo y de sustancias proteicas calcáreas. Además, se han descubierto pequeñísimos fragmentos óseos, sometidos al examen del carbono 14 por parte de expertos que, sin saber la procedencia,pertenecían a una persona que vivió entre los siglos I y II. Esto parece confirmar la unánime e incontrovertida tradición de que se tratan de los restos mortales del apóstol Pablo. Todo esto llena nuestro ánimo de profunda emoción. Durante estos meses muchas personas han seguido los caminos del apóstol, los exteriores y más aún los interiores que él recorrió durante su vida: el camino de Damasco hacia el encuentro con el Resucitado; los caminos en el mundo mediterráneo que él atravesó con la llama del Evangelio, encontrando contradicciones y adhesiones, hasta el martirio, por el cual pertenece para siempre a la Iglesia de Roma. A ella dirigió también su Carta más g rande e importante. El Año Paulino se concluye, pero estar en camino junto a Pablo -con él y gracias a él venir a conocer a Jesús y, como él, ser iluminados y transformados por el Evangelio- formará siempre parte de la existencia cristiana. Y siempre, yendo más allá del ámbito de los creyentes, sigue siendo el "maestro de las gentes", que quiere llevar el mensaje del Resucitado a todos los hombres, porque Cristo los ha conocido y amado a todos; y murió y resucitó por todos ellos. Queremos, por tanto, escucharlo también en esta hora en la que iniciamos solemnemente la fiesta de los dos apóstoles unidos entre sí por un estrecho lazo.
Como parte constitutiva de su estructura, las cartas de Pablo -haciendo referencia al lugar y a la situación particular- explican ante todo el misterio de Cristo, nos enseñan la fe. En una segunda parte, sigue la aplicaci&o acute;n a nuestra vida: ¿qué se deriva de fe? ¿Cómo se plasma nuestra existencia día a día? En la Carta a los Romanos, esta segunda parte comienza con el capítulo XII, en cuyos dos primeros versículos el apóstol resume rápidamente el núcleo esencial de la existencia cristiana. ¿Qué nos dice san Pablo en ese pasaje? Ante todo afirma, como algo fundamental, que con Cristo se inició una nueva manera de venerar a Dios, un nuevo culto, que consiste en el hecho de que el hombre viviente se transforma él mismo en adoración, "sacrificio" hasta en el propio cuerpo. Ya no se ofrecen cosas a Dios. Nuestra propia existencia debe convertirse en alabanza de Dios. ¿Pero cómo sucede esto? En el segundo versículo se nos da la respuesta: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de f orma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios..." (12, 2). Las dos palabras decisivas de este versículo son: "transformar" y "renovar". Debemos convertirnos en hombres nuevos, transformados en un nuevo modo de existencia. El mundo siempre está a la búsqueda de la novedad, porque con razón está siempre descontento de la realidad concreta. Pablo nos dice: el mundo no puede ser renovado sin hombres nuevos. Sólo si hay hombres nuevos, habrá también un mundo nuevo, un mundo renovado y mejor. En el inicio está la renovación del hombre. Esto vale después para cada uno. Sólo si nos convertimos en hombres nuevos, el mundo se convertirá en nuevo. Esto significa también que no basta adaptarse a la situación actual. El apóstol nos exhorta a no ser conformistas. En nuestra Carta se dice: no hay que someterse al esquema de la époc a actual. Tendremos que volver a hablar de este punto al reflexionar sobre el segundo texto en el que en esta tarde quiero meditar. El "no" del apóstol es claro y también convincente para quien observa el "esquema" de nuestro mundo. Pero llegar a ser nuevos, ¿cómo se puede conseguir? ¿Somos de verdad capaces? Al explicar cómo convertirse en hombres nuevos, Pablo alude a la propia conversión: a su encuentro con Cristo resucitado, encuentro del que la Segunda Carta a los Corintios dice: "El que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo" (5,17). Era tan convulsionante para él este encuentro con Cristo que dice: "Estoy muerto" (Gálatas 2, 19; Cf. Romanos 6). Él se convirtió en nuevo, en otro, porque ya no vive para sí en virtud de sí mismo, sino por Cristo que está en él. En el curso de los años, sin embargo, pudo ver que este proceso de renovación y de transformación continúa durante toda la vida. Nos convertimos en nuevos, si nos dejamos conquistar y plasmar por el Hombre nuevo, Jesucristo. Él es el Hombre nuevo por excelencia. En Él la nueva existencia humana se convierte en realidad, y nosotros podemos verdaderamente convertirnos en nuevos si nos ponemos en sus manos y nos dejamos plasmar por Él.
Pablo hace aún más claro este proceso de "refundición" diciendo que nos convertimos en nuevos si transformamos nuestro modo de pensar. Esto que aquí ha sido traducido como "modo de pensar", es el término griego "nous". Es una palabra compleja. Puede ser traducida como "espíritu", "sentimiento", "razón" y, también, como "modo de pensar". Nuestra razón debe convertirse en nueva . Esto nos sorprende. Tal vez habríamos esperado que tuviera que ver con alguna actitud: aquello que en nuestra acción debemos cambiar. Pero no: la renovación debe ser completa. Nuestro modo de ver el mundo, de comprender la realidad, todo nuestro pensar, debe cambiar a partir de su fundamento. El pensamiento del hombre viejo, el modo de pensar común está dirigido en general hacia la posesión, el bienestar, la influencia, el éxito, y la fama. Pero de esta manera tiene un alcance muy limitado. Así, en último análisis, queda el propio "yo" en el centro del mundo. Debemos aprender a pensar de manera profunda. Qué significa eso. Lo dice san Pablo en la segunda parte de la frase: es necesario aprender a comprender la voluntad de Dios, de modo que plasme nuestra voluntad, para que nosotros queramos lo que Dios quiere, porque reconocemos que aquello que Dios quiere es lo bello y lo bueno. Se trata, por t anto, de un viraje de fondo en nuestra orientación espiritual. Dios debe entrar en el horizonte de nuestro pensamiento: aquello que Dios quiere y el modo según el cual Él ha ideado al mundo y me ha ideado. Debemos aprender a participar en la manera de pensar y querer de Jesucristo. Entonces seremos hombres nuevos en los que emerge un mundo nuevo.
Este mismo pensamiento sobre la necesaria renovación de nuestro ser como persona humana, Pablo lo ilustró ulteriormente en dos párrafos de la Carta a los Efesios, sobre los cuales queremos reflexionar ahora brevemente. En el cuarto capítulo de la Carta, el apóstol nos dice que con Cristo tenemos que alcanzar la edad adulta, una humanidad madura. No podemos seguir siendo "niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina" (4, 14). Pablo desea que los cristianos tengamos una fe "responsable", una fe "adulta". La p alabra "fe adulta" en los últimos decenios se ha transformado en un eslogan difundido. Con frecuencia se entiende como la actitud de quien no escucha a la Iglesia y a sus pastores, sino que elige de forma autónoma lo que quiere creer y no creer, es decir, una fe "hecha por uno mismo". Esto se interpreta como "valentía" para expresarse en contra de Magisterio de la Iglesia. En realidad para esto no es necesaria la valentía, porque se puede siempre estar seguro del aplauso público. En cambio la valentía es necesaria para unirse a la fe de la Iglesia, incluso si ésta contradice al "esquema" del mundo contemporáneo. A esta falta de conformismo de la fe Pablo llama una "fe adulta". Califica en cambio como infantil el hecho de correr detrás de los vientos y de las corrientes del tiempo. De este modo forma parte de la fe adulta, por ejemplo, comprometerse con la inviolabilidad d e la vida humana desde el primer momento de su concepción, oponiéndose con ello de forma radical al principio de la violencia, precisamente en defensa de las criaturas humanas más vulnerables. Forma parte de la fe adulta reconocer el matrimonio entre un hombre y una mujer para toda la vida como ordenado por el Creador, reestablecido nuevamente por Cristo. La fe adulta no se deja transportar de un lado a otro por cualquier corriente. Se opone a los vientos de la moda. Sabe que estos vientos no son el soplo del Espíritu Santo; sabe que el Espíritu de Dios se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesucristo. Pero Pablo no se detiene en la negación, sino que nos lleva hacia el gran "sí". Describe la fe madura, realmente adulta de forma positiva con la expresión: "actuar según la verdad en la caridad" (cfr Efesios 4, 15). El nuevo modo de pensar, que nos ofrece la fe, se desarrolla primero h acia la verdad. El poder del mal es la mentira. El poder de la fe, el poder de Dios, es la verdad. La verdad sobre el mundo y sobre nosotros mismos se hace visible cuando miramos a Dios. Y Dios se nos hace visible en el rostro de Jesucristo. Al contemplar a Cristo reconocemos algo más: verdad y caridad son inseparables. En Dios, ambas son una sola cosa: es precisamente ésta la esencia de Dios. Por este motivo, para los cristianos verdad y caridad van unidas. La caridad es la prueba de la verdad. Siempre seremos constantemente medidos según este criterio: que la verdad se transforme en caridad para ser verdaderos.
Otro pensamiento importante aparece en el versículo de san Pablo. El apóstol nos dice que, actuando según la verdad en la caridad, contribuimos a hacer que el todo -el universo- crezca hacia Cristo. Pablo, en virtud de su fe, no se interesa sólo por nuestra personal rectitud o por el crecimiento de la Iglesia. &Eac ute;l se interesa por el universo: "ta pánta". La finalidad última de la obra de Cristo es el universo -la transformación del universo, de todo el mundo humano, de la entera creación. Quien junto con Cristo sirve a la verdad en la caridad, contribuye al verdadero progreso del mundo. Sí, es completamente claro que Pablo conoce la idea del progreso. Cristo, su vivir, sufrir y resucitar, ha sido el verdadero gran salto del progreso para la humanidad, para el mundo. Ahora, en cambio, el universo tiene que crecer hacia Él. Donde aumenta la presencia de Cristo, allí está el verdadero progreso del mundo. Allí el hombre se hace nuevo y así se transforma en nuevo mundo.
Esto mismo Pablo hace que sea evidente desde otro punto de vista. En el tercer capítulo de la Carta a los Efesios, habla de la necesidad de ser "fortalecidos en el hombre interior" (3, 16). Con esto retoma un argumento que anteriormente, en una situación de tribulación, había tratado en la Segunda Carta a los Corintios: "Aún cuando nuestro hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día" (4,16). El hombre interior tiene que reforzarse -es un imperativo muy apropiado para nuestro tiempo en el que los hombres a menudo permanecen interiormente vacíos y por lo tanto tienen que aferrarse a promesas y narcóticos, que después tienen como consecuencia un ulterior crecimiento del sentido de vacío en su interior. El vacío interior -la debilidad del hombre interior- es uno de los más grandes problemas de nuestro tiempo. Tiene que reforzarse la interioridad -la perspectiva del corazón; la capacidad de ver y comprender el mundo y el hombre desde dentro, con el corazón. Tenemos necesidad de una razón iluminada desde el corazón, para aprender a actuar según la verdad en la caridad. Pero esto no se realiza sin una íntima relación con Dios, sin la vida de oración. Tenemos necesidad del encuentro con Dios, que se nos ofrece en los sacramentos. Y no podemos hablar a Dios en la oración, sino le dejamos que hable antes Él mismo, si no le escuchamos en la palabra que Él nos ha donado. Sobre esto, Pablo nos dice: "que Cristo habite por la fe en sus corazones, para que arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos los Santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo que excede a todo conocimiento" (Ef 3,17). El amor ve más allá de la simple razón, esto es lo que Pablo nos dice con sus palabras. Y nos dice además que sólo en la comunión con todos los santos, es decir en la gran comunidad de todos los creyentes -y no en contra o en ausencia de ella- podemos conoc er la enormidad del misterio de Cristo. Esta enormidad la describe con palabras que quieren expresar la dimensión del cosmos: anchura, longitud, altura y profundidad. El misterio de Cristo es una enormidad cósmica: Él no pertenece sólo a un determinado grupo. El Cristo crucificado abraza el entero universo en todas sus dimensiones. Toma el mundo en sus manos y lo eleva hacia Dios. Empezando por san Ireneo de Lyon -es decir, desde el siglo II- los Padres han visto en esta anchura, longitud, altura y profundidad del amor de Cristo una alusión a la Cruz. El amor de Cristo ha abrazado en la Cruz la profundidad más honda, la noche de la muerte, y la altura suprema, la elevación del mismo Dios. Y ha tomado entre sus brazos la amplitud y la enormidad de la humanidad y del mundo en todas sus distancias. Él abraza siempre al universo, a todos nosotros.
Oremos al Señor para que nos ayude a reconocer algo de la enormidad de su amor. Oremos para que su amor y su verdad toquen nuestro corazón. Pidamos que Cristo viva en nuestros corazones y nos haga ser hombres nuevos, que actúan según la verdad en la caridad. Amen.
Tomado de ZENIT
[Traducción del original italiano por Jesús Colina © Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana]
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miércoles, 24 de junio de 2009
Plegaria de un Adolescente
Cada día nos trae un nuevo comienzo.
Decisiones que debemos tomar.
Yo soy el único que escoge
el camino que seguiré.
Yo puedo elegir
entre el camino de la vida
que lleva al gran éxito,
o viajar por el oscuro camino
que conduce a la gran angustia.
Por favor abre mis ojos, amado SEÑOR.
Que pueda ver claramente.
Ayúdame a definir lo que es correcto.
Saca lo mejor que hay en mi.
Ayúdame, Señor, a decir "No"
cuando la tentación venga a mi.
Que yo pueda mantener mi cuerpo limpio
y vivir cada día a plenitud;
y así, cuando mis años de adolescente terminen,
yo se que voy a ver que la vida
se vive de la mejor manera, Contigo,
caminando junto a mi.
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Identificarse totalmente con Cristo, pide el Papa a presbíteros en Año Sacerdotal
VATICANO, 24 Jun. 09 / 09:33 am (ACI)
Al referirse hoy en la Audiencia General de los miércoles al Año Sacerdotal que inauguró el pasado 19 de junio, el Papa Benedicto XVI resaltó que los presbíteros, a ejemplo de San Juan María Vianney y San Pablo, deben identificarse totalmente con Cristo, renovando además su aspiración a la perfección espiritual.
El Pontífice explicó las razones por las que ha querido celebrar este especial Año Sacerdotal, en ocasión del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, "que aparentemente no hizo nada de extraordinario". "La Providencia divina ha hecho que su figura se uniese a la de San Pablo. (...) Si los dos santos siguieron caminos muy diferentes,(...) existe sin embargo una cosa fundamental que los une: su identificación total con el propio ministerio, su comunión con Cristo", añadió.
Seguidamente el Santo Padre señaló que "el objetivo de este Año Sacerdotal es renovar en cada uno de los presbíteros la aspiración a la perfección espiritual, de la que depende en gran medida la eficacia de su ministerio. Asimismo, esta iniciativa servirá para ayudar a los sacerdotes y a todo el Pueblo de Dios a volver a descubrir y reforzar la conciencia del don de gracia extraordinario e indispensable que supone el ministerio ordenado para quien lo ha recibido, para toda la Iglesia y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido".
Para el Papa "en un mundo en el que la visión común de la vida comprende cada vez menos lo sagrado, donde la 'funcionalidad' es la única y decisiva categoría, la concepción católica del sacerdocio podría correr el riesgo de perder su consideración natural, a veces incluso dentro de la conciencia eclesial".
Benedicto XVI precisó luego que existen actualmente dos concepciones del sacerdocio, "que en realidad no se contraponen: una social-funcional que define la esencia del sacerdocio con el concepto de 'servicio' y otra sacramental-ontológica, que (...) considera que el ser ministro está determinado por un don concedido por el Señor a través de la mediación de la Iglesia, cuyo nombre es sacramento".
Tras preguntarse "¿qué significa evangelizar para los sacerdotes y en qué consiste el primado del anuncio?", el Papa resaltó que "el anuncio coincide con la persona misma de Cristo; (...) el presbítero no se puede considerar 'dueño' de la palabra, sino siervo".
"Sólo la participación en el sacrificio de Cristo, en su 'chenosi', (...) y la obediencia dócil a la Iglesia, hace auténtico el anuncio. El sacerdote es siervo de Cristo, en el sentido de que su existencia, configurada a El ontológicamente, asume un carácter esencialmente relacional: es 'in' Cristo, 'per' Cristo y 'con' Cristo al servicio de los seres humanos. Precisamente porque pertenece a Cristo, el presbítero está totalmente al servicio de ellos", explicó el Santo Padre.
Finalmente el Papa expresó su deseo de que "el Año Sacerdotal lleve a todos los sacerdotes a identificarse totalmente con Cristo crucificado y resucitado, para que a imitación de San Juan Bautista, de quien hoy celebramos la natividad, estén dispuestos a 'disminuir' para que Él crezca, y así, siguiendo también el ejemplo del Cura de Ars, perciban constantemente y en profundidad la responsabilidad de su misión, que es signo y presencia de la misericordia infinita de Dios".
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San Juan María Vianey
Audiencia General del Papa Benedicto XVI sobre el Año Sacerdotal. Texto original en Italiano
Cari fratelli e sorelle,
venerdì scorso 19 giugno, Solennità del Sacratissimo Cuore di Gesù e Giornata tradizionalmente dedicata alla preghiera per la santificazione dei sacerdoti, ho avuto la gioia d’inaugurare l’Anno Sacerdotale, indetto in occasione del centocinquantesimo anniversario della “nascita al Cielo” del Curato d’Ars, san Giovanni Battista Maria Vianney. Ed entrando nella Basilica Vaticana per la celebrazione dei Vespri, quasi come primo gesto simbolico, mi sono fermato nella Cappella del Coro per venerare la reliquia di questo santo Pastore d’anime: il suo cuore. Perché un Anno Sacerdotale? Perché proprio nel ricordo del santo Curato d’Ars, che apparentemente non ha compiuto nulla di straordinario?
La Provvidenza divina ha fatto sì che la sua figura venisse accostata a quella di san Paolo. Mentre infatti si va concludendo l’Anno Paolino, dedicato all’Apostolo delle genti, modello di straordinario evangelizzatore che ha compiuto diversi viaggi missionari per diffondere il Vangelo, questo nuovo anno giubilare ci invita a guardare ad un povero contadino diventato umile parroco, che ha consumato il suo servizio pastorale in un piccolo villaggio. Se i due Santi differiscono molto per i percorsi di vita che li hanno caratterizzati – l’uno è passato di regione in regione per annunciare il Vangelo, l’altro ha accolto migliaia e migliaia di fedeli sempre restando nella sua piccola parrocchia -, c’è però qualcosa di fondamentale che li accomuna: ed è la loro identificazione totale col proprio ministero, la loro comunione con Cristo che faceva dire a san Paolo: “ Sono stato crocifisso con Cristo. Non sono più io che vivo, ma Cristo vive in me ” (Gal 2,20). E san Giovanni Maria Vianney amava ripetere: “Se avessimo fede, vedremmo Dio nascosto nel sacerdote come una luce dietro il vetro, come il vino mescolato all’acqua”. Scopo di questo Anno Sacerdotale come ho scritto nella lettera inviata ai sacerdoti per tale occasione - è pertanto favorire la tensione di ogni presbitero “verso la perfezione spirituale dalla quale soprattutto dipende l’efficacia del suo ministero”, e aiutare innanzitutto i sacerdoti, e con essi l’intero Popolo di Dio, a riscoprire e rinvigorire la coscienza dello straordinario ed indispensabile dono di Grazia che il ministero ordinato rappresenta per chi lo ha ricevuto, per la Chiesa intera e per il mondo, che senza la presenza reale di Cristo sarebbe perduto.
Indubbiamente sono mutate le condizioni storiche e sociali nelle quali ebbe a trovarsi il Curato d’Ars ed è giusto domandarsi come possano i sacerdoti imitarlo nella immedesimazione col proprio ministero nelle attuali società globalizzate. In un mondo in cui la visione comune della vita comprende sempre meno il sacro, al posto del quale, la “funzionalità” diviene l’unica decisiva categoria, la concezione cattolica del sacerdozio potrebbe rischiare di perdere la sua naturale considerazione, talora anche all’interno della coscienza ecclesiale. Non di rado, sia negli ambienti teologici, come pure nella concreta prassi pastorale e di formazione del clero, si confrontano, e talora si oppongono, due differenti concezioni del sacerdozio. Rilevavo in proposito alcuni anni or sono che esistono “da una parte una concezione sociale-funzionale che definisce l’essenza del sacerdozio con il concetto di ‘servizio’: il servizio alla comunità, nell’espletamento di una funzione… Dall’altra parte, vi è la concezione sacramentale-ontologica, che naturalmente non nega il carattere di servizio del sacerdozio, lo vede però ancorato all’essere del ministro e ritiene che questo essere è determinato da un dono concesso dal Signore attraverso la mediazione della Chiesa, il cui nome è sacramento” (J. Ratzinger, Ministero e vita del Sacerdote, in Elementi di Teologia fondamentale. Saggio su fede e ministero, Brescia 2005, p. 165). Anche lo slittamento terminologico dalla parola “sacerdozio” a quelle di “servizio, ministero, incarico”, è segno di tale differente concezione. Alla prima, poi, quella ontologico-sacramentale, è legato il primato dell’Eucaristia, nel binomio “sacerdozio-sacrificio”, mentre alla seconda corrisponderebbe il primato della parola e del servizio dell’annuncio.
A ben vedere, non si tratta di due concezioni contrapposte, e la tensione che pur esiste tra di esse va risolta dall’interno. Così il Decreto Presbyterorum ordinis del Concilio Vaticano II afferma: “È proprio per mezzo dell'annuncio apostolico del Vangelo che il popolo di Dio viene convocato e adunato, in modo che tutti… possano offrire se stessi come «ostia viva, santa, accettabile da Dio» (Rm 12,1), ed è proprio attraverso il ministero dei presbiteri che il sacrificio spirituale dei fedeli viene reso perfetto nell'unione al sacrificio di Cristo, unico mediatore. Questo sacrificio, infatti, per mano dei presbiteri e in nome di tutta la Chiesa, viene offerto nell'Eucaristia in modo incruento e sacramentale, fino al giorno della venuta del Signore” (n. 2).
Ci chiediamo allora: “Che cosa significa propriamente, per i sacerdoti, evangelizzare? In che consiste il cosiddetto primato dell’annuncio”?. Gesù parla dell’annuncio del Regno di Dio come del vero scopo della sua venuta nel mondo e il suo annuncio non è solo un “discorso”. Include, nel medesimo tempo, il suo stesso agire: i segni e i miracoli che compie indicano che il Regno viene nel mondo come realtà presente, che coincide ultimamente con la sua stessa persona. In questo senso, è doveroso ricordare che, anche nel primato dell’annuncio, parola e segno sono indivisibili. La predicazione cristiana non proclama “parole”, ma la Parola, e l’annuncio coincide con la persona stessa di Cristo, ontologicamente aperta alla relazione con il Padre ed obbediente alla sua volontà. Quindi, un autentico servizio alla Parola richiede da parte del sacerdote che tenda ad una approfondita abnegazione di sé, sino a dire con l’Apostolo: “non sono più io che vivo, ma Cristo vive in me”. Il presbitero non può considerarsi “padrone” della parola, ma servo. Egli non è la parola, ma, come proclamava Giovanni il Battista, del quale celebriamo proprio oggi la Natività, è “voce” della Parola: “ Voce di uno che grida nel deserto: preparate la strada del Signore, raddrizzate i suoi sentieri ” (Mc 1,3).
Ora, essere “voce” della Parola, non costituisce per il sacerdote un mero aspetto funzionale. Al contrario presuppone un sostanziale “perdersi” in Cristo, partecipando al suo mistero di morte e di risurrezione con tutto il proprio io: intelligenza, libertà, volontà e offerta dei propri corpi, come sacrificio vivente (cfr Rm 12,1-2). Solo la partecipazione al sacrificio di Cristo, alla sua chènosi, rende autentico l’annuncio! E questo è il cammino che deve percorrere con Cristo per giungere a dire al Padre insieme con Lui: si compia “non ciò che io voglio, ma ciò che tu vuoi” (Mc 14,36). L’annuncio, allora, comporta sempre anche il sacrificio di sé, condizione perché l’annuncio sia autentico ed efficace.
Alter Christus, il sacerdote è profondamente unito al Verbo del Padre, che incarnandosi ha preso la forma di servo, è divenuto servo (cfr Fil 2,5-11). Il sacerdote é servo di Cristo, nel senso che la sua esistenza, configurata a Cristo ontologicamente, assume un carattere essenzialmente relazionale: egli è in Cristo, per Cristo e con Cristo al servizio degli uomini. Proprio perché appartiene a Cristo, il presbitero è radicalmente al servizio degli uomini: è ministro della loro salvezza, della loro felicità, della loro autentica liberazione, maturando, in questa progressiva assunzione della volontà del Cristo, nella preghiera, nello “stare cuore a cuore” con Lui. È questa allora la condizione imprescindibile di ogni annuncio, che comporta la partecipazione all’offerta sacramentale dell’Eucaristia e la docile obbedienza alla Chiesa.
Il santo Curato d’Ars ripeteva spesso con le lacrime agli occhi: “Come è spaventoso essere prete!”. Ed aggiungeva: “Come è da compiangere un prete quando celebra la Messa come un fatto ordinario! Com’è sventurato un prete senza vita interiore!”. Possa l’Anno Sacerdotale condurre tutti i sacerdoti ad immedesimarsi totalmente con Gesù crocifisso e risorto, perché, ad imitazione di san Giovanni Battista, siano pronti a “diminuire” perché Lui cresca; perché, seguendo l’esempio del Curato d’Ars, avvertano in maniera costante e profonda la responsabilità della loro missione, che è segno e presenza dell’infinita misericordia di Dio. Affidiamo alla Madonna, Madre della Chiesa, l’Anno Sacerdotale appena iniziato e tutti i sacerdoti del mondo.
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UDIENZA GENERALE
¡Soy sacerdote! . Artículo del P. Sergio G. Román. Fuente: DESDE LA FE
Soy sacerdote
El obispo impuso sus manos sobre mí y me dio la potestad de ser sacerdote para siempre. Me marcaste, Señor, con un sello indeleble, más mío que mi piel, que mi cuerpo mismo. Hasta la eternidad seré sacerdote. Tu sacerdote.
Soy sacerdote. ¡Soy sacerdote!
La realidad de un sueño por muchos años anhelado; el convencimiento, por fin, de que es cierta la vocación que yo acepté, cultivé y cuidé desde el momento en que creí escuchar tu voz que me llamaba a seguirte, haciendo a un lado mis planes personales para hacer de tu voluntad mi único plan de vida... ¡para siempre!
Para ofrecer el sacrificio
Soy sacerdote, con el mismo sacerdocio de tu Unigénito Jesucristo que generosamente me comparte para ofrecer, en su persona, el único sacrificio de amor puro totalmente agradable para ti. En la persona de Cristo celebro cada Misa como memorial de su Muerte y Resurrección.
Para absolver
Soy sacerdote y tengo el poder divino de declarar perdonado en la tierra lo que tú perdonas en el cielo. Con el Espíritu de tu Hijo y en el nombre de la Trinidad Santa reconcilio a mis hermanos contigo y los regreso a la unidad con la Iglesia Santa. ¡Maravilloso! Pusiste en mis humanas manos las llaves que abren las puertas de los cielos y me hiciste capaz de recibir con un amor paternal como el tuyo a los hijos pródigos cansados de su hambre insatisfecha del alimento de los cerdos. Yo pecador, en el nombre de Dios, declaro perdonados los pecados de los hombres mis hermanos.
Para sanar
Como signo de la verdad del Evangelio, Jesús dio a los apóstoles el mandato de curar a los enfermos. Soy sacerdote, y como ellos, impongo mis manos sobre los enfermos y los unjo con el Óleo Santo para dar en tu nombre la salud del alma y la del cuerpo si conviene. En la Santa Unción a los enfermos doy tu gracia y tu fuerza para luchar contra la enfermedad, para buscar la vida de este mundo y aquella otra vida del más allá, la vida verdadera.
Para hablar
Me llamaste, Señor, para ser tu vocero oficial. Mi vocación es dar a mis hermanos la Palabra de tu Hijo, tu misma Palabra. He recibido la misión de ser maestro, como Jesús, de los fieles mis hermanos. Quiero, Señor, con tu ayuda, no caer nunca en la tentación de predicarme a mí mismo, ni de predicar mis propias palabras disfrazadas de Evangelio. Quiero ser intérprete fiel del único Evangelio de tu Hijo. Y quiero, con tu ayuda, predicar más con mi vida que con mi boca.
Soy pastor
Me confiaste, Señor, tus ovejas. Soy pastor como tu Hijo y con tu Hijo. Humanamente me asusta eso de dar mi vida por las ovejas, pero poco a poco voy comprendiendo que si de veras las amo y con tu gracia divina es posible, por lo pronto, gastar mi vida, pasar mis años, cuidando a tus ovejas.
Quiero ser el buen pastor que conoce a sus ovejas por su nombre, que las llama y ellas lo siguen porque conocen su voz. ¡Que mi voz no sea otra que la de Cristo el verdadero Buen Pastor!
Todos me llaman Padre
Ellos, tus hijos por el Bautismo que quizás yo les he dado en nombre de la Trinidad Santa, tus hijos que aprendieron a amarte desde los brazos maternales, ellos que te llaman a ti con el santo nombre de Padre, enseñados por Jesús mismo, me llaman a mí “Padre”, como a ti.
Nombre cariñoso y respetuoso que otros padres antes que yo se ganaron a pulso y lo hicieron costumbre, cultura, en tu pueblo santo.
Yo quiero ser digno de ese nombre y del cariño y el respeto que entraña. Quiero ser imagen fidedigna de tu paternidad divina.
Pero, no soy más que un pobre hombre limitado por condición de pecador.
Quiero ser santo
Soy sacerdote. Un hombre sacado de entre los demás hombres para ofrecerte sacrificios por mis propios pecados y por los de mis hermanos. Santifícame, Señor, para ser digno del sacerdocio santo de tu Hijo. Mira que mi maldad no hace juego con mi sacerdocio. Hazme santo para que no vaya a suceder que el que salva quede sin salvación. Hazme santo para poder ser un mejor instrumento de tu divina voluntad. Hazme santo a pesar mío, para mi propio bien y el de mis hermanos.
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Generación 'ni-ni': ni estudia ni trabaja. Artículo publicado en el Diario Español "El País". Autor: José Luis Barbería
Generación 'ni-ni': ni estudia ni trabaja
Los jóvenes se enfrentan hoy al riesgo de un nivel de vida peor que el de sus padres - El 54% no tiene proyectos ni ilusión
JOSÉ LUIS BARBERÍA 22/06/2009
Tan preparados y satisfechos con sus vidas, y tan vulnerables y perdidos, nuestros jóvenes se sienten presa fácil de la devastación laboral, pero no aciertan a vislumbrar una salida airosa, ni a combatir este estado de cosas. El dato asomaba hace poco, sin estrépito, entre los resultados de la última encuesta de Metroscopia: el 54% de los españoles situados entre los 18 y los 34 años dice no tener proyecto alguno por el que sentirse especialmente interesado o ilusionado. ¿Ha surgido una generación apática, desvitalizada, indolente, mecida en el confort familiar? Los sociólogos detectan la aparición de un modelo de actitud adolescente y juvenil: la de los ni-ni, caracterizada por el simultáneo rechazo a estudiar y a trabajar. "Ese comportamiento emergente es sintomático, ya que hasta ahora se sobrentendía que si no querías estudiar te ponías a trabajar. Me pregunto qué proyecto de futuro puede haber detrás de esta postura", señala Elena Rodríguez, socióloga del Instituto de la Juventud (INJUVE).
La crisis ha venido a acentuar la incertidumbre en el seno de una generación que creció en un ámbito familiar de mejora continuada del nivel de vida y que ha sido confrontada al deterioro de las condiciones laborales: precariedad, infraempleo, mileurismo, no valoración de la formación. Las ventajas de ser joven en una sociedad más rica y tecnológica, más democrática y tolerante, contrastan con las dificultades crecientes para emanciparse y desarrollar un proyecto vital de futuro. Y es que nunca como hasta ahora, en siglos, se había hecho tan patente el riesgo de que la calidad de vida de los hijos de clase media sea inferior a la de los padres.
Ese temor ha empezado a extenderse, precisamente, entre la generación que de forma más abrumadora, siempre por encima del 80%, declara sentirse satisfecha con su vida. El virus del desánimo está minando la naturaleza vitalista y combativa de la gente joven aunque encontremos pruebas fehacientes individuales y colectivas de su consustancial espíritu de superación.
He aquí una muestra de resistencia a la adversidad extrema, junto a la prueba de cómo el discurso consumista ha resultado una trampa para tantos jóvenes audaces que creyeron en el maná crediticio y el crecimiento económico sin fin. "No podemos hacer frente a las hipotecas", resume Luis Doña, de 26 años, padre de una niña de 15 meses, presidente de la Asociación de Defensa de los Hipotecados, que pretende renegociar la deuda contraída con los bancos y recabar la ayuda de la Administración. Llevados por el entusiasmo de haber encontrado un empleo estable, como comercial de una multinacional, él y su compañera adquirieron hace cuatro años un crédito hipotecario de 180.000 euros a pagar en 30 años para comprar un piso. "Teníamos que abonar 800 euros al mes, pero es que ya estábamos pagando 600 de alquiler. Hace un año, de buenas a primeras, nos quedamos los dos sin trabajo y ya se nos ha agotado el paro. Hemos conseguido que el banco nos cobre únicamente los intereses de la deuda, pero es que son 560 euros al mes y no los tenemos, porque no nos sale nada. ¿Desmoralizados? Lo que estamos es desesperados y eso que nuestro caso no es tan dramático como el de otras familias que han sido desahuciadas, han tenido que refugiarse en casa de su madre o su suegra".
Eduardo Bericat, catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla, cree que la falta de ilusión hay que interpretarla, no tanto por los efectos de la crisis, como por el cambio cultural producido con anterioridad. "El modelo de vocación profesional que implicaba un proyecto vital de futuro y un destino final conocido, con sus esfuerzos y contraprestaciones, ha desaparecido. Ahora, la incertidumbre se impone en el trabajo y en la pareja y no está claro que la dedicación, el compromiso, el estudio o el título, vayan a tener su correspondiente compensación laboral y social", afirma. Si la pregunta clásica de nuestros padres y abuelos: "¿Y tú, que vas a ser?" pierde fundamento, se entiende mejor que los esfuerzos juveniles respondan, más que a la ilusión por un proyecto propio, al riesgo de quedar descartado. "Si no estudio, si no hago ese master...". Según el informe Eurydice, de la Unión Europea, sólo el 40% de los universitarios españoles tiene un trabajo acorde con sus estudios.
A los jóvenes no les resulta emocionalmente rentable comprometerse en un proyecto de vida definido porque piensan que estaría sometido a vaivenes continuos y que difícilmente llegaría a buen puerto. "Aplican la estrategia de flexibilizar los deseos y de restar compromisos; nada de esfuerzos exorbitantes cuando el beneficio no es seguro. Como el riesgo de frustración es grande, prefieren no descartar nada y definirse poco", explica Eduardo Bericat. A eso, hay que sumar un acusado pragmatismo -nuestros chicos son poco idealistas-, y lo que los expertos llaman el "presentismo", la reforzada predisposición a aprovechar el momento, "aquí y ahora", en cualquier ámbito de la vida cotidiana. De acuerdo con los estudiosos, esa actitud responde tanto a la sensación subjetiva de falta de perspectivas, como al hecho de que el alargamiento de la etapa juvenil invita a no desperdiciar "los mejores años de la vida" y a combinar el disfrute hedonista con la inversión en formación.
A falta de datos sobre el alcance del "síndrome ni-ni", el catedrático de Sociología de Sevilla explica que el pacto implícito entre el Estado, la familia y los jóvenes, pacto que compromete al primero a sufragar la educación y a la segunda a cargar con la manutención, alojamiento y ocio, hace creer a algunos jóvenes que en las actuales circunstancias pueden retrasar la toma de la responsabilidad. "Desarrollan una actitud nihilista porque no se les exige estar motivados, ni asumir responsabilidades y hay redes y paraguas sociales. En las convocatorias para cubrir plazas de becarios, me encuentro con aspirantes de treinta y tantos y hasta de cuarenta años, y lo curioso es que esos becarios se comportan como becarios. Es la profecía autocumplida. Si les llamas becarios y les pagas como tales terminarán convirtiéndose en becarios. Lo que me preocupa es la infantilización de la juventud", subraya.
"Los jóvenes de ahora no son capaces de arriesgar, son conservadores", constata Elena Rodríguez. ¿La tardía emancipación juvenil española (bastante por encima de los 30 años de media) es, sobre todo, fruto de la inestabilidad y precariedad del mercado laboral o consecuencia de ese supuesto conservadurismo? Aunque la diversidad y pluralidad de la juventud aconseja huir de las visiones unívocas, no se puede perder de vista que ellos no han tenido que vencer los obstáculos de las generaciones precedentes. "Miramos con descrédito la vida que nos ofrece la sociedad. Nuestros padres trabajaron mucho y se hipotecaron de por vida, pero tampoco les hemos visto muy felices. No es eso lo que queremos. La gente tiene pocas prisas para hacerse mayor", explica Letizia Tierra, voluntaria de una ONG. Por lo general, las personas que trabajan en asociaciones de ayuda juvenil tienden a repartir sus juicios con la medida de la botella medio llena, medio vacía.
"En el CIMO (Centro de Iniciativas de la Juventud) vemos apatía y falta de ilusión generalizada. Muchos de los 200.000 nuevos titulados universitarios anuales afrontan con pesimismo la búsqueda de empleo. Saben que hay un elevado porcentaje de puestos de cajeros, reponedores, almacenistas, dependientes, etcétera ocupados por diplomados o licenciados", afirma Yolanda Rivero, directora de esa asociación que atiende a diario a más de 600 jóvenes. Con todo, descubre también a muchos jóvenes capaces de adaptarse y de asumir retos y riesgos. "La generación JASP (jóvenes sobradamente preparados) tiene la ventaja de su mayor formación. A la vista del panorama, continúan formándose, viajan, trabajan, de camarero, si es preciso, para pagarse un master y aprovechan sus oportunidades, aunque, eso sí, en casa de papá y mamá hasta los 35 años, por lo menos".
El catedrático de Psicología Social Federico Javaloy, autor del estudio-encuesta de 2007, Bienestar y felicidad de la juventud española, cree probado que nuestros jóvenes no son apáticos y desilusionados, aunque lo estén, por contagio ambiental. "Lo que pasa es que rechazan el menú laboral que les ofrecemos. El fallo es nuestro, de nuestra educación y nuestros medios de comunicación", sostiene. Aunque las ONG encauzan en España las inquietudes que los partidos políticos son incapaces de acoger, tampoco puede decirse que la participación juvenil en ese campo sea extraordinaria. "Algo menos del 10% de los jóvenes participa en algún tipo de asociación, deportivas, en su mayoría, pero el porcentaje que lo hace en las ONG no llegará, seguramente, al 1%", indica el catedrático de Sociología de la UNED, José Félix Tezanos. Autor del estudio Juventud y exclusión social, Tezanos detecta entre los jóvenes una atmósfera depresiva, un proceso de disociación individualista, condensado en la expresión "sólo soy parte de mí mismo" y el debilitamiento de la familia. "Se está produciendo una gran quiebra cultural. Los componentes identitarios de los jóvenes no son ya las ideas, el trabajo, la clase social, la religión o la familia, sino los gustos y aficiones y la pertenencia a la misma generación y al mismo género; es decir: elementos microespaciales, laxos y efímeros", subraya.
El sociólogo de la UNED se pregunta hasta cuándo aguantará el colchón familiar español y qué pasará cuando se jubilen los padres que tienen a sus hijos viviendo en casa. A su juicio, el previsible declive de la clase media, la falta de trabajos cualificados -"el bedel de mi facultad es ingeniero", indica-, el becarismo rampante, la baja natalidad y el desfase en gasto social respecto a Europa están creando una atmósfera inflamable que abre la posibilidad de estallidos similares a los de Grecia o Francia. "Podemos asistir al primer proceso masivo de descenso social desde los tiempos de la Revolución francesa", augura.
Más apocalíptico se manifiesta Alain Touraine en el prólogo del libro de José Félix Tezanos. "Nuestra sociedad no tiene mucha confianza en el porvenir puesto que excluye a aquellos que representan el futuro" (...) "Se piensa que los jóvenes van a vivir peor que sus padres", escribe el intelectual francés. Y añade: "Avanzamos hacia una sociedad de extranjeros a nuestra propia sociedad" (...) "Si hay una tendencia fuerte, es que tendremos un mundo de esclavos libres, por un lado, y a un mundo de tecnócratas, por otro" (...) "Los jóvenes tienen que trabajar de manera tan competitiva, que se acaban rompiendo (...) No están sólo desorientados, es que, en realidad, no hay pistas, no hay camino, no hay derecha, izquierda, adelante, detrás".
Nadie parece saber, en efecto, con qué se sustituirá la vieja ecuación de la formación-trabajo-estatus estable, si, como pregonan estos sociólogos, la educación en la cultura del esfuerzo toca a su fin y gran parte de los empleos apenas darán para malvivir. Aunque estamos ante una generación pragmática que no ha soñado con cambiar el mundo, muchos estudiosos creen que la juventud no permitirá, sin lucha, la desaparición de la clase media. "El mundo que alumbró la Ilustración, la Revolución francesa y la Revolución industrial está agotado. La superproducción y la superabundancia material en estructuras de gran desigualad social carecen de sentido, hay que repensar muchas cosas, construir otra sociedad", afirma Eduardo Bericat.
Las dinámicas encaminadas a establecer nuevas formas de relaciones personales, la búsqueda de una mayor solidaridad y espiritualidad, más allá de los partidos y religiones convencionales, los intentos de combatir la crisis y de conciliar trabajo y familia, el ecologismo y hasta el nihilismo denotan, a su juicio, que algo se mueve en las entretelas de esa generación. "Son alternativas que, aisladamente, pueden resultar peregrinas, pero que, en conjunto, marcan la búsqueda de un nuevo modelo de sociedad", dice el profesor. ¿Será posible que esta juventud supuestamente acomodaticia y refractaria a la utopía sea la llamada a abrir nuevos caminos?
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martes, 23 de junio de 2009
Sagrado corazón de Jesús. Mons. Marío de Gasperín Gasperín Obispo de Querétaro
Hermanas y hermanos:
1. Hoy celebramos, con toda la Iglesia, la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, fecha escogida por el santo Padre Benedicto XVI para inaugurar el Año Sacerdotal con el tema “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”, recordando también el 150 aniversario de la muerte del santo Párroco de Ars san Juan María Vianney. Tres aspectos de un mismo misterio: a) El misterio del Amor de Dios manifestado en Cristo mediante el signo de su Corazón traspasado en el momento cumbre de su sacrificio en la Cruz; b) su Sacerdocio comunicado a los apóstoles en la institución de la santa Eucaristía, sacramento de su Amor; y c) la transmisión a la Iglesia de ese sacerdocio mediante el sacramento del Orden, cuyo modelo ejemplar de vida sacerdotal es el santo Párroco de Ars ,san Juan María Vianney.
2. Aquí, en este templo parroquial, dedicado a honrar al Sagrado Corazón de Jesús, se encuentra también una significativa imagen de san Juan María Vianney, herencia de nuestros mayores; ésta es una circunstancia preciosa para sintonizar con el deseo del santo Padre el Papa Benedicto XVI de encomendar al Amor de Cristo a los ministros de su amor que son los sacerdotes. Hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús honramos y agradecemos a ese Corazón divino el regalo de su Amor a la Iglesia mediante su sacerdocio; y voy a comenzar citando algunas frases del santo Párroco de Ars sobre el Amor de Dios y el sacerdocio; decía, por ejemplo,: “El Sacerdocio: es el Amor del Sagrado Corazón de Jesús”; y comenta el Papa Benedicto en su Carta del 16 de junio: “Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma”. El sacerdocio católico es una bendición para toda la humanidad. Otros textos del santo párroco de Ars: “Si yo encontrara a un sacerdote y a un ángel, yo saludaría primero al sacerdote y después al ángel. Éste es amigo de Dios, pero el sacerdote ocupa su lugar”. “Todo nos llega por medio de un sacerdote”. “Ustedes no podrán señalar un solo beneficio de Dios, sin encontrar al lado de este recuerdo, la imagen de un sacerdote”. “El sacerdote no se llega a comprender si no es en el cielo”. “El sacerdote debe siempre permanecer sacerdote para responder a las necesidades de las almas”. “Cuando se quiere destruir la religión, se comienza por atacar a los sacerdotes”. Todos estos textos están tomados de sus escritos, (Cfr. “Jean-Marie Vianney, Curé D’Ars. Sa pensée – Son Coeur”, de Bernard Nodet, Pgs. 110 y 101) que a más de uno ahora podrán parecer exagerados, pero que reflejan la altísima estima que tenía el santo Párroco de Ars por el sacerdocio y por su ministerio sacerdotal y, quizá o sin quizá, muestran nuestra debilitada fe y decadente estima por un “Don y Misterio” tan excelso, como llamaba el papa Juan Pablo II al sacerdocio católico.
3. El sacerdocio es la expresión clara del amor de Jesús manifestada en su corazón abierto y también coronado de espinas. Su corazón tuvo que ser traspasado por la lanza y coronado de espinas para que de allí brotara el sacerdocio cristiano. Esto quiere decir que el sacerdocio cristiano y la vida sacerdotal están y estarán siempre marcadas por el dolor, el sufrimiento y la incomprensión. Comenta el Papa: “¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de su sangre?”. Numerosos sacerdotes mexicanos sellaron su amor a Cristo y coronaron su ministerio con el martirio. En medio de situaciones tan difíciles, no deja también de haber, añade el Papa, “situaciones bastante deplorables, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono”. Estas heridas deben ser curadas y el sacerdocio de Cristo tiene que seguir brillando esplendoroso y alegre en un mundo opaco y en una humanidad ensombrecida, que lo necesita no sólo para tener vida en Cristo sino para poder sobrevivir, pues, como decía el santo Párroco de Ars: “Dejen una parroquia sin sacerdote veinte años y adorarán a las bestias”. La humanidad, la sociedad, sin la presencia de los sacerdotes, se torna inhumana y vuelve a la barbarie.
4. Jesús, puesto de pie, exclamaba en los atrios del templo de Jerusalén: “El que tenga sed, que venga a mi y beba. De aquel que cree en mi, brotarán torrentes de agua viva”. Esto lo decía Jesús del Espíritu Santo que habrían de recibir todos los que creyeran en él. Esto lo dice aquí Jesús, para ustedes, hermanos confirmandos, por medio de su Obispo. Vengo a cumplir para ustedes esta promesa del Corazón de Jesús; vengo a darles el Don del Espíritu Santo, que es esa Fuente de agua viva que brota y salta hasta la vida eterna, que es capaz de elevarlos y llevarlos hasta Dios. Voy a citarles también algunas frases del santo párroco de Ars sobre el Espíritu Santo. Dice: “El Espíritu Santo es quien conduce las almas; sin Él, el alma nada puede. El alma poseída por Él es como una vid, de donde brota una vino sabroso cuando se la presiona. Sin el Espíritu Santo, el alma es como una piedra de donde nada se puede obtener”. “El Espíritu Santo es como el jardinero que cultiva nuestra alma”. “El Espíritu Santo es quien nos hace distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal”. “Quienes se dejan conducir por el Espíritu Santo experimentan toda clase de felicidad, más allá de ellos mismos; en cambio, los malos cristianos se revuelcan entre espinas y piedras”. “Los que piensan que la práctica de la religión es aburrida, es que no tienen al Espíritu Santo”. “En el cielo, nos alimentaremos del aliento (Espíritu) de Dios”. (Obra citada, Pgs. 54ss).
5. Termino haciendo mía la oración de San Pablo, pues estamos a punto de concluir el año paulino. Así oraba san Pablo por sus fieles: “Me arrodillo ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que, conforme a los tesoros de su bondad, les conceda que su Espíritu los fortalezca interiormente y Cristo habite por la fe en sus corazones. Así, arraigados y cimentados en el Amor, podrán comprender con todo el pueblo de Dios, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, y experimentar ese Amor que sobrepasa todo conocimiento humano, para que así queden ustedes colmados con la plenitud misma de Dios” (Ef 3, 18s). Sólo Dios puede colmar el deseo de felicidad del hombre. Sin Dios, jóvenes, ni ustedes ni nadie puede ser feliz. Abran su corazón al amor del Corazón de Cristo y déjense llenar el alma con el Espíritu Santo, que ahora les ofrece la Iglesia y su Obispo en el sacramento de la Confirmación. Su vida -y México- cambiará. Es promesa de Dios.
+ Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro
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Mons. Mario de Gasperín Gasperín,
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San Juan María Vianey
Alvaro Corcuera L.C.: En El Año Sacerdotal
19 de junio de 2009
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
A todos los miembros del Regnum Christi
con motivo del «Año sacerdotal»
convocado por el Papa Benedicto XVI
Muy estimados en Cristo,
Siempre es un gusto poder escribirles unas líneas y compartir la alegría de ser una familia unida en Cristo. Vivimos un periodo muy intenso del año litúrgico pues hemos celebrado grandes solemnidades como Pentecostés, la Santísima Trinidad y el Corpus Domini, y hoy celebramos la del Sagrado Corazón, que tanto nos ayuda a contemplar el amor de Cristo hacia cada uno de nosotros. Dios no deja de derramar su gracia de modo sobreabundante en nuestras almas y por eso buscamos vivir también con un corazón agradecido y generoso, pidiéndole con humildad el don de formar un corazón como el suyo, en esa oración tan hermosa de la Iglesia: «Sagrado Corazón de Jesús, haz nuestro corazón semejante al tuyo».
El motivo de esta carta es el deseo de que reflexionemos juntos sobre el significado y las implicaciones para nuestra vida del «Año sacerdotal» que el Papa ha convocado y que comienza precisamente hoy, con esta solemnidad del Sagrado Corazón, teniendo como lema: «Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote».
La ocasión que ha dado pie para este especial acontecimiento es el 150º aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, a quien Benedicto XVI proclamará patrono de todos los sacerdotes del mundo. Mejor conocido como «el Cura de Ars», la gran obra de este sacerdote fue haber desgastado su vida por la salvación de las almas. Cuando era joven, antes de ingresar al seminario, se decía: «Si soy sacerdote podría ganar muchas almas para Dios»; ésta era su gran ilusión.
Fue párroco del pequeño pueblo de Ars durante más de cuarenta años. Ahí se dedicó con intensidad a la predicación, a formar a sus feligreses en la fe, a las obras de caridad y, sobre todo, a celebrar los sacramentos. Sólo Dios sabe cuántos milagros y conversiones tuvieron lugar en su confesonario, en el que llegaba a pasar hasta doce horas en un día ordinario.
El gran secreto del Cura de Ars fue su amor a Dios y el tener su mirada fija en el cielo. En una carta a un primo suyo, le animaba así, hablándole del cielo: «Qué divina felicidad. Ver al buen Jesús que tanto nos ha amado y que nos hará dichosos». Y dicen que pocas horas antes de morir, pronunció estas palabras: «Qué bueno es Dios; cuando ya nosotros no podemos ir más hacia Él, Él viene a nosotros». Toda su vida fue un «ir hacia Dios» y llevar a los hombres a Él.
Cuánto debemos dar gracias a Dios porque, hoy también, Él se hace presente en nuestra vida e ilumina nuestro camino con el testimonio de muchos sacerdotes santos. Misteriosamente, Él ha querido que su gracia nos llegue a través de instrumentos humanos. Cada uno de nosotros puede considerar cómo fue a través de un sacerdote que recibimos el don de la filiación divina y la fe, por el bautismo. Cada vez que queremos reconciliarnos con Dios y renovar nuestra amistad con Él, en la confesión, es un sacerdote quien en nombre de Cristo nos dice: «Yo te absuelvo de tus pecados…».
Sólo el sacerdote tiene el poder para que, al pronunciar las palabras que dijo Jesús en la Última Cena, se haga presente de modo incruento el sacrificio de la cruz, y el pan y el vino se transformen en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Por eso, para valorar lo que un sacerdote representa basta preguntarnos qué sería de nuestra vida si no contáramos con sacerdotes que nos sirvieran como puentes para llegar a Dios. El Cura de Ars decía: «El sacerdote es algo grande. No se sabrá lo que es, sino en el cielo. Si lo entendiéramos en la tierra, moriría uno, no de espanto, sino de amor».
Quienes hemos recibido esta vocación, sabemos que la grandeza del sacerdocio es puro don gratuito de Dios. No hay mérito alguno de nuestra parte. Al contrario, somos conscientes de que Dios nos llamó, siendo débiles y pequeños, como todo hombre. Experimentamos la desproporción que hay entre lo que somos –hombres, creaturas frágiles–, y lo que representamos –¡a Dios mismo!–; entre nuestras fuerzas y capacidades limitadas, y la misión trascendente que se nos ha encomendado. Con san Pablo, podemos decir: «llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2Co 4, 7).
O como dice la carta a los Hebreos, somos tomados de entre los hombres y puestos a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios (cf. Hb 5, 1). Ante esta realidad, nos llenan de confianza y nos iluminan mucho las palabras que Cristo nos dirige en el Evangelio: «A vosotros os he llamado amigos… No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 15-16).
Sabemos que nuestra fidelidad es posible porque Jesucristo es fiel y cumple su palabra, porque contamos con su gracia, su auxilio y su misericordia. Él es el Amigo fiel. El Papa Juan Pablo II, nos decía muy bien: «Tened confianza en Jesucristo, el Amigo, pues Él no nos abandona. Él sostiene nuestro ministerio, aún ahí donde externamente no se alcanza un éxito inmediato. Creed en Él; creed que Él espera todo de vosotros, del mismo modo que un amigo lo espera de su amigo» (Homilía a los sacerdotes y seminaristas en la catedral de Fulda, 17 de noviembre de 1980).
El sacerdote debe ser siempre una puerta abierta a todos, debe saber escuchar, tratar a cada persona con todo su corazón, dedicando a cada uno el tiempo necesario, amando y acogiendo a todos como el mismo Jesucristo. No da sólo su tiempo, sino su misma vida, sin límite alguno. Se puede decir que su vocación es ser un mártir del servicio al prójimo. Una sola alma vale la pena todo el esfuerzo de un sacerdote. El mundo necesita a Cristo. Todos le necesitamos, porque sólo con Él tiene sentido nuestra vida, nuestros afanes diarios, nuestras alegrías y nuestras luchas.
Por eso, Dios quiere sacerdotes santos que nos ayuden a encontrar a Cristo. El Papa ha convocado este año sacerdotal «para favorecer esta tendencia de los sacerdotes a la perfección espiritual de la que depende sobre todo la eficacia de su ministerio» (Discurso a los miembros de la Congregación para el Clero, 16 de marzo de 2009). Resuenan aquí de nuevo las palabras con las que Cristo invita a sus apóstoles a permanecer en su amor, unidos a la vid, y a guardar sus mandamientos para dar fruto abundante (cf. Jn 15, 1-10).
Sólo así el sacerdote puede encarnar en su vida la imagen del Buen Pastor, manso y humilde, con quien el yugo es suave y la carga, ligera (cf. Mt 11, 29-30). Sólo así se puede tener como única recompensa el bien de las almas, sin esperar nada a cambio, reflejando en la propia vida los frutos de la presencia del Espíritu Santo que definen al cristiano: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22-23). Repasar este texto, en examen de conciencia, le da al cristiano las pautas para ir en el camino correcto. Son signo evidente de que el Espíritu Santo está en nuestros corazones. No son dones para nuestro propio beneficio, sino para compartirlos de modo desinteresado con nuestros hermanos los hombres, sin cansarnos de hacer el bien.
Podríamos pensar que es éste un llamamiento dirigido exclusivamente a los sacerdotes, pero sin duda es una oportunidad para que todos los cristianos cobremos conciencia de esta realidad y veamos de qué modo podemos colaborar para que haya más sacerdotes y sacerdotes cada vez más santos. Para nosotros, como miembros del Regnum Christi, esta iniciativa del Santo Padre representa un deseo de Cristo mismo. El Movimiento Regnum Christi está para «servir a la Iglesia y a sus Pastores, y, desde la Iglesia, servir a los hombres» (Manual del miembro del Regnum Christi, 11). Contar con sacerdotes santos es, sin duda, una de las más apremiantes necesidades de nuestra querida Iglesia. Por eso, quisiera también proponerles algunos medios con los que creo que todos podemos sumarnos a este año sacerdotal, sea individualmente, en familia, en las parroquias o en los centros y obras del Regnum Christi.
En primer lugar y de modo muy especial, quiero invitarles a que una vez al mes los jóvenes del Regnum Christi organicen en cada localidad una hora eucarística con adoración al Santísimo para pedir al Señor por los sacerdotes y por las vocaciones. Que sean momentos íntimos de oración, de reparación por las faltas y pecados cometidos, de petición de perdón y misericordia, como al iniciar la celebración de la Santa Misa cada mañana. Será algo muy bueno que puedan participar en familia en esa actividad, ya que tanto ayuda rezar unidos, y que inviten también a otros amigos y conocidos.
Donde sea posible, puede hacerse en una parroquia, de modo que otros fieles se puedan beneficiar también de esa gracia y apoyemos la labor de nuestros párrocos. Dios quiera que logremos que esto se convierta en una tradición, que sin duda nos ayudará a vivir más cerca del Señor y alcanzará muchas bendiciones para toda la Iglesia.
Este año sacerdotal será también una ocasión magnífica para presentar el atractivo de la vocación sacerdotal y fomentar entre los jóvenes la apertura a un posible llamado de Dios. Sabemos que esto no es tarea exclusiva de los obispos y sacerdotes, sino que los laicos también pueden y deben ser instrumentos eficaces para que un alma perciba la voz de Cristo que invita a seguirle. De hecho, esto es ya una realidad en la Iglesia y en el Regnum Christi. Muchos de ustedes participan en los Círculos de Acción Vocacional o en el programa de Adoración por las vocaciones.
Otro ejemplo es la labor de los Evangelizadores de Tiempo Completo, gracias a la cual cada año Dios bendice con decenas de vocaciones algunos seminarios diocesanos. Entre los jóvenes del Movimiento, muchos han participado en actividades de discernimiento vocacional y están buscando, con la ayuda de su director espiritual, cuál es la voluntad de Dios sobre sus vidas. Estoy seguro de que las iniciativas para suscitar un mayor número de vocaciones podrán multiplicarse aún más en este contexto del año sacerdotal. El Papa tituló su mensaje para la jornada mundial de oración por las vocaciones, que se celebró el cuarto domingo de Pascua, con palabras que nos llenan de esperanza: «La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana».
A continuación quisiera centrar la atención en lo que podemos hacer por quienes ya son sacerdotes. Los miembros del Regnum Christi deben distinguirse por ser apoyo y sostén para todo sacerdote que se encuentren en su camino, sea el propio párroco, un sacerdote amigo de la familia, un sacerdote legionario o de otra congregación religiosa o asociación eclesial, un sacerdote necesitado, que requiera nuestra mayor cercanía y bondad. La motivación fundamental para hacerlo es que todo sacerdote es «otro Cristo», pues por la imposición de las manos su ser ha quedado profundamente identificado con Él y tiene el poder de actuar no sólo en nombre de Cristo sino in persona Christi. Es Cristo mismo quien actúa a través de él. Por tanto, cuando servimos a un sacerdote, servimos al mismo Cristo.
1.Oración y sacrificio por la santificación de los sacerdotes
Además de la iniciativa ya propuesta, todos podemos incrementar nuestra oración y sacrificio por la fidelidad y santidad de todos los sacerdotes, pues sabemos que Dios escucha las súplicas que le dirigimos con fe. No puede faltar entre nuestras intenciones ésta que toca tan esencialmente nuestra vida cristiana. Esta acción, aparentemente imperceptible, es para nosotros, sacerdotes, fuente de fortaleza y de innumerables gracias de Dios.
La Congregación vaticana para el Clero está impulsando con mucho empeño este auténtico apostolado de la oración, promoviendo la «adopción espiritual»: una persona se compromete a rezar por un sacerdote concreto. Es algo que suelen hacer las religiosas, y cuánto nos ayudan con sus plegarias, pero también los laicos pueden sumarse a este modo de apoyar a los sacerdotes. Les invito también a informarse sobre las indulgencias que el Santo Padre ha concedido para este año sacerdotal mediante un decreto de la Penitenciaría Apostólica; son oportunidades especiales para alcanzar gracias de Dios.
En todas estas oraciones debemos pedir, ante todo, que los sacerdotes seamos hombres de oración, porque un sacerdote es lo que es su oración. En la oración se forma y se define el sacerdote. Por eso, buscamos estar el mayor tiempo posible con Jesucristo ante el Sagrario. La celebración eucarística debe ser el centro de nuestra jornada, lo que marca nuestra vida. Tener a Cristo en nuestras manos y recibirle en nuestro corazón es el don más grande que se nos puede dar. Por eso nos llena de alegría dedicar un tiempo en silencio, sin prisas, para la acción de gracias después de la comunión, después de haber repartido a nuestros hermanos el alimento de salvación, el tesoro de nuestra vida.
Recordando las cartas a los sacerdotes de Juan Pablo II, tengo presente cómo nos ponía en guardia del peligro del aseglaramiento y de la secularización. Escribía el Papa: «Es la oración la que señala el estilo esencial del sacerdocio; sin ella, el estilo se desfigura. La oración nos ayuda a encontrar siempre la luz que nos ha conducido desde el comienzo de nuestra vocación sacerdotal, y que sin cesar nos dirige, aunque alguna vez da la impresión de perderse en la oscuridad. La oración nos permite convertirnos continuamente, permanecer en el estado de constante tensión hacia Dios, que es indispensable si queremos conducir a los demás a El. La oración nos ayuda a creer, a esperar y amar, incluso cuando nos lo dificulta nuestra debilidad humana» (Carta a los sacerdotes, jueves santo de 1979, 10).
2. Caridad
La caridad es el distintivo del cristiano y virtud fundamental en el espíritu del Regnum Christi. El sacerdote debe ser el hombre que ama y pasa haciendo el bien; el que comprende y sale al paso de su hermano caído, enfermo o solo; el que goza cuando ve que sus hermanos crecen y él disminuye (cf. Jn 3, 30). El sacerdote ama también reparando el Corazón de Cristo por sus pecados y los de todos los hombres.
Es instrumento de perdón, a través del sacramento de la confesión, en el que las almas se encuentran con Cristo; pero al mismo tiempo se sabe un hombre frágil, necesitado de la misericordia de Dios. ¡Cómo sentimos necesidad de pedir perdón por los pecados, los de los fieles y los de cada uno de nosotros, como sacerdotes!
Hemos recibido tanto amor de Dios, que nuestros pecados nos llenan de un dolor mayor cuando no hemos estado a la altura, cuando hemos podido opacar la imagen de Cristo o cuando no hemos vivido conforme a nuestra condición sacerdotal. Por eso todas las noches terminamos la jornada ante Cristo crucificado, rezando el salmo Miserere: «Misericordia, Señor, hemos pecado» (Sal 50). La forma de reparar es dar la vida por Dios y por los hombres nuestros hermanos, sin cansarnos de hacer el bien.
El sacerdote lucha con todo su corazón por conocer y experimentar la misericordia de Dios para después transmitirla a sus hermanos en el sacramento de la Reconciliación y en ministerio sacerdotal, buscando ser siempre un espejo de la bondad de Dios. Él mismo sabe que esto no es fruto de su esfuerzo personal, sino que es un don recibido del amor infinito de Dios. La corona del sacerdote es presentarse al final de su vida habiendo sido instrumento fiel para llevar muchas almas al cielo. Por eso, el sacerdote es promotor de las buenas obras de sus hermanos. Su alegría hace brillar aún más la belleza de nuestra fe cristiana y de la consagración a Jesús.
En un mundo muchas veces agresivo, la caridad y la benedicencia son todo un reto para nosotros. Estamos llamados de modo especial a difundir con objetividad la buena fama de los sacerdotes, a fomentar el justo aprecio hacia a sus personas y a ponderar sus virtudes. Como decía recientemente el cardenal Cláudio Hummes en una entrevista, se trata de «llevar a los sacerdotes el mensaje de que la Iglesia los ama, los respeta, los admira y se siente orgullosa de ellos» (Zenit, 3 de junio de 2009).
3. Cercanía, gratitud y amistad
El sacerdote, como recordaba el Papa Benedicto XVI el pasado jueves santo, pertenece exclusivamente a Dios. Su corazón está puesto en Dios y, por Él, abierto a todos los hombres. A ellos se entrega y de ellos puede esperar también una sincera amistad. Hay muchos detalles por los que podemos manifestar nuestra gratitud y aprecio a los sacerdotes, especialmente a aquellos que viven solos o en situaciones más difíciles. Es verdad que el sacerdote encuentra una auténtica familia en su Obispo y en sus hermanos sacerdotes, o en sus superiores y hermanos en el caso de los religiosos, pero es de desear que también experimente la cercanía y acogida de los fieles que Dios pone en su camino.
Por su parte, el sacerdote es por definición el hombre de la gratitud. Se sabe bendecido por Dios. En todo reconoce su mano amorosa y, por eso, todo lo agradece, en todo inspira e infunde confianza. ¿Cómo ser sacerdote sin ser instrumento de paz? El sacerdote no sólo sabe agradecer, sino que está dispuesto a humillarse por el bien de los demás y a ser el primero en reconocer sus propias faltas, sabiendo que es sólo un instrumento. Su misión es la de ser un puente hacia Dios o, incluso podríamos decir, la de ser como un tapete por el que los hombres pasan para llegar al cielo.
Y por eso, el sacerdote busca desarrollar también esas facetas tan humanas que ayudan a acercar a las almas al amor de Cristo: un trato respetuoso, lleno de bondad y de detalles de cortesía, caracterizado por una auténtica amabilidad, a ejemplo de su Maestro.
4. Disponibilidad, iniciativa y obediencia
Un modo muy concreto de vivir este año sacerdotal es ponernos a disposición de los sacerdotes –por ejemplo, del propio párroco– para ayudarles en todo lo que necesiten y esté a nuestro alcance. La primera manifestación de disponibilidad será acoger sus orientaciones con docilidad y sumarnos con ánimo a las iniciativas de la parroquia y de la diócesis. Aún más, no debemos esperar a que nos pidan ayuda, sino fomentar el espíritu de iniciativa, saber adelantarnos, ofreciéndonos para colaborar de algún modo en las necesidades espirituales, pastorales o materiales de la parroquia o de los fieles.
5. Poner el Movimiento Regnum Christi al servicio de los sacerdotes
Al poner nuestras personas a disposición de los sacerdotes, les podemos ofrecer también el carisma que Dios nos ha regalado. Dios nos ha dado este don no sólo para nuestro propio provecho, sino para servir a la Iglesia y a todos los hombres. Nuestra espiritualidad, nuestra metodología, los recursos formativos, los apostolados y obras deben contribuir al bien de la Iglesia y ofrecer un apoyo incondicional a los sacerdotes. Lo queremos compartir con sencillez, como un don recibido que queremos poner al servicio de nuestros hermanos.
Espero que estas sugerencias les puedan ayudar y que en comunicación con sus directores de sección, las vayan aplicando del modo más conveniente para realizar el mayor bien posible a cada situación concreta. En algunos países contamos ya con centros sacerdotales que están haciendo mucho bien en este sentido. Pueden dirigirse a ellos para obtener ayuda o para compartir las iniciativas que tengan. Vivamos este período de nuestra vida dentro de la Congregación y el Movimiento, como un año de mucha oración, humildad, penitencia y caridad.
Antes de terminar, les agradezco una vez más su testimonio y todo lo que hacen por Cristo y por la Iglesia. Que María les alcance muchas bendiciones y nos conceda a todos la gracia de cada día conocer y amar más a su Hijo. Me despido, asegurándoles un recuerdo en mis oraciones, suyo afectísimo en Cristo,
Álvaro Corcuera, L.C.
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
A todos los miembros del Regnum Christi
con motivo del «Año sacerdotal»
convocado por el Papa Benedicto XVI
Muy estimados en Cristo,
Siempre es un gusto poder escribirles unas líneas y compartir la alegría de ser una familia unida en Cristo. Vivimos un periodo muy intenso del año litúrgico pues hemos celebrado grandes solemnidades como Pentecostés, la Santísima Trinidad y el Corpus Domini, y hoy celebramos la del Sagrado Corazón, que tanto nos ayuda a contemplar el amor de Cristo hacia cada uno de nosotros. Dios no deja de derramar su gracia de modo sobreabundante en nuestras almas y por eso buscamos vivir también con un corazón agradecido y generoso, pidiéndole con humildad el don de formar un corazón como el suyo, en esa oración tan hermosa de la Iglesia: «Sagrado Corazón de Jesús, haz nuestro corazón semejante al tuyo».
El motivo de esta carta es el deseo de que reflexionemos juntos sobre el significado y las implicaciones para nuestra vida del «Año sacerdotal» que el Papa ha convocado y que comienza precisamente hoy, con esta solemnidad del Sagrado Corazón, teniendo como lema: «Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote».
La ocasión que ha dado pie para este especial acontecimiento es el 150º aniversario de la muerte de san Juan María Vianney, a quien Benedicto XVI proclamará patrono de todos los sacerdotes del mundo. Mejor conocido como «el Cura de Ars», la gran obra de este sacerdote fue haber desgastado su vida por la salvación de las almas. Cuando era joven, antes de ingresar al seminario, se decía: «Si soy sacerdote podría ganar muchas almas para Dios»; ésta era su gran ilusión.
Fue párroco del pequeño pueblo de Ars durante más de cuarenta años. Ahí se dedicó con intensidad a la predicación, a formar a sus feligreses en la fe, a las obras de caridad y, sobre todo, a celebrar los sacramentos. Sólo Dios sabe cuántos milagros y conversiones tuvieron lugar en su confesonario, en el que llegaba a pasar hasta doce horas en un día ordinario.
El gran secreto del Cura de Ars fue su amor a Dios y el tener su mirada fija en el cielo. En una carta a un primo suyo, le animaba así, hablándole del cielo: «Qué divina felicidad. Ver al buen Jesús que tanto nos ha amado y que nos hará dichosos». Y dicen que pocas horas antes de morir, pronunció estas palabras: «Qué bueno es Dios; cuando ya nosotros no podemos ir más hacia Él, Él viene a nosotros». Toda su vida fue un «ir hacia Dios» y llevar a los hombres a Él.
Cuánto debemos dar gracias a Dios porque, hoy también, Él se hace presente en nuestra vida e ilumina nuestro camino con el testimonio de muchos sacerdotes santos. Misteriosamente, Él ha querido que su gracia nos llegue a través de instrumentos humanos. Cada uno de nosotros puede considerar cómo fue a través de un sacerdote que recibimos el don de la filiación divina y la fe, por el bautismo. Cada vez que queremos reconciliarnos con Dios y renovar nuestra amistad con Él, en la confesión, es un sacerdote quien en nombre de Cristo nos dice: «Yo te absuelvo de tus pecados…».
Sólo el sacerdote tiene el poder para que, al pronunciar las palabras que dijo Jesús en la Última Cena, se haga presente de modo incruento el sacrificio de la cruz, y el pan y el vino se transformen en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Por eso, para valorar lo que un sacerdote representa basta preguntarnos qué sería de nuestra vida si no contáramos con sacerdotes que nos sirvieran como puentes para llegar a Dios. El Cura de Ars decía: «El sacerdote es algo grande. No se sabrá lo que es, sino en el cielo. Si lo entendiéramos en la tierra, moriría uno, no de espanto, sino de amor».
Quienes hemos recibido esta vocación, sabemos que la grandeza del sacerdocio es puro don gratuito de Dios. No hay mérito alguno de nuestra parte. Al contrario, somos conscientes de que Dios nos llamó, siendo débiles y pequeños, como todo hombre. Experimentamos la desproporción que hay entre lo que somos –hombres, creaturas frágiles–, y lo que representamos –¡a Dios mismo!–; entre nuestras fuerzas y capacidades limitadas, y la misión trascendente que se nos ha encomendado. Con san Pablo, podemos decir: «llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2Co 4, 7).
O como dice la carta a los Hebreos, somos tomados de entre los hombres y puestos a favor de los hombres en lo que se refiere a Dios (cf. Hb 5, 1). Ante esta realidad, nos llenan de confianza y nos iluminan mucho las palabras que Cristo nos dirige en el Evangelio: «A vosotros os he llamado amigos… No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 15-16).
Sabemos que nuestra fidelidad es posible porque Jesucristo es fiel y cumple su palabra, porque contamos con su gracia, su auxilio y su misericordia. Él es el Amigo fiel. El Papa Juan Pablo II, nos decía muy bien: «Tened confianza en Jesucristo, el Amigo, pues Él no nos abandona. Él sostiene nuestro ministerio, aún ahí donde externamente no se alcanza un éxito inmediato. Creed en Él; creed que Él espera todo de vosotros, del mismo modo que un amigo lo espera de su amigo» (Homilía a los sacerdotes y seminaristas en la catedral de Fulda, 17 de noviembre de 1980).
El sacerdote debe ser siempre una puerta abierta a todos, debe saber escuchar, tratar a cada persona con todo su corazón, dedicando a cada uno el tiempo necesario, amando y acogiendo a todos como el mismo Jesucristo. No da sólo su tiempo, sino su misma vida, sin límite alguno. Se puede decir que su vocación es ser un mártir del servicio al prójimo. Una sola alma vale la pena todo el esfuerzo de un sacerdote. El mundo necesita a Cristo. Todos le necesitamos, porque sólo con Él tiene sentido nuestra vida, nuestros afanes diarios, nuestras alegrías y nuestras luchas.
Por eso, Dios quiere sacerdotes santos que nos ayuden a encontrar a Cristo. El Papa ha convocado este año sacerdotal «para favorecer esta tendencia de los sacerdotes a la perfección espiritual de la que depende sobre todo la eficacia de su ministerio» (Discurso a los miembros de la Congregación para el Clero, 16 de marzo de 2009). Resuenan aquí de nuevo las palabras con las que Cristo invita a sus apóstoles a permanecer en su amor, unidos a la vid, y a guardar sus mandamientos para dar fruto abundante (cf. Jn 15, 1-10).
Sólo así el sacerdote puede encarnar en su vida la imagen del Buen Pastor, manso y humilde, con quien el yugo es suave y la carga, ligera (cf. Mt 11, 29-30). Sólo así se puede tener como única recompensa el bien de las almas, sin esperar nada a cambio, reflejando en la propia vida los frutos de la presencia del Espíritu Santo que definen al cristiano: «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Ga 5, 22-23). Repasar este texto, en examen de conciencia, le da al cristiano las pautas para ir en el camino correcto. Son signo evidente de que el Espíritu Santo está en nuestros corazones. No son dones para nuestro propio beneficio, sino para compartirlos de modo desinteresado con nuestros hermanos los hombres, sin cansarnos de hacer el bien.
Podríamos pensar que es éste un llamamiento dirigido exclusivamente a los sacerdotes, pero sin duda es una oportunidad para que todos los cristianos cobremos conciencia de esta realidad y veamos de qué modo podemos colaborar para que haya más sacerdotes y sacerdotes cada vez más santos. Para nosotros, como miembros del Regnum Christi, esta iniciativa del Santo Padre representa un deseo de Cristo mismo. El Movimiento Regnum Christi está para «servir a la Iglesia y a sus Pastores, y, desde la Iglesia, servir a los hombres» (Manual del miembro del Regnum Christi, 11). Contar con sacerdotes santos es, sin duda, una de las más apremiantes necesidades de nuestra querida Iglesia. Por eso, quisiera también proponerles algunos medios con los que creo que todos podemos sumarnos a este año sacerdotal, sea individualmente, en familia, en las parroquias o en los centros y obras del Regnum Christi.
En primer lugar y de modo muy especial, quiero invitarles a que una vez al mes los jóvenes del Regnum Christi organicen en cada localidad una hora eucarística con adoración al Santísimo para pedir al Señor por los sacerdotes y por las vocaciones. Que sean momentos íntimos de oración, de reparación por las faltas y pecados cometidos, de petición de perdón y misericordia, como al iniciar la celebración de la Santa Misa cada mañana. Será algo muy bueno que puedan participar en familia en esa actividad, ya que tanto ayuda rezar unidos, y que inviten también a otros amigos y conocidos.
Donde sea posible, puede hacerse en una parroquia, de modo que otros fieles se puedan beneficiar también de esa gracia y apoyemos la labor de nuestros párrocos. Dios quiera que logremos que esto se convierta en una tradición, que sin duda nos ayudará a vivir más cerca del Señor y alcanzará muchas bendiciones para toda la Iglesia.
Este año sacerdotal será también una ocasión magnífica para presentar el atractivo de la vocación sacerdotal y fomentar entre los jóvenes la apertura a un posible llamado de Dios. Sabemos que esto no es tarea exclusiva de los obispos y sacerdotes, sino que los laicos también pueden y deben ser instrumentos eficaces para que un alma perciba la voz de Cristo que invita a seguirle. De hecho, esto es ya una realidad en la Iglesia y en el Regnum Christi. Muchos de ustedes participan en los Círculos de Acción Vocacional o en el programa de Adoración por las vocaciones.
Otro ejemplo es la labor de los Evangelizadores de Tiempo Completo, gracias a la cual cada año Dios bendice con decenas de vocaciones algunos seminarios diocesanos. Entre los jóvenes del Movimiento, muchos han participado en actividades de discernimiento vocacional y están buscando, con la ayuda de su director espiritual, cuál es la voluntad de Dios sobre sus vidas. Estoy seguro de que las iniciativas para suscitar un mayor número de vocaciones podrán multiplicarse aún más en este contexto del año sacerdotal. El Papa tituló su mensaje para la jornada mundial de oración por las vocaciones, que se celebró el cuarto domingo de Pascua, con palabras que nos llenan de esperanza: «La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana».
A continuación quisiera centrar la atención en lo que podemos hacer por quienes ya son sacerdotes. Los miembros del Regnum Christi deben distinguirse por ser apoyo y sostén para todo sacerdote que se encuentren en su camino, sea el propio párroco, un sacerdote amigo de la familia, un sacerdote legionario o de otra congregación religiosa o asociación eclesial, un sacerdote necesitado, que requiera nuestra mayor cercanía y bondad. La motivación fundamental para hacerlo es que todo sacerdote es «otro Cristo», pues por la imposición de las manos su ser ha quedado profundamente identificado con Él y tiene el poder de actuar no sólo en nombre de Cristo sino in persona Christi. Es Cristo mismo quien actúa a través de él. Por tanto, cuando servimos a un sacerdote, servimos al mismo Cristo.
1.Oración y sacrificio por la santificación de los sacerdotes
Además de la iniciativa ya propuesta, todos podemos incrementar nuestra oración y sacrificio por la fidelidad y santidad de todos los sacerdotes, pues sabemos que Dios escucha las súplicas que le dirigimos con fe. No puede faltar entre nuestras intenciones ésta que toca tan esencialmente nuestra vida cristiana. Esta acción, aparentemente imperceptible, es para nosotros, sacerdotes, fuente de fortaleza y de innumerables gracias de Dios.
La Congregación vaticana para el Clero está impulsando con mucho empeño este auténtico apostolado de la oración, promoviendo la «adopción espiritual»: una persona se compromete a rezar por un sacerdote concreto. Es algo que suelen hacer las religiosas, y cuánto nos ayudan con sus plegarias, pero también los laicos pueden sumarse a este modo de apoyar a los sacerdotes. Les invito también a informarse sobre las indulgencias que el Santo Padre ha concedido para este año sacerdotal mediante un decreto de la Penitenciaría Apostólica; son oportunidades especiales para alcanzar gracias de Dios.
En todas estas oraciones debemos pedir, ante todo, que los sacerdotes seamos hombres de oración, porque un sacerdote es lo que es su oración. En la oración se forma y se define el sacerdote. Por eso, buscamos estar el mayor tiempo posible con Jesucristo ante el Sagrario. La celebración eucarística debe ser el centro de nuestra jornada, lo que marca nuestra vida. Tener a Cristo en nuestras manos y recibirle en nuestro corazón es el don más grande que se nos puede dar. Por eso nos llena de alegría dedicar un tiempo en silencio, sin prisas, para la acción de gracias después de la comunión, después de haber repartido a nuestros hermanos el alimento de salvación, el tesoro de nuestra vida.
Recordando las cartas a los sacerdotes de Juan Pablo II, tengo presente cómo nos ponía en guardia del peligro del aseglaramiento y de la secularización. Escribía el Papa: «Es la oración la que señala el estilo esencial del sacerdocio; sin ella, el estilo se desfigura. La oración nos ayuda a encontrar siempre la luz que nos ha conducido desde el comienzo de nuestra vocación sacerdotal, y que sin cesar nos dirige, aunque alguna vez da la impresión de perderse en la oscuridad. La oración nos permite convertirnos continuamente, permanecer en el estado de constante tensión hacia Dios, que es indispensable si queremos conducir a los demás a El. La oración nos ayuda a creer, a esperar y amar, incluso cuando nos lo dificulta nuestra debilidad humana» (Carta a los sacerdotes, jueves santo de 1979, 10).
2. Caridad
La caridad es el distintivo del cristiano y virtud fundamental en el espíritu del Regnum Christi. El sacerdote debe ser el hombre que ama y pasa haciendo el bien; el que comprende y sale al paso de su hermano caído, enfermo o solo; el que goza cuando ve que sus hermanos crecen y él disminuye (cf. Jn 3, 30). El sacerdote ama también reparando el Corazón de Cristo por sus pecados y los de todos los hombres.
Es instrumento de perdón, a través del sacramento de la confesión, en el que las almas se encuentran con Cristo; pero al mismo tiempo se sabe un hombre frágil, necesitado de la misericordia de Dios. ¡Cómo sentimos necesidad de pedir perdón por los pecados, los de los fieles y los de cada uno de nosotros, como sacerdotes!
Hemos recibido tanto amor de Dios, que nuestros pecados nos llenan de un dolor mayor cuando no hemos estado a la altura, cuando hemos podido opacar la imagen de Cristo o cuando no hemos vivido conforme a nuestra condición sacerdotal. Por eso todas las noches terminamos la jornada ante Cristo crucificado, rezando el salmo Miserere: «Misericordia, Señor, hemos pecado» (Sal 50). La forma de reparar es dar la vida por Dios y por los hombres nuestros hermanos, sin cansarnos de hacer el bien.
El sacerdote lucha con todo su corazón por conocer y experimentar la misericordia de Dios para después transmitirla a sus hermanos en el sacramento de la Reconciliación y en ministerio sacerdotal, buscando ser siempre un espejo de la bondad de Dios. Él mismo sabe que esto no es fruto de su esfuerzo personal, sino que es un don recibido del amor infinito de Dios. La corona del sacerdote es presentarse al final de su vida habiendo sido instrumento fiel para llevar muchas almas al cielo. Por eso, el sacerdote es promotor de las buenas obras de sus hermanos. Su alegría hace brillar aún más la belleza de nuestra fe cristiana y de la consagración a Jesús.
En un mundo muchas veces agresivo, la caridad y la benedicencia son todo un reto para nosotros. Estamos llamados de modo especial a difundir con objetividad la buena fama de los sacerdotes, a fomentar el justo aprecio hacia a sus personas y a ponderar sus virtudes. Como decía recientemente el cardenal Cláudio Hummes en una entrevista, se trata de «llevar a los sacerdotes el mensaje de que la Iglesia los ama, los respeta, los admira y se siente orgullosa de ellos» (Zenit, 3 de junio de 2009).
3. Cercanía, gratitud y amistad
El sacerdote, como recordaba el Papa Benedicto XVI el pasado jueves santo, pertenece exclusivamente a Dios. Su corazón está puesto en Dios y, por Él, abierto a todos los hombres. A ellos se entrega y de ellos puede esperar también una sincera amistad. Hay muchos detalles por los que podemos manifestar nuestra gratitud y aprecio a los sacerdotes, especialmente a aquellos que viven solos o en situaciones más difíciles. Es verdad que el sacerdote encuentra una auténtica familia en su Obispo y en sus hermanos sacerdotes, o en sus superiores y hermanos en el caso de los religiosos, pero es de desear que también experimente la cercanía y acogida de los fieles que Dios pone en su camino.
Por su parte, el sacerdote es por definición el hombre de la gratitud. Se sabe bendecido por Dios. En todo reconoce su mano amorosa y, por eso, todo lo agradece, en todo inspira e infunde confianza. ¿Cómo ser sacerdote sin ser instrumento de paz? El sacerdote no sólo sabe agradecer, sino que está dispuesto a humillarse por el bien de los demás y a ser el primero en reconocer sus propias faltas, sabiendo que es sólo un instrumento. Su misión es la de ser un puente hacia Dios o, incluso podríamos decir, la de ser como un tapete por el que los hombres pasan para llegar al cielo.
Y por eso, el sacerdote busca desarrollar también esas facetas tan humanas que ayudan a acercar a las almas al amor de Cristo: un trato respetuoso, lleno de bondad y de detalles de cortesía, caracterizado por una auténtica amabilidad, a ejemplo de su Maestro.
4. Disponibilidad, iniciativa y obediencia
Un modo muy concreto de vivir este año sacerdotal es ponernos a disposición de los sacerdotes –por ejemplo, del propio párroco– para ayudarles en todo lo que necesiten y esté a nuestro alcance. La primera manifestación de disponibilidad será acoger sus orientaciones con docilidad y sumarnos con ánimo a las iniciativas de la parroquia y de la diócesis. Aún más, no debemos esperar a que nos pidan ayuda, sino fomentar el espíritu de iniciativa, saber adelantarnos, ofreciéndonos para colaborar de algún modo en las necesidades espirituales, pastorales o materiales de la parroquia o de los fieles.
5. Poner el Movimiento Regnum Christi al servicio de los sacerdotes
Al poner nuestras personas a disposición de los sacerdotes, les podemos ofrecer también el carisma que Dios nos ha regalado. Dios nos ha dado este don no sólo para nuestro propio provecho, sino para servir a la Iglesia y a todos los hombres. Nuestra espiritualidad, nuestra metodología, los recursos formativos, los apostolados y obras deben contribuir al bien de la Iglesia y ofrecer un apoyo incondicional a los sacerdotes. Lo queremos compartir con sencillez, como un don recibido que queremos poner al servicio de nuestros hermanos.
Espero que estas sugerencias les puedan ayudar y que en comunicación con sus directores de sección, las vayan aplicando del modo más conveniente para realizar el mayor bien posible a cada situación concreta. En algunos países contamos ya con centros sacerdotales que están haciendo mucho bien en este sentido. Pueden dirigirse a ellos para obtener ayuda o para compartir las iniciativas que tengan. Vivamos este período de nuestra vida dentro de la Congregación y el Movimiento, como un año de mucha oración, humildad, penitencia y caridad.
Antes de terminar, les agradezco una vez más su testimonio y todo lo que hacen por Cristo y por la Iglesia. Que María les alcance muchas bendiciones y nos conceda a todos la gracia de cada día conocer y amar más a su Hijo. Me despido, asegurándoles un recuerdo en mis oraciones, suyo afectísimo en Cristo,
Álvaro Corcuera, L.C.
lunes, 22 de junio de 2009
Litaniae Jesus Christi Sacerdotis et Victimae
Kyrie, eleison ...... Kyrie, eleison
Christe, eleison ...... Christe, eleison
Kyrie, eleison ...... Kyrie, eleison
Christe, audi nos ...... Christe, audi nos
Christe, exaudi nos ...... Christe, exaudi nos
Pater de caelis, Deus, ...... miserere nobis
Fili, Redemptor mundi, Deus, ..... miserere nobis
Spiritus Sancte, Deus, ...... miserere nobis
Sancta Trinitas, unus Deus, ...... miserere nobis
Iesu, Sacerdos et Victima, ...... miserere nobis
Iesu, Sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech, ..... miserere nobis
Iesu, Sacerdos quem misit Deus evangelizare pauperibus, .... miserere nobis
Iesu, Sacerdos qui in novissima cena formam sacrificii perennis instituisti, ..... miserere nobis
Iesu, Sacerdos semper vivens ad interpellandum pro nobis, ..... miserere nobis
Iesu, Pontifex quem Pater unxit Spiritu Sancto et virtute, .... miserere nobis
Iesu, Pontifex ex hominibus assumpte, ..... miserere nobis
Iesu, Pontifex pro hominibus constitute, .... miserere nobis
Iesu, Pontifex confessionis nostrae, ..... miserere nobis
Iesu, Pontifex amplioris prae Moysi gloriae, .... miserere nobis
Iesu, Pontifex tabernaculi veri, ... miserere nobis
Iesu, Pontifex futurorum bonorum, ..... miserere nobis
Iesu, Pontifex sancte, innocens et impollute, .... miserere nobis
Iesu, Pontifex fidelis et misericors, ..... miserere nobis
Iesu, Pontifex Dei et animarum zelo succense, ..... miserere nobis
Iesu, Pontifex in aeternum perfecte, ...... miserere nobis
Iesu, Pontifex qui per proprium sanguinem caelos penetrasti, ..... miserere nobis
Iesu, Pontifex qui nobis viam novam initiasti, ..... miserere nobis
Iesu, Pontifex qui dilexisti nos et lavisti nos a peccatis in sanguine tuo, ...... miserere nobis
Iesu, Pontifex qui tradidisti temetipsum Deo oblationem et hostiam, ....... miserere nobis
Iesu, Hostia Dei et hominum, ....... miserere nobis
Iesu, Hostia sancta et immaculata, ...... miserere nobis
Iesu, Hostia placabilis, ..... miserere nobis
Iesu, Hostia pacifica, ..... miserere nobis
Iesu, Hostia propitiationis et laudis, ..... miserere nobis
Iesu, Hostia reconciliationis et pacis, ..... miserere nobis
Iesu, Hostia in qua habemus fiduciam et accessum ad Deum, ..... miserere nobis
Iesu, Hostia vivens in saecula saeculorum, ...... miserere nobis
Propitius esto! ...... parce nobis, Iesu
Propitius esto! ..... exaudi nos, Iesu
A temerario in clerum ingressu, ..... libera nos, Iesu
A peccato sacrilegii, ..... libera nos, Iesu
A spiritu incontinentiae, ..... libera nos, Iesu
A turpi quaestu, ...... libera nos, Iesu
Ab omni simoniae labe, ...... libera nos, Iesu
Ab indigna opum ecclesiasticarum dispensatione, ...... libera nos, Iesu
Ab amore mundi eiusque vanitatum, ....... libera nos, Iesu
Ab indigna Mysteriorum tuorum celebratione, ....... libera nos, Iesu
Per aeternum sacerdotium tuum, ...... libera nos, Iesu
Per sanctam unctionem, qua a Deo Patre in sacerdotem constitutus es, ...... libera nos, Iesu
Per sacerdotalem spintum tuum, ...... libera nos, Iesu
Per ministerium illud, quo Patrem tuum super terram clarificasti, ...... libera nos,
Iesu Per cruentam tui ipsius immolationem semel in cruce factam, ...... libera nos, Iesu
Per illud idem sacrificium in altari quotidie renovatum, ...... libera nos, Iesu
Per divinam illam potestatem, quam in sacerdotibus tuis invisibiliter exerces, ...... libera nos, Iesu
Ut universum ordinem sacerdotalem in sancta religione conservare digneris, ...... Te rogamus, audi nos
Ut pastores secundum cor tuum populo tuo providere digneris, ..... Te rogamus, audi nos
Ut illos spiritus sacerdotii tui implere digneris, ..... Te rogamus, audi nos
Ut labia sacerdotum scientiam custodiant, ...... Te rogamus, audi nos
Ut in messem tuam operarios fideles mittere digneris, ..... Te rogamus, audi nos
Ut fideles mysteriorum tuorum dispensatores multiplicare digneris, ..... Te rogamus, audi nos
Ut eis perseverantem in tua voluntate famulatum tribuere digneris, ..... Te rogamus, audi nos
Ut eis in ministerio mansuetudinem, in actione sollertiam et in orationem constantia concedere digneris, ... Te rogamus, audi nos
Ut per eos sanctissimi Sacramenti cultum ubique promovere digneris, ...... Te rogamus, audi nos
Ut qui tibi bene ministraverunt, in gaudium tuum suscipere digneris, ...... Te rogamus, audi nos
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, ...... parce nobis, Domine
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, ...... exaudi nos, Domine
Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, ...... miserere nobis, Domine
Iesu, Sacerdos, ...... audi nos
Iesu, Sacerdos, ...... exaudi nos.
Oremus
Ecclesiae tuae, Deus, sanctificator et custos, suscita in ea per Spiritum tuum idoneos el fideles sanctorum mysteriorum dispensatores, ut eorum ministerio el exemplo christiana plebs in viam salutis te protegente dirigatur. Per Christum Dominum nostrum. Amen.
Deus, qui ministrantibus et ieiunantibus discipulis segregari iussisti Saulum et Barnabam in opus ad quod assumpseras eos, adesto nunc Ecclesiae tuae oranti, et tu, qui omnium corda nosti, ostende quos elegeris in ministerium. Per Christum Dominum nostrum. Amen.
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LETANÍAS DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, SACERDOTE Y VÍCTIMA
Señor ten piedad…. Señor ten piedad
Cristo ten piedad ….. Cristo ten piedad
Señor ten piedad ….. Señor ten piedad
Cristo óyenos….. Cristo óyenos
Cristo escúchanos …. Cristo escúchanos
Dios, Padre celestial …. Ten piedad de nosotros
Dios Hijo, Redentor del mundo “
Dios, Espíritu Santo “
Trinidad Santa, un solo Dios “
Jesús, Sacerdote y Víctima “
Jesús, Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec “
Jesús, Sacerdote que Dios envió a evangelizar a los pobres “
Jesús, Sacerdote que en la última cena instituiste el sacrificio perenne “
Jesús, Sacerdote siempre vivo para interceder por nosotros “
Jesús, Pontifice a quien el Padre ungió con el Espíritu Santo y la virtud “
Jesús, Pontífice entresacado de los hombres “
Jesús, Pontífice constituido a favor de los hombres “
Jesús, Pontífice de nuestra confesión “
Jesús, Pontífice más alto que la gloria de Moisés “
Jesús, Pontífice del verdadero tabernáculo “
Jesús, Pontífice de los bienes futuros “
Jesús, Pontífice santo, inocente y sin pecado “
Jesús, Pontífice fiel y misericordioso “
Jesús, Pontífice divino y lleno de celo por las almas “
Jesús, Pontífice de eterna perfección “
Jesús, Pontífice que por tu sangre llegaste a los cielos “
Jesús, Pontífice que nos enseñaste un camino nuevo “
Jesús, Pontífice que nos amaste y que lavaste nuestros pecados con tu sangre “
Jesús, Pontífice que te entregaste a Dios como hostia de oblación “
Jesús, Hostia de Dios y de los hombres “
Jesús, Hostia santa e inmaculada “
Jesús, Hostia mansueta “
Jesús, Hostia pacífica “
Jesús, Hostia de propiciación y de alabanza “
Jesús, Hostia de reconciliación y de paz “
Jesús, Hostia para llegar a Dios con toda confianza “
Jesús, Hostia viviente para siempre “
Sé propicio ………. ten compasión de nosotros, Jesús
Sé propicio……….. escúchanos, Jesús
Del temor a la vocación sacerdotal ……. Líbranos, Jesús
Del pecado de sacrilegio “
Del espíritu de lascivia “
De los pensamientos impuros “
Del pecado simoníaco “
De la indigna dispensación del ministerio “
Del amor al mundo y a sus vanidades “
De la indigna celebración de tus Misterios “
Por tu eterno sacerdocio “
Por la santa unción con la que fuiste consagrado sacerdote por Dios Padre “
Por tu espíritu sacerdotal “
Por el ministerio con el que clarificaste a tu Padre “
Jesús, por tu sacrificio cruento hecho una vez para siempre “
Por tu sacrificio renovado cada día en los altares “
Por aquella tuya potestad, que reviste invisiblemente a tus sacerdotes “
Para que conserves en la santa religión al universo orbe sacerdotal …. Te rogamos, escúchanos
Para que los pastores apacienten tu grey según tu corazón “
Para que los llenes de tu espíritu sacerdotal “
Para que los labios sacerdotales proclamen tu ciencia “
Para que envíes obreros que fielmente cultiven tu mies “
Para que te dignes multiplicar los dispensadores de tus misterios .”
Para que perseveren siempre en tu voluntad “
Para que perseveren en su ministerio con docilidad, sean prontos a donarse y constantes en la oración “
Para que por ellos se promueva el culto al Santísimo Sacramento .”
Para que quienes han sido fieles al ministerio reciban el premio eterno “
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo… Ten piedad de nosotros
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo… Escúchanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo…. Ten piedad de nosotros.
Jesús, Sacerdote…. Óyenos
Jesús, Sacerdote…. Escúchanos
Oremos. Oh Dios, Santificador y Guía de tu Iglesia, suscita en Ella, mediante tu Espíritu, idóneos y fieles dispensadores de tus misterios, para que, bajo tu protección, con su ministerio y con el ejemplo, acompañen a todos los cristianos hacia el camino de la salvación. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
Oh Dios, que mandaste escoger entre aquellos discípulos que oraban y ayunaban a Saulo y a Bernabé para el ministerio por ti escogido, haz lo mismo ahora con tu Iglesia orante y tu, que conoces nuestros corazones, muéstranos a quienes eliges para tu ministerio. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén,
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Oración para el Año Sacerdotal por Su Santidad Benedicto XVI
Señor Jesús:
En San Juan María Vianney Tu has querido dar a la Iglesia la imagen viviente y una personificación de tu caridad pastoral.
Ayúdanos a bien vivir en su compañía, ayudados por su ejemplo en este Año Sacerdotal.
Haz que podamos aprender del Santo Cura de Ars delante de tu Eucaristía; aprender cómo es simple y diaria tu Palabra que nos instruye, cómo es tierno el amor con el cual acoges a los pecadores arrepentidos, cómo es consolador abandonarse confidencialmente a tu Madre Inmaculada, cómo es necesario luchar con fuerza contra el Maligno.
Haz, Señor Jesús, que, del ejemplo del Santo Cura de Ars, nuestros jóvenes sepan cuánto es necesario, humilde y generoso el ministerio sacerdotal, que quieres entregar a aquellos que escuchan tu llamada.
Haz también que en nuestras comunidades – como en aquel entonces la de Ars – sucedan aquellas maravillas de gracia, que tu haces que sobrevengan cuanto un sacerdote sabe “poner amor en su parroquia”.
Haz que nuestras familias cristianas sepan descubrir en la Iglesia su casa – donde puedan encontrar siempre a tus ministros – y sepan convertir su casa así de bonita como una iglesia.
Haz que la caridad de nuestros Pastores anime y encienda la caridad de todos los fieles, en tal manera que todas las vocaciones y todos los carismas, infundidos por el Espíritu Santo, puedan ser acogidos y valorizados.
Pero sobre todo, Señor Jesús, concédenos el ardor y la verdad del corazón a fin de que podamos dirigirnos a tu Padre celestial, haciendo nuestras las mismas palabras, que usaba San Juan María Vianney:
“Te amo, mi Dios, y mi solo deseo
es amarte hasta el último respiro de mi vida.
Te amo, oh Dios infinitamente amable,
y prefiero morir amándote
antes que vivir un solo instante si amarte.
Te amo, Señor, y la única gracia que te pido
es aquella de amarte eternamente.
Dios mío, si mi lengua
no pudiera decir que te amo en cada instante,
quiero que mi corazón te lo repita
tantas veces cuantas respiro.
Ti amo, oh mi Dios Salvador,
porque has sido crucificado por mi,
y me tienes acá crucificado por Ti.
Dios mío, dame la gracia de morir amándote
y sabiendo que te amo”. Amen.
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domingo, 21 de junio de 2009
El Pan Hemin, o masa del Padre Pío, es mentira
Se extiende el «Pan Hemin del padre Pío», que nada tiene que ver con este santo italiano ni con la Iglesia. Una nueva cadena supersticiosa creada deliberadamente para debilitar la fe católica
Por el P. Ernesto María Caro Osorio
Párroco de la Santa Cruz, Arquidiócesis de Monterrey
Los autores de estas cadenas inventan toda clase de mentiras y amenazas para hacer que circulen sus mensajes. Es una obra del demonio, que siempre busca confundir a los hijos de Dios y llevarlos al camino de la superstición, para de ahí debilitar su fe. El camino del cristiano está claramente indicado en la Sagrada Escritura, en el magisterio de nuestra Iglesia y no en este tipo de mensajes y prácticas supersticiosas.
A continuación hago un pequeño comentario de la cadena «el Pan Hemin del padre Pío» para que vean con claridad la falsedad e incongruencia de ésta. He puesto en cursiva y entre «quotas» (« ») el mensaje original:
Qué es bendito y qué no
«El pan bendito del padre Pío».
Para empezar, no hay pan que pueda en sí mismo estar bendito. Para que algo esté bendito tiene que ser bendecido por un ministro de la Iglesia (obispo, presbítero o diácono) y sólo ese objeto queda bendito. No se pude dar la bendición por contacto (ponerlo junto a...), ni por ampliación (creencia en cuanto a que si se agrega agua bendita en el agua sin bendecir, ésta también queda bendita: esto es falso).
El padre Pío no hacía pan
Por otro lado, hasta donde sabemos san Pío no hizo jamás pan, ni creó una receta «mágica» para que el pueblo de Dios recibiera bendiciones a través de esto. Si lo hubiera hecho, ciertamente no sería santo sino un brujo.
El padre Pío no vivió en el Vaticano
« Este pan es llamado Hemin, es el pan del padre Pío y viene del Vaticano. Trae bendiciones a cada familia que lo coma. En el día 10 usted deberá dar este pan a otra persona».
Esto de nuevo parece una fórmula mágica, con bendiciones especiales. Cualquier persona instruida sabría que el padre Pío no vivió jamás en el Vaticano sino en Pieltrecina.
Además, no sabemos qué significa eso de «Hemin». Quienes hacen estos mensajes buscan poner nombres extraños que más bien parecen estar ligados con ritos mágicos o al menos supersticiosos.
Las amenazas no faltan
« Recuerda: no debes rechazar este pan una vez que se te dé».
Ésta es la típica amenaza de las cadenas. ¿Qué pasaría si no lo hago? ¿Dios me va a castigar por haber rechazado un pan? Hermanos: Dios no nos castiga como merecemos por rechazar el Pan Eucarístico y la Palabra de su hijo Jesucristo, y ¿nos va a castigar por no pasarle a otra persona un pan o por no recibirlo en nuestras casas? Por supuesto que no. Sin embargo, la amenaza es lo que le da fuerza a la cadena para que pueda circular.
Fórmula mágica a la New Age
Ahora viene la formula mágica: «Qué hacer: Cuando recibas la masa del pan, ponla en un recipiente de vidrio y cúbrela con papel transparente o con papel wax. Déala en un sitio de la casa a temperatura ambiente. Nunca pongas la masa en la nevera».
«En el día 1 y 2: No toques la masa, el pan se esta adaptando a tu casa».
Esto de no tocar la masa pues «se está adaptando a tu casa» tiene todos los principios de la New Age. Éstas son conocidas prácticas esotéricas, prohibidas por la Iglesia.
De nuevo el carácter esotérico
«En el día 3 y 4: Mezclar bien la masa con una cuchara de madera una vez al día...En el día 5: Agregue a la masa 1 taza de leche, 2 tazas de harina y 1 taza de azúcar y mezclar bien con una cuchara de madera. En el día 6, 7, 8 y 9: Mezclar la masa con una cuchara de madera una vez al día».
El tema de la cuchara de madera de nuevo pone en evidencia el carácter esotérico de la «receta».
Hacen falta personas ignorantes
«En el día 10: Agregue a la masa 1 taza de leche, 2 tazas de harina y 1 taza de azúcar. Mezcle todo con una cuchara de madera. Cuando esté bien mezclado divida la masa en 4 porciones iguales, quédese con una porción y distribuya las restantes a 3 personas diferentes que usted considere que harán el pan».
Para que la cadena funcione siempre es importante buscar personas ignorantes que puedan continuar con la cadena. De lo contrario se detendrá y no tendrá el efecto nocivo que está buscando el demonio. Esto, porque una vez que la familia lo haga estará ya en las garras de la superstición... y poco a poco irán destruyendo su fe con otras prácticas que seguramente llegarán o buscarán.
El pan que se hace sólo una vez
«A su porción usted deberá agregarle 1/4 de taza de azúcar, 3 huevos, 1/4 de taza de aceite y 2 cucharaditas de polvo para hornear. Mezcle bien con la cuchara de madera. Precaliente el horno a 325. Engrase un molde de 9 X 13 y coloque la masa en el horno por espacio de 35 a 40 minutos».
«Recuerde: usted solamente debe hacer el pan de Hemin una vez en la vida»
Resulta que ya no es el «pan del padre Pío" sino de Hemin. Como ves, querido hermano, esto es una clara burla y una trampa para la fe. Más que un pan de bendición, esta parte final nos inspira a pensar en una serie de maldiciones que ocurrirán si lo repetimos. Más trampas para los ingenuos y faltos de fe en Jesucristo.
Mejor caminar a la luz de Cristo
Es necesario que regresemos a la Sagrada Escritura y que dejemos que nuestra vida sea dirigida por ella y no por todos los escritos y prácticas esotéricas (como ésta).
Camina siempre en la luz de Cristo y serás plenamente feliz.Te invito a comer del Pan verdadero: «Yo soy el pan de vida. El que viene a Mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed» (Jn 6, 35).
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El incierto origen del «Pan Hemin»
En español se llama «la tarta del padre Pío» o «el pan Hemin del padre Pío», y en inglés es el «Holy Bread of Padre Pio» (pan santo del padre Pío).
Esta cadena tiene infinidad de entusiastas seguidores, desde los Estados Unidos hasta el sur de América, e incluso en España. A México llegó entre el año 2006 y el 2007, y se ha extendido por todos los estados del país.
En internet las menciones más antiguas apenas llegan a 2003 (lo cual demuestra que el padre Pío nada tiene que ver, pues falleció en 1968).
Se promete que este pan de la superstición «trae bendiciones a cada familia que lo coma». Muchos aseguran que realmente desde que comieron el pan son más felices, o que no les falta el alimento en la mesa (¿de verdad antes sí?); pero otros reconocen que en el prometido día diez de la receta mágica «no pasa ningún milagro ni nada».
Los foros dedicados a la charlatanería del feng shui aseguran que el verdadero origen del «Pan Hemin» está en el antiguo Egipto. Pero en otros lados dicen que su nombre correcto sería «Hermin», que inglés significaría masa.
Lo más probable, sin embargo, es que se trata de una derivación mágica del «pan de la amistad» de la secta protestante Amish (anapbatistas emparentados con los menonitas), que empezó en el año 1900 como una mezcla de harina, azúcar y agua que se dejaba fermentar diez días con procedimientos similares a los que indica la cadena, y se dividía en cuatro partes: una para cocinarla, otra para emplearla posteriormente como fermento, y las dos restantes para regalar a los vecinos; esto simplemente porque no existía la levadura seca activa en tiendas de comestibles. Además, los Amish no tienen refrigeradores (de ahí la orden de «no poner la masa en la nevera») y desaconsejan los recipientes de metal para preparar el pan («pon la masa en un recipiente de vidrio»).
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