miércoles, 24 de junio de 2009

¡Soy sacerdote! . Artículo del P. Sergio G. Román. Fuente: DESDE LA FE


Soy sacerdote



El obispo impuso sus manos sobre mí y me dio la potestad de ser sacerdote para siempre. Me marcaste, Señor, con un sello indeleble, más mío que mi piel, que mi cuerpo mismo. Hasta la eternidad seré sacerdote. Tu sacerdote.

Soy sacerdote. ¡Soy sacerdote!

La realidad de un sueño por muchos años anhelado; el convencimiento, por fin, de que es cierta la vocación que yo acepté, cultivé y cuidé desde el momento en que creí escuchar tu voz que me llamaba a seguirte, haciendo a un lado mis planes personales para hacer de tu voluntad mi único plan de vida... ¡para siempre!

Para ofrecer el sacrificio



Soy sacerdote, con el mismo sacerdocio de tu Unigénito Jesucristo que generosamente me comparte para ofrecer, en su persona, el único sacrificio de amor puro totalmente agradable para ti. En la persona de Cristo celebro cada Misa como memorial de su Muerte y Resurrección.



Para absolver



Soy sacerdote y tengo el poder divino de declarar perdonado en la tierra lo que tú perdonas en el cielo. Con el Espíritu de tu Hijo y en el nombre de la Trinidad Santa reconcilio a mis hermanos contigo y los regreso a la unidad con la Iglesia Santa. ¡Maravilloso! Pusiste en mis humanas manos las llaves que abren las puertas de los cielos y me hiciste capaz de recibir con un amor paternal como el tuyo a los hijos pródigos cansados de su hambre insatisfecha del alimento de los cerdos. Yo pecador, en el nombre de Dios, declaro perdonados los pecados de los hombres mis hermanos.



Para sanar



Como signo de la verdad del Evangelio, Jesús dio a los apóstoles el mandato de curar a los enfermos. Soy sacerdote, y como ellos, impongo mis manos sobre los enfermos y los unjo con el Óleo Santo para dar en tu nombre la salud del alma y la del cuerpo si conviene. En la Santa Unción a los enfermos doy tu gracia y tu fuerza para luchar contra la enfermedad, para buscar la vida de este mundo y aquella otra vida del más allá, la vida verdadera.



Para hablar



Me llamaste, Señor, para ser tu vocero oficial. Mi vocación es dar a mis hermanos la Palabra de tu Hijo, tu misma Palabra. He recibido la misión de ser maestro, como Jesús, de los fieles mis hermanos. Quiero, Señor, con tu ayuda, no caer nunca en la tentación de predicarme a mí mismo, ni de predicar mis propias palabras disfrazadas de Evangelio. Quiero ser intérprete fiel del único Evangelio de tu Hijo. Y quiero, con tu ayuda, predicar más con mi vida que con mi boca.



Soy pastor



Me confiaste, Señor, tus ovejas. Soy pastor como tu Hijo y con tu Hijo. Humanamente me asusta eso de dar mi vida por las ovejas, pero poco a poco voy comprendiendo que si de veras las amo y con tu gracia divina es posible, por lo pronto, gastar mi vida, pasar mis años, cuidando a tus ovejas.

Quiero ser el buen pastor que conoce a sus ovejas por su nombre, que las llama y ellas lo siguen porque conocen su voz. ¡Que mi voz no sea otra que la de Cristo el verdadero Buen Pastor!



Todos me llaman Padre



Ellos, tus hijos por el Bautismo que quizás yo les he dado en nombre de la Trinidad Santa, tus hijos que aprendieron a amarte desde los brazos maternales, ellos que te llaman a ti con el santo nombre de Padre, enseñados por Jesús mismo, me llaman a mí “Padre”, como a ti.



Nombre cariñoso y respetuoso que otros padres antes que yo se ganaron a pulso y lo hicieron costumbre, cultura, en tu pueblo santo.



Yo quiero ser digno de ese nombre y del cariño y el respeto que entraña. Quiero ser imagen fidedigna de tu paternidad divina.



Pero, no soy más que un pobre hombre limitado por condición de pecador.



Quiero ser santo



Soy sacerdote. Un hombre sacado de entre los demás hombres para ofrecerte sacrificios por mis propios pecados y por los de mis hermanos. Santifícame, Señor, para ser digno del sacerdocio santo de tu Hijo. Mira que mi maldad no hace juego con mi sacerdocio. Hazme santo para que no vaya a suceder que el que salva quede sin salvación. Hazme santo para poder ser un mejor instrumento de tu divina voluntad. Hazme santo a pesar mío, para mi propio bien y el de mis hermanos.

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