Compartimos con ustedes el artículo "La Radio de Culto" del Semanario Frente, en el que mencionan a "Fenómenos del Espíritu". Agradecemos al Semanario Frente por tomarnos en cuenta para este artículo.
En el cuadrante radiofónico de esta ciudad hay grandes estrellas —líderes de opinión, figuras de la tele y genios del entretenimiento vacuo— conviviendo con personajes que no tienen reflectores encima, que no aparecen en espectaculares a lo largo y ancho de nuestras principales vías de comunicación, y que sin embargo han forjado relaciones muy estrechas con un público que si bien no es gigantesco es bastante leal. De eso se trata este articulo, de la radio de culto. De la radio que existe en los rincones de la frecuencia y la amplitud modulada. De personajes que no viven para el reconocimiento ni esclavizados por el rating. Nuestra selección puede ser acusada de arbitraria. Lo es. Ni son todos los que están ni están todos los que son. Es solamente un retrato parcial de un mundo fascinante.
“Al aire”. El lunes apenas comienza y su miedo se escucha al aire: “Estoy sobre avenida Chapultepec, a la altura de Televisa. Dos tipos intentaron subirse al tráiler. Traen pistolas. Me arranqué y no quiero detenerme. Me están siguiendo pero yo acelero”.
Chuy se coloca bien los audífonos.
Veloz baja el volumen de la música. Ambos locutores respiran.
Chuy se acerca al micrófono y se anima a hablarle al conductor del tráiler que les marcó por teléfono: “Tranquilo, estamos contigo. No cuelgues. ¿Dónde te encuentras?”. Las palabras del chofer se escuchan aceleradas, atropelladas, se traslapan con una, dos, tres, otra transferencia que viaja por el aire. Jesús insiste: “¿Sigues allí, te tenemos?”.
Veloz ya marcó un teléfono: “¿Comandante? Se necesita ayuda, es un chofer que va a ser asaltado. Tenemos las coordenadas. Somos
Los amos del camino”.
Luis Manuel Veloz —prefiere sólo
Veloz— y Jesús Ugalde López
Chuy alientan el camino a miles de radioescuchas todos los días de 12 de la noche a 4 de la mañana. Están al aire desde 1993. La noche sobre un autobús, un tráiler, una gasolinera o un paradero en México no podría estar completa sin la voz de estos dos experimentados conductores. “Ese amigo trailero alcanzó a darse vuelta en la calle 5 de Febrero y se escabulló”, termina por contar
Chuy, quien sólo permitía a su madre llamarle Jesús.
La radio está allí todo el tiempo: siete días a la semana, veinticuatro horas al día, en cualquier lugar donde el techo sea el cielo. En la ciudad de México diez millones de personas se despiertan, bañan, desayunan, caminan, trabajan, estudian, conducen o se hacen guaje en la ciudad de México con la radio encendida. Es un sistema de ondas que habla, pone música, comunica propios con extraños, felicita, asusta, da recetas, consuela, acompaña, aturde, invade, hace bailar, llorar, pensar, recordar —es vivir. Y, como en el caso de
Los amos del camino, cambia destinos y salva vidas.
Amos del camino
Bésame 960 es una de las 32 estaciones de la AM —esas iniciales que significan Amplitud Modulada y una interferencia que nunca se va— de la ciudad de México. Actualmente es la base desde donde transmiten
Los amos del camino.
Veloz y
Chuy producen, operan la consola, hablan por teléfono y conducen el programa. Todo al mismo tiempo. Hay madrugadas que la cabina de radio se traslada a la cabina de un tráiler. Otras, donde transmiten en un paradero o evento especial. No es un trabajo lo que hacen, es “un servicio a la comunidad”, como lo llama
Veloz. Servicio que implica guiar los sentidos de miles choferes que deben atravesar la madrugada sin largos parpadeos. “Acompañarlos y entretenerlos para que vayan despiertos hasta su destino”, explica
Chuy. Y por eso leen noticias, cantan, conversan con abogados, mecánicos o médicos especialistas. Si la noche está lluviosa se aseguran de actualizar el pronóstico del tiempo cada tanto. Si reportan accidentes, los transmiten de inmediato. Si es época de calor, insisten en la buena alimentación. En temporada de violencia —como hace ya varios años—
Veloz y
Chuy resultan también ángeles de la guarda: “Los choferes no tienen de otra: su trabajo les obliga a pasar por los lugares que ahora resultan más peligrosos en México. Y allí estamos con ellos”.
Veloz afirma que su ritmo biológico ya está alterado. Aunque a veces, confiesa, “un café o dos ayudan a mantener el ritmo”.
***
El lunes avanza. Son casi las cuatro de la tarde. Una voz raspada y confusa interrumpe las orquestas sinfónicas que se transmiten por el 96.1 FM, Radio UNAM, desde 1937. La voz raspada dice: “La famosa Big Dany y la banda Northside Train, desde Ecatepec, están con nosotros esta tarde”. Es Mario Compañet, el dueño de la voz raspada y confusa que comanda
El blues inmortal desde 1986. Compañet empezó presentando discos y agrupaciones de blues hasta que lo invitaron a hacer lo mismo en una cabina de radio. “Tengo una voz muy fea, pero me aceptaron”, recuerda. Su voz “muy fea” no ha repetido algún disco a lo largo de 27 años. Mucho “material raro” que acumula en su casa: más de cinco mil discos. Su familia quiere tirarlos. Él, no. Afirma que entre tantos acetatos hay algún espécimen raro que vale hasta cinco mil dólares.
El blues inmortal no es un programa en vivo, aunque a Compañet le gustaría que lo fuera. Pero eso sí: “Es único en su tipo; gracias a mí muchos grupos de blues en México se han dado a conocer”. Además de música, Compañet sabe mucho de la audiencia que lo escucha. Se comunica con ella a través de llamadas que entran durante la emisión del programa y su página de Facebook: mario companet. Entabla largos diálogos sobre compositores, fechas, números, datos auténticos o tergiversados; recibe recomendaciones para programar y críticas sobre algún invitado: “A mi audiencia no le gusta mucho escuchar bandas mexicanas, me lo dicen”.
Siempre lleva un dato sobre la historia del blues bajo la lengua. Uno tan desconocido, bien argumentado y colocado que pocos radioescuchas se atreven a debatirle. “El famoso guitarrista Robert Johnson retomó canciones de Charlie Patton o Son House y las hizo suyas. Se las fusiló”, asegura. Hay un libro que lo avala, también asegura.
Blues inmortal
En casi tres décadas al servicio del blues Compañet no encuentra muchos cambios en la escena musical. Inclusive critica la ignorancia de los grupos mexicanos: “Están muy confundidos, piensan que cualquier cosa es blues cuando en realidad están tocando baladas como un trío”.
El blues inmortal se transmite una hora a la semana, pero la música que comparte sale del anonimato para nunca más regresar a la oscuridad. Compañet confiesa la fórmula: “Pienso más en el músico que en la gente que está escuchando”. Big Dany lo avala cuando se despide del programa: “Estaremos haciendo blues hasta en la calles”.
Gabba Gabba
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Hay 61 frecuencias para elegir qué escuchar en la ciudad de México. Algún sonido lo suficientemente bueno para que, en promedio, un defeño dedique en su día tres horas con treinta y nueve minutos a ello. Como, por ejemplo,
Gabba Gabba, que mantiene los oídos en el 105.7 FM todos los lunes a partir de las once de la noche hasta la una de la madrugada.
“En Gabba Gabba lo que habla es la música”. La voz es de Roberto Muñoz,
el WARpig: conductor, músico, escritor, productor, DJ y fanático irrefutable del grupo inglés Black Sabbath (y columnista de
Frente). Llegó a la radio hace muchos años y por culpa de una novia que trabajaba en la emblemática y desaparecida estación Radioactivo 98.5. “Van a hacer un programa de esa música que a ti te late, por qué no les ayudas”. La frase, más que propuesta, fue una orden, porque al
WARpig eso de la radio no le gustaba nada. Dejó a la novia pero hizo
Godzilla, un programa que estuvo pocos meses al aire. “Nos tardábamos un día entero en producirlo, era algo cerquita al arte”, recuerda el también baterista. De aquella época aprendió una lección definitiva: “Producir radio no es
fondear, es un proceso largo que tiene que ver con cómo cuentas historias”.
Gabba Gabba, sin embargo, es un asunto más sencillo. Hay música, locutores, comunicación con el público y “conversa”: entre el
WARpig y
El reverendo.
Juan Moragues es
El reverendo; le dicen así por coleccionar discos del músico Reverend Horton Heat.
El reverendo nació en Valencia, España y llegó a México en esa época donde el rock se escuchaba en la frecuencia 100.9 de FM, Rock 101. Fue hace más de treinta años, pero el acento y el ceceo no se le van. Al contrario: son los rasgos que perfilan su identidad frente al micrófono. Conoció al
WARpig en Radioactivo y comenzaron a hablar de música. Era 1996 y desde entonces no se han separado: integran el grupo Lost Acapulco y durante cinco años condujeron el programa
Dos horas d´Brayan. Hoy,
Gabba Gabba es el espacio radiofónico donde parten y comparten rock poco convencional a miles de seguidores que no los sueltan desde hace siete años, cuando comenzó el programa.
En conversaciones por separado,
WARpig y
El reverendo explican qué es
Gabba Gabba. Ambos dicen lo mismo: “Una plática entre cuates sobre la música que nos gusta”.
El reverendo coloca palabras más propias: “Ser tú mismo y hacer agradable los lunes por la noche a la audiencia”. El
WARpig, quien se describe como un acumulador de discos, es más explícito: “Ponemos rolas de todas las épocas, no nos interesa estar a la vanguardia. El noventa por ciento del programa es improvisación: no tenemos fondos, cortinillas o identificadores, pero los hacemos en vivo”.
Como buena familia también tienen sus diferencias.
El reverendo ve muchas oportunidades de comunicación con la audiencia a través de internet, sobre todo, en aquellos lugares donde el programa se escucha en formato de
podcast: “Los Ángeles, España, Suiza”, enumera; al
WARpig le da un poco lo mismo: “En los turnos de la noche te escucha gente muy loca, pero al final todos quieren mandar saludos por la radio”.
Saludos que van y vienen por la FM —reconocidas siglas de Frecuencia Modulada— a través de 29 grupos de ondas que transitan en la ciudad de México. De ellas, 52 las dirige algún particular que paga al Estado la concesión para hacerlo y luego cobrar. El resto, tan sólo nueve, son permisionadas: no pagan ni cobran por su transmisión. Los cálculos siguen. El más escandaloso —por diverso, imparable e incontrolable— es el que suma todas las horas al aire de las estaciones capitalinas en un año: 532, 896.
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Martes. Son las once de la mañana con doce minutos. Silvia Margarita Ruiz López marca de nuevo un número telefónico. El mismo que suena ocupado desde las diez horas, cuando comenzó a llamar. Por fin: el tono de la línea avisa que está libre. “El Fonógrafo, muy buenos días. ¿De dónde nos escucha, qué quiere escuchar?”. Antes de la respuesta, la señora Ruiz avienta su reclamo: “¡Ay, don Chavita! Qué difícil es comunicarse con usted”. Atento, prolijo, endulzando las palabras en la boca, Salvador Luna Ibarra contesta con una frase que se sabe de memoria: “Bonito día, porque es hoy y es usted”. La señora Ruiz cambia rápidamente de tono: “Muy buenos días, qué afortunada que me contesta”. A continuación se establece una conversación a la que don Chavita está acostumbrado: los saludos a un enfermo, la buena suerte para un hijo, el feliz cumpleaños para un esposo y, sobre todo, la petición de una canción, una “ligada a su recuerdo”.
La voz de Salvador Luna se escucha durante 1248 horas al año a través del 1150 de AM, El Fonógrafo. Conduce los programas
Páginas del pasado y
Las inolvidables del fonógrafo, de lunes a sábado de diez de la mañana a dos de la tarde. La primera vez que lo hizo fue la madrugada del 21 de octubre de 1990, cuando ya tenía cincuenta años de experiencia como locutor. Desde entonces presenta canciones de Agustín Lara, Germán Valdéz
Tin Tán, Alberto Cortés, Antonio Aguilar, José Alfredo Jiménez o Los Chicanos. Pero también recita poemas, da consejos, regaña, acompaña y reconoce muy bien las voces que le llaman más de una vez a la semana. Es el compañero de cocineras, amas de casa, choferes del transporte público y alrededor de veinte mil seguidores a través de su página de Facebook: la familia del Fonógrafo.
“Tu regalo mayor, tu sorpresa mejor, ése puedo ser yo”, canta don Chavita sobre el estribillo de la canción “La otra parte de ti”, de Jorge
El Coque Muñiz. Así remata la petición que hizo el señor Juan Quintero desde Tacubaya: “Quiero dedicar esta canción para todas las mujeres bellas del Fonógrafo”. La audiencia de don Chavita recorre todas las edades y delegaciones de la ciudad de México. Las enlista después de dar la hora y la temperatura, servicios fundamentales que da su programa a la audiencia. “Me congratulo de ser el iniciador y seguir siendo la voz del Fonógrafo con música ligada a su recuerdo. Actualmente, con mucho gusto, sostengo diálogos con el auditorio, ofrezco poemas, reflexiones, anécdotas, datos curiosos y los complazco en sus gustos musicales”, describe don Chavita. Antes de enviar a un corte, donde se escucharán las ofertas de frutas y verduras de algún supermercado, el septuagenario locutor recuerda a su público: “Gane con el Fonógrafo. Presente su credencial y llévese un reloj de pared que incluye el horario de verano actualizado”.
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Alrededor de dos millones de personas sintonizan la Amplitud Modulada todos los días en el Distrito Federal. Es martes, nueve y media de la noche y el promedio de esos cuatro millones de oídos se concentran en un sólo programa desde hace cinco años:
Fenómenos del espíritu, por Radio Centro 1030.
Un programa sobre leyendas, terror o exorcismo, pensó el escritor y líder del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, Javier Sicilia, cuando lo invitaron al programa. “Antes de decirme que no, lo invito a que nos escuche”, le solicitó Alfredo Martínez, conductor de
Fenómenos del espíritu, al poeta. Lo hizo y desde entonces se convirtió en un invitado frecuente a la cabina de Alfredo. Sicilia tiene muchas oportunidades y temas para hacerlo porque el programa ocurre todos los días —todos los días— de nueve y media a diez y media de la noche. Los temas, describe Alfredo, “tienen base religiosa y de valores”.
Fenómenos del espíritu
El martes 4 de noviembre de 2008, todos los medios de comunicación en México se avocaron a una sola noticia: el avión donde viajaba el secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, se desplomó en el cruce de Periférico y avenida Reforma en la ciudad de México.
Fenómenos del espíritu le entró al quite: “Nuestros radioescuchas estaban muy conmovidos y dedicamos una oración conjunta al secretario”.
Martín e Ignacio completan el equipo de
Fenómenos del espíritu. Resuelven el programa basándose en tres lineamientos: la noticia del día para comentarla a partir de valores y reflexiones; alguna fecha de coyuntura —como la visita del papa Juan Pablo II a México— e invitados especiales: religiosos, escritores, deportistas, actores. “Algunos se sienten desencanchados, pero después se dan cuenta de que es una charla coloquial que escucha una audiencia muy educada y culta”.
Fenómenos del espíritu tiene comunicación por teléfono, blog, Twitter y Facebook. “Son nuestros cuates”, explica Alfredo. Los describe de todos los estratos sociales y con los problemas personales más distintos. Entre ellos está la periodista Valentina Alazraki o el intérprete Diego Verdaguer. Para unir tantos oídos en un solo concepto, Alfredo se ayuda de una categoría: “Son buscadores del espíritu”. Y buscan cosas nuevas, sorprendentes, consuelo, oración, consejo o simplemente una charla coloquial.
Un programa diario requiere creatividad, y tiempo. Hay días que Alfredo dedica siete horas a la preparación de la emisión; hay días que la audiencia marca los minutos al aire. En casi todos incluye la risa, el buen humor y el trato coloquial y tranquilo. Nada de dar sermones. “Soy un católico de a pie como el resto”, afirma. Una fórmula que los tiene en el sexto lugar de todas las estaciones y el primero en el género de radio hablada durante el horario de nueve y media a diez y media de la noche. Eso sí: “Somos el primer lugar en programas religiosos de todo el país”.
Trovadicción
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Cuatro universidades tienen estaciones de radio que se escuchan en la FM de la Zona Metropolitana del Valle de México. En orden de aparición en el cuadrante: Ibero 90.9, de la Universidad Iberoamericana; UAM Radio, de la Autónoma Metropolitana, en el 94.1; Radio UNAM, en el 96.1 y El Politécnico en Radio, que se escucha en el 95.7. En total suman alrededor de 200 programas con voces de estudiantes, maestros y, en una minoría, de expertos.
Los miércoles a las ocho de la noche Jesús Cruz Martínez debe cumplir su turno frente al micrófono en El Politécnico en Radio. Cuando empezó en 1996 era un estudiante de la ESCA Tetepan, en la licenciatura en Relaciones Comerciales. Difícil llamarlo así cuando ha cumplido doce años al aire, cinco días a la semana. Para cubrir su espacio sólo una regla: trova como la música, trova como el tema y trova para llamar a sus invitados.
Trovadicción.
“El programa es un lugar donde coincidimos amigos que nos gusta la trova, pero también una forma de estar en la vida”, describe Jesús. El programa se armaba con antelación a partir de peticiones que la gente solicitaba vía telefónica. Una escaleta con datos y fechas guiaba a Jesús en esa primera época. Ya no es así. La relación con la audiencia vía correo electrónico, llamadas en vivo o Facebook exige “cambiar el
playlist a lo que pida el público”. No importa que sólo sea Silvio Rodríguez o Pablo Milanés. “Hay muy poco espacio dedicado a la trova, así que lo que pida el público es lo más importante”, confiesa. El Politécnico en Radio dedica una hora todos los lunes, miércoles, viernes, sábados y domingos a
Trovadicción.
Jesús no piensa cómo son físicamente sus radioescuchas. Intuye que, cómo él, han acabado la carrera, tienen canas, trabajan, se preocupan más que antes. Los une después de tanto tiempo de escucharlo y escucharlos, de compartir acordes, la amistad. “Son 58 minutos al aire que siempre quedan cortos para seguir poniendo canciones e intercambiar anécdotas con el público”.
La trova, de acuerdo con Jesús, no es un género. Es una actitud ante la vida que no se encuentra fácilmente. “Lo que yo recibo de los radioescuchas es comprensión: hay alguien quien comparte tu música, tus gustos, tu sensibilidad”. Una actitud que ha crecido gracias al uso de tecnología digital: es más fácil compartir letras y melodías, más fácil grabarlas y presentarlas en la radio, más común encontrar nuevos discos completos de trova en la red de gente desconocida. Y eso, según Jesús, ha renovado automáticamente el catálogo.
Otras estaciones de radio han intentado convertir su adicción a la trova en programa semanal. Nadie lo ha logrado.
Trovadicción es la única transmisión radiofónica de trova, canto nuevo, canción informal y canción social en todo el cuadrante de la ciudad de México.
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Dar choros a través de la radio está subestimado. De las 29 frecuencias que hay en FM, sólo seis dedican todas sus horas a las palabras, las llamadas estaciones “habladas”; doce son “musicales”, y el resto se definen como “mixtas”: a ratitos hablan y a ratitos cantan. Los choros casi siempre incluyen cifras de muertos, consejos para adelgazar, santo y seña de la vida de Salma Hayek o disgregaciones ininteligibles sobre goles que nunca se cometieron. Los jueves, a las nueve de la noche, hay un choro en la radio que más bien es peligroso. Sobre todo para aquél que lo escucha mientras ejecuta alguna acción como manejar un auto o cocinar la cena.
José Ignacio Solórzano es
Jis, y José Trinidad Camacho es
Trino.
Jis y
Trino. Sus altos índices de popularidad están relacionados con lo que hacen con las manos: dibujar y escribir. Inventaron, entre otros personajes, al Santos y la Tetona Mendoza. Los jueves,
Jis y
Trino, desde Guadalajara, también demuestran que tienen grandes habilidades con la boca: conducen un programa filosófico-radiofónico que ha provocado más de un accidente de tránsito:
La chora interminable.
“Nosotros ya somos siempre gente en vivo, aunque estemos grabados somos gente en vivo”, aclara
Jis antes de comenzar su programa. La descripción del programa de este par de irreverentes es como sigue: “Abordamos temas tan variados, desde la física cuántica hasta la descripción anatómica de la torta ahogada”. Tan variados que, en una hora, hablan de la vejez de Paul McCartney, el ridículo, el choque de un avión, ‘el changazo’, la nieta del Ché Guevara, zanahorias, tiburones drogadictos. Y entre una cosa y otra, dos efectos especiales que —invariablemente— detonan carcajadas: las risas de los moneros, juntas y por separado.
La chora interminable comenzó transmisiones en 2009. Es la secuela del programa
La Atlántida, que también tuvo su base en la Universidad de Guadalajara a través del 104.3 de FM. Hace mucho que
Trino hace radio, casi tanto como el que ha dedicado a hacer caricaturas. Sus programas así se han llamado:
El festín de los marranos, Gárgaras, Cucamonga,
La pitaya Ye-yé,
Tripas de gato y
Planeta Villamelón.
“Hablamos de todo y de nada”, aclara
Jis sobre el programa. Todo y nada que en diciembre de 2009 recibió una llamada de atención por parte de la Secretaría de Gobernación. A través de la Dirección de Radio, Televisión y Cinematografía, ese organismo que censura, corta y pega contenidos,
La chora interminable fue catalogada como “procaz, con transgresiones en materia de corrupción del lenguaje”. No pasó nada. Tras el llamado de atención
Jis y
Trino siguieron choreando.
“¿Por qué estamos dejando de bailar en las fiestas?”, se pregunta
Jis al aire.
Trino le contesta: “Nuestro cuerpo ya no responde a los impulsos musicales. Sólo puede mover un piecito y la cabeza”. Suficiente frase para empezar, otra vez, una chora interminable sobre el cuerpo, el baile, la risa, los bebés, el día del padre, la madre, anexas, convexas y otras…
***
El año 1921 es lo único común entre las tantas versiones sobre la primera transmisión de sonidos a través de un aparato en la ciudad de México. Unas dicen que Adolfo Enrique Gómez Fernández utilizó un equipo marca Forest para compartir conciertos en el sótano del Teatro Ideal. Otras, que fue el empresario Raúl Azcárraga el que fundó la CYL, la verdadera primogénita de la radiodifusión.
Pero ya desde entonces había los que sólo querían experimentar: los científicos José de la Herrán y Fernando Ramírez, quienes se las gastaban haciendo ruiditos a mayores distancias en cada intento, o el argentino Francisco C. Steffens, quien propuso transmitir las lecciones de música del Conservatorio Nacional. Sin control por parte del Estado los radioaficionados se agrupaban alrededor de un transistor para escuchar alguna cosa rara que atrapara las antenas. En esos clubes nunca pensaron que la voz de una mujer pudiera irrumpir la ciudad antes de la media noche de todos los jueves, con música oscura, temas oscuros y una audiencia aferrada: oídos que van desde los 13 años hasta los que tienen más de cuatro décadas escuchando radio.
Hexen. Clauzzen
“Para mí no es un sacrificio la hora de escuchar
Hexen, es de las pocas cosas que espero con ansias a que lleguen cada semana”, dice un radioescucha a Clauzzen, titular del programa que se transmite por Reactor 105.7 FM de once de la noche a una de la mañana.
Clauzzen es locutora como consecuencia de un premio. En la extinta Rock 101 acudió a una prueba y, después de superar a cientos de contrincantes, ganó. Vino el premio: una hora al aire durante un sábado. Clauzzen chupó toda la sangre posible a ese momento. Colocó su voz, sus ideas, y lo disfrutó. Sus colmillos hicieron efecto y unos meses más tarde le dieron un turno en la estación. Estaba en su destino: la noche era el único horario libre para la novata conductora. “Lo primero que presenté fue un programa de música oscura, pero lo rechazaron”. Clauzzen hizo oídos sordos: durante las horas que dependía de ella el micrófono colocó no sólo música, sino contenidos de la escena oscura. Los aficionados volaron a ella como murciélagos.
Hexen tiene un antecedente memorable:
Gaveta 12. No sólo heredó el fondo y la forma, sino también los radioescuchas, como Hellkat, que le escribe a Clauzzen en su página de internet: “Recuerdo aquellas madrugadas con
Gaveta 12 y esa atmósfera que la radio, mi cuarto y tu voz creaban. Gracias por tan buen programa y es bueno saber que tu voz sigue esparciéndose en el aire”.
Para Clauzzen, su programa no sólo tiene que ver con la música. “Los contenidos para mí siempre han sido lo más importante. En el programa siempre vinculo literatura, arte, cine.” Dos horas al aire que para ella son “un lienzo en blanco”. En ella, su voz es el pincel; el resto pueden ser los colores de un asesino serial, las texturas de los libros de Hitler, los tonos de las brujas.
Antes del corte de las doce de la noche, la carcajada de Clauzzen abarca el espacio. Se aventó un chiste y rompió la seriedad. Con ello perdió seguidores, pero no le importa. “No soy de las que actúa en radio”. Ella es así: lo oscuro y la risa frente al micrófono; la escena oscura pero en la radio pública; llama corazón a quien le habla por teléfono; es desorganizada, pero tan comprometida que no deja de contestar un solo un correo. Un libro abierto y no tan negro como dice el eslogan de su programa.
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Los números de las frecuencias no pueden cambiar, pero sus nombres, sí. La mutación de identidad de una estación tiene que ver, casi siempre, con el cambio de dueño. Unas manos que antes querían rock y ahora prefieren el reporte del tráfico. Un director que prefería a los Beatles y otro que decidió por las cumbias. Con el cambio del nombre viene el cambio de audiencia. Y la búsqueda. Oídos despelucados cazan por un tiempo algo que les devuelva la paz que antes daba su programa, estación o conductor de radio.
Reggaeneración es un programa que nació hace 17 años. Hoy continúa con las mismas intenciones aunque su nombre haya cambiado a
Reggaevolución. Es sábado, en punto de las doce del día, y Sopi, Joshua y Quique están listos para compartir el reggae a través de las ondas hertzianas. Para el arranque, la voz de Rita Marley.
Enrique Urbina, Quique, comenzó en la cabina contestando teléfonos durante el programa. La primera vez que estuvo al aire no fue en un programa cómodo que transmitiera desde la estación. Viajaba por Chile y Argentina, y realizó un reporte de la escena del reggae en esos lares del mundo. “Fue mi bienvenida a la radio pública”.
Reggaevolución es un programa dedicado a melómanos. Las tres voces al aire no sólo introducen los sonidos de este género musical: también cuentan sus historias y presentan a sus mejores músicos en México. Lo que transmiten ellos cada sábado es un mensaje. “Tener una mejor comunicación con el prójimo y un mayor respeto con el medio ambiente”, describe Quique, quien tiene 13 años al aire.
Reggaevolución, no es escuchar a Marley y dejarlo girando en la cabeza, es “poner en evidencia la opresión y la represión que la humanidad ha sufrido”.
La búsqueda que describe Quique al hacer su programa también la tienen sus radioescuchas. Se comunican con ellos a través de llamadas telefónicas, Facebook y Twitter. Todo reggae cabe en un mensajito, sabiéndolo acomodar. Y no duda ni un segundo al describirlos: “Los reggaescuchas tienen una fidelidad increíble a nuestro trabajo”. Y paciencia. A no todos les gusta el dance hall o no todos quieren escuchar el reggae roots.
Entonces aguantan. Resisten. Esperan una a una las canciones que se van presentando hasta que llegue la deseada.
Para Quique, la radio es la radio. Aunque las plataformas digitales les ayuden a acumular más y distintas canciones, a compartir versiones que se tocan en otros charcos, a comunicarse de manera más precisa con quien oye y con quien mira, es a través de la radio pública donde tienen que seguir escuchándose los distintos cantos del reggae. El hecho en países de América Latina; el de mayor frecuencia.
Para
Reggaevolución lo más importante son los seguidores del programa. Aquellos que les dejan un mensaje en Facebook o cuando se los encuentran no pueden resistir darles un abrazo. Los mismos que les piden una canción para ofrecerla a alguien que ha muerto. Esas voces que les dicen: “Al escucharlos me cambió el día”. Y entonces Quique cambia también su día: da las gracias y presenta con más ahínco la siguiente canción.
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“Qué triste es no tener nada que decir. Pero más triste aún, tener algo que decir y ¡nadie quien lo escuche!”. Lo dijo el escritor alemán Bertolt Brecht cuando el calendario todavía incluía un 19 para iniciar un año. Lo mismo con la radio: su presencia que no demanda concentración absoluta, atención personalizada, actividad de los dactilares, vista fija ni postura determinada, tiene una muerte: la indiferencia.
Contra ello se renueva todos los días: complementa sonidos con otros instrumentos, alimenta sus contenidos con otros medios, se mueve más rápido para que nadie lo alcance, se hace moderno para que no lo olviden, se mete en los teléfonos celulares para, ahora sí, llegar a donde se le dé la gana.
Pero escucharlo, a veces, también sigue siendo un homenaje. A la propia infancia, a la rutina, a la estabilidad, a las ideas bien colocadas. Valentín Rincón lo sabe. A él y a su hijo Andrés les toca el horario más difícil, el público más riguroso.
Trovando con los niños, todos los domingos de diez a once de la mañana por Radio UNAM. Valentín no se amedrenta con su audiencia: “¡Qué va! Tenemos el público más exigente, pero el que más aporta”, dice la voz de Valentín, que de inmediato suena a la canción “El niño robot”.
Valentín tiene cuatro, cuatro, cuatro décadas haciendo canciones para los niños. Hace doce se le “ocurrió” ir a Radio UNAM y les propuso un programa. La respuesta fue inaudita: “¡Claro! Qué bueno que regresan a su programa”. Valentín no entendió nada, aunque luego averiguó que lo habían confundido con uno de locutores que, en los setenta, condujo el programa
El rincón de los niños, también en Radio UNAM.
Trovando con niños
Trovando con niños está dedicado a los oídos más pequeños con la compañía de los oídos más cascados. Las canciones, los acertijos, las adivinanzas, los cuentos son tan populares como inéditos. Pero cada programa trae su jiribilla. “Nunca es lo mismo, a veces improvisamos y otras estamos acotados, envueltos en el guión como pollo en un taco”, explica el mayor de los Rincón. El tema que elijan será el culpable de cuántas horas dedican a preparar.
Para el programa más reciente Valentín estuvo agobiado. “Cuántas entrevistas no le habrán hecho a este hombre”, compartió antes de entrar al aire. Este hombre era Tiburcio Gabilondo Soler, el hijo del otro Soler: Cri-Cri. Valentín quería tener con él una conversación diferente, más relajada, y estaba resolviendo por dónde. “¿Qué canción le cantaba su padre para llevarlo a la cama?”, escuchó Valentín del otro lado del teléfono. Su risa que explotó en un acorde de guitarra fue un homenaje: a la radio los domingos, por las mañanas, la misma hora que hace tantos años.
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“Al aire”. El lunes apenas comienza y él está al aire. “Un saludo a todos mis colegas de la carretera México – Atlacomulco”. Es un trailero. El mismo que una semana atrás salvó su vida gracias a la radio.
Los amos del camino
Bésame 940 AM
Todos los días de 24 a 4 hrs.
El blues inmortal
Lunes, de 16 a 17 hrs.
Radio UNAM, 96.1 FM
Mario Compañet
Trovando para los niños
Domingos, de 10 a 11 hrs.
Radio UNAM, 96.1 FM
Valentín y Andrés Rincón
Fenómenos del espíritu
De lunes a domingo, 21:30 hrs.
Radio Centro, 1030 AM.
Alfredo Martínez
Trovadicción (1998)
Lunes, miércoles y viernes 20 a 21 hrs.
Sábados y domingos 18 a 20 hrs.
El Politécnico, 95.7 FM
Jesús Cruz Martínez
El blues inmortal (Desde 1986)
Lunes, 16 a 17 hrs.
Radio UNAM, 96.1 FM
Mario Compañet
Gabba Gabba
Lunes, de 23 a 1 hrs.
Reactor 105.7 FM
WARpig y El reverendo
La chora interminable
Jueves, de 21 a 22 hrs.
Radio UNAM, 96.1 FM
Jis y Trino
Hexen
Jueves, de 23 a 1 hrs.
Reactor 105.7
Clauzzen
Reaggevolución
Sábado, de 12 a 1 hrs.
Reactor 105.7 FM
Sopi, Joshua y Quique
El Fonógrafo. Música ligada a tu recuerdo
Lunes a viernes, de 10 a 14 hrs.
Radio Centro, 1150 AM
Salvador Luna