Al reunirnos para celebrar, como todos los años, este encuentro entre nuestros hermanos y hermanas enfermos y Nuestra Madre Santísima de Guadalupe, las palabras contenidas en el Evangelio que hoy se han proclamado son la Buena Noticia para todos aquellos que se encuentran atravesando el valle de lágrimas y sufrimiento humano y que han venido desde puntos muy distantes del Valle de México, unos con grandes esfuerzos, otros con pocas energías debido a su enfermedad, pero todos convocados por el amor misericordioso de Dios Nuestro Padre. Sean todos ustedes hermanos y hermanas enfermos y ancianos bienvenidos, esta es su casa, la casa de nuestra Madre.
Y todos ustedes, hermanos y hermanas enfermos y ancianos que no han podido venir, pero nos escuchan desde sus casas, o los hospitales o casas de reposo, por la radio y la TV, sientan que están aquí con nosotros en esta Basílica, no están lejos, Santa María de Guadalupe está con ustedes, junto a ustedes acompañando su enfermedad.
Quisiera recordar, en estos momentos, las palabras de Su Santidad Juan Pablo II: "Amados enfermos, el dolor es un misterio, muchas veces inescrutable para la razón. Forma parte del misterio de la persona humana, que sólo se esclarece en Jesucristo, que es quien revela al hombre su propia identidad. Sólo desde Él podremos encontrar el sentido a todo lo humano. El sufrimiento no puede ser transformado y cambiado con una gracia exterior sino interior. Pero este proceso interior no se desarrolla siempre de igual manera. Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega mediante esta participación es... una llamada: 'Sígueme Ven', toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz" ( Salvifici Doloris No. 26). Por eso, ante el enigma del dolor, los cristianos podemos decir un decidido "hágase, Señor, tu voluntad" y repetir con Jesús: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero sino como quieres Tú" (Mt 26,39). (Juan Pablo II Mensaje a los Enfermos de América, Enero 24, 1999. No. 2.)
Estas palabras de Su Santidad Juan Pablo II, deben iluminar la noche obscura que muchos de ustedes han atravesado en el sufrimiento. La misión encomendada a ustedes es de altísimo valor tanto para la Iglesia como para la sociedad. Ustedes que llevan el peso del sufrimiento están en los primeros puestos que corresponden a los que ama el Señor. Jesús les ha dirigido una mirada llena de ternura; su amor nunca disminuirá. Sean testigos generosos de este amor privilegiado a través del don de sus sufrimientos, de gran alcance para la salvación del género humano.
Hermanos y hermanas enfermos, hoy parece que la cultura no sabe qué hacer con el sufrimiento y el dolor humano, y ustedes son las piedras vivas sobre las cuales se edifica la Iglesia que Cristo ha fundado. Sus enfermedades y limitaciones físicas y psíquicas son un reto para la cultura contemporánea, que pretende borrar de su horizonte el dolor y el sufrimiento. Hoy al venir y compartir con ustedes estos momentos, quiero expresar mi profundo respeto a ustedes y recordarles que estamos llamados a vivir profundamente con ustedes la misericordia de Dios Padre. Quiero que sean mis colaboradores para mostrar que, desde la enfermedad y el dolor, la Iglesia se construye y puede ser fiel a su Misión de llevar el Evangelio a nuestros hermanos, que todavía no conocen a Cristo, ustedes que han tenido ese encuentro privilegiado con Jesucristo vivo, iluminen las tinieblas de la ignorancia y el error de tantos hermanos nuestros que todavía no se encuentran cara a cara con el Buen Pastor.
Pido a ustedes hermanos y hermanas enfermos y ancianos que sean evangelizadores en sus familias, sean el Evangelio vivo para los alejados y para los que piensan que su fe se ha apagado. Su enfermedad, su soledad, sus lágrimas pueden servir mucho para cambiar los rumbos y políticas de nuestra cultura que sólo se deleita en los falsos ídolos del poder, el placer y la violencia.
Hermanos míos que sufren: contemplen a Jesucristo crucificado, expresión máxima del amor del Padre para la humanidad, allí en la cruz están las respuestas a tantas interrogantes y dudas que el paganismo de nuestro tiempo ha sembrado en el alma de tantos mexicanos. Ustedes no son estorbo, ni su sufrimiento algo inútil, los invito a vencer la gran tentación del materialismo que sólo considera un valor lo que sirve, lo que es productivo, y que desprecia el dolor, el sufrimiento y lo identifica con una carga insoportable que hay que suprimir con el suicidio, la eutanasia o el aborto.
Sean ustedes, quienes día a día luchan por conservar el don precioso de la vida, quienes nos enseñen que la vida es sagrada, que nada ni nadie puede atentar destruirla. Ustedes saben mejor que nadie, qué profundidad tienen estas palabras, ustedes son testigos silenciosos del don sagrado de la vida, sirva su presencia, hoy aquí, para renovar el Evangelio de la Vida, que es Jesucristo mismo: Camino, Verdad y Vida.
Que sus sufrimientos y sacrificios construyan una civilización fundada en el amor, que tanto necesitamos vivir y compartir en nuestra ciudad, donde la vida sea respetada y defendida desde el momento de la concepción en el seno materno hasta sus últimos momentos de serenidad y confianza antes de partir de este mundo para llegar a los brazos amorosos de Dios, Nuestro Padre. Dios quiera que algún día no lejano este derecho humano fundamental sea reconocido por todas las instancias de nuestra sociedad plural y participativa.
Como Pastor de esta Arquidiócesis hago un llamado a todos mis hermanos sacerdotes en esta gran Ciudad de México a acercarnos al hombre sufriente, como "buenos samaritanos". Aprendamos a servir en los hombres al Hijo del hombre, aprendamos a ser misericordiosos con los que más nos necesitan y con los que tienen grandes necesidades a causa de su enfermedad. Es necesario ver con ojos solidarios los sufrimientos de los propios hermanos y no pasar de largo, sino hacerse prójimo. Aprendamos a detenernos junto al hermano herido tirado a la vera del camino y ser servidores fieles a las palabras de Jesús y busquemos la salud integral de la persona humana. Seamos voz de los que no tiene voz por estar enfermos, por estar impedidos o porque todavía no han nacido. Intentemos ser coherentes con la fe que profesamos y la vida de testimonio que estamos llamados a vivir.
Pido a todos los agentes de pastoral de salud: diáconos, religiosas, médicos, enfermeras, voluntarios y laicos comprometidos, redoblar esfuerzos para renovar y profundizar el sentido de su vocación de servicio a esta Iglesia de la Arquidiócesis de México. Ustedes que son los portadores del Evangelio y de la misericordia de Dios Padre, es indispensable sumergirse completamente en el Misterio de Dios y vivir, intensamente, una vida de oración y compromiso social con los hermanos que sufren enfermedad y pobreza y desde allí defender la vida humana, en cualquier etapa de su existencia que se encuentre.
Hago un llamado a todos los grupos apostólicos, a ustedes miembros de la Orden Hospitalaria de Malta, a los voluntariados y a toda persona de buena voluntad que visita enfermos, a unir fuerzas en favor de acciones concretas de caridad fraterna. Coloco bajo el amparo maternal de Santa María de Guadalupe a todos ustedes hermanos enfermos y ancianos. Hoy especialmente coloco en los brazos maternales de María Santísima de Guadalupe a todos aquellos niños enfermos o con malformaciones que en el vientre de sus madres, están amenazados de muerte y que posiblemente nunca lleguen a pronunciar con sus labios el Santísimo nombre de Dios.