viernes, 16 de octubre de 2009

Reflexiones del Arzobispo Secretario. Congregación para el Clero



¿Queréis uniros siempre más íntimamente a Cristo Sacerdote, que como víctima pura se ha ofrecido al Padre, consagrándoos vosotros mismos a Dios para la salvación de todos los hombres? (Pontificale Romanum. De Ordinatione Episcopi, presbyterorum et diaconorum,
editio typica altera , Typis Polyglottis Vaticanis 1990)



Vaticano a 15 de octubre de 2009


Queridos hermanos en el Sacerdocio:

La única razón de nuestra vida y de nuestro ministerio es Jesús de Nazaret, Señor y Cristo. La existencia de los Sacerdotes tiene en Él y sólo en Él el propio origen y el propio fin y, en el tiempo, el total y entero desarrollo. El contacto íntimo y personal con Jesús Resucitado, vivo y presente, es realmente la única experiencia, que pude empujar a un hombre a darse totalmente a Dios por medio de los hermanos.

Sabemos muy bien, queridísimos, en qué manera el Señor nos ha seducido, cómo su presencia haya sido en nosotros un hecho irresistible, como afirma el profeta: “Me has seducido, Señor, y me he dejado seducir, has hecho fuerza y has vencido! (Ger. 20,7). Esta seducción, como cualquier cosa preciosa, es necesaria que sea defendida, custodiada, protegida y alimentada con el fin de que no se pierda o, todavía peor, que no llegue a ser un frívolo recuerdo, insuficiente para resistir el golpe – tantas veces agresivo – de la realidad del mundo. La intimidad divina, origen de todo apostolado, es el secreto para guardar permanentemente la maravillosa presencia del Señor.

Ante cualquier motivación, aunque buena, somos Sacerdotes para “estar estrictamente unidos a Cristo, Sumo Sacerdote”, unidos a Aquel que es nuestra única salvación, el Amado de nuestro corazón, la Roca sobre la cual construimos cada momento de nuestro ministerio, Aquel que es más íntimo que nosotros mismos y al que más deseamos. Cristo, Sumo Sacerdote, nos atrae hacia sus adentros. Esta unión con Él, que es el Sacramento del Orden, lleva en sí la participación a su ofrecimiento: “Unirse a Cristo supone la renuncia. Hace que no queramos imponer nuestro camino y nuestra voluntad; que no queramos llegar a ser esto u lo otro, sino que nos abandonamos a El, dónde y en el modo en el que El quiera servirse de nosotros” (Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa Crismal, 9.IV.2009). La expresión “estar unidos” nos recuerda que todo esto no es obra nuestra, fruto de nuestro esfuerzo voluntario, sino obra de la Gracia en nosotros: Es el Espíritu Santo que nos configura ontológicamente a Cristo Sacerdote y nos da la fuerza a fin de perseverar hasta el fin en esa participación a la vida y por eso es obra divina. La “víctima pura”, que es Cristo Señor, llama a cada uno al insustituible valor del celibato, que implica la perfecta continencia por el Reino de los cielos y aquella pureza, que hace que sea “agradable a Dios” nuestra entrega a favor de los hombres.

La intimidad con Jesucristo y la protección de la Beata Virgen María – “toda bella” y “toda pura” – nos sostengan en nuestro diario camino de participación a aquella Obra de Otro, en que consiste el ministerio sacerdotal, sabiendo que tal participación es portadora de salvación sobre todo para nosotros que la vivimos: Cristo es, en tal sentido, nuestra vida.




Mauro Piacenza
Arzobispo titular de Vittoriana
Secretario


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