jueves, 26 de noviembre de 2009

Gracias Señor

Gracias, Señor,
por la paz, la alegría y por la unión que los hombres, mis hermanos, me han brindado, por esos ojos que con ternura y comprensión me miraron, por esa mano oportuna que me levantó.

Gracias, Señor,
por esos labios cuyas palabras y sonrisas me alentaron, por esos oídos que me escucharon, por ese corazón de amistad, cariño y amor que me dieron.

Gracias, Señor,
por el éxito que me estimuló, por la salud que me sostuvo, por la comodidad y diversión que me descansaron.

Gracias, Señor,
... me cuesta trabajo decírtelo,... por la enfermedad, por el fracaso, por la desilusión, por el insulto y engaño, la injusticia y soledad por el fallecimiento del ser querido. Tú lo sabes, Señor cuán difícil es fue aceptarlo; quizá estuve a punto de la desesperación, pero ahora me doy cuenta de que todo esto me acerco más a Ti. ¡Tú sabes lo que hiciste!

Gracias, Señor,
sobre todo por la fe que me has dado en Tí y en los hombres; por esa fe que se tambaleó, pero que Tú nunca dejaste de fortalecer, cuando tantas veces encorvado bajo el peso del desánimo, me hizo caminar en el sendero de la verdad, a pesar de la oscuridad.

Gracias, Señor,
por el perdón que tantas veces debería haberte pedido, pero que por negligencia y orgullo he callado.

Gracias, Señor,
por perdonar mis omisiones, descuidos y olvidos, mi orgullo y vanidad, mi necesidad y caprichos, mi silencio y mi excesiva locuacidad.

Gracias, Señor,
por dispensar los prejuicios a mis hermanos, mi falta de alegría y entusiasmo, mi falta de fe y confianza en Ti, mi cobardía y mi temor en mi compromiso.

Gracias, Señor,
porque me han perdonado y yo no he sabido perdonar con la misma generosidad.

Gracias, Señor,
por indultar mi hipocresía y doblez, por esa apariencia que con tanto esmero cuido, pero que sé en el fondo no es más que engaño a mí mismo.

Gracias, Señor,
por disculpar esos labios que no sonrieron, por esa palabra que callé y esas manos que no tendí y esa mirada que desvié, esos oídos que no presté, esa verdad que omití y ese corazón que no amé.

Gracias, Señor,
por esa protección con que siempre me has preferido y te suplico muy encarecidamente por tu amor, disculpes mi silencio y cobardía.

Gracias, Señor,
por todos lo que no te dan gracias, por los que no imploran de tu ayuda y por los que no te piden perdón, no abandones las obras de tus manos, y que llenes mi vida de esperanza y generosidad.

Sr. Hágase tu voluntad y no la mía.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Laicos deben animar realidades temporales con el Evangelio, recuerda Cardenal Bertone

ROMA, 24 Nov. 09 / 01:42 pm (ACI)
El Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Tarcisio Bertone, recordó que los laicos católicos, partícipes de la misión de Cristo Rey, están llamados como miembros de la Iglesia a "animar de espíritu evangélico las realidades temporales", en la Misa que presidió en Asís en el 10° aniversario de la reapertura de la basílica papal de San Francisco.

En la Eucaristía que celebró este domingo, el Purpurado vaticano señaló que los laicos, en virtud del bautismo, están llamados a participar y testimoniar a Cristo en la cercanía a los pobres y los marginados.

El Cardenal dijo también que la realeza de Cristo "transmitida a nosotros a través de la Cruz, sigue manifestándose al mundo de hoy mediante la comunidad de los redimidos", es decir, de los cristianos.

Por ello, los laicos tiene la tarea de "trabajar por la promoción de la persona humana, animar de espíritu evangélicos las realidades temporales y dar así testimonio concreto de que Cristo Rey es liberador y salvador de todo el hombre y de todos los hombres".

"Servir y reinar, dice una antigua y sintética fórmula usada para la enseñanza catequística. Cristo Rey ha reinado en el madero de la cruz, luego de haber dado ejemplo a los discípulos con el gesto del lavatorio de pies. San Francisco ha reinado amando a la hermana pobreza, revestido solo del hábito y animado por un sincero amor por su Señor y los pobres".

Así también "nosotros, queridos hermanos y hermanas, debemos seguir nuestro camino de fe para compartir, el día de la muerte, la misma corona de gloria", agregó.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Carta invitación a los Sacerdotes para el Maratón de Confesiones

Estimado Padre:

Hombre Nuevo, el Programa de Radio “Fenómenos del Espíritu” y los Caballeros de Colón Consejo 13413 “San Juan Diego”, con el respaldo del Venerable Cabildo Metropolitano estamos promoviendo en la Catedral Metropolitana de México un “Maratón de Confesiones” que se llevará a cabo el próximo sábado 28 de noviembre, de las 8 de la mañana a las 9 de la noche.


El objetivo principal es ofrecer una oportunidad de preparación al Adviento con el sacramento de la penitencia a tantos hombres y mujeres, que necesitados de la reconciliación, no han podido acercarse a él por diversos motivos. La centralidad y la importancia de la Catedral Metropolitana, su capacidad de convocatoria y su importancia litúrgica e histórica, nos llevaron a proponer este lugar, por lo que queremos cubrir el mayor número de confesionarios disponibles al mismo tiempo.

Es por eso que le pedimos que pueda apoyar este “Maratón de Confesiones” con un poco de su tiempo (sería muy recomendable 2 horas). Esta actividad se está promocionando en el Periódico “Desde la Fe”, y en los programas de Radio “Fenómenos del Espíritu” (Radio Centro 1030AM, Lunes a Domingo 9:30 a 10:30 de la noche), “Santa María de Guadalupe Siempre con Nosotros” (ABC Radio 760AM, Domingos 7 am), “Encuentro con tu Angel” (Radio Fórmula 1470AM, Lunes a Domingo 6 a 9 de la mañana) y “Resonancias de Fe” (Reporte 98.5FM, Domingos 9 de la mañana). Esta iniciativa se enmarca también en el Plan Pastoral de la Cuarta Vicaría que busca establecer acciones y signos concretos para la comunión y unidad en la evangelización de la Ciudad de México.

Le suplicamos nos tenga en cuenta y participe en este “Maratón de Confesiones”.

Para mayor información, comunicarse con Alfredo Martínez al 5741-1032 o al 04455-1210-0912

Tenga en cuenta lo siguiente:
- Lleve solamente su alba, en la Catedral se facilitarán estolas moradas.
- Habrá comedor abierto a lo largo del día; no se preocupe por los alimentos.
- El Señor Cardenal otorgará licencias especiales para todos los confesores en este evento particular.
- Contaremos con una sala de descanso y recreación para que pueda aprovecharla en cualquier momento del día (periódico y servicio de café).

Maratón de confesiones en la Catedral

• Se realizará dos veces al año, previo al Adviento y a la Cuaresma.

/DESDE LA FE/ Carlos Villa Roiz

La Iglesia es consciente y ve con preocupación y tristeza que muchos bautizados no acuden a los sacramentos como deberían o lo hacen de manera esporádica. Por ello, la Arquidiócesis de México ha organizado un “Maratón de confesiones” que busca dar mayores facilidades a todas las personas que desean reconciliarse con Dios a través del sacramento de la Penitencia.

El “Maratón de confesiones” pretende abrir espacios y días específicos con el suficiente número de sacerdotes, para que todas las personas que lo deseen puedan recibir este sacramento, que es íntimo y privado.

La promoción de este Maratón se realiza bajo el lema “Reconcíliate contigo y con Dios”, y tendrá lugar el próximo sábado 28 de noviembre de 2009, que es el anterior al inicio al 1er Domingo de Adviento, tiempo de preparación a la Navidad. También se llevará a cabo el sábado anterior al 1er Domingo de Cuaresma, es decir, el 21 de febrero de 2010.

Para ello se habilitarán todos los confesionarios de la Catedral de México en un horario sin interrupciones, desde las 8:00 hasta las 21:00 horas. Los sacerdotes participantes recibirán del cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo de México, la facultad de perdonar todos los pecados, aún los que están reservados conforme lo marca el Código de Derecho Canónica a los obispos y sacerdotes penitenciarios, como es el caso del aborto.

En los confesionarios habrá obispos y miembros de los cabildos Metropolitano y Guadalupano; esta será la primera vez en México que se realizará un evento de tal magnitud.

El sacramento de la Penitencia es un requisito indispensable para acceder a la Sagrada Eucaristía si la persona se encuentra en pecado mortal. La Iglesia pide a todos los fieles confesarse al menos una vez al año.

Los sacerdotes que deseen ofrecer este servicio –por un lapso mínimo de dos horas- favor de comunicarse con los organizadores al teléfono: 044551-210-0912, para conocer la dinámica .

P. Álvaro Corcuera, L.C.: En la Iglesia y para la Iglesia

El P. Álvaro Corcuera, L.C., director general de la Legión de Cristo y del Regnum Christi, nos presenta la siguiente carta con motivo de la solemnidad litúrgica de Cristo Rey, fecha en que el Movimiento celebra también el día del Regnum Christi.

¡Venga tu Reino!
Roma, 20 de noviembre de 2009
A los miembros y a los amigos del Regnum Christi
con ocasión de la solemnidad de Cristo Rey
Muy estimados en Jesucristo:

Como ya es tradición en el Regnum Christi, aprovecho esta oportunidad para hacerme presente en medio de ustedes y sus familias en esta solemnidad, en la que buscamos proclamar que Cristo es verdaderamente rey de nuestras vidas y de nuestros hogares. Es hermoso ver en cada lugar con cuánta generosidad cada uno de ustedes se entrega a la misión de hacer crecer este reino de Cristo.

Frecuentemente repetimos a Dios, desde el fondo de nuestro corazón, la invocación «¡Venga tu Reino!» Lo pedimos porque sabemos que es un don de Dios, más que un objetivo que podamos alcanzar por nuestras propias fuerzas. Es algo que nos supera, pero también somos conscientes de que Él ha querido contar con nuestra colaboración y ha formado su Iglesia, germen y comienzo de su Reino en la tierra, como instrumento y camino para lograr este anhelo de su amor (cf. Lumen gentium, n. 5; Catecismo de la Iglesia católica, nn. 768-769). Es en este marco donde tiene sentido nuestra existencia y nuestra misión como miembros del Regnum Christi.

El reinado de Cristo no es una realidad abstracta o que se quede en las nubes. Decía Juan Pablo II que «la Iglesia está efectiva y concretamente al servicio del Reino. Lo está, ante todo, mediante el anuncio que llama a la conversión; éste es el primer y fundamental servicio a la venida del Reino en las personas y en la sociedad humana» (Redemptoris missio, n. 20). Si Cristo nos está llamando a instaurar su Reino en esta tierra, podemos preguntarnos dónde y cómo tenemos que hacerlo. Ya sabemos que el lugar por el cual debemos comenzar es por nuestra propia vida: lograr que Cristo reine en nuestro corazón. A fin de cuentas, este Reino es Cristo mismo que se hace presente en medio de los hombres. No es algo que nosotros hacemos sino una realidad ya presente a la cual nos abrimos.
Pero el señorío de Cristo no debe quedar reducido a nuestro corazón. Los cristianos estamos llamados a ser verdaderas antorchas del amor de Cristo que transmitan a cada ser humano la luz de la fe y de la esperanza que Él nos ha regalado. «Instaurar el Reino de Cristo», por tanto, debe significar para cada uno de nosotros ayudar a quienes están a nuestro lado a que se abran a Cristo y dejen obrar a su gracia. El mejor apostolado consistirá en imitarlo a Él y permitir que tome posesión de nuestros pensamientos, palabras y obras. Necesitamos pedir el don de ver todos los acontecimientos desde Él y de hablar siempre con sus palabras, como nos enseña san Pablo: «lo que digáis sea bueno, constructivo y oportuno» (Ef 4, 29); que todas nuestras obras sean gotas de amor que llenen de paz al prójimo: «sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo» (Ef 4, 32); que seamos instrumentos del amor de Dios a los hombres, porque «Dios es amor» (1Jn 4, 8).
Queremos vivir esta fecha con espíritu de reparación y de humildad, unidos a Cristo Rey, que es rico en misericordia. Quiero aprovechar esta carta para pedir nuevamente sincero perdón a todas las personas que hayan sufrido o estén sufriendo por los hechos tan dolorosos que hemos vivido. Dios nos invita a vivir este período intensificando la vida de oración, los actos de caridad y el espíritu de penitencia, para unirnos más a Jesucristo y a nuestros hermanos los hombres.
Nos dice el Manual del Miembro del Regnum Christi que la única razón de ser del Movimiento «estriba en servir a la Iglesia y a sus Pastores, y, desde la Iglesia y a partir de la misión sobrenatural y humana de la Iglesia, servir a los hombres» (n. 11). Y más adelante nos recuerda: «Nuestro servicio a la Iglesia y a la sociedad consiste en formar apóstoles que construyan la civilización de la justicia y el amor cristianos» (n. 42). Todos nuestros apostolados, todas nuestras actividades, toda nuestra vida debe estar orientada a este servicio. Si perdemos de vista este aspecto, estaríamos perdiendo la orientación fundamental que debe tener el Movimiento Regnum Christi. Queremos continuar y contemplar agradecidos la acción de Cristo en la Iglesia. San Juan Eudes escribía: «Por esto San Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud» (Del tratado de San Juan Eudes, sobre el reino de Jesús. Parte 3,4: Opera omnia 1). De esta manera vamos completando en nuestra carne lo que le falta a la Pasión de Cristo en su cuerpo, que es la Iglesia.
La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, es uno de los amores fundamentales del miembro del Movimiento (cf. MMRC nn. 79-87). Este amor deriva de nuestro amor a Cristo. San Pablo nos enseña que «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 26). Del mismo modo nosotros estamos llamados a profesar y testimoniar con nuestro actuar un amor semejante por ella. Gracias a Dios, la Legión de Cristo y el Regnum Christi pueden ofrecer ya muchas actividades y apostolados que buscan servir a nuestra Madre, pero sobre todo sus miembros se esfuerzan por servirla con su propio testimonio, su tiempo y sus talentos, de forma desinteresada. Sabemos que en todo momento somos instrumentos, canales, puentes para que los demás lleguen a Él. Dios nos invita a seguirlo por el camino de la humildad y de la pureza de intención, imitando con su gracia el testimonio de San Juan Bautista: «conviene que Él crezca, y yo disminuya» (Jn 3, 30).
Los invito a que en este año sacerdotal, cada miembro del Regnum Christi destaque por su sentido de Iglesia. Se puede decir que aquí encontramos nuestra definición como cristianos comprometidos al servicio de Cristo. Cuánto bien podemos realizar poniendo todo nuestro empeño e iniciativa apostólica al servicio de la comunidad eclesial local, de acuerdo con las directrices de los obispos y párrocos (cf. MMRC nn. 83 y 443).
Que todos nuestros esfuerzos estén orientados a la transformación de los corazones; a que las almas vuelvan a Cristo y a su Cuerpo Místico por medio de los sacramentos. El miembro del Movimiento se debe a la Iglesia y su apostolado debe consistir en edificarla para que pueda abrazar a más personas: «Por la Iglesia y en la Iglesia recibimos la fe en Cristo, los sacramentos que nos comunican la gracia, y la plena verdad sobre Dios y sobre sus designios de salvación. Cristo mismo se nos da por medio de la Iglesia» (MMRC n. 152).
Lo fundamental es, como seguramente hemos hablado con Jesucristo en el Sagrario, adquirir una confianza ilimitada en Dios ante una misión tan grande y tan hermosa. No estamos solos. Nos llena de esperanza leer las palabras que Dios dirigió a muchos de sus elegidos y enviados para preparar su Reino; saber que Dios está con nosotros, como estuvo con Abraham (cf. Gn 21, 22), con Isaac (cf. Gn 26, 24), con Jacob (cf. Gn 28, 15), con Moisés (cf. Ex 3, 12), con Josué (cf. Jos 1, 5), con Gedeón (cf. Jc 6, 16). Así se lo aseguró también al rey David (cf. 1R 11, 38), al profeta Isaías (cf. Is 41, 10), a Jeremías (cf. Jr 1, 8). Todos ellos eran hombres, conscientes de sus propias limitaciones y de su condición humana. Sin embargo, supieron abrir su corazón a la acción de Dios. Recibieron una vocación que humanamente hablando los superaba, y procedieron siempre con la seguridad de que todo provenía de Dios. Así también nosotros descubrimos que Cristo es el Amigo fiel de nuestras almas. Nos acompaña siempre y nos dirige como palabra viva la promesa que hizo a sus apóstoles tras su Resurrección: «Yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Cristo siempre nos sorprenderá con su bondad infinita, y ahí, en nuestra condición humana, Él realizará los milagros de su amor.
No estamos solos porque Él nunca nos deja. No estamos solos porque el Regnum Christi no es una realidad aislada. Somos parte de la gran familia de Dios en la que la variedad y belleza de estos caminos nos enriquece y nos alienta a todos. Nuestro movimiento es sólo una de tantas realidades que Dios ha suscitado en la Iglesia, como camino que nos ayuda a vivir nuestro compromiso bautismal. Y así como valoramos mucho y agradecemos a Dios la riqueza del carisma que nos ha regalado para ponerlo al servicio de la Iglesia, apreciamos también como un don de Dios a las demás fuerzas vivas de la Iglesia, en las que contemplamos tan claramente la acción continua del Espíritu Santo. No estamos solos porque contamos con la guía de nuestros pastores, los obispos, que son verdaderos padres que Cristo nos da, como sucesores de sus Apóstoles, para enseñarnos, gobernarnos y santificarnos. Nos sostiene el ejemplo y la ayuda de muchos sacerdotes santos y el testimonio de muchos hermanos en la fe, con quienes formamos la comunidad de los creyentes.
Sigamos rezando unos por otros para que vivamos cada día amando más a nuestra Iglesia Católica y a todas las personas que constituyen su cuerpo. Gracias de corazón por su entrega generosa y desinteresada al servicio del Reino de Cristo; estoy seguro de que Dios no es indiferente a lo que todos ustedes hacen cada día por anunciar el Evangelio. En este día de Cristo Rey nos encomendamos también de modo especial a María, espejo de la Iglesia, para que contemplándola a ella, comprendamos la grandeza de nuestra vocación. Que, como en Caná, nuestra vida consista en «hacer lo que Él nos diga» (cf. Jn 2, 5).

Quedo de ustedes, afmo. en Cristo,

Álvaro Corcuera, L.C.

Reflexiones del Arzobispo Secretario. Congregación para el Clero



¿Prometes a mi y a mis Sucesores filial respeto y obediencia?
(Pontificale Romanum. De Ordinatione Episcopi, presbyterorum et diaconorum,
editio typica altera , Typis Polyglottis Vaticanis 1990)

Queridos hermanos en el Sacerdocio:

Sin la fuerza del vínculo del Solemne Voto de obediencia, quienes van a recibir el Sacramento del Orden pronuncian la “promesa” de “filial respeto y obediencia” hacia el propio Ordinario y sus Sucesores. Aunque sea diferente el estatuto teológico entre un Voto y una promesa, es idéntico el compromiso moral totalizador y definitivo, e idéntico el ofrecimiento de la propia voluntad a la voluntad de Otro, a la voluntad Divina, eclesialmente mediata.

En nuestro tiempo, entretejido de relativismo y de modelos democráticos, de autonomismos y liberalismos, parece que sea siempre más incomprensible – cada vez más – una tal promesa de obediencia. Tantas veces se la concibe como una diminutio de la dignidad y de la libertad humana, o como una perseverancia arcaica de formas obsoletas, típicas de una sociedad incapaz de una auténtica emancipación.

Nosotros, que vivimos la obediencia auténtica, sabemos muy bien que no es así. Nunca la obediencia en la Iglesia ha sido contraria a la dignidad y al respeto de la persona y nunca debe concebirse como una substracción de la responsabilidad o como fruto de una alienación.

El Rito utiliza un adjetivo fundamental para la justa comprensión de tal promesa; define la obediencia sólo después de haber añadido el “respeto” y ese adjetivado como “filial”. He aquí la nomenclatura: “Hijo” es un nombre relativo en cualquier expresión idiomática, que implica la relación entre padre y el mismo hijo. Propiamente en este contexto relacional debe entenderse la obediencia, que hemos prometido. Un contexto en el que el padre ha sido llamado a ser verdaderamente padre, y el hijo a reconocer la propia filiación y la belleza de la paternidad, que le ha sido dada. Como ocurre en la misma ley de la naturaleza, nadie elige su propio padre y, por ende, nadie elige sus propios hijos. Así pues, todos hemos sido llamados, padres e hijos, a tener una mirada sobrenatural los unos por los otros, de gran misericordia recíproca y de gran respeto, esto es, capacidad de mirar al otro, teniendo siempre presente el Misterio bueno, que lo ha generado y que siempre últimamente lo constituye. En definitiva, el respeto es simplemente esto: Mirar a alguien teniendo presente a Otro.

Sólo en un concepto de “filial respeto” es posible una auténtica obediencia, que no sea apenas formal o una mera ejecución de las órdenes, sino que sea apasionada, entera, atenta y que pueda producir en sí frutos de conversión e de “vida nueva” en quien la vive.

La promesa es en favor del Ordinario en el momento de la Ordenación y de sus “Sucesores”, porque la Iglesia huye siempre de excesivos personalismos. Tiene como centro la persona, pero no los subjetivismos, que la desatan de la fuerza y de la belleza histórica y teológica de la Institución. También en la Institución, que es de origen divina, permanece el Espíritu. Por su propia naturaleza, la Institución es carismática y lógicamente debe unirnos libremente a ella; en el tiempo (Sucesores) significa poder “permanecer en la verdad”, permanecer en El, presente y operante en su cuerpo vivo que es la Iglesia, en la belleza de la continuidad del tiempo y de los siglos, que nos une sin rupturas a Cristo e a los Apóstoles.

Pidamos a la Esclava del Señor –obediente por excelencia, a Ella que en el cansancio ha cantado su “heme aquí, se cumpla según tu palabra”– la gracia de una obediencia filial, llena, alegre y pronta; una obediencia que nos libre de todo protagonismo y pueda mostrar al mundo que es verdaderamente posible darse totalmente a Cristo y realizarse plenamente como auténticos hombres.



Mauro Piacenza
Arz. Titular de Vittoriana
Secretario

lunes, 9 de noviembre de 2009

Carta pastoral del Prelado del Opus Dei Mons. Javier Echeverría con motivo del Año Sacerdotal



Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Al comenzar el mes de noviembre del Año sacerdotal, me gusta pensar que está enmarcado por dos fiestas litúrgicas en las que se pone de relieve el carácter sacerdotal del Pueblo de Dios: la solemnidad de Todos los Santos y la de Cristo Rey. En la primera, que celebramos hoy, se muestra el sacerdocio de Cristo en sus miembros, los cristianos; en la segunda, el día 25, se manifiesta que nuestra Cabeza, Jesucristo, es Sacerdote eterno y Rey del universo[1], que con su venida gloriosa al final de los tiempos tomará posesión de su Reino y lo entregará a Dios Padre[2].

Las dos solemnidades invitan a reflexionar sobre la dignidad de la vocación cristiana. San Pedro, en su primera epístola, nos dice a los bautizados las siguientes palabras: vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido en propiedad, para que pregonéis las maravillas de Aquel que os llamó de las tinieblas a su admirable luz: los que un tiempo no erais pueblo, ahora sois pueblo de Dios, los que antes no habíais alcanzado misericordia, ahora habéis alcanzado misericordia[3]. El Príncipe de los Apóstoles afirma que Dios, al hacernos hijos suyos por la gracia del Espíritu Santo, nos ha insertado en el nuevo Pueblo de Dios —la Iglesia— al que se pertenece no por la descendencia de la carne, sino por la incorporación a Jesucristo. En virtud de tan increíble elección, gratuita e inmerecida —¡partícipes del sacerdocio de Cristo!—, se nos invita a anunciar las maravillas divinas con el ejemplo, con la palabra y con las obras.

Admiremos la bondad de Dios Padre y démosle gracias. No se contentó con enviar a su Hijo al mundo para salvarnos, sino que ha querido que la Redención llegue a todos los hombres, hasta el fin de los tiempos, sirviéndose de la Iglesia, que es Cuerpo de Cristo y presencia salvífica del Señor en el espacio y en el tiempo. San Agustín afirmaba que «así como llamamos cristianos a todos [los bautizados], en virtud del único crisma, así también llamamos a todos sacerdotes, porque son miembros del único Sacerdote»[4]. Nuestro Padre meditó mucho en este don tan grande e impulsaba a que todos tuviésemos los mismos sentimientos de Cristo[5]; por eso hemos de pensar: ¿hasta qué punto me empeño en asimilar esta riqueza?

La llamada universal a la santidad y al apostolado proviene, como de su raíz, del carácter bautismal. El sacerdocio común precede al sacerdocio ministerial, y este último se pone al servicio de aquel. Sin la regeneración del Bautismo no podría haber ministros sagrados, pues este sacramento abre la puerta a todos los demás; y sin sacerdocio ministerial, mediante el que la Iglesia anuncia a los hombres la doctrina de Cristo, los incorpora a su vida con los sacramentos —especialmente con la Eucaristía— y los guía hacia el Cielo, no podríamos progresar en el camino de la santidad. «El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque diferentes esencialmente y no sólo en grado, se ordenan, sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo»[6].

El Santo Cura de Ars expresaba con viveza la necesidad del sacerdocio ministerial. Benedicto XVI, en la carta con motivo del Año sacerdotal, recoge algunas expresiones del santo: «Sin el sacerdote —señalaba—, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra... ¿De que nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del Cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros»[7]. ¿Cómo rezamos a diario, con auténtica fe, para que no falten sacerdotes santos? ¿Suplicamos al Dueño de la mies, como exigencia de nuestra condición de cristianos, que envíe trabajadores a su campo, en número suficiente para atender las abundantes necesidades del mundo entero?

Pero volvamos a la liturgia de hoy, que subraya el carácter sacerdotal del Pueblo de Dios. En una visión impresionante, el Apocalipsis nos muestra una gran multitud que nadie podía contar, de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, de pie ante el trono y ante el Cordero, vestidos con túnicas blancas, y con palmas en las manos, que gritaban con fuerte voz: ¡la salvación viene de nuestro Dios, que se sienta sobre el trono, y del Cordero![8]. Esa muchedumbre de personas que se postran en adoración delante de la Santísima Trinidad, en unión con los ángeles, son los santos: unos conocidos, la mayor parte desconocidos. Se ve ahí al Pueblo de Dios en su etapa final, que comprende los santos del Antiguo Testamento, desde el justo Abel y el fiel patriarca Abraham, los del Nuevo Testamento, los numerosos mártires del inicio del cristianismo y los beatos y santos de los siglos sucesivos, hasta los testigos de Cristo de nuestro tiempo. A todos los une la voluntad de encarnar en su vida el Evangelio, bajo el impulso del eterno animador del Pueblo de Dios, que es el Espíritu Santo[9].

Tanto el sacerdocio ministerial como el sacerdocio común son para santificar a los hombres. Los ministros sagrados, configurados con Cristo Cabeza de la Iglesia, lo ejercitan predicando la Palabra de Dios, administrando los sacramentos y siendo pastores que guían a los fieles hacia la vida eterna, como instrumentos visibles del Sumo y Eterno Sacerdote. Pero también los fieles laicos, en virtud del sacerdocio real, participan a su modo en ese triple oficio de Cristo Sacerdote. San Josemaría explicaba que todos los cristianos, sin excepción, hemos sido constituidos sacerdotes de nuestra propia existencia, para ofrecer víctimas espirituales, que sean agradables a Dios por Jesucristo (1 Pe 2, 5), para realizar cada una de nuestras acciones en espíritu de obediencia a la voluntad de Dios, perpetuando así la misión del Dios-Hombre[10].

No se precisa ningún encargo especial de la autoridad de la Iglesia, para sentirse urgidos a participar en la misión salvífica. Apóstol es el cristiano que se siente injertado en Cristo, identificado con Cristo, por el Bautismo; habilitado para luchar por Cristo, por la Confirmación; llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por el sacerdocio común de los fieles, que confiere una cierta participación en el sacerdocio de Cristo, que —siendo esencialmente distinta de aquella que constituye el sacerdocio ministerial— capacita para tomar parte en el culto de la Iglesia, y para ayudar a los hombres en su camino hacia Dios, con el testimonio de la palabra y del ejemplo, con la oración y con la expiación[11]. Detengámonos con frecuencia en lo que significa esta condición del cristiano, porque hemos de ser portadores de Cristo a la humanidad, y portadores de la humanidad a Cristo.

En el curso del Año sacerdotal, además de pedir por la santidad de los sacerdotes, hemos de rezar por la santidad de todo el pueblo cristiano. Si hay familias que educan a los hijos en el amor de Dios, con su ejemplo de vida cristiana; si hay hombres y mujeres que buscan seriamente a Jesucristo en las circunstancias de la existencia ordinaria, habrá muchos jóvenes que se sentirán llamados por el Señor al sacerdocio ministerial. En estos meses se nos ofrece una nueva ocasión para que todos tomemos más conciencia de la vocación universal a la santidad y al apostolado, y para esmerarnos en seguir decididamente esa llamada, sin medianías, sin dejarnos dominar por los estados de ánimo. ¿Cómo y hasta qué punto nos influyen el cansancio, las contradicciones, los fracasos? ¿Perdemos la paz fácilmente y no nos refugiamos en Dios? ¿Consideramos que la Cruz es fundamento y corona de la Iglesia?

San Josemaría recibió especiales luces divinas para enseñar cómo se puede servir a la extensión del Reino de Dios a través de las actividades temporales. El mismo día de su tránsito de este mundo, recordaba a un grupo de mujeres, fieles del Opus Dei, que también ellas —como todos los cristianos— tenían alma sacerdotal. Muchos años antes había escrito: en todo y siempre hemos de tener —tanto los sacerdotes como los seglares— alma verdaderamente sacerdotal y mentalidad plenamente laical, para que podamos entender y ejercitar en nuestra vida personal aquella libertad de que gozamos en la esfera de la Iglesia y en las cosas temporales, considerándonos a un tiempo ciudadanos de la ciudad de Dios (cfr. Ef 2, 19) y de la ciudad de los hombres[12].

El alma sacerdotal conduce a los bautizados —insisto— a tener los mismos sentimientos de Cristo, con hambres de unirse cada día a Él en la Santa Misa y a lo largo de la jornada. El espíritu sacerdotal impulsa a crecer en la ambición santa de servir, con dedicación sincera y concreta por el bien espiritual y material de nuestros semejantes; anima a cultivar un serio afán de almas, con el deseo vehemente de ser corredentores con Cristo, unidos a la Virgen Santísima y filialmente pegados al Romano Pontífice; mueve a mostrarse dispuestos a reparar por los pecados, los propios de cada uno y los de los hombres todos... En definitiva, a amar a Dios y al prójimo sin decir nunca basta en el servicio de la Iglesia y de las almas. San Josemaría lo resumía así: con esa alma sacerdotal, que pido al Señor para todos vosotros, debéis procurar que, en medio de las ocupaciones ordinarias, vuestra vida entera se convierta en una continua alabanza a Dios: oración y reparación constantes, petición y sacrificio por todos los hombres. Y todo esto, en íntima y asidua unión con Cristo Jesús, en el Santo Sacrificio del Altar[13].

En la Santa Misa adquieren nuestras obras valor de eternidad. En esos momentos, con vigorosa intensidad, el cristiano se vuelve plenamente consciente de su compromiso de colaborar con Jesús en la santificación de las realidades humanas, mediante el ofrecimiento de su vida y de toda su actividad. «Altare Dei est cor nostrum»[14], decía San Gregorio Magno; altar de Dios es nuestro corazón. Hemos de servirle no sólo en el altar, sino en el mundo entero, que es altar para nosotros. Todas las obras de los hombres se hacen como en un altar, y cada uno de vosotros, en esa unión de almas contemplativas que es vuestra jornada, dice de algún modo su misa, que dura veinticuatro horas, en espera de la misa siguiente, que durará otras veinticuatro horas, y así hasta el fin de nuestra vida[15].

Además, como manifestación de su participación en el oficio profético de Jesucristo, todos los fieles han de esforzarse por comunicar a otros las enseñanzas divinas. Ciertamente caben muchas maneras de participar en la misión evangelizadora de la Iglesia; en cualquier caso, en la base de cualquier labor apostólica se encuentra siempre el mandato de Jesús a todos los cristianos: id y haced discípulos a todos los pueblos (...) enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado[16].

De igual modo, la participación en el oficio real de Cristo alienta a los cristianos a santificar las realidades terrenas; los laicos, en concreto, mediante su empeño por ordenar según la Voluntad de Dios los asuntos temporales[17], actuando en el mundo a modo de fermento[18] para poner a Cristo en la cumbre de todas sus actividades. «El sacerdocio común que hemos recibido en el Bautismo —explicaba don Álvaro siguiendo la doctrina de San Josemaría— es real, regio (cfr. 1 Pe 2, 9), porque al ofrecer a Dios lo que somos y tenemos, y al ofrecerle todas las actividades humanas nobles realizadas según el querer divino, somos reino de Cristo y reinamos con Él»[19].

Como parte de la misión específica que Dios le había confiado, San Josemaría enseñó que una característica esencial del modo de hacer presente el sacerdocio de Cristo según el espíritu del Opus Dei, tanto por parte de los ministros sagrados como de los fieles laicos, es la mentalidad laical propia de su condición secular y de su situación en el mundo. De este modo, sacerdotes y seglares colaborarán en el cumplimiento de la única misión de la Iglesia, cada uno según los dones recibidos, respetando la situación específica de cada uno. Los laicos ejercen su misión en el seno de las estructuras temporales, tratando de animarlas con el espíritu de Cristo; los sacerdotes sirven a los demás mediante la predicación de la Palabra divina y la administración de los sacramentos. Esto favorece, como escribe San Josemaría, que los clérigos no atropellen a los laicos, ni los laicos a los clérigos; que no haya clérigos que se quieran entrometer en las cosas de los laicos, ni laicos que se entrometan en lo que es propio de los clérigos[20].

El próximo 28 de noviembre se cumple un nuevo aniversario de la erección del Opus Dei en prelatura personal. Demos gracias a Dios y esforcémonos por difundir el profundo significado teológico y espiritual de la cooperación orgánica de sacerdotes y seglares en el Opus Dei, para participar en la misión de la Iglesia; sobre todo, con el testimonio de una vida cristiana coherente, permaneciendo cada uno —como dice el Apóstol— en la vocación en que fue llamado[21]: siendo sacerdotes o laicos al cien por cien. De este modo serviremos con eficacia a la Iglesia, como siempre hemos procurado realizar; con más motivo ahora que muchos confunden el laicismo —que intenta arrojar a Dios de las estructuras seculares— con la laicidad; y fomentaremos el sano espíritu laical, al que se ha referido el Romano Pontífice en varias ocasiones[22].

Dentro de unos días, el 7 de noviembre, ordenaré diáconos a 32 fieles del Opus Dei. Roguemos al Señor para que sean buenos y santos ministros suyos, y prosigamos rezando por la Persona e intenciones del Romano Pontífice, por su colaboradores, por los sacerdotes y diáconos, por los candidatos al sacerdocio del mundo entero. Recordaremos también el día en que la Virgen hizo la caricia a nuestro Padre de que encontrara la "rosa" en Rialp: acudamos a nuestra Madre Santísima, para que nos consiga de Dios la "rosa" perfumada de la fidelidad. Contamos también con la ayuda de todos los que nos han precedido; en las semanas de este mes hagamos más fuerte, con nuestra oración y nuestros sufragios, la unidad de la Iglesia triunfante, purgante y militante.

Con todo cariño, os bendice

vuestro Padre

+ Javier

Roma, 1 de noviembre de 2009

[1] Misal Romano, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo, Prefacio.

[2] Cfr. 1 Cor 15, 24.

[3] 1 Pe 2, 9-10.

[4] San Agustín, La Ciudad de Dios XX, 10 (CCL 48, 720).

[5] Cfr. Flp 2, 5.

[6] Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 10.

[7] San Juan María Vianney; cit. por Benedicto XVI en Carta a los sacerdotes, 16-VI-2009.

[8] Ap 7, 9-10

[9] Benedicto XVI, Homilía en la solemnidad de Todos los Santos, 1-XI-2006.

[10] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 96.

[11] Ibid., n. 120.

[12] San Josemaría, Carta 2-II-1945, n. 1.

[13] San Josemaría, Carta 28-III-1955, n. 4.

[14] San Gregorio Magno, Moralia 25, 7, 15 (PL 76, 328).

[15] San Josemaría, Notas de una meditación, 19-III-1968.

[16] Mt 28, 19-20.

[17] Cfr. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 31.

[18] Cfr. Concilio Vaticano II, decr. Apostolicam actuositatem, n. 2.

[19] Mons. Álvaro del Portillo, Carta pastoral, 9-I-1993, n. 11.

[20] San Josemaría, Carta 19-III-1954, n. 21.

[21] 1 Cor 7, 20.

[22] Cfr. Benedicto XVI, Discursos del 18-V-2006 y del 11-VI-2007.

sábado, 7 de noviembre de 2009

CAUSA DE CANONIZACIÓN DE MONSEÑOR OSCAR ROMERO:. ORACIÓN PARA LA DEVOCIÓN PRIVADA


Dios Padre de todos los hombres,
que nos diste en tu Siervo Oscar Romero,
a un Pastor fiel y celoso
fervoroso amante de tu iglesia
y en ella de modo especial,
de los pobres y de los más necesitados,
concédenos que nosotros sepamos vivir
conforme al Evangelio de tu Hijo Jesús,
Dígnate glorificar a tu Siervo Oscar
y concédeme por su intercesión
el favor que te pido... Así sea

Padre Nuestro, Ave María y Gloría.

De conformidad con las Normas de la Santa Sede, declaramos que en nada se pretende prevenir el juicio de la autoridad eclesiástica y que esta oración no tiene finalidad de culto público.Oficina de canonización del Arzobispado de San Salvador.

Oficina de canonización del Arzobispado de San Salvador.

viernes, 6 de noviembre de 2009

El Salvador reconoce su responsabilidad en la muerte de monseñor Romero


Una monja besa el cadaver del Arzobispo Oscar Arnulfo Romero cuando fue asesinado. | Ap
Dpa | Washington
Actualizado viernes 06/11/2009 18:04 horas
El Salvador ha dado un giro radical a su tradicional política en materia de derechos humanos al asumir, por primera vez, la responsabilidad "plena" del Estado en el asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero en 1980 por los escuadrones de la muerte. De esta forma el Estado se compromete a avanzar "sin condicionamientos" en el proceso de reparaciones y diálogo nacional.

Monseñor Romero murió en 1980 a los 63 años tiroteado por un comando ultraderechista cuando celebraba misa en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer, en la capital salvadoreña.

Antes de morir, Romero advirtió desde el púlpito del peligro de que en El Salvador se desatara una guerra civil, un hecho que su asesinato precipitó, originando una contienda que duró 12 años y se cobró más de 75.000 vidas, 12.000 heridos y 8.000 desaparecidos.

El Estado salvadoreño "declara su compromiso de cumplir de buena fe y en la medida de sus posibilidades" las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) elaboradas en el año 2000 en relación con el asesinato del religioso, ha anunciado el Director General de Derechos Humanos de la Cancillería salvadoreña, David Morales.

Esto supone el "inicio de una nueva etapa de diálogo en El Salvador por el Estado para avanzar en el cumplimiento de estas recomendaciones", agregó.

En el año 2000 la CIDH, que había admitido el caso de monseñor Romero siete años antes, concluyó en un informe que en el caso del religioso el Estado salvadoreño era responsable de la violación del derecho a la vida, a las garantías judiciales y a la tutela judicial efectiva previstos en la Convención Americana, así como del derecho a conocer la verdad de lo sucedido.

En este sentido, recomendó al Estado del país centroamericano realizar una "investigación judicial completa, imparcial y efectiva" para "identificar, juzgar y sancionar a todos los autores materiales e intelectuales" del asesinato de Romero.

Cambio de Gobierno en El Salvador
Además, estableció que debía reparar a las víctimas y anular la Ley de Amnistía General promulgada en 1993 tras la firma de los acuerdos de paz en 1992, y que desde entonces protege los crímenes de lesa humanidad cometidos durante el conflicto armado (1980-1992).

El gobierno salvadoreño, en manos durante dos décadas de la conservadora Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), se había negado constantemente a seguir las recomendaciones de la CIDH, argumentando que para mantener la paz era necesario renunciar a la posibilidad de hacer justicia tanto en el asesinato de Romero como en otros casos de violaciones de los derechos humanos durante el conflicto armado.

Una Comisión de la Verdad auspiciada por Naciones Unidas había concluido que el fundador de ARENA, Roberto D'Aubuisson, fue el autor intelectual del crimen del religioso, perpetrado el 24 de marzo de 1980, cuando monseñor Romero oficiaba una homilía en la capilla del Hospital La Divina Providencia.

La postura oficial salvadoreña cambió este viernes, con la representación en la sede de la CIDH en Washington de delegados del nuevo gobierno de izquierdas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) del presidente Mauricio Funes.

El nuevo mandatario asumió la presidencia salvadoreña el 1 de junio pasado asegurando que su gobierno sería "guiado por el pensamiento de Monseñor Romero", ante cuya tumba rezó antes de participar en la ceremonia de traspaso de poderes.
Fuente: elmundo.es

domingo, 1 de noviembre de 2009

NOVENA POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO. Fuente: Devocionario.com


Rezar la oración del día que corresponda:

DÍAS
1 | 2 | 3 | 4 | 5 | 6 | 7 | 8 | 9


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Oh María, Madre de misericordia: acuérdate de los hijos que tienes en el purgatorio y, presentando nuestros sufragios y tus méritos a tu Hijo, intercede para que les perdone sus deudas y los saque de aquellas tinieblas a la admirable luz de su gloria, donde gocen de tu vista dulcísima y de la de tu Hijo bendito.

Oh glorioso Patriarca San José, intercede juntamente con tu Esposa ante tu Hijo por las almas del purgatorio.

V. No te acuerdes, Señor, de mis pecados.
R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.
V. Dirige, Señor Dios mío, a tu presencia mis pasos.
R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.
V. Dales, Señor, el descanso eterno y luzca para ellos la luz eterna.
R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

Padrenuestro.

V. De la puerta del infierno
R. Saca, Señor, sus almas.
V. Descansen en paz.
R. Amén.
V. Señor, oye mi oración.
R. Y llegue a ti mi clamor.

Oremos. Oh Dios mío, de quien es propio compadecerse y perdonar: te rogamos suplicantes por las almas de tus siervos que has mandado emigrar de este mundo, para que no las dejes en el purgatorio, sino que mandes que tus santos ángeles las tomen y las lleven a la patria del paraíso, para que, pues esperaron y creyeron en ti, no padezcan las penas del purgatorio, sino que posean los gozos eternos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

V. Dales, Señor, el descanso eterno.
R. Y luzca para ellos la luz perpetua.
V. Descansen en paz.
R. Amén.

DÍA PRIMERO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que quieres que tengamos suma delicadeza de conciencia y santidad perfecta: te rogamos nos la concedas a nosotros; y a los que por no haberla tenido se están purificando en el purgatorio, te dignes aplicar nuestros sufragios y llevarlos pronto de aquellas penas al cielo. Te lo pedimos por la intercesión de tu Madre purísima y de San José.

Terminar con la oración final y el responso.


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DÍA SEGUNDO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que eres cabeza de todos tus fieles cristianos que en ti nos unimos como miembros de un mismo cuerpo que es la Iglesia: te suplicamos nos unas más y más contigo y que nuestras oraciones y sufragios de buenas obras aprovechen a las ánimas de nuestros hermanos del purgatorio, para que lleguen pronto a unirse a sus hermanos del cielo.

Terminar con la oración final y el responso.


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DÍA TERCERO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que a los que pecan castigas con justicia en esta vida o en la otra: concédenos la gracia de nunca pecar y ten misericordia de los que, habiendo pecado, no pudieron, por falta de tiempo, o no quisieron, por falta de voluntad y por amor del regalo, satisfacer en esta vida y están padeciendo ahora sus penas en el purgatorio; y a ellos y a todos llévalos pronto a su descanso.

Terminar con la oración final y el responso.


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DÍA CUARTO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que exiges la penitencia aun de los pecados veniales en este mundo o en el otro: danos temor santo de los pecados veniales y en misericordia de los que, por haberlos cometido, están ahora purificándose en el purgatorio y líbralos a ellos y a todos los pecadores de sus penas, llevándoles a la gloria eterna.

Terminar con la oración final y el responso.


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DÍA QUINTO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que a los regalados en esta vida, que no pagaron por su culpa o no tuvieron bastante caridad con el pobre, castigas en la otra con la penitencia que aquí no hicieron: concédenos las virtudes de la mortificación y de la caridad y acepta misericordioso nuestra caridad y sufragios, para que por ellos lleguen pronto a su descanso eterno.

Terminar con la oración final y el responso.


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DÍA SEXTO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que quisiste que honrásemos a nuestros padres y parientes y distinguiésemos a nuestros amigos: te rogamos por todas las ánimas del purgatorio, pero especialmente por los padres, parientes y amigos de cuantos hacemos está novena, para que logren el descanso eterno.

Terminar con la oración final y el responso.


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DÍA SÉPTIMO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que a los que no se preparan a tiempo para la muerte, recibiendo bien los últimos sacramentos y purificándose de los residuos de la mala vida pasada, los purificas en el purgatorio con terribles tormentos: te suplicamos, Señor, por los que murieron sin prepararse y por todos los demás, rogándote que les concedas a todos ellos la gloria y a nosotros recibir bien los últimos sacramentos.

Terminar con la oración final y el responso.


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DÍA OCTAVO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, que a los que vivieron en este mundo demasiado aficionados a los bienes terrenales y olvidados de la gloria, los retienes apartados del premio, para que se purifiquen de su negligencia en desearlo: calma, Señor misericordioso, sus ansias y colma sus deseos, para que gocen pronto de tu presencia, y a nosotros concédenos amar de tal manera los bienes celestiales, que no deseemos desordenadamente los
terrenos.

Terminar con la oración final y el responso.



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DÍA NOVENO
Por la señal, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.

Señor mío Jesucristo, cuyos méritos son infinitos y cuya bondad es inmensa: mira propicio a tus hijos que gimen en el purgatorio anhelando la hora de ver tu faz, de recibir tu abrazo, de descansar a tu lado y; mirándolos, compadécete de sus penas y perdona lo que les falta para pagar por sus culpas. Nosotros te ofrecemos nuestras obras y sufragios, los de tus Santos y Santas; los de tu Madre y tus méritos; haz que pronto salgan de su cárcel y reciban de tus manos su libertad y la gloria eterna.

Terminar con la oración final y el responso.