Mons. José G. Martín Rábago Arzobispo de León |
¿Qué puede hacer el Papa para fortalecer un clima de paz y conducirnos a una vida más fraterna y solidaria? No esperemos de él tácticas para combatir la violencia; lo propio del Papa es la predicación del mensaje de Cristo y desde ahí reconstruir el corazón de los individuos y la transformación de la sociedad.
Extrayendo pequeños párrafos de sus escritos, mensajes u homilías, podremos encontrar su pensamiento y su proyecto en orden a la construcción de una mundo más pacífico. “Yo no dudo en afirmar que la gran enfermedad de nuestro tiempo es un déficit de verdad. . . La renuncia a la verdad y la huída hacia la conformidad de grupo no son un camino para la paz” Desde esta primera afirmación podemos intuir que la paz se fundamenta en la verdad, la verdad primera y fundamental que es el reconocimiento de lo que somos, es decir, que somos criaturas dependientes de un Dios que nos ha marcado con sus huellas cuando nos ha amasado del barro. “Solamente la valentía de reencontrar la dimensión divina en nuestro ser y de acogerla, puede dar de nuevo a nuestro espíritu y a nuestra sociedad una nueva e íntima estabilidad”.
El abandono de la presencia de Dios en nuestra vida y en nuestra sociedad nos conduce a construir un mundo en el que “el hombre es lobo para el hombre” según la expresión del filosofo inglés, Thomas Hobbes. Benedicto afirma que “para una vida feliz es preciso un entendimiento íntimo con Dios. Sólo si esta relación de fondo funciona bien, las otras relaciones podrán ser justas”.
¿Queremos construir una sociedad pacífica? En palabras del Papa Benedicto, lograr este objetivo pasa necesariamente por el reconocimiento de que somos criaturas, que no podemos pretender ser Dios mismo. “Cuando el hombre lo intenta se transforma todo. Se transforma la relación del hombre consigo mismo y la relación don los demás; para el que quiere ser Dios, el otro se convierte en limitación, en rival, en amenaza. Su trato con él se convertirá en una mutua inculpación y en una lucha”.
La paz es don, pero también tarea. El Señor Jesús afirmó: “Bienaventurados los constructores de paz”. NO esperemos conseguir la paz manteniendo una actitud pasiva, o peor todavía, favoreciendo la mentira, la corrupción y la impunidad. “Jesús nos enseña que la verdadera paz es belicosa, que la verdad merece el sufrimiento y también la lucha. Que no puede aceptar la mentira para que haya sosiego. La primera obligación del individuo y del cristiano no es el sosiego, sino difundir la grandeza que Cristo nos ha regalado, y esto puede convertirse en fuente de sufrimiento, en una lucha hasta llegar al martirio, y precisamente así se es pacificador”.
El constructor de la paz por excelencia es Jesucristo; Él es nuestro modelo; Él nos enseñó el camino: “Él vivió como pobre en el Espíritu; Él fue afligido, fue manso, tuvo hambre y sed de justicia. Tuvo el corazón puro, por eso es artífice de paz, por eso fue perseguido por causa de la justicia”.
Estas enseñanzas del Papa han inspirado el magisterio de los obispos mexicanos que afirmamos: “Vivimos una crisis de moralidad. Cuando se debilita o relativiza la experiencia religiosa de un pueblo, se debilita su cultura y entran en crisis las instituciones de la sociedad con sus consecuencias en la fundamentación, vivencia y educación de los valores morales”.
Como un resumen del amplio pensamiento del Papa Benedicto sobre el camino para construir la paz, cito el siguiente párrafo “Una libertad enemiga o indiferente con respecto a Dios termina por negarse a sí misma y no garantiza el pleno respeto al otro. La paz es un don de Dios y al mismo tiempo un proyecto por realizar, pero que nunca se cumplirá totalmente. Una sociedad reconciliada con Dios está más cerca de la paz, que no es la simple ausencia de la guerra, ni el mero fruto del predominio militar o económico...la paz es el resultado de un proceso de purificación o elevación cultural, moral y espiritual de cada persona y cada pueblo, en el que la dignidad humana es respetada plenamente”.
¡BIENVENIDO EL MENSAJERO DE PAZ!
+ José G. Martín Rábago
Arzobispo de León
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