lunes, 29 de diciembre de 2008

Homilía de Navidad . Emmo. Sr; Cardenal Francisco Robles Ortega. Arzobispo de Monterrey


Muy queridos hermanos y hermanas, todos en Jesucristo nuestro Señor.

A la palabra de Dios que se nos proclamó en la primera lectura, nosotros hemos respondido: "Hoy nos ha nacido el salvador", esta es una confesión de fe, esta es una proclamación de la certeza que nosotros tenemos de que Jesucristo es nuestro salvador.

Hoy nos ha nacido el salvador, este nuestro hoy está íntimamente ligado al hoy de hace dos mi años y que acabamos de escuchar en la narración del Evangelio, hace dos mil años el Hijo eterno del Padre, habiéndose hecho carne, habiéndose hecho hombre en el seno purísimo de la Santísima Virgen María, en una noche santa como esta, nació para ser nuestro salvador.

Por eso nosotros decimos con toda verdad, con toda certeza: "Hoy nos ha nacido el salvador".

Es muy importante queridos hermanos y hermanas que meditemos el Evangelio, es el Evangelio el que nos reporta este acontecimiento de salvación, la circunstancia no es especialmente solemne, es una circunstancia que tiene un pretexto sociopolítico, socioeconómico como es la práctica de un censo.

Las autoridades de ese tiempo establecieron que se practicara un censo, José y María como todo ciudadano tenían que cumplir con ese requerimiento de las autoridades, y andando precisamente en el empeño de cumplir esta obligación, cuando le llegó a María la hora de dar a luz.

No es por tanto una circunstancia especialísima, es una circunstancia de la vida diaria, de la vida ordinaria, María y José estaban cumpliendo con esta práctica cuando le llegó a María la hora de dar a luz. Y no encontrando un lugar digno para que una mujer diera a luz, se salieron al despoblado, encontraron el lugar donde se refugiaban los pastores y ahí dio a luz María a quien es nuestro único y verdadero salvador.

Nacido en un contexto de pobreza, de inseguridad, de despojo, de total humildad, así nació nuestro salvador hace dos mil años, y hoy nosotros decimos llenos de gozo, llenos de esperanza: "Hoy nos ha nacido el salvador".

Si miramos nuestro entorno ahora, nuestro entorno económico, en nuestra patria y en el Mundo, no contemplamos nada prometedor, nada esperanzador, todo lo contrario como si se posara sobre el Mundo una nube de tinieblas en el aspecto económico. Si miramos el aspecto de la presencia y del avance de la violencia, tenemos que reconocer que sobre nuestra patria se ha cernido una nube de tiniebla, de temor, de inseguridad, respecto a nuestro inmediato futuro.

Si analizamos la crisis de valores por los que pasa la familia, por los que pasa la sociedad, tenemos que reconocer que sobre nuestras cabezas pesa una nube a veces de inseguridad, de corrupción y de no saber a ciencia cierta que va a ser de nuestras vidas, que va a ser de los jóvenes, que va a ser de los niños el día de mañana.

Tenemos ante nuestros ojos un panorama de oscuridad y de tiniebla. Tal pareciera que no hay futuro, no hay futuro para el Mundo, no hay futuro para nuestro México, no hay futuro para nuestra sociedad. Tal pareciera que se paró la historia y ya no hay salida hacia el futuro.

Nosotros los creyentes, los discípulos de Jesús, tenemos un futuro, tenemos una luz, esta luz nos viene del acontecimiento que hace dos mil años marcó la noche de la Navidad, este es el acontecimiento que a nosotros nos da luz respecto en nuestro presente y respecto de nuestro inmediato futuro.

No estamos en el Mundo abandonados a nuestra sola suerte y a nuestras solas fuerzas, Dios ha querido compartir nuestra historia, nuestra humanidad, nuestra suerte. Sus padres andaban cumpliendo con una práctica sociopolítica, socioeconómica como todos nosotros andamos queriendo cumplir con nuestros deberes de ciudadanos y en ésa circunstancia Dios esta presente, Dios no está ajeno lejos de la historia, lejos de nuestra vida humana, Dios se ha hecho hombre como nosotros y sabe lo que acontece a nuestra humanidad en cuanto a esperanzas y en cuanto a desánimos, en cuanto a alegrías y en cuanto a tristezas.

Dios sabe de nuestras penas, Dios sabe de nuestras enfermedades, Dios sabe de nuestros temores y Dios sabe de nuestras ilusiones porque se hizo verdadero hombre y nació de María la virgen cuando le llegó a ella como mujer la hora de dar a luz, nos ha dado a luz a nuestro único y verdadero salvador.

Cuando el Evangelio nos hace meditar en todas éstas circunstancias que rodean el nacimiento de Cristo, el cumplimiento de un deber de ciudadanos, el no encontrar un lugar seguro y digno para que María de a luz, el tener que desplazarse fuera de la ciudad a un lugar inseguro, insalubre, lleno de pobreza, nos habla de que Jesús nació sin ningún aparato de logística, sin ninguna montura, montadura de seguridades socioeconómicas, Jesús nació en un contexto de total y absoluta pobreza, y con eso nos está diciendo: "Los verdaderos valores que dan certeza, seguridad, felicidad al hombre, no están sostenidos por el poder de una economía, los verdaderos valores están sustentados por el verdadero valor del amor.

Dios padre nos amó al grado de que nos envió a su único hijo nacido de María para ser nuestro salvador.

Este es el valor máximo, el amor, pero el amor entendido como el despojo de intereses egoístas y personales para entregarse plenamente a nosotros, este es el amor, este el valor máximo sobre el que descansan los valores que tienen trascendencia, que dan seguridad y que nos proporcionan felicidad.

Dios por amor se hizo solidario con nosotros, Dios por amor quiso compartir nuestra pobreza, la pobreza de nuestra naturaleza humana. Y en este acontecimiento de Dios hecho hombre y nacido de María, nosotros encontramos luz para nuestro presente y para nuestro futuro. No está nuestra seguridad en las cosas materiales y terrenales que ya vimos que no tienen consistencia y seguridad para siempre.

Jesús nos dice en qué está el verdadero valor que da consistencia y certeza a nuestra vida y que da sentido de alegría y de realización: El amor a Dios y el amor a nuestros hermanos.

Hoy nos ha nacido el salvador, hagamos queridos hermanos y hermanas que esta confesión de nuestra fe sea una realidad en nuestra vida, que por el cambio de comportamiento y de actitudes, podamos decir cada uno de nosotros: "Hoy ha nacido para mí el salvador".

Que hagamos con nuestras actitudes en relación con los demás de reconciliación, de perdón, de servicio, de solidaridad con los demás, hagamos realidad esta confesión: "Hoy ha nacido para nosotros el salvador". Que dejando a un lado todas las actitudes de pecado, de egoísmo que manchan nuestra dignidad de hijos de Dios, que entorpecen nuestro desarrollo como seres humanos y que dan tristeza a nuestra vida y a los que nos rodean, que deponiendo ésas actitudes y ésos comportamientos, hagamos realidad hoy ha nacido para nosotros el salvador.

Que encendiendo en nosotros actitudes de esperanza, actitudes positivas, actitudes de trabajar, de transformar nuestra vida y nuestro entorno, hagamos realidad hoy ha nacido para nosotros el salvador.

Acojamos esta buena noticia, hoy ha nacido para nosotros el salvador y vayamos y en nuestra vida diaria, en nuestra familia, en nuestro entorno hagamos realidad esta confesión que aquí hemos hecho y que aquí estamos celebrando, hoy ha nacido para nosotros el salvador.

Si hacemos realidad esta confesión de nuestra fe, entonces resonará el himno: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad en la medida en que hagamos realidad esta confesión de que hoy ha nacido para nosotros el salvador, seguirá resonando en nuestra Tierra el himno de gloria y de la paz para todos los que aman a Dios y a sus hermanos.

Sigamos celebrando en un espíritu de fe, de esperanza, en una actitud de adoración, adoremos el misterio de Dios hecho verdadero hombre y nacido de María para nuestra salvación.

Adoremos con verdad este misterio.

Que así sea.

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