lunes, 22 de diciembre de 2008

Mensaje Navideño de los Obispos de Veracruz. Provincia Eclesiástica de Xalapa

Un México unido,
para una esperanza compartida


Como cada año, los Obispos de Veracruz queremos saludar a todas las comunidades cristianas compartiéndoles nuestra reflexión y una invitación a buscar juntos los caminos de justicia y verdad que nos permitan vivir con autenticidad y alegría el Misterio de la Encarnación y Nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo.


Nuestro País vive en estos tiempos una ola de violencia que parece no tener tregua. Pese a los operativos militares llevados a cabo por el Gobierno Federal, la delincuencia organizada, el secuestro, el narcotráfico y la complicada situación económica que atraviesa el país y genera pobreza en la población, se presentan como los retos más difíciles de superar tanto por el Estado Mexicano como por la sociedad en su conjunto, pues tienen como efecto la desesperanza.

La delincuencia organizada en México cuenta en estos momentos con una amplia red de complicidades y corrupción que le permite disputar el control de las policías a las autoridades políticas locales. Cuando no pueden corromperlos, los asesinan. Por eso, el Gobierno Federal ha optado por la presencia de militares en las calles y carreteras de muchos estados del país, pues parecen ser los únicos con capacidad, en estos momentos, de hacer frente de una manera efectiva a las organizaciones criminales.

Particularmente en nuestro estado de Veracruz se ha constatado, desde hace varios años, la presencia de diversos cárteles de la droga, que comienza a ser tan peligrosa como en otras partes del país. La red estatal de carreteras, de casi 16 mil kilómetros de longitud en la que circulan, según la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), alrededor de 19 mil vehículos diarios, es un punto de tránsito constante de drogas. Por eso su importancia es estratégica, porque esa red carretera conecta a 6 estados del sureste: Quintana Roo, Yucatán, Campeche, Tabasco, Chiapas y Oaxaca, que son la entrada de Centroamérica a México, donde además de un gran flujo de migrantes, hay un intenso tráfico de enervantes.

Por otra parte, los más de 750 kilómetros del litoral y algunas instalaciones portuarias ubican a Veracruz como una entidad estratégica en términos geográficos para el movimiento de todo tipo de mercancías, incluidos los narcóticos.

Otro fenómeno preocupante en el país y en nuestro estado es el secuestro, consistente en la detención, retención o plagio de una persona con la finalidad de exigir dinero o alguna otra condición para su rescate o por su liberación. En sí mismo constituye, además de un acto ilícito, un atentado directo contra la libertad y la dignidad de las personas y una fuente de angustia indescriptible para sus familiares.

Casi en todos los casos, el secuestro es un delito colectivo cometido por bandas organizadas. No obstante, hay ocasiones en que se comete por una sola persona que, en muchos casos, afecta a niños y menores de edad.

Por otro lado, la crisis económica mundial que estamos viviendo, junto con la crisis alimentaria paralela, ha traído como consecuencia un incremento en los índices de desempleo y un agravamiento de la situación de pobreza que viven millones de personas en nuestro país entre los que se encuentran, en nuestro estado, todos los que podrían regresar procedentes de la Unión Americana.

Datos recientes de la Comisión Económica para América Latina indican que en la década de los 90 las tasas de desempleo fueron bajas en México, dando como resultado una pronunciada disminución de los salarios y el crecimiento del sector informal. Pues en nuestros tiempos la situación ha empeorado, ya que hemos llegado a niveles más graves aun.

Se ha registrado una paulatina proletarización de la clase media mexicana junto con un endeudamiento de personas y familias enteras. En el caso de familias en situación de pobreza, la mayor cantidad se concentra en los municipios con altos índices de población indígena, que continúan siendo los más atrasados en nuestro estado y en todo el país.

Ante los desafíos que nos presentan los problemas antes señalados, existe la amenaza de la inercia: «… el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia, en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad». (Aparecida Nº 12), situación que lleva a la persona a caer en el conformismo.

La realidad que enfrentamos se nos presenta como una gran amenaza, y celebrar la Navidad en este contexto llama a los cristianos a revalorarnos ante la humildad del pesebre. Las situaciones de pobreza, violencia, inseguridad y droga, entre otras, cuestionan nuestro compromiso por encarnar la fe que profesamos.

El ritmo constante y acelerado con que recibimos noticias de nuevos acontecimientos o de nuevas dimensiones que van tomando los problemas, pareciera arrastrarnos a un temor angustioso por el futuro incierto, y podría llevar a algunos a reacciones de pánico o desesperación. Pero los cristianos, apoyados en la sabiduría del Evangelio, debemos encarar los retos presentes en su objetividad, así como el futuro que razonablemente podemos prever. Conservando siempre la serenidad y manteniendo la fortaleza que nos da la confianza en Dios, ocupémonos del ahora concreto como nos enseñó Jesús: «A cada día le basta su propio afán» (Mt 6, 34).

El Nacimiento de Cristo, el Señor, es un acontecimiento de salvación capaz de imprimir renovada esperanza a la existencia de todo ser humano en medio de cualquier situación difícil y hasta desesperada: «y esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Este signo de salvación y de esperanza nos habla también a nosotros. Dios se abre al hombre, indudablemente; pero nosotros ¿estamos dispuestos a abrirnos a Dios?

Los problemas ingentes que hoy nos aquejan no pueden responderse dentro y fuera de la Iglesia con actitudes conformistas e individuales: la formación en el conocimiento de los nuevos retos sociales y en el cómo debemos confrontarlos desde el pensamiento cristiano es un desafío que espera una respuesta de toda la comunidad creyente. Hay que contemplar al Niño Jesús en su pesebre y, desde allí, entender y atender al plan querido por Dios para la familia humana.

En primer lugar, la Encarnación del Verbo es la culminación del plan que sobrepasa todos los límites de la razón humana y en el que se nos revela Dios, pues sale de sí mismo para poner su vida divina en el corazón de los humanos: «en esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él» (1ª de Juan 4, 9), y el Espíritu Santo cubrió con su sombra a María (cf Lc 11, 35). El amor de Dios se hace presente en el tiempo y en el espacio por la Encarnación del Verbo, cuya epifanía, el Nacimiento de Jesús, nos revela que Él va en búsqueda de la persona humana para mostrarle su dignidad.

Esta Navidad es una invitación a no tener miedo, a reencontrar la alegría y la esperanza que es Jesucristo. Dios está esperando que le abramos el corazón, seguros de que Cristo no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de plenitud, porque Él ama nuestra felicidad también: «¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo y encontrarán la verdadera vida». (Benedicto XVI, Misa de imposición del palio).

Por otra parte, no olvidemos que la salvación nunca viene de manera individual. Para hacer frente a las muchas situaciones difíciles en que vive nuestro pueblo, la imagen de un pueblo en marcha habla de la actitud propia de los creyentes, siempre en camino, nunca instalados, sino en constante cambio, pero nunca solos. Hay que formar comunidad y actuar como comunidad.

De manera semejante a la de Juan Bautista, necesitamos poner a la escucha nuestras conciencias y sentirnos impulsados por el grito profético: «Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos».

Necesitamos revisar nuestra vida de comunidad eclesial y, de ella, quizás habría que pedir perdón por la apatía y silencio que hemos guardado, por tantos errores y omisiones en la formación de nuestra conciencia y en sus consecuencias sociales. Tal vez hemos renunciado a nuestros compromisos ciudadanos o como padres y educadores de nuestros hijos, o como esposos, o como miembros de una comunidad que requiere de la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien de todos y cada uno.

Celebrar la Navidad es tomar conciencia de que Cristo se hizo para toda la familia humana luz y camino de vida, para hacer conciencia de que el seguimiento de Cristo nos lleva exigentemente a proclamar su Evangelio. Solos no podemos. Con nuestros medios no podremos hacer frente a los desafíos que hemos mencionado. Necesitamos retomar el camino que en algún momento extraviamos al confiar más en los recursos humanos que en Dios; pero no olvidemos que para esto se requiere una nueva formación.

«A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva’». (Aparecida Nº 12).

Necesitamos reconocer, a ejemplo de Juan Pablo II, que hemos cometido errores, tal vez en la evangelización, tal vez en la formación de los más pequeños de nuestras familias o comunidades, tal vez al celebrar nuestra fe con liturgias que no favorecen el encuentro con Cristo, o con una catequesis que no contribuye a formar la conciencia social de los católicos para encarnar el Evangelio.

Como fruto de esta Navidad, necesitamos discernir los compromisos de los cristianos en la vida pública: el primero de ellos, formarnos más, y prepararnos en las responsabilidades que cada quien tiene en la familia, en el trabajo, en colonias, así como en la parroquia, en la educación… y todo esto como ciudadanos que somos.

También hace falta imaginar nuevas iniciativas de acción y de sensibilización de la comunidad; mas por otra parte, gracias a Dios, junto a nuestras debilidades hay un gran acervo de solidaridad con el hermano que sufre, como se ha manifestado en los apoyos que las comunidades eclesiales brindamos a los damnificados en distintas coyunturas, más recientemente en los que han sufrido por las inundaciones en Minatitlán y Tabasco. Dios pague a todos los que han contribuido con su ayuda, y los invitamos a seguir sumando esfuerzos en la reconstrucción de las familias que periódicamente se han visto afectadas por crecidas de ríos y huracanes y con las heladas del invierno.

Los cristianos podemos testimoniar de una manera diferente el quehacer de la vida social precisamente como una riqueza, una fuente de esperanza (cf Hch 2, 42-47). Asimismo, necesitamos reactivar la vida de la comunidad eclesial, la catequesis, las homilías… nos hace falta formar la conciencia social y llenar con toda nuestra alegría y participación nuestras celebraciones litúrgicas para que después puedan tener consecuencias en nuestra vida práctica.

Pedimos que esta Navidad sea una preparación más intensa para mirar la realidad a la luz de Cristo, que ilumina nuestra conciencia para acercarnos al Misterio de la Encarnación, con la sed y el ánimo de renovar nuestro testimonio de encuentro con Cristo, que es el gran acontecimiento de nuestras vidas.

Que María, Madre de la Iglesia, que dio a luz al Rey, interceda en favor de la Patria.

¡Feliz Navidad!

+ José Guadalupe Padilla Lozano
Obispo emérito de Veracruz

+ Sergio Obeso Rivera
Arzobispo emérito de Xalapa

+ Lorenzo Cárdenas Aregullín
Obispo de Papantla

+ Marcelino Hernández R.
Obispo de Orizaba

+ Luis Felipe Gallardo
Obispo de Veracruz

+ Eduardo Patiño Leal
Obispo de Córdoba

+ José Trinidad Zapata
Obispo de San Andrés Tuxtla

+ Rutilo Muñoz Zamora
Obispo de Coatzacoalcos

Pbro. Julio Reyes Piñón
Administrador Diocesano de Tuxpan


+ Hipólito Reyes Larios
Arzobispo de Xalapa

© 2008 CEM :: CONFERENCIA DEL EPISCOPADO MEXICANO

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