jueves, 9 de abril de 2009

Viernes Santo - Entre la Locura y el Escándalo. La Cruz de Cristo


Entre la Locura y el Escándalo

La Cruz de Cristo

La Cruz de Cristo se ha convertido en el emblema universalmente conocido del cristianismo, pero, ¿porqué los cristianos adoramos el instrumento de tortura en donde falleció nuestro Salvador?, ¿Hasta donde es válido este cuestionamiento tan contradictorio para las culturas y para los hombres?

Haciendo un poco de historia podemos decir que la práctica antigua de la crucifixión es sin duda de origen persa; la utilizaron en primer lugar los "bárbaros" como castigo político y militar para las personas de alto rango. Más tarde la adoptaron los griegos y los romanos. Estos últimos la aplicaban sólo para las clases bajas y los esclavos como medio de persuasión. También se aplicaba a los extranjeros sediciosos, a los criminales y a los bandidos, por ejemplo, en Judea en las diferentes agitaciones políticas.

A la crueldad propia del suplicio de la crucifixión - que daba libre curso a muchos gestos sádicos- correspondía su carácter infamante, escandaloso y hasta "obsceno". El crucificado se veía privado de sepultura y era abandonado a las bestias de rapiña. A nadie se le ocurriría encontrar alguna dignidad en el que padecía sus sufrimientos con valentía. Dado lo anterior podemos comprender la fuerza de la "locura" y del "escándalo" de la cruz que los primeros cristianos presentaban como un mensaje de salvación.

La crucifixión de Jesús nos es bien conocida por los relatos evangélicos; así mismo en el plano de la historia es atestiguada tanto por paganos (Tácito) como por judíos (Flavio Josefo).

Pablo es quien con mayor efusión trata el tema de la cruz desde un movimiento que va del horror escandaloso a la comprensión de su ministerio salvífico, entre los diversos textos podemos mencionar: Hebreos 2,36; 2, 23; 4, 10; 10, 39, 13, 29. Estos textos pertenecen a la confesión primitiva de la fe en donde ya los primeros mártires trataban de imitar a Cristo en su pasión. Entre los himnos litúrgicos primitivos que celebran en la alabanza el acontecimiento de Jesús están: Filipenses 2, 6-11 y Colosenses 1, 12-20. Esta predicación provocó tal reacción de la oposición tanto de los judíos como de los paganos hasta el punto que Pablo proclamara que "la locura" a los ojos de los hombres expresa la más alta sabiduría y el más inmenso poder de Dios: " los judíos piden milagros y los griegos buscan la sabiduría; pero nosotros predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos; en cambio, para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y sabiduría de Dios, porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los hombres" (1 Corintios 1, 18-25).

Sin embargo, los cristianos tardaron algún tiempo en representar la cruz y sobre todo al crucificado. La causa de ello es sin duda el horror vinculado a este tipo de suplicio. La victoria de Constantino, ligada a la visión que tuvo el emperador de la insignia de la cruz, llevó a la difusión en los escudos y en las monedas del monograma de Cristo compuesto por las dos primeras letras de esta palabra; lo anterior sumado al descubrimiento de la "vera cruz" atribuido tradicionalmente a Santa Elena alrededor del siglo IV contribuyó al desarrollo de su culto en la Iglesia, al mismo tiempo de la devoción a los santos lugares por la construcción de basílicas ( en Jerusalén la Basílica del Santo Sepulcro y en Roma la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén) y en la liturgia en la adoración de la Santa Cruz, que precisamente inició en Jerusalén con la adoración a la reliquia de la Santa Cruz, dando origen con el paso del tiempo a congregaciones y órdenes religiosas que se consagrarán al misterio de la cruz (cruceros, pasionistas, etc.) El signo de la cruz ha seguido siendo hasta hoy el signo que todos los días traza sobre sí mismo el cristiano, invocando a la Trinidad.

Así mismo, la cruz de Cristo es la única respuesta definitiva al sufrimiento de los hombres. La cruz no es un discurso ni mucho menos una teoría. Es un acontecimiento: el encuentro de Dios mismo con el sufrimiento. Es un acto de libertad divina que mantiene juntos los dos rostros del sufrimiento, su horror y su belleza. Su horror porque se trata del sufrimiento del justo y del inocente en el más escandaloso suplicio que pueda existir, ya que para los judíos un cadaver era impuro y el colgar del árbol significaba el signo de la maldición de Dios. De belleza, porque la manera de sufrir de Jesús es ya su transfiguración y una victoria. Jesús ama sufriendo y sufre amando. Es nuestra salvación la que cuelga del árbol de la cruz. Después de la cruz el sufrimiento mismo toma una nueva dirección a los ojos del cristiano.

Por tanto si al cristiano se le invita a sufrir con Cristo, a tomar su cruz y a seguirle, se trata ante todo de una invitación a amar con Cristo.

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