jueves, 23 de julio de 2009

Homilía al inicio del Año Sacerdotal. Mons. Mario de Gasperín Gasperín Obipso de Querétaro


Hermanos presbíteros,
Hermanos peregrinos,
Hermanas y hermanos todos:


1. “El sacerdocio es un don del amor del Corazón de Jesús” hacia nosotros, decía el santo párroco de Ars san Juan María Vianney, en cuyo honor el papa Benedicto XVI acaba de proclamar el “Año sacerdotal”, que hoy aquí declaro inaugurado para toda la Diócesis en esta magna celebración eucarística.

Sí, queridos hermanos y hermanas: Nosotros vivimos del amor de Dios manifestado en su Hijo Jesucristo, cuyo signo preclaro es su corazón abierto y traspasado. De ese corazón brotó la Eucaristía, de allí nació la Iglesia y de allí recibimos el Sacerdocio, que es el que hace posible la santa Eucaristía y la santa Iglesia, porque sin sacerdote no existe la Iglesia ni es posible la Eucaristía. Si nosotros comprendiéramos la grandeza del sacerdocio cristiano, decía el santo párroco de Ars, moriríamos, no te temor sino de amor. En el sacerdote se concentra, en acto supremo de poder y humildad, la omnipotencia divina: “¡Dios me obedece!”, decía el santo párroco de Ars, pues cuando pronuncio las palabras de la consagración, Él está aquí en el altar. Eso, comentaba, ni la Virgen Santísima lo puede hacer; y el santo sacerdote caía de rodillas en actitud de adoración y, contemplando la Hostia consagrada, señalaba a los fieles: “Allí está Él”. Así, creyendo y adorando, educaba en la fe eucarística a sus rudos feligreses.

2. La intención del Papa es la siguiente: “Este año (sacerdotal), dice, desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo” (Carta, 18 de Junio, 09). Todos los sacerdotes renovamos cada año en la Misa crismal nuestras promesas sacerdotales. Hoy lo vamos a hacer aquí para expresar ante Dios y ante ustedes, nuestro deseo de servirles en las cosas de Dios. Es verdad; fuimos ordenados sacerdotes “para siempre”. El Señor juró comunicarnos su sacerdocio de manera irrevocable, para toda la eternidad. El Señor lo cumple. Nadie puede dejar de ser sacerdote. Lo que se nos pide a los ministros de Dios es que permanezcamos fieles a ese juramento divino del cual fuimos beneficiarios a favor de ustedes. Nadie se ordena sacerdote por sí mismo ni para sí mismo, sino que es elegido por Dios para servir a los demás, para regir, santificar y enseñar las cosas de Dios. Esta tarea se recibe como regalo de Dios, no se merece, sino que continuamente hay que pedirla con humildad, alentarla con la oración e iluminarla con la palabra de Dios. El Papa nos habla de “renovación interior”, que opera en nosotros el Espíritu Santo. Sólo la fuerza de Dios puede sostener nuestra debilidad.


3. Ahora bien, el sacerdocio es un oficio que compete a toda la Iglesia. Es para el servicio del pueblo de Dios, para ustedes y a ustedes, hermanos, debe interesar desde el cultivo de las vocaciones sacerdotales su formación y la oración por sus sacerdotes. Cada familia debería estar capacitada espiritualmente y dispuesta a ofrecer un hijo para que sea sacerdote o misionero; es deber de cada católico apoyar a su seminario, y de toda la comunidad el orar y cuidar a sus sacerdotes. Este es el sentido profundo del “Año sacerdotal”: Que toda la Iglesia estime, aprecie, cuide y ore por sus sacerdotes para que seamos fieles a la gracia del llamado de Cristo a favor de ustedes. Por eso el lema propuesto por el Papa: “Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”; así el testimonio evangélico del sacerdote en el mundo de hoy será “más intenso e incisivo”. Sí, más intenso e incisivo para que el mensaje del sacerdote tenga la fuerza de penetrar la mente y el corazón del hombre moderno tan inflado de soberbia, que cree saberlo y poderlo todo, saturado de prejuicios contra la iglesia, de resentimientos contra Dios y blindado por una ignorancia religiosa difícil de superar.


4. Cuando san Juan María Vianney llegó a su parroquia en Ars había muy poco amor de Dios en sus fieles, sus “pobrecitos pecadores” como él les llamaba. Comenzó por hacer de la misa el centro de su vida y de su pastoral, celebrando con piedad la eucaristía y pasando horas enteras en adoración ante el santísimo Sacramento. La renovación de su parroquia se inició a partir de la santa Eucaristía. Al mismo tiempo instauró el catecismo e inició con la predicación, acompañada con las obras de servicio a los pobres, la evangelización de sus gentes; pero lo que más impresionó a los visitantes fueron las largas colas en su confesionario: muchas, muchas horas escuchando a los pecadores. Bien sabía que Señor no desprecia a un corazón contrito y humillado. Creía en la gracia y en el perdón de Dios y lo ofrecía a raudales a sus fieles. Fueron tres los lugares privilegiados de su ministerio sacerdotal: El altar, el púlpito y el confesionario. Ningún sacerdote puede resignarse a ver vacío el confesionario de su parroquia, comentará el papa Benedicto XVI en su carta. En estos tiempos modernos habrá que añadir otras muchas tareas al oficio parroquial, como son las reuniones de estudio o de retiro espiritual, la escuela parroquial, las juntas de Consejo. Para eso, nos recuerda el Papa, habrá que hacerse acompañar del ministerio de los fieles laicos y dejar florecer los carismas que nunca faltan en la comunidad.


5. El Corazón de Jesús, de donde brotó nuestro sacerdocio, es un corazón coronado de espinas, nos recuerda el Papa Benedicto; y añade: “así, pienso en las numerosas situaciones de sufrimiento que aquejan a muchos sacerdotes, porque participan de la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones o por las incomprensiones de los destinatarios mismos de su ministerio. ¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de su sangre?”. Todos ustedes, especialmente los mayores, recordarán a lo largo y ancho de nuestra diócesis, el testimonio heroico de numerosos sacerdotes, algunos casi legendarios, que en tiempos difíciles de la persecución religiosa y en los inmediatos posteriores, ofrendaron sus vidas en su ministerio y gracias a ese testimonio ustedes ahora tienen fe y pertenecen a la Iglesia de Jesucristo. El testimonio de obispos santos como San Rafael Guízar Valencia y de mártires insignes salidos de entre las filas sacerdotales, coronan este nutrido grupo de testigos de Cristo. Si algún hermano sacerdote llega a faltar a sus compromisos sacerdotales, cosa que siempre tendremos que lamentar, pidamos a Dios que la sangre y las lágrimas de todos estos mártires y sacerdotes insignes, cubran sus debilidades y laven sus faltas. Nosotros nunca nos hagamos cómplices de quienes lucran y negocian con la honra de los demás, menos con la de un sacerdote.


6. Hermanos peregrinos: La tradición de nuestra peregrinación quiere que acerquemos, por primera vez, a estos pequeños y jóvenes a la santa Eucaristía. Lo hacemos con gratitud al Señor por tan gran don. Invito a cada uno de ustedes a recordar el día de su Primera Comunión, a tener presente a sus padres, padrinos y, sobre todo, al sacerdote que se las dio por vez primera. Quizá para algunos de nosotros, los presbíteros, haya sido el momento del llamado de Dios. En la Comunión, no solo llega la gracia de Dios al alma del comulgante, sino que el mismo Autor de la gracia, Jesucristo, toma posesión de su corazón. Hagámosle a Jesús en nuestra vida el lugar que sólo a Él le corresponde y que quizá ahora ocupen otros amores u otros intereses, a quienes no pertenece nuestro corazón. Pidámosle a Jesús que nunca nos falte en nuestra vida la presencia y la cercanía de un sacerdote pues, como decía el santo párroco de Ars, “si vemos bien nuestra vida, caeremos en la cuenta de que las bendiciones de Dios nos ha llegado por medio de un sacerdote”. A mis hermanos sacerdotes les agradezco, en nombre de la Iglesia y de Jesús el Buen Pastor, su celo sacerdotal, su próvida colaboración y su oración ante el Señor y su Madre Santísima. Ésta especialmente se las pido, lo mismo que a todos ustedes Hermanos peregrinos, a los pies de nuestra Madre Santísima de Guadalupe, cuando lleguemos con su favor al Tepeyac. Que santa María de Guadalupe, la Madre de Jesús, nuestro Gran Sacerdote, cuide y bendiga a todos nuestros sacerdotes. Que así sea. Amén.




+ Mario De Gasperín Gasperín
Obispo de Querétaro

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