domingo, 13 de septiembre de 2009

Mensaje del Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera en el Centro Cultural México- Turquia


México, D.F. 10 de septiembre 2009


Señores Directores del Centro de Intercambio Cultural México-Turquía.

Señor Embajador de Turquía en México

Autoridades del Gobierno Mexicano

Señoras y señores:

Quiero manifestar mi alegría por estar entre ustedes en este Centro de intercambio cultural entre dos naciones de grandes tradiciones culturales y religiosas, México y Turquía, y de grandes experiencias de hospitalidad y apertura hacia las distintas naciones del mundo. México inició una nueva etapa de su historia en la llamada revolución de 1910, al tiempo que Turquía inicia con Mustafá Kemal Ataturk su etapa de modernidad. También debemos destacar el esfuerzo contemporáneo de un México más abierto a la democracia y al reconocimiento de los derechos humanos fundamentales, señaladamente el de la libertad religiosa, tal como comienza a suceder también en la historia de Turquía, deseosa de abrir sus espacios hacia la Europa occidental con quien tiene fuertes vínculos.

Al pensar en la gran nación turca, desde siempre puente entre oriente y occidente, puerta entre el continente asiático y el europeo, no puedo dejar de señalar la historia antigua de este gran territorio que guarda una estrecha relación con la cultura helenista y romana y, muy especialmente, con los orígenes de las primeras comunidades de la Iglesia, siendo la patria de uno de los principales forjadores de nuestra tradición cristiana: san Pablo de Tarso y siendo la segunda patria de uno de los más notables apóstoles, san Juan el evangelista, con quien se vincula en una antigua tradición la permanencia de la Virgen María en Éfeso. Tampoco puedo dejar de recordar los grandes momentos en el desarrollo de la Iglesia a través de los concilios de los siglos IV y V, de Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia, todos dentro de este territorio que se organizó en torno al patriarcado de Constantinopla, caminando por varios siglos junto al imperio bizantino, y que nos ha dejado, como testimonio imperecedero, la Basílica de Santa Sofía, en la actualidad una gran mezquita de Estambul.



Son muchas las historias que podríamos recordar, historias de culturas y pueblos que hoy forman una nueva realidad, tal como sucede también en México, donde sus culturas antiguas y sus habitantes originales se han transformado y se han enriquecido con el encuentro nuevas culturas y nuevos contingentes humanos. Nunca ha sido fácil para los pueblos el desarrollo de su historia, y no es la excepción ni para México, ni para Turquía. Hoy, sin embargo, tienen una fisonomía propia y buscan desplegar su identidad hacia el futuro en pacífica convivencia con las demás naciones. Por ello quiero manifestar mi aprecio por este singular centro de intercambio cultural en el que nos encontramos reunidos esta noche.



Hay un motivo que nos anima a compartir este momento no solo como ciudadanos de un país, unos de México, otros de Turquía, sino también como herederos de una gran tradición religiosa, el reconocimiento del único Dios, que desde el Patriarca Abraham nos lleva por caminos paralelos en la búsqueda y en la obediencia del Altísimo, del único Santo, Señor y dador de vida, Señor del universo todo. Quiero recordar las palabras con que el Concilio Vaticano II, nos anima a fortalecer nuestros lazos de amistad cuando dice que “La Iglesia mira con aprecio a los musulmanes, que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abrahán, a quien la fe islámica se refiere de buen grado. Veneran a Jesús como profeta… honran a María, su madre virginal, y a veces incluso la invocan devotamente. Además, esperan el día del juicio, cuando Dios recompensará a todos los hombres una vez que hayan resucitado. Aprecian, por tanto, la vida moral y veneran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno. Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones y enemistades entre cristianos y musulmanes, el santo Sínodo exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua, defiendan y promuevan juntos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres” [1] .



Un gran amigo de México, en la fe y en el testimonio del único Dios, el Papa Juan Pablo II, visitó nuestros dos países hace treinta años. Fue él quien expresó “México siempre fiel” al contemplar nuestra religiosidad, y en su visita a Turquía a finales del mismo año en 1979, decía, “Me pregunto si no será urgente, precisamente hoy en que los cristianos y los musulmanes han entrado en un nuevo periodo de la historia, reconocer y desarrollar los vínculos espirituales que nos unen, a fin de “defender y promover juntos la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad” [2] .



También es oportuno recordar las palabras que dirigió el Papa Benedicto XVI a las autoridades turcas durante su visita en 2006, donde dijo: “espero que lleguemos a conocernos mejor, fortaleciendo los vínculos de afecto entre nosotros, con el deseo común de convivir en armonía, en paz, y con confianza mutua. Como creyentes, encontramos en la oración la fuerza necesaria para superar todo rastro de prejuicio y dar un testimonio común de nuestra firme fe en Dios” [3] .



Quiero hacer mías todas estas expresiones que muestran la actitud de apertura y respeto de la Iglesia católica hacia el mundo musulmán en general y el pueblo turco, en especial. Una actitud que debe ir más allá de discursos y pronunciamientos, a los hechos concretos en la relación de las personas y en la apertura de caminos de confianza, de dialogo y mutuo aprecio, por nuestras inquietudes espirituales y nuestros valores comunes. Hoy debemos manifestar juntos nuestro amor y respeto a la vida como don de Dios, nuestro compromiso con el reconocimiento de la dignidad humana y vocación a la trascendencia. Juntos podemos buscar que haya un verdadero respeto a la libertad religiosa y al derecho de los creyentes para participar en la construcción de la sociedad a la que pertenecen.



No cabe duda que una de las grandes acciones que debemos manifestar mucho más a menudo al mundo y a la cultura de hoy, es nuestra convivencia en armonía y en paz, dentro de nuestra común búsqueda de Dios. Un mundo que se destruye entre el odio y la violencia debe contemplar que nuestros caminos hacia Dios nos unen en el respeto y el aprecio, y nos llevan a dar un testimonio común de amistad, sin dejar las propias convicciones y sin confundir nuestros propios caminos hacia Dios. El mundo de hoy espera de nosotros signos más coherentes de reconciliación y fraternidad. Son los odios los que impiden a muchos encontrar caminos hacia el Verdadero Dios, es la violencia la que aleja a muchos de la verdadera esperanza. Cuando avanza en muchos ambientes la incredulidad y el materialismo, cuando entre muchos jóvenes de nuestro tiempo hay un vacío espiritual, se hace más urgente mostrar con sencillez y coherencia la alegría de la fe y la capacidad de compartir la riqueza de nuestras tradiciones religiosas.



Quiero manifestar como Arzobispo y Pastor de esta iglesia Arquidiocesana de México mi gratitud por esta deferencia de hacernos participar en la ruptura del ayuno de este día, en el mes de Ramadán, dentro de los últimos diez días que, de acuerdo a la tradición, debe ser el periodo más intenso. Compartimos el sentido religioso del ayuno, como escuela de disciplina y de piedad, no solo por la abstinencia de los alimentos, sino también por el crecimiento moral que implica, al exigirnos de manera personal, dejar de lado malas acciones y desarrollar nuestra generosidad hacia los demás. Compartimos el sentido religioso del ayuno, que desde tiempos antiguos acompaña a los todos los fieles como una expresión de renuncia a las cosas importantes de la vida, como preparación para recibir una mayor experiencia de Dios.



Mi gratitud por esta iniciativa para reunirnos, mi aprecio por este testimonio de religiosidad que nos edifica mutuamente.



Que Dios nos bendiga a todos, ¡Sólo Dios es grande!

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[1] Documentos del Concilio Vaticano II (1962-1965), Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Declaración Nostra Aetate) #3.



[2]Viaje Apostólico de su Santidad Juan Pablo II a Turquía, Homilía en la liturgia celebrada para los católicos de Ankara, #3. 20 de noviembre 1979. L´Osservatore Romano, edición en español, 9 de diciembre 1979, p 8.



[3] Viaje Apostólico de su Santidad Benedicto XVI a Turquía, Discurso del Santo Padre durante el encuentro con el Presidente del Departamento de Asuntos Religiosos de Turquía, 28 de noviembre 2006.

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