domingo, 25 de marzo de 2012

Saludo de Mons. Carlos Aguiar Retes Presidente de la CEM y del CELAM

Santo Padre:

Los Obispos de México, los Obispos Latinoamericanos y los de América del Norte, representados por los Presidentes de las Conferencias Episcopales o por su delegado, le damos la más cordial bienvenida, agradeciendo la gracia que nos concede de este significativo encuentro en esta Catedral de León.



Hace casi cinco años tuvimos la dicha de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe celebrada en Aparecida, Brasil, y que Usted, Santo Padre, tuvo a bien inaugurar orientando magistralmente nuestros trabajos con su palabra llena de esperanza para afrontar los grandes desafíos del Siglo XXI.



Hoy, podemos decirle, que el fruto de Aparecida se experimenta en la Iglesia que peregrina en este Continente. La Nueva Evangelización está en marcha mediante la convocatoria y compromiso episcopal de la Misión Continental, que actualmente ha sido extendida con aceptación y convicción por los agentes de pastoral de nuestras Diócesis.


Hemos seguido su indicación cuando en Aparecida nos dijo: Hemos de fundamentar nuestro compromiso misionero y toda nuestra vida en la roca de la Palabra de Dios[1]. En estos cinco años, el principal factor que ha impulsado, con grandes frutos, nuestro trabajo pastoral ha sido la Palabra de Dios. Especialmente con la práctica de la Lectio Divina se está poniendo al alcance de los fieles católicos, quienes como oyentes de la Palabra, van tomando conciencia de su ser: discípulos misioneros de Jesucristo. Así, escuchando la voz del Maestro asumen el compromiso de darlo a conocer, y crecen en la valoración de la vida sacramental estrechando la comunión e intimidad con el Señor de la Vida y de la Historia.


Nos llena de esperanza constatar que dicho dinamismo espiritual y pastoral va despertando la conciencia de los fieles laicos para participar activamente en los distintos ámbitos familiar, laboral y social con la clara finalidad de ser ellos, levadura que aporte los valores evangélicos ante los nuevos escenarios de nuestro tiempo; ya que recordamos su palabra cuando en Aparecida nos advirtió: Las estructuras justas son una condición indispensable para una sociedad justa, pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal[2].
Santo Padre, Usted nos ha dicho la fe sólo crece y se fortalece creyendo[3]. Por eso, con inmensa alegría constatamos en la marcha de la Misión Continental que el compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cristiano del amor de Cristo[4]. Constatamos que la Iglesia está viva, por ello, los Obispos aquí presentes del Continente de la Esperanza y del Amor, siguiendo el ejemplo de Su Santidad, manifestado en su homilía en el solemne inicio del Ministerio Petrino, le expresamos ahora, que nuestro programa de gobierno pastoral es sumarnos filialmente a Su Persona y Ministerio para ponernos junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y de la voluntad del Señor y dejarnos conducir por Él, de tal modo que sea él mismo, quien conduzca a la Iglesia en esta hora de nuestra historia[5].

Confiamos que el mismo Espíritu, que hace 50 años condujo a la Iglesia a reflexionar sobre su ser y misión, y nos regaló la gracia del Concilio Ecuménico Vaticano Segundo, siga conduciendo el caminar de la Iglesia en este nuevo contexto cultural. Por ello, Santo Padre, le agradecemos la hermosa, y seguramente fecunda iniciativa del año de la Fe, con el que recordaremos dicho acontecimiento y renovaremos la conciencia eclesial de su vigencia y necesidad de asumirlo como brújula para este siglo XXI, siguiendo su indicación de leerlo y acogerlo guiados por una hermenéutica correcta para desarrollar con gran fuerza la renovación siempre necesaria de la Iglesia[6]. Sabemos que la Iglesia al dejarse conducir fielmente por el Espíritu Santo cumple con creces su misión.

Me parece oportuno recordar que el pleno de la Conferencia Episcopal Mexicana, el pasado 20 de abril de 2009, en la Insigne y Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, acompañados de una inmensa multitud de fieles de todo el País, renovamos la consagración de la Iglesia que peregrina en México al Espíritu Santo. Nos motivó hacerlo la fe y la esperanza que mostraron los Obispos de México al inicio del siglo XX, cuando nuestro pueblo sufría no solo las consecuencias de una violenta revolución social, sino también un dramático y trágico conflicto religioso entre la Iglesia y el Estado. Hoy también confiamos que el auxilio divino se derrame en este País para afrontar y superar los nuevos y complejos problemas que nos aquejan. A los pies de Nuestra Madre Santa María de Guadalupe hemos suplicado a Dios Padre, que renueve la promesa de su Hijo Jesucristo de enviar al Espíritu Santo para conducir a la Iglesia, y pueda así cumplir cabalmente su misión.

Santo Padre, estamos deseosos de escuchar su palabra, estamos convencidos de la comunión eclesial, y desde esa convicción de fe abrimos nuestros oídos y nuestro corazón para que este encuentro sea la ocasión propicia de reavivar el celo apostólico y nuestro compromiso misionero, y llevar a cabo la propuesta que Usted, Santo Padre, hizo desde el inicio de su Ministerio Petrino y ha replanteado para este año de la fe: la Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida y la vida en plenitud[7].

Que Cristo, Nuestro Redentor nos acompañe ahora y siempre. ¡Bienvenido Santo Padre, está Usted en su casa!

+ Carlos Aguiar Retes

 

[1] DIA No. 3
[2] DIA No. 4
[3] Porta Fidei No. 7
[4] Porta Fidei No. 7
[5] Homilía del Santo Padre, Domingo 24 de abril de 2005.
[6] Porta Fidei No. 5
[7] Porta Fidei No. 2

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