martes, 23 de diciembre de 2008

Mensaje de Navidad. Mons. Maximino Martínez Miranda. Obispo de Ciudad Altamirano

Mensaje de Navidad

A todos mis hermanos de Tierra Caliente

Queridos hermanos:

En este tiempo tan hermoso de la Navidad, les invito a buscar juntos, caminos de justicia y de paz, que nos permitan vivir con autenticidad y alegría el Misterio de la Encarnación y Nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo..

Retos, que hemos de superar. Nuestro País vive en estos tiempos, una ola de violencia que genera pobreza de valores en la población. Particularmente en nuestra Tierra Caliente, se ha constatado desde hace varios años, la presencia de diversos cárteles de la droga, que comienza a ser tan peligrosa como en otras partes del país, los narcóticos.Otro fenómeno, el secuestro contra la libertad y la dignidad de las personas y una fuente de angustia indescriptible para su familia.


Ante estos desafíos, la vida cotidiana de la Iglesia, la fe, se va desgastando y degenerando en mezquindad» (Aparecida Nº.12), situación que lleva a la persona a caer en el conformismo ante la cultura de la muerte.

Celebrar la Navidad en este contexto, llama a los cristianos a revalorarnos ante la humildad del pesebre. «Y esto les servirá de señal: encontrarán un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2, 12). Este signo de salvación y de esperanza nos habla también a nosotros. Dios se abre al hombre, indudablemente; pero, nosotros, ¿estamos dispuestos a abrirnos a Dios?

La situación de pobreza, violencia, inseguridad y droga, entre otras, cuestionan nuestro compromiso por encarnar la fe que profesamos.

El Nacimiento de Cristo, el Señor, es un acontecimiento de salvación capaz de imprimir renovada esperanza a la existencia de todo ser humano, en medio de cualquier situación difícil y hasta desesperada.

La formación en el conocimiento de los nuevos retos sociales y en el cómo debemos confrontarlos desde el pensamiento cristiano, es un desafío que espera una respuesta de toda la comunidad creyente. Hay que contemplar al Niño Jesús en el pesebre y, desde allí, entender y atender el plan querido por Dios, para toda la familia humana.

En primer lugar, la Encarnación del Verbo es la culminación del plan que sobrepasa todos los límites de la razón humana y en el que se nos revela Dios, pues sale de sí mismo para poner su vida divina en el corazón de los humanos: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene, en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él» (1ª Jn 4, 9), y el Espíritu Santo cubrió con su sombra a María (Lc 11, 35). El amor de Dios se hace presente en el tiempo y en el espacio por la Encarnación del Verbo, cuya epifanía, el Nacimiento de Jesús, nos revela que Él va en búsqueda de la persona humana, para mostrarle su dignidad.

Esta Navidad es una invitación a no tener miedo, a reencontrar la alegría y la esperanza, que es, Jesucristo. Dios está esperando que le abramos el corazón, seguros de que Cristo no nos exige que renunciemos a nuestros anhelos de plenitud, porque Él ama nuestra felicidad también: «¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él recibe el ciento por uno. ¡Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo y encontrarán la verdadera vida!» (Benedicto XVI).

Celebrar la Navidad es tomar conciencia de que Cristo se hizo para toda la familia humana, luz y camino de vida. Por lo tanto, el seguimiento de Cristo nos lleva, exigentemente, a proclamar su Evangelio como sus discípulos y misioneros.

«A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que ‘no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y con ello, una orientación decisiva’» (Aparecida Nº 12).

Como fruto de esta Navidad, necesitamos discernir los compromisos de los cristianos en la vida pública: el primero de ellos, formarnos más, y prepararnos en las responsabilidades que cada quien tiene, en la familia, en el trabajo, en las comunidades, así como en la parroquia, en la educación, etc.

Los cristianos podemos testimoniar de una manera diferente el quehacer de la vida social, precisamente como una riqueza, fuente de esperanza. Asimismo, necesitamos reactivar la vida de la comunidad eclesial, la catequesis, las homilías, etc., nos hace falta formar la conciencia social y llenar con toda nuestra alegría y participación nuestras celebraciones litúrgicas, para que después puedan tener consecuencias en nuestra vida práctica.

Por otra parte, no olvidemos que la salvación nunca viene de manera individual. Para hacer frente a las muchas situaciones difíciles en que vive nuestro pueblo, la imagen de un pueblo en marcha, habla de la actitud propia de los creyentes, siempre en camino, nunca instalados, sino en constante cambio, pero nunca solos. Hay que formar comunidad y actuar como comunidad conforme a la Tercera Fase de nuestro Plan de Pastoral.

Durante el tiempo de Adviento, de manera semejante a la de Juan Bautista, nos hemos puesto a la escucha de nuestra conciencia y nos hemos sentido impulsados por el grito profético: «Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos» (Mc 1, 3). Pedimos, que esta Navidad, sea una preparación más intensa, para mirar la realidad a la luz de Cristo, que ilumina nuestra conciencia, y así acercarnos al Misterio de la Encarnación, con la sed y el ánimo de renovar nuestro testimonio de encuentro con Cristo, que es el gran acontecimiento de nuestras vidas.

Que María, Madre de la Iglesia, que dio a luz al Rey de la paz, interceda por todos nosotros.


¡Feliz Navidad!
Con mi bendición Episcopal.

+ Maximino Martínez Miranda
Obispo de Ciudad Altamirano .

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario sobre este artículo u oración, nos será de gran utilidad