viernes, 19 de junio de 2009

Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo Primado de México


Homilía
pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Norberto Rivera, Arzobispo Primado de México, en la Eucaristía Solemne de la Inauguración del Año Jubilar Sacerdotal, en la Basílica de Guadalupe
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19 de junio de 2009

Con ocasión del 150° Aniversario de la Muerte del Santo Cura de Ars. Juan María Vianney, su Santidad Benedicto XVI nos ha convocado a Celebrar, con todas las Iglesias esparcidas por el mundo y con las cuales formamos una Sola Iglesia, Un Año Sacerdotal, teniendo como lema “Fidelidad de Cristo, fidelidad del Sacerdote.”

Nos unimos a S. S. Benedicto XVI y a la Iglesia Universal deseando contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo.

El Santo Padre nos ha recordado este pensamiento del Santo cura de Ars: "El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús", Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma. Tengo presente a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de "amigos de Cristo", llamados personalmente, elegidos y enviados por Él?

Pero la expresión utilizada por el Santo Cura de Ars evoca también la herida abierta en el Corazón de Cristo y la corona de espinas que lo circunda. Y así, pienso en las numerosas situaciones de sufrimiento que aquejan a muchos sacerdotes, porque participan de la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones o por las incomprensiones de los destinatarios mismos de su ministerio: ¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de la sangre?

Sin embargo, también hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes. En este sentido, la enseñanza y el ejemplo de san Juan María Vianney pueden ofrecer un punto de referencia significativo.

Hermanos sacerdotes, ustedes son importantes no sólo por cuanto hacen sino, sobre todo por lo que son. Con el Prefecto de la Congregación para el Clero, el Cardenal Hummes, constatamos realmente que la inmensa mayoría de nuestros sacerdotes son personas dignísimas, dedicadas al ministerio, hombres de oración y de caridad pastoral, que dedican toda su vida a realizar su vocación y misión y, en muchas ocasiones, con grandes sacrificios personales, pero siempre con una amor auténtico a Jesucristo, a la Iglesia y al pueblo, solidarios con los pobres y con quienes sufren. Por eso la Iglesia se muestra orgullosa de ustedes sacerdotes.

El Santo Padre nos invita a meditar sobre la fidelidad de Cristo y nuestra fidelidad a El cómo sacerdotes. Nosotros, sus Obispos, les agradecemos esa fidelidad a Cristo y a su ministerio sacerdotal en las comunidades eclesiales, desde las distintas condiciones del mundo actual.

Les animamos a seguir como discípulos misioneros, entregados a la desafiante y apasionada tarea de la Gran Misión, desde su experiencia de encuentro y seguimiento a Jesucristo, el Señor, hasta la puesta en práctica de los programas y procesos evangelizadores, de ir familia por familia, casa por casa.

Con el Espíritu de Jesús continúen renovando la alegría de su fe, la firmeza de su esperanza, la apasionada entrega de su caridad pastoral, en el gozo del ministerio que el Espíritu Santo les ha confiado, por la imposición de las manos.

Comprendemos y compartimos las dificultades y exigencias de los tiempos presentes que estamos llamados a vivir. Somos consientes de que la mies es mucha y los trabajadores escasean. Sufrimos el sentimiento de impotencia ante tantas realidades y situaciones que nos desbordan, humana, social y personalmente, en la pastoral urbana, suburbana, poblacional o campesina; lo mismo que la profunda crisis de valores y de humanidad que estamos viviendo.

Nos duelen las heridas del Cuerpo de Cristo, especialmente aquellas que desprecian el amor que brota de su “costado abierto”; asimismo nos lastiman las incoherencias en las que tantas veces incurrimos en nuestra condición de sacerdotes. Aunque es verdad que algunos hermanos sacerdotes, en un porcentaje muy pequeño, se han visto implicados en graves problemas y situaciones difíciles; sin embargo, como padres, hermanos y amigos, con ustedes damos gracias a Dios por el don inmenso del sacerdocio ministerial que hemos recibido de Jesucristo y que estamos luchando por vivir con fidelidad amorosa.

También queremos darles las gracias a ustedes, nuestros sacerdotes, con quienes compartimos juntos la hermosa misión de anunciar el Evangelio en medio de tantas dificultades y desafíos de nuestra gran ciudad.

En consecuencia, nosotros sus Obispos, estamos decididos a que este Año Sacerdotal sea “un año positivo y propositivo”. Por eso, a nombre de la Iglesia, queremos decirles a ustedes, que estamos orgullosos de ustedes, que los amamos, que los veneramos, que los admiramos y que reconocemos con gratitud su trabajo pastoral y su testimonio cotidiano de vida Sacerdotal y, sobre todo, su ser de hombres consagrados para hacer presente a Cristo.

En Nuestra Arquidiócesis de México, la vicaría de agentes, a través del Secretariado para el Ministerio Ordenado y de la Comisión para el Presbiterio se encargará de la Coordinación General de todos el proyecto en relación con el Año Sacerdotal, teniendo siempre como objetivo presentar a nuestro pueblo cristiano la grandeza y belleza del Sacerdocio, invitando a los sacerdotes a reflexionar sobre la verdad de su vida y ministerio, en orden a vivir y actuar con más profundidad y alegría y hacer llegar la invitación de Jesús que sigue llamando a quien el quiere para el ministerio sacerdotal.

Desde ahora quiero agradecer a las hermanas que oran por nosotros y a los laicos, a las organizaciones laicales que tienen el carisma de ser colaboradores del ministerio sacerdotal.

Como lo proyectó el Papa desde el instante en que convocó este año sacerdotal, para quienes integramos la Provincia Eclesiástica de México, particularmente para los sacerdotes, es un Año cuyo espíritu confluye y viene a impulsar extraordinariamente nuestra tarea eclesial evangelizadora de la Gran Misión Continental. Para realizarla en profundidad, hemos venido caminando con generosidad y entrega, como discípulos misioneros de Jesucristo, gracias al proceso de conversión personal, pastoral y estructural, que el Espíritu santo ha vendo suscitando en nuestra Arquidiócesis.

Entremos con fe y con entusiasmo en la realización de esta feliz iniciativa de Su Santidad Benedicto XVI que ha querido dedicar un Año para nosotros los sacerdotes. Dios bendecirá nuestros esfuerzos y Santa María de Guadalupe, Madre de los Sacerdotes, profundamente vinculada a nuestra Arquidiócesis, desde el Tepeyac nos ayudará con su intercesión, para que el amor que nos apremia y transforma, vaya forjando cada día más en nosotros nuestra identidad con Jesús, sumo Sacerdote y buen Pastor.

Vivamos el don de este Año Sacerdotal en la fraternidad sacramental, pero siempre, unidos a todo el Pueblo Santo de Dios, a quien nos debemos, por quien fuimos ordenados, a quienes fuimos destinados en nuestro ministerio sacerdotal.

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