viernes, 19 de junio de 2009

Homilía pronunciada por el Emmo. Sr. Cardenal Francisco Robles Ortega Arzobispo de Monterrey. Inicio del Año Sacerdotal


Inicio del Año Jubilar Sacerdotal
18 de Junio de 2009

Hermanos todos en el Señor:

Estamos celebrando a Jesucristo, nuestro Sumo y Eterno Sacerdote, su Sacerdocio es único y es eterno, pero su Sacerdocio no es etéreo, su Sacerdocio es real y se participa de una manera muy concreta, encarnada, visible, palpable, su Sacerdocio, por ser único y eterno, nos precede; antes de que nosotros fuéramos sacerdotes ministeriales, ya muchos hombres y mujeres han participado del Sacerdocio de Cristo por el Bautismo y muchos hombres han participado del sacerdocio ministerial por el Sacramento del Orden antes que nosotros. El Sacerdocio de Cristo nos precede y nos trasciende, después de nosotros, muchos hombres van a ser escogidos y van a ser sellados con el Espíritu de Jesús para que perpetúen su Sacerdocio en este mundo. Pero, en este momento histórico, en este lugar preciso que se llama la Arquidiócesis de Monterrey, nosotros, por gracia, hemos sido hechos partícipes de este Don del Sacerdocio único y eterno de Jesucristo, nosotros ahora somos los partícipes de este Don.

El que lo vivamos juntos no es fruto del destino ciego, el que lo estemos participando nosotros ahora no es obra de la casualidad, sino que entra dentro de los planes amorosos, sapientísimos y misericordioso de Dios. Por eso, al iniciar este Año Sacerdotal, el primer sentimiento muy hondo y sincero que brota de mi corazón es agradecer el Sacerdocio que, por Gracia, se me ha participado el sacerdocio ministerial, pero agradezco y bendigo al Señor que me toque vivir y realizar este ministerio sacerdotal, en comunión con mis hermanos Obispos, éstos, no otros, y agradezco inmensamente al Señor que este Don del sacerdocio lo esté viviendo y compartiendo en este momento en comunión con cada uno de ustedes, hermanos Presbíteros, ustedes, no otros, y bendigo al Señor por toda la riqueza de su Gracia que se expresa en la manera muy personal, individual, única, de ser de cada uno de ustedes.

Me alegro y me gozo de la variedad de dones y gracias que el Señor manifiesta en cada uno, único e irrepetible, y en todos. Por tanto, en este inicio del Año Jubilar agradezco a Dios por mi sacerdocio ministerial, pero vivido y compartido con cada uno de ustedes.

Bendigo al Señor que sea así, que sea aquí, que sea ahora, que sea con ustedes y que no sea con otros, porque es su plan, no es el destino, no es mera casualidad, es el plan providente. Por ese agradecimiento quisiera que ustedes me llevaran a vivir este año como un año de gracia y renovación de nuestro sacerdocio. Y quisiera también llevarlos, que nos llevemos mutuamente, por el camino de una auténtica renovación de esta gracia y este don inmerecido que hemos recibido por la gracia, porque el Señor así lo quiso, porque Él, desde toda su eternidad, pensó, nos hizo, nos eligió, nos consagró y nos envió para que fuéramos sus sacerdotes en este lugar y en este momento de la historia.

Bendigo al Señor también porque, gracias a la Comisión del Clero, ya se ha podido configurar todo un programa que, primero Dios, con el entusiasmo y la participación de todos lo vamos a ir realizando, no proponiendo o haciendo cosas extraordinarias, sino aprovechando la estructura que ya tenemos para nuestras reuniones, nuestros encuentros de estudio y espiritualidad marcándolas con el espíritu propio de este Año Sacerdotal.

Quisiera sugerirles tres puntos que nos pudieran ayudar a dar la unidad, en esta variedad de acciones e iniciativas que nos presentan:

1.- Vivir este año en la consciencia del amor de Dios, en el amor a Dios. El Sacerdote esta llamado a ser hombre de Dios y para que el Sacerdote sea hombre de Dios tiene que amar a Dios y saberse amado de Dios, y para que el Sacerdote se sepa amado y ame a Dios, necesita ser un hombre creyente, un hombre creyente en Dios, Uno y Trino. Vivir este año en la profundización del Amor de Dios.

2.- Vivir este año en el amor a nuestra vocación. El Sacerdote debe amar su vocación, la cual debe llevarlo a su realización humana, haciéndola plena y que no lo haga parecer perdido en un activismo sin saber de qué, ni para qué; ni perdido en una frustración de haber errado el camino de la vida. Que ame su vocación como la fuente de la auténtica y verdadera realización humana.

3.- Vivir la vocación sacerdotal en el amor a nuestros hermanos y hermanas. El Don del sacerdocio no es un Don para guardarlo, es un don para el pueblo, para los hermanos y hermanas que, no por casualidad, no por destino ciego, conforman la comunidad parroquial, en el estado de vida humana que se encuentran. Manifestando este amor, amamos a Dios.

Amor a Dios, amor a nuestra vocación y amor a nuestros hermanos.

Si todo el programa para vivir este Año Sacerdotal lo asumimos bajo estos tres puntos, experimentaremos una unidad en nuestra vida que tendrá amarre, soporte, sustento y no una sensación de perdidos o impotencia ante la demanda, la exigencia, los retos o proyectos diarios.

No es casualidad que el Papa haya propuesto el inicio del Año Sacerdotal en esta fiesta del Sagrado Corazón. En el corazón de Jesús se nos dice que Dios nos ama, nos comprende, nos entiende con un corazón como el nuestro; un corazón verdaderamente humano que sabe lo que sucede en el corazón de cada uno.

Dios nos ama con un corazón como el nuestro, capaz de entenderlo absolutamente todo lo que nos acontece como seres humanos. Dios nos ama con un corazón humano, pero por ese corazón humano se nos participa toda la plenitud de la Divinidad, esto es lo original, lo específico del amor del corazón de Jesús, nos ama como humano y nos entiende como humano pero, por ese corazón humano de Jesús, fluye todo el dinamismo, toda la fuerza y toda la gracia de la Divinidad y por el amor humano de Jesús, su corazón humano como el nuestro, nosotros podemos penetrar en todo el misterio de la Divinidad.

Si Dios nos a amado a todos y a cada uno a tal extremo, pidámosle que vaya conformando nuestro corazón sacerdotal como el corazón de Cristo, Corazón del Sumo, Único y Eterno Sacerdote, que lo vaya moldeando, reconstruyendo como el Corazón de su Hijo Jesús y cada Eucaristía, cada celebración del misterio del amor de Dios en Cristo será una real posibilidad de experimentarlo, acrecentarlo, vivirlo y proyectarlo.

Por eso, damos inicio a este Año Jubilar, celebrando el misterio del Amor de Dios en Cristo que se actualiza, que se hace real y verdadero para nosotros aquí y ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario sobre este artículo u oración, nos será de gran utilidad