sábado, 17 de octubre de 2009

«En España parece que es pecado estar embarazada». Información: larazon.es


Una adolescente y una joven sin trabajo relatan a LA RAZÓN por qué decidieron seguir con su embarazo
«En España parece que es pecado estar embarazada»


A Karen, de 16 años, y a Viviana, de 25, la primera salida que les ofrecieron a su situación fue el aborto.

17 Octubre 09 - R. Serrano

MADRID-Hace seis meses, Karen Andrade se metió en el cuarto de baño con un test de embarazo en la mano y salió llorando. A sus 16 años, esta estudiante ecuatoriana de 4º de ESO que sueña con ir a la universidad y convertirse en traductora, acababa de enterarse de que esperaba un bebé. «Tenía miedo. Pensé que si tenía un hijo siendo tan joven me iba a perder muchas cosas, iba a tener que dejar de estudiar y que mis padres no lo iban a aceptar», recuerda.
Karen conoce a chicas de su edad que han abortado, «habría sido una salida fácil». Pero no lo tenía claro. Sólo se lo contó a su novio, de 17 años. Pese a la incertidumbre, ambos decidieron que querían tener el bebé y «las dudas se transformaron en ilusión».
Dos meses más tarde, la situación se repetía en la misma familia. Viviana Cedeño, la hermana de su novio también salió llorando del baño al enterarse de que estaba embarazada. Su situación, a priori, era mucho mejor: tiene 25 años y está casada. Pero el bebé llegó en el peor momento económico.

«Mi marido lleva casi un año en el paro y yo me acababa de quedar sin trabajo». Su esposo, trabajador de la construcción, lo tenía más difícil para conseguir trabajo, por la crisis en el sector.
Pero ella, que ha trabajado como dependienta, en hostelería y cuidando a ancianos, no esperaba tardar mucho en levantar cabeza. «Si hubiera abortado ya tendría trabajo». En su estado, es «imposible», porque «te hacen contratos de tres meses de prueba y en cuanto empiezan a ver la barriga te echan».
El «inconveniente» era que Viviana y su marido, aunque no habían buscado el bebé, querían tenerlo. Así que la familia –Viviana, sus padres, su hermano y su novia Karen y una hermana menor– se enfrenta a un doble problema. Y en seguida empezaron a ver cómo la solución que más les proponían pasaba por la interrupción del embarazo.
Karen temía la reacción de sus padres. Así que guardó silencio. La naturaleza pareció aliarse con su mutismo y, a los cinco meses, apenas había engordado unos kilos y su estado casi no se notaba. Cuando pensó que ya no podía guardar el secreto por más tiempo, habló con sus padres.
«Se enfadaron, me dijeron que era muy joven y, no sé, creo que ellos al principio querían que abortara, aunque dejaron la decisión en mis manos». Para hacerse su primera ecografía la llevaron a una clínica que conocían, que también es uno de los cuatro centros acreditados para practicar interrupciones del embarazo en España. «Sólo para ver de cuánto tiempo estaba y para que los médicos hablaran conmigo», explica Karen.
Visita a la clínica
En la clínica todo se desarrolló de forma distinta a lo que pensaba. «Me hicieron la ecografía. Yo tenía curiosidad por ver al bebé, pero no me la enseñaron ni me dejaron oír el latido». Luego le hicieron pasar a hablar con un psicólogo que, a sus más de cinco meses de embarazo, «me dijo que corría un riesgo bastante grande, que qué iba a pasar con mi vida si tenía un hijo... pero yo ya había decidido que quería tenerlo».
Mientras, su cuñada Viviana vivía una situación similar. Había tomado una decisión firme y no fue a ninguna clínica abortista. Pero para solicitar una de las pocas ayudas a las que tenía acceso – «sólo te las dan si eres madre soltera», añade la joven–, la de la entidad Adevida, que protege a embarazadas sin recursos, tuvo que ir a hablar con una trabajadora social.
«Tienes que ser egoísta»
«Me dijo que parecía que las extranjeras sólo venimos a España a quedarnos embarazadas. Me dijo que fuera egoísta, que pensara sólo en mí. Y me dio a entender que, en este país, los niños no son bienvenidos. Te hacen abortar para no truncar tus metas». Entonces, «una amiga se ofreció a ayudarme si quería abortar. Le contesté que no. No es por religión, es por mí».
Viviana y Karen tomaron una decisión firme. Pero creen que la sociedad no les perdona querer ser madres en el momento equivocado. «En España, quedarse embarazada es un pecado», sentencia Viviana.
Ella ve el futuro bastante negro. Sin trabajo y sin dinero, cree que su futuro pasa por volver a Ecuador, aunque su marido se tenga que quedar. «Aquí tienes que tener al niño encerrado, para mantenerlo tienes que trabajar los dos, y no me gusta vivir de ayudas».
Karen, sin embargo, es optimista. Ya ha conseguido el apoyo de sus padres, se ha ido a vivir con su novio, que tiene un trabajo de media jornada en un bar. Y piensa seguir estudiando, ir a la universidad y poder «dar un futuro» a la pequeña Nerea, que es el nombre que le pondrá a la niña que espera.
Decisiones maduras
Ninguna de las dos jóvenes irán a la manifestación. Son tímidas y no les gustan las aglomeraciones. Pero, sobre la ley de plazos, ambas lo tienen claro. «Si dejan abortar sin permiso a las niñas de 16 años lo harán, pero por inmadurez, no será una decisión meditada», asegura Viviana. «No sólo las menores, la gente mayor también», tercia Karen. «¿Quién no va a abortar si no hay que justificar nada para hacerlo?»


«Mi madre me tuvo a los 18 años y soltera»
«Mi madre me tuvo de soltera y a los 18 años», cuenta Viviana, embarazada de cuatro meses. Pero asegura que «es mentira que un hijo te trunque la vida y que no puedas seguir estudiando o trabajando. Después de que naciera yo, mi madre se puso estudiar y terminó la carrera de profesora de Secundaria en Ecuador», relata. Además, su madre se casó, tuvo dos hijos más y ahora es su principal apoyo, y también el de su hermano y su novia, también embarazada. En la casa alquilada de tres habitaciones y un pequeño salón viven los padres, Viviana y su marido, su hermano, de 17 años, Karen, su novia de 16, y una hermana pequeña de ocho años. Pronto habrá que hacer hueco para dos personas más, que generarán un gasto considerable, por lo que las dos jóvenes embarazadas se plantean soluciones. «Un paquete de pañales cuesta 15 euros. Si hay que gastar, como mínimo, uno y medio a la semana, además de la leche, la ropa y las medicinas, hay que calcular 300 euros al mes sólo para el niño. Aquí podemos ganar entre 500 y 600», explica Viviana, quien tiene casi decidido regresar a su país, donde cree que será más fácil criar a su hijo.

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